Dos rosas y dos rosales: 06

Dos rosas y dos rosales de José Zorrilla
Historia de la primera Rosa: capítulo II, III

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En tanto que de la torre
Bajar al doctor dejamos,
A Rosa y á Inés oigamos;
Mas porque el lector se ahorre

El sonsonete prolijo
Y tenaz repetición
De “dijo este” “aquella dijo,”
En esta conversación

El método seguiremos
De nuestras dos anteriores,
Y á sus interlocutores
A la margen nombraremos.

El método no es á fé,
Ni nuevo, ni original;
Mas para método tal
Tenemos nuestro por qué.

Rosa sobre un almohadón,
Levantada la arabesca
Celosía, el aura fresca
Goza sentada al balcón.

Inés á su lado puesta
Sigue una plática viva
Con Rosa, la cual la esquiva
Por inútil ó molesta;

Y según insiste Inés,
Y según resiste Rosa,
La cuestión es sobre cosa
De muchísimo interés.

Grave Inés, casi severa,
Rosa altiva, casi airada,
En la plática trabada,
Decían de esta manera:

ROSA. —No vayas, por Dios, Inés,

Con tal discurso mas lejos:
Contra el amor no hay consejos
Yo amo: déjame pués.

INES. —Pues ya que tu obstinación,

No haya consejo que venza,
Al menos que te convenza
El poder de la razón.

Dos años há que no escribe,
Conque ó es muerto ó te olvida.

ROSA. —Miéntras dura en mí la vida,

El me ama y él me vive.

INES. —Mira, pues, cómo me esplicas

El silencio en que se cierra;
Vivo, desde cualquier tierra
Supieras de él.

ROSA. —Mortificas


Tu ingenio en vano, y tus pruebas
No prueban nada; sé yo
Que el doctor las recibid,
Aunque de él no me dais nuevas.

INES. —Mas contra el mismo doctor

¿Por qué tan tenáz porfias?

ROSA. —Esas son razones mias.
INES. —Son excesos de tu amor.


ROSA. —Que acabarán por vencer.
INES. —Que no tienen fundamento.
ROSA. —El amor.
INES. —Es como el viento.
ROSA. —Tiene el viento gran poder.


INES. —¿Y en el viento, Rosa mia,

Vas á fundar tu esperanza?

ROSA. —Son razones que no alcanza

Tu razon austera y fria.

INES. —No las hay con que me arguyas;

Son delirios de tu amor:
Si las tuviera el doctor
¿No me diera nuevas suyas?

Cuatro años há que partió
Y escribió solo el primero.
¿Sabes, Rosa, lo que infiero
De los cabos que ato yo?

Su padre le envió á la guerra
De Italia, porque sabia
Lo que contra amor podia
El tiempo en aquella tierra.

Tú figurarte no puedes
Aquel cielo azul, sereno,
Que cobija un suelo lleno
Para las almas, de redes.

Rosa, no enemigos quiso
Su padre enviarle á matar,
Sino su amor á dejar
Muerto en aquel paraíso.

Su padre, de connivencia
Con el doctor, le envió allí
A que te olvidara á tí:
Porque tienen la experiencia

Que dan los años, y saben
Que no existe en este mundo
Amor tan fiel y profundo
Que ausencia y tiempo no acaben.

Y la consecuencia ves:
El primer año guardó
Puro tu amor, y escribió:
Entibiósele después,

O pudo tal vez morir
De la guerra en un azar
Cuando no volvió á escribir.

ROSA. —No te tienes que cansar:


Contra mi fé no hay razon,
Contra mi amor no hay poder:
Es la esencia de mi ser,
La fé de mi corazon.

El juró que volveria
Al salir de su tutela.

INES. —Hoy sale y el dia vuela.
ROSA. —Aun no ha concluido el dia.


INES. —Ya anochece.
ROSA. —No en mi alma

Dó mi amor arde constante;
Y cuya antorcha brillante
Su centro ilumina en calma.

Cárlos vive, pues yo vivo,
Volverá, pues yo le espero.

INES. —¿Tu amor, Rosa, es tan entero?
ROSA. —Único, eterno, exclusivo.


—Único, eterno, exclusivo.

El fuego de esta pasión
La torpeza no oscurece,
Inés, mi amor esclarece
Celestial intuición.

Para juzgar ni creer
No ha menester los sentidos:
Sin ojos y sin oidos
Sabe oir y sabe ver.

No ha menester fundamento
Buscar en causa ó razón,
Que la fé del corazón
Le dá perenne alimento.

Mi amor es la llama pura
Que el Criador hizo arder
En el hombre y la muger
Al formar la criatura.

No es esa torpe pasión
Que amor la sociedad llama,
Y cuyo fuego no inflama
La esencia del corazón;

No es esa pasión mortal
Que se extingue y satisface,
Sino es otro amor que nace
Sin apetito carnal.

Es ese otro amor divino
Que dá algunos seres Dios,
Identificando á dos
Con solo un sér y un destino.

Estos dos seres se encuentran
Sin buscarse, se adivinan;
Uno de otro se avecinan,
Y uno en otro se concentran.

Ni el tiempo ni la distancia
A estos dos seres desune,
Que do quiera los reúne
En solo un sér su constancia.

Y aunque vivan divididos
Desde la cuna á la huesa,
Van de allí con su fé ilesa
A la eternidad unidos.

Este es amor verdadero;.
Este el que mi alma atesora;
No me preguntes ahora
En qué fio ni en qué espero.

Cárlos y yo con tal fé
Nos amamos, y este lazo
No le rompe ningún plazo:
Venga ó no, le esperaré.



Calló Rosa y calló Inés,
Sabiendo que no hay razón
Que convenza á una pasión:
Y la de Rosa lo es.

Y como para ayudar
A la pasión contra el juicio,
Y no dejarle resquicio
Por dó al alma penetrar,

Por el estrecho sendero
Que fuera del valle guia,
Vieron que apriesa venia
Y á caballo un forastero.

La luna que ya platea
El azul del horizonte,
Y la brisa que del monte
Baja errante y juguetea,

Las hicieron á la par
Ver de lejos su figura
Y sentir de su montura
El sonoro galopar.

Asaltó el alma de Rosa
Un leal presentimiento,
Y alzóse Inés de su asiento
Del que llega recelosa.

“Quitémonos del balcón,”
Dijo Inés: mas como quieta
Continuó Rosa, sujeta
Al poder de su atención,

Una absorta y otra incierta
De lo que hacer convendría,
Dejaron al que venía
Llegar á la misma puerta.

Y un poco bajo el balcón
Y el corcel de mucha alzada,
No era ya la retirada
De fácil ejecución.

Puesto que él que las ha visto
En los estribos alzado,
Las ha un paquete arrojado
Caso de ambas imprevisto.

Cierto él de que recibió
Rosa en la falda su ofrenda,
Volvió al caballo la rienda,
Y á galope se alejó.

ROSA. —Enciende una luz, Inés.
INES. —Entregar fuera mejor

Ese paquete al doctor.

ROSA. —Cuando vea yo lo que es.
INES. —Mira, Rosa…
ROSA. —Basta ya:

Pues á mí se dirigió
Es para mí: antes que yo
Ningún otro lo verá.



Fuese por la altanería
De su tono avasallada,
O á obedecer obligada,
Encendió Inés la bujía;

Y abriendo Rosa el paquete,
Halló en él una preciosa
Cajita de palo rosa
Y un perfumado billete.

Roja y trémula de amor,
Llegándose á la bujía,
Leyó el papel que venía
Escrito en este tenor:

“Un amor y una palabra
No mas, Rosa mia, tengo:
Hoy ésta á cumplirte vengo
Y á ratificarte aquel.

Yo soy uno de esos seres
Que solo un amor conciben:
Con él nacen, con él viven,
Y se sepultan con él.

“Por si mi padre se opone,
Por si yo pierdo mi herencia,
Porque un dia la indigencia
No se asiente á nuestro hogar,
A la par de un gran maestro
Aprendí y profeso un arte
Que nos pueda en cualquier parte
Pan é independencia dar.

"Adjunta va en esa caja
De mi saber una muestra:
Pasó por obra maestra
Do quiera que la mostré;
Por obra la dan del genio
Y del arte por hechizo:
Mas ¡oh Rosa! quien la hizo
No fué el genio, el amor fué.

“Hombre de arte, ó caballero,
Seré siempre esclavo tuyo:
Yo mi dueño te instituyo;
Tus mandatos cumpliré.
Esta noche, como hace años,
Me dirás por la ventana
Si aun me amas, y mañana
Al doctor te pediré.

Tras de mí en Italia y Francia
Dejo un nombre ya famoso:
Mas si juzgas mas honroso
El servicio de algún rey,
En dos cortes á altos cargos
Puedo optar; ve lo que eliges:
Tú gobiernas, tú diriges:
Tus caprichos son mi ley.

“Nuestros padres de consuno
Llevan mal el amor nuestro:
El doctor, mas que yo diestro,
Se ha interpuesto entre los dos,
Y sin cartas uno de otro
Por cuatro años estuvimos;
Mas si me amas, pues vivimos,
Fia en mí que fio en Dios.”

Leyó Rosa, y el billete
Dejando sobre la mesa,
Curiosa á abrir se dió priesa
La cajita del paquete.

Entre felpa acomodada
De labor maravillosa,
Halló de plata una rosa
En su capullo cerrada.

Por el tallo la tomó
Para bien examinarla,
Y de la caja al sacarla
Todas sus hojas abrió;

Y en su centro colocada
Apareció una figura,
Microscópica escultura
Con gran primor cincelada.

De sorpresa exhaló un grito
Rosa, y alzando en su diestra
Aquella prueba maestra
De arte y trabajo infinito,

Púsola de la luz junto,
Y al mirarla con cuidado,
En el metal cincelado
Reconoció su trasunto.

Era otra Rosa, otra ella:
Una estatueta preciosa
De labor tan primorosa,
Tan diminuta y tan bella,

Que el caprichoso juguete
Hiciera honor á la mano
De Arfe y de Alonso Cano,
De Cellini y Berruguete.

Ante maravilla tal
Absortas por la atención,
Con igual admiración
Y con complacencia igual,

Rosa é Inés larga pieza
Estuvieron contemplando,
Y extasiadas admirando
Obra de tanta belleza;

Y aun la examinaban mudas
Con sorpresa y con amor,
Cuando á la puerta el doctor
Dió dos aldabadas rudas.
“¡El doctor!” esclamó Inés
Aterrada: “¿Y qué?” serena
Dijo Rosa.— “¿A casa ajena
Viene acaso? Ábrele pues.”

Fué Inés á abrir al doctor,
Y Rosa ante la bujía
Siguió absorta todavía
Ante su carta y su flor.






Un cuarto de hora después
Frente á frente en su sillón
Cada cual, y del salón
Mandada salir Inés,

Rosa y el doctor á solas
La escultura contemplaban.
Y de su emoción saltaban
Hasta su rostro las olas.

Mal asentado el doctor
En su poltrona de cuero,
Su ser absorbía entero
El exámen de la flor.

Mirábala con un lente
De grande fuerza y aumento,
Y en cada nuevo accidente
Digno de encarecimiento

Que en su trabajo encontraba,
Su labio se contraía,
Su entrecejo se fruncía,
Su pupila centelleaba.

Pálida de incertidumbre
Miraba Rosa su faz,
De penetrar incapaz
Su gozo ó su pesadumbre;

Pues aunque el doctor semeja
Ceder á ingrata emoción,
No es la primera ocasión
En que el arco de su ceja

Con las nubes de su ceño
Su mirada al entoldar,
Le sirvió para ocultar
Un pensamiento halagüeño.

Los suyos Rosa á esconder
Ménos que el viejo avezada,
Muestra en sus ojos tomada
Su resolución tener;

Y aunque callada y modesta
Aguarda que hable el doctor,
Libre aguarda de temor
Y á dar su opinión dispuesta.

Pálida, pero tranquila,
Está al doctor contemplando,
Sus facciones devorando
Con avarienta pupila.

La flor al fin con gran tiento,
Como hombre que su valor
Conoce, puso el doctor
En la mesa: y un momento

Fijando en su compañera
Su mirada luminosa,
La conversación con Rosa
Entabló de esta manera:

DOCTOR. —Don Cárlos dice en su carta

Que esta flor es obra suya.

ROSA. —Y yo confío en que arguya

En su favor.

DOCTOR. —Prueba es harta


Para abrir á quien la hizo
El alcázar del favor:
Quien la niegue un gran valor
Será descontentadizo.

ROSA. —Pues ya veis que es una ofrenda

Que me hace.

DOCTOR. —Antes que la admitas,

Reflecsionar necesitas
Si es admisible tal prenda.

ROSA. —¿Por qué?
DOCTOR. —Porque puede hacer

Inmortal al escultor,
Y no debe sin su amor
Aceptarla una muger.

ROSA. —No fuera ni generoso,

Ni amante si diera menos.

DOCTOR. —Sus procederes son buenos:

Mas puede ser mentiroso.

ROSA. —Es muy noble para eso.
DOCTOR. —¿Quién de apariencias se fía?
ROSA. —Fiad vos en la fé mía.
DOCTOR. —¿Con que le amas?
ROSA. —Con exceso;


Y os lo debo de advertir,
Doctor: está mi pasión
Tan honda en mi corazón
Que con ella he dé morir.

DOCTOR. —Y que mueras valdrá mas

Que no que yo te envilezca,
Dando á quien no te merezca
Tu noble mano jamás.

ROSA. —Inquirirlo os toca á vos:

Yo, si le encontráis indigno,
A ser muerta me resigno;
O esposa suya, ó de Dios.

DOCTOR. —Pues fia en mí.
ROSA. —Y en él fio

Que nunca mi corazon
Dará en vil inclinacion.

DOCTOR. —No, mientras que lata el mio.


Flor que la escarcha no arruga
Y abril de miel llena deja,
Su cáliz abre á la abeja,
Mas se le niega á la oruga;

Rosa, yo te cultivé,
Y escucha bien mis palabras:
Antes que á la oruga te abras,
Del tallo te cortaré.

ROSA. —Vuestra soy.
DOCTOR. —Basta: á otra cosa,

Y que se cumplan dejemos
De Dios los juicios supremos.
Guarda esa escultura, Rosa,

Y que nos sirvan la cena.

ROSA. —¿Puedo ya tener por mia

Esta flor?

DOCTOR. —No todavía:

Mas tenla por prenda buena.