Dos rosas y dos rosales: 05

Dos rosas y dos rosales
de José Zorrilla
Historia de la primera Rosa: capítulo II, II



EL BARON. —Os he llamado doctor…
EL DOCTOR. —Abreviad; sé para qué..
BARON. —¿Quién os lo dijo?
DOCTOR. —Mi honor

Que puse por avizor.

BARON. —¿Sabeis pues…?
DOCTOR. —Todo lo sé.

Vuestro hijo vuelve.

BARON. —Le espero

De un momento á otro.

DOCTOR. —Pues

Ya supondreis, caballero,
Que yo en mi casa no quiero
Que ponga jamás los piés.

BARON. —Es el consejo mejor

Que yo le daré:

DOCTOR. —Mandad,

Y no aconsejeis.

BARON. —Doctor,

La ley le dá ya favor,
Pues vuelve mayor de edad.

DOCTOR. —Siempre somos los mayores

Los padres por mas que crezcan
Nuestros hijos son menores
Que nosotros, y mejores
Nusetros juicios: que obedezcan.

BARON. —Porque hacerme obedecer

Pienso yo que él mientras viva,
Quise vuestro parecer
Sondear, y no es poco hacer
Tomar yo la iniciativa.

DOCTOR. —Gracias.
BARON. Bien nos estuviera

Ponernos ambos de acuerdo
Antes que mi hijo volviera,
Y á mi pesar se metiera
En un lance poco cuerdo.

Yo creo que pues mi hijo
Ama á Rosa, y que este amor,
Al decíroslo me aflijo… … …

DOCTOR. —Sed franco, y no andeis prolijo;

Creeis que aja vuestro honor.

BARON. —Cabal: Carlos era un niño

Cuando la cobré cariño:
La chica, eso sí, es muy bella
Y pura como el armiño;
Mas Carlos no es par con ella.

Mi hijo es único heredero
De mi nombre y de mi casa,
Le armó el virey caballero
En Nápoles: mensajero
Le envió á Madrid: del rey pasa

Por bien quisto, circunstancia
De no pequeña importancia
En su venidero porte.

DOCTOR. —Permitid á mi arrogancia

Que vuestro discurso corte:

Pues con mi paciencia lucho
Cuando vuestros circunloquios
Inútiles os escucho,
Y yo el tiempo tengo en mucho
Para perderle en coloquios.

Oid: yo voy á poneros
La cuestión tan en su punto
Con puntos tan asideros,
Que no tengáis que volveros
A ocupar mas del asunto.

Vuestro hijo ama á mi Rosa:
Vos tenéis á deshonor
Este amor, porque os acosa
La vanidad ambiciosa
De riqueza y de favor.

Vos suponéis, y la erráis,
Que yo este amor alimento.
Porque vos ennoblezcáis
A mi Rosa, si otorgáis
A su amor asentimiento.
Mas á pique de enojaros,
Vais á ver cómo destruyo
Vuestra ilusión, sin reparos
A vuestro honor, con probaros
Que el deshonor será suyo.
Rosa…

BARON. —Antes de que pasemos

Mas adelante…

DOCTOR. —Despues.
BARON. —Antes.
DOCTOR. —Sea
BARON. —Aun no sabemos

Si es hija vuestra. ¿Podremos
Preguntaros de quién es?

DOCTOR. —Es lo que os iba á decir,

Si me dejárais seguir.

BARON. —Pues continuad, porque es cosa

Que há tiempo que anda curiosa
Mucha gente por oir.

DOCTOR. —Pues tal vez no satisfaga

A esa gente ociosa y vaga
Mi respuesta: y ¡por quien soy!
Que temo que mal os haga
El trago que á daros voy.
Rosa, á quien habéis creido
Honrar con vuestro favor,
En tal estirpe ha nacido
Que no podrá con honor
Aceptar vuestro apellido.

Rosa en fin, á quien acaso
Regateáis vuestras rentas,
Puede arrojaros al paso
Lo que vuestro haber escaso
No suma en todas sus cuentas.

Mas oid lo que no alcanza
Vuestra razón: mi hija Rosa,
Para quien es la esperanza
De una probable alianza
Con Don Carlos poca cosa,

Con hombre se ha de casar
Que lleve por solo bien
Al santuario de su hogar
Lo que con honra á ganar
Sus propias manos le den.

Mas hombre cuyo decoro,
Cuyo libre corazón
Desprecie el favor y el oro,
Y no tenga mas tesoro
Que su honor y su pasión.
Un hombre cuya existencia,
Cuya patria, cuya ley
Sea Rosa: que en conciencia
Puede tener la ecsigencia
De casarse con un rey;
Y vuestro hijo Don Carlos
Ni es rey, ni tiene de tal
Los derechos: y á lograrlos
No supiera conservarlos,
Pues le educasteis muy mal.
¿Cómo á su vida atendiera,
Si sus haciendas perdiera?
Como los nobles: vendiéndose
A un rey cualquiera, y batiéndose
Sin saber por qué siquiera.

Rosa un hombre há menester
Que ya que pueblos no mande,
No sirva á ningún poder,
Y donde esté sepa ser
Libre, independiente y grande.

Ahora bien, señor barón,
Si en ello paráis las mientes,
Veréis que en la condición
De seres tan diferentes
No es posible que haya unión.
Conque si el orgullo es dijo
Que Rosa vuestro honor aja,
Lo erró: y tenedlo por fijo,
Si ama Rosa á vuestro hijo,
Es ella quien se rebaja.


Dijo el doctor, y el sillón

Abandonando en el acto,
Salió apriesa del salón:
Dejando al pobre barón
Corrido y estupefacto.

La sorpresa y el sonrojo
Le pusieron amarillo
Hasta lo negro del ojo:
Jamás creyó tal arrojo
Del rey mismo en su castillo.

No cabiendo en su cabeza
Semejante atrevimiento
Ni del caso la estrañeza,
Quedó absorto larga pieza
Sin voz y sin movimiento.

Mas viéndose tan mal puesto,
Echó por el corredor
Con desencajado gesto
Y en ademan descompuesto
Al alcance del doctor.

En el impulso primero
De la rabia que á embargarle
Fué el corazón altanero,
Asió el barón de un acero
Con intención de matarle.

Cruzó el adarve desierto,
Y uno y otro corredor,
Y uno y otro patio abierto;
Pero, con gran desconcierto
Suyo, no halló ya al doctor.

Llevábale gran ventaja:
Y como el viejo barón
Ve que corre y no le ataja,
La cólera se le cuaja
Al frió de la razón;

Porque como el movimiento
Del cuerpo paralizar
No puede el del pensamiento,
El barón pudo un momento
A solas reflecsionar.

Y la arenga estrepitosa
Del doctor dándole vueltas
En el cerebro, y de Rosa
En la historia misteriosa
Cogiendo las hebras sueltas,

Paró en recapacitar
A impulsos de su codicia
Y su ambición de medrar,
Que era bien con tiento andar
Antes de dar una pícia.

A las mientes se le vino
Que si el doctor no es un loco
Que cayo en un desatino,
No es su cólera tampoco
Para ganarle camino.

Y si es Rosa por acaso
Lo que él dice, y cosa óbvia
Que á Carlos ama, no es caso
De perder por un mal paso
Tal ocasión y tal novia.

Todo lo cual bien pesado,
Juzgó por mejor aviso
Disimular lo pasado,
Y ganar de fuerza ó grado
Al doctor lo mas preciso.

Alcanzóle ya en la puerta:
Mas por pronto que acudió,
Ya aquel la tenia abierta,
Y afuera en salvo y alerta
Viéndole ya, le llamó.

Calmóse, pues, como pudo
Mejor, y al doctor llegando,
Que esperaba frió y mudo,
Le dijo, el ceño sañudo
Cual supo desenarcando:

BARON. —Una palabra, doctor.
DOCTOR. —Pero sed breve.
BARON. —Estais hoy

En vuestro juicio?

DOCTOR. —Lo estoy.
BARON. —¿Conque es cierto?
DOCTOR. —Como soy

Hombre.

BARON. —¿Palabra?
DOCTOR. —De honor.
BARON. —¿Y es Rosa?
DOCTOR. —Lo que es: ni mas

ni menos que lo que he dicho.

BARON. —¿Y ama á mi hijo?
DOCTOR. —Quizás

De sobra.

BARON. —¿Entónces?
DOCTOR. —¡Jamás!
BARON. —¿Mas si Rosa en su capricho

Se encastilla y se resiste
A ceder, y temeraria
En esa pasion persiste?

DOCTOR. —Entonces vivirá triste

Y morirá solitaria.

BARON. —¿Pero, y si en su amor mi hijo

Vuelve mas que nunca fuerte?

DOCTOR. —Entonces tened por fijo

Que entre su amor y la muerte
Es la muerte lo que elijo.

BARON. —¡Le matarais!
DOCTOR. —Parecer

Tomaré; mas de razones
Basta; si él se obstina en ser
Marido de tal muger,
La muerte va á sus talones.

BARON. —¡Tanto le odiais!
DOCTOR. —¡Pesiamí!

¿Quereis que os declare aquí
Por qué á vuestro hijo muestro
Tanta repugnancia?

BARON. —Sí.
DOCTOR. —Pues bien por ser hijo vuestro.


|- |class="pt-personaje" style=""| |class="pt-texto" style=""|Dijo el doctor, y la mano
Teniendo en la aldaba puesta,
Cerró la puerta de plano
Sobre el viejo castellano,
Y empezó á bajar la cuesta.