Dos rosas y dos rosales: 36
II.
editarEl veinte y tres de abril llegó a Granada
Volviendo de Madrid, D. Juan Rosales,
Silencioso, sombrío, demudada
La faz: no cual solía a grande costa
En su silla de posta,
Cómoda y bien forrada,
Con paje, postillón y dos zagales,
Sino en las diligencias generales
Como la gente poco acomodada.
¡Cosas del mundo, y del destino vario!
Don Juan, que hacía un año que en la corte
Era admirado por su tren y porte;
Que era dueño, accionista o empresario
De cuanto banco o trata lucrativa
Estaba en alza o producción activa;
Que era en fin un banquero millonario,
Por una desventura inexplicable
Vino a dar en tan rápido descenso,
Que errando en sus empresas una a una
Había perdido un capital inmenso.
Parecía que de él había apartado
Dios su mano auxiliar y poderosa
Cuando por ser barón se había casado
Bajo un signo maléfico con Rosa.
Volvía de Madrid desesperado
Para ver si unos meses de reposo
Podían conjurar su hado funesto,
Y salvar a lo menos cauteloso
De su mermado capital el resto.
Así que, habiendo vuelto de improviso
Con poco haber, y con maleta escasa,
Sin despedirse allá, ni dar aviso
De su vuelta a la gente de su casa,
Turbado por fatal presentimiento
Por la primera vez su pensamiento,
Solo, triste, hastiado, caviloso,
En su futura decisión perplejo,
Inquieto, y sin motivo receloso
Emprendió hacia su aislado castillejo
Antes de amanecer el corto viaje,
Sin criado, sin armas ni equipaje,
Y en un recién comprado caballejo.
Tal modo de viajar había sido
Por Don Juan elegido
Por precisión y gusto juntamente:
Va así, en primer lugar porque no deja
La tierra desigual de aquel partido
Caminar por sus términos en coche:
Y, en segundo lugar, porque ha querido
Salir de propio intento por la noche
Para esquivar la vista de la gente:
De manera que el alba todavía
No apuntaba, pues él contado había
Con la luz suficiente
De la luna tardía,
Cuyo fanal brillaba en tal momento
Suspendido en mitad del firmamento.
Salió D. Juan de la ciudad: metióse
Por las huertas del Darro, y en un grueso
Capotón embozado entre lo espeso
De los floridos árboles perdióse.
Cuando a lo lejos él en la arboleda
Se hundía, tras los anchos malecones
De un aislado molino
Que a la derecha del camino queda,
Pareció poco a poco otro viajero
En un corcel soberbio caballero,
Que tomando los curvos callejones
De las huertas que forman la vereda
Única que a D. Juan abre camino
Para ir a su castillo, tras su paso
Enderezó lo suyos, de Rosales
El mismo rumbo acaso
Llevando; mas con una circunstancia
Extraña: que guardaba siempre iguales
Con los de aquel el paso y la distancia,
Avanzando como él a paso lento
A pesar del vigor y la arrogancia
De su hermoso caballo, que impaciente
Iba tascando, el freno tan violento,
Que el caballero su inquietud ardiente
Podía sosegar difícilmente.
De cortijo en cortijo, y huerta en huerta,
Hora y media después de la espesura
Saliendo, dio D. Juan en la llanura
Inculta y descubierta
Que a la Alpujarra indómita conduce,
Y cuya extensa soledad desierta
Un efecto fantástico produce
Sobre el viajero que a cruzarla acierta
Por la primera vez. Todo el terreno
De accidentes extraños está lleno:
Caprichosos peñascos, torreones
Moriscos derruidos, que destacan
Sobre el cielo sus rotos paredones,
Robles añosos que sus ramas sacan
Como brazos de errantes esqueletos
De sus ruinas informes por encima;
Zarzas tupidas y silvestres setos
Que ciñen como un árabe turbante
De las colinas ásperas la cima:
Todo en aquel paraje,
Poético y salvaje,
Presenta ese carácter misterioso
Y cerril, esa faz extravagante
Mezcla de la aridez del arenoso
Páramo y de la fresca y ondeante
Vegetación del valle hondo y umbroso,
Carácter peculiar de toda tierra
Donde acabando un llano exuberante
Comienzan las quebradas de una sierra.
Mas hay en esta tierra todavía
Otra causa especial por sí bastante
Para hacerla más triste y más sombría:
Todo en aquellos páramos encierra
Algún recuerdo de época distante
Cuya memoria o tradición aterra:
Todo ha sido teatro en algún día
De actos horribles de venganza y guerra.
Allí por más de un siglo se batieron
Con desesperación dos fieras razas
Que dominar la tierra pretendieron
Y de la asolación que allí trajeron
Con su guerra mortal aún quedan trazas.
Aquella es una tierra de memorias
Sangrientas, y fantásticas historias.
Al salir a estos páramos desiertos
Don Juan, mezclaba el alba vacilante
Sus resplandores pálidos e inciertos
Con la luz de la luna rutilante,
Cuyos rayos de plata
El sol, que el cielo al alborear colora,
Uno por uno al ascender devora,
Su blanquecina luz hasta que mata.
Iba Don Juan pasando por delante
De una arruinada ermita, tristemente
Meditando en la rápida mudanza
De su suerte inconstante,
Cuando sintió tras él distintamente,
Y no sin interior desconfianza,
El galope seguro y resonante
De un caballo que hacia él rápido avanza.
D. Juan no era cobarde, y evitando
Curiosidad, que parecer podía
Miedo, siguió tranquilo adelantando,
Mas aunque sobre sí, y alerta estando,
Sin volverse a mirar quien le seguía.
A los pocos instantes el viajero,
Que su senda tomó cuando él se hundía
En la espesura, le alcanzó: y su fiero
Caballo refrenando, con Rosales
Mostró querer marchar de compañero
Y atravesó con él palabras tales:
Buenos días, D. Juan. —Él, sorprendido,
Respondió.— Buenos días, caballero.
CABALLERO. | Tiempo ha que una ocasión hallar quería |
DON JUAN. | A fe mía |
CABALLERO. | Por eso estos desiertos he elegido |
DON JUAN. | ¿Y a quién tengo la fortuna |
CABALLERO. | Al capitán Look-out, señor Rosales, |
CAPITAN. | Creo que habéis tenido suficiente |
CAPITAN. | ¿No respondéis, Don Juan? Aunque extranjero |
DON JUAN. | No os conozco, caballero, |
CAPITAN. | No quiero a mengua |
DON JUAN. | ¿De quién queréis hablarme? |
CAPITAN. | De D. Carlos: |
DON JUAN. | ¡Vive! |
CAPITAN. | Pero es igual que si viviera |
DON JUAN. | Usáis un tono de ironía |
CAPITAN. | Si os parece mi tono algo ofensivo |
CAPITAN. | D. Carlos era un mozo algo violento |
DON JUAN. | ¿Y cuál es? |
CAPITAN. | Dispensad que no me aparte |
DON JUAN. | El preámbulo os estimo: |
CAPITAN. | Pues oídlo: me dijo vuestro primo |
DON JUAN. | Me he apartado de vos porque el partido |
CAPITAN. | Pues escuchadme |
DON JUAN. | Disimuladme: |
CAPITAN. | Y yo, porque veáis en cuanto aprecio |
DON JUAN. | Y haréis bien, Capitán; porque a fe mía |
CAPITAN. | Pues escuchad los cargos verdaderos |
DON JUAN. | ¡Según la prensa y yo! ¿No es pues seguro |
CAPITAN. | La cuestión no es esa: |
DON JUAN. | ¿Justificarme? Dios hasta ese paso |
CAPITAN. | Os repito, D. Juan, que yo en su nombre |
DON JUAN. | No os quiero responder qué es de él primero |
CAPITAN. | Pues lo vais a saber. Allá existía |
DON JUAN. | ¡Una puerta! |
CAPITAN. | Sí, de hierro. |
DON JUAN. | Vuestra proposición es de comedia. |
CAPITAN. | Aunque es caso en el día extraordinario |
DON JUAN. | No quiero. |
CAPITAN. | No os halague la esperanza |
DON JUAN. | No quiero. |
CAPITAN. | Voy a haceros una injuria |
DON JUAN. | No. |
CAPITAN. | Tengo que ir a ver a vuestra esposa. |
DON JUAN. | ¿Para qué? |
CAPITAN. | Traigo cartas para Rosa. |
DON JUAN. | Basta: dadme una espada. |
CAPITAN. | ¡Ola! Parece |
DON JUAN. | Vamos. |
CAPITAN. | Eso, D. Juan, ya es otra cosa: |
CAPITAN. | ¿Qué os detiene? |
DON JUAN. | La máscara. Yo quiero |
CAPITAN. | No se eluda |
DON JUAN. | No sé si sois el que primero |
CAPITAN. | Pues en guardia: tal vez os preste ayuda |
DON JUAN. | No: vuestro porte vuestro honor escuda. |
CAPITAN. | Creo que os he tocado. |
DON JUAN. | No fue cosa: |
CAPITAN. | No es eso lo que quiero. |
DON JUAN. | ¿Pues qué? |
CAPITAN. | Saber si amáis a vuestra esposa. |
DON JUAN. | ¿Por qué? |
CAPITAN. | Vuestra pregunta es excusada: |
DON JUAN. | Pues bien; la amo: tomad esa estocada. |
CAPITAN. | ¿Y Rosa os ama? |
DON JUAN. | Sí. |
CAPITAN. | ¿Más que a su primo? |
DON JUAN. | Más. |
CAPITAN. | ¿De veras? |
DON JUAN. | De veras. |
CAPITAN. | Ya comprendo |
DON JUAN. | Y yo estoy viendo |
CAPITAN. | No: pero viendo estoy que sois valiente; |