Dos rosas y dos rosales: 35
Capítulo primero. Catástrofe del drama y epílogo de la leyenda
editarI. 1852.
editarHabía muerto Don Gil el día treinta
De julio de ochocientos cincuenta:
Noticia en prosa vil, baja y rastrera,
Como la puede dar mi lavandera;
Pero que no la dieran más exacta
Ni el mismo calendario ni la epacta.
Los que viven creyendo todavía
Que siempre ha de mentir la poesía,
De esta verdad de a puño tomen acta.
Mas vamos adelante con los hechos,
Fuera porque Don Juan se dio a ello traza,
Fuera porque Don Gil tomara a pechos
Que no se concluyera en él su raza,
Ello fue que a la hora de su muerte
De Rosa y de Don Juan unió la suerte;
Y un padre que suplica en la agonía
¿Qué promesa filial no rompería?
Rosa llegó al altar como una estatua,
Sin corazón, sin sentimiento, fría,
Del que nunca fue amante a ser esposa,
Logró en ella Don Juan su ambición fatua:
Don Juan era barón… y mártir Rosa.
Al mes del matrimonio Rosalía
Encerró su vejez en un convento;
Rosa en la sombra y soledad vivía
De su antigua mansión de Andalucía;
Don Juan, a sus negocios más atento
Que a Rosa, puesto siempre en movimiento,
De Granada a Madrid iba y venía:
Porque desde el momento
De su desventurado casamiento
De barón con el nombre, y de marido,
La maldición de Dios le había caído.
Él, siempre tan feliz en sus empresas,
No ponía ahora mano en cosa alguna
En que no hallara adversa la fortuna;
Y en un año perdió sumas tan gruesas
Que para reponerse de los daños
Que en unos cuantos meses
Han hecho en su caudal tales reveses,
Iba a necesitar algunos años.
Empezó a cavilar, y a andar sombrío:
Supersticioso y ruin, su mala suerte
Achacó a la influencia de su esposa,
Y un genio más tiránico y más fuerte,
Más airado y tenaz que el de su tío
Descubriendo por fin, dio contra Rosa,
Para cuya infeliz y triste suerte
Son remedio no más Dios y la muerte.
Y de esta vida interior
El perpetuo torcedor
Puede solo imaginar
Quien sepa lo que es estar
Mas casado y sin amor.