Don Álvaro o La fuerza del sino/Jornada cuarta

Don Álvaro o La fuerza del sino
de Duque de Rivas
Jornada cuarta

Jornada cuarta

La escena es en Veletri

El teatro representa una sala corta, de alojamiento militar

DON ÁLVARO y DON CARLOS

D. CARLOS Hoy que vuestra cuarentena dichosamente cumplís,

¿de salud cómo os sentís?
¿Es completamente buena?...
¿Reliquia alguna notáis
de haber tanto padecido?
¿Del todo restablecido,
y listo y fuerte os halláis?

D. ÁLVARO Estoy como si tal cosa;

nunca tuve más salud,
y a vuestra solicitud
debo mi cura asombrosa.
Sois excelente enfermero:
ni una madre por un hijo
muestra un afán más prolijo,
tan gran cuidado y esmero.

D. CARLOS En extremo interesante

me era la vida salvaros.

D. ÁLVARO ¿Y con qué, amigo, pagaros

podré interés semejante?
Y aunque gran mal me habéis hecho
en salvar mi amarga vida,
será eterna y sin medida
la gratitud de mi pecho.

D. CARLOS ¿Y estáis tan repuesto y fuerte,

que sin ventaja pudiera
un enemigo cualquiera?

D. ÁLVARO Estoy, amigo, de suerte,

que en casa del coronel
he estado ya a presentarme,
y de alta acabo de darme
ahora mismo en el cuartel.

D. CARLOS ¿De veras?
D. ÁLVARO ¿Os enojáis

porque ayer no os dije acaso
que iba hoy a dar este paso?
Como tanto me cuidáis,
que os opusierais temí;
y estando sano, en verdad,
vivir en la ociosidad
no era honroso para mí.

D. CARLOS ¿Conque ya no os duele nada,

ni hay asomo de flaqueza
en el pecho, en la cabeza,
ni en el brazo de la espada?

D. ÁLVARO No... Pero parece que

algo amigo, os atormenta,
y que acaso os descontenta
el que yo tan bueno esté.

D. CARLOS ¡Al contrario!... Al veros bueno,

capaz de entrar en acción,
palpita mi corazón,
del placer más alto lleno.
Solamente no quisiera
que os engañara el valor,
y que el personal vigor
en una ocasión cualquiera...

D. ÁLVARO ¿Queréis pruebas?
D. CARLOS (Con vehemencia.) Las deseo.
D. ÁLVARO A la descubierta vamos

de mañana, y enredamos
un rato de tiroteo.

D. CARLOS La prueba se puede hacer,

pues que estáis fuerte, sin ir
tan lejos a combatir,
que no hay tiempo que perder.

D. ÁLVARO No os entiendo (Confuso.)
D. CARLOS ¿No tendréis,

sin ir a los imperiales,
enemigos personales
con quien probaros podréis?

D. ÁLVARO ¿A quién le faltan? -Mas no

lo que me decís comprendo.

D. CARLOS Os lo está a voces diciendo

más la conciencia que yo.
Disimular fuera vano...
vuestra turbación es harta...
¿Habéis recibido carta
de don Álvaro el indiano?

D. ÁLVARO (Fuera de sí.) ¡Ah traidor!... ¡Ah fementido

violaste infame un secreto,
que yo débil, yo indiscreto,
moribundo... inadvertido...

D. CARLOS ¿Qué osáis pensar?... Respeté

vuestros papeles sellados,
que los que nacen honrados
se portan cual me porté.
El retrato de la infame
vuestra cómplice os perdió,
y sin lengua me pidió
que el suyo y mi honor reclame.
Don Carlos de Vargas soy,
que por vuestro crimen es
de Calatrava marqués:
temblad, que ante vos estoy.

D. ÁLVARO No sé temblar... Sorprendido,

sí, me tenéis...

D. CARLOS No lo extraño.
D. ÁLVARO ¿Y usurpar con un engaño

mi amistad, honrado ha sido?
¡Señor marqués!...

D. CARLOS De esta suerte

no me permito
llamar,
que sólo he de titular
después de daros la muerte.

D. ÁLVARO Aconteceros pudiera

sin el título morir.

D. CARLOS Vamos pronto a combatir,

quedemos o dentro o fuera.
Vamos donde mi furor...

D. ÁLVARO Vamos, pues, señor don Carlos,

que si nunca fue a buscarlos,
no evito los lances de honor.
Mas esperad, que en el alma
del que goza de hidalguía,
no es furia la valentía,
y esta obra siempre con calma.
Sabéis que busco la muerte,
que los riesgos solicito,
pero con vos necesito
comportarme de otra suerte;
Y explicaros...

D. CARLOS Es perder

tiempo toda explicación.

D. ÁLVARO No os neguéis a la razón,

que suele funesto ser.
Pues trataron las estrellas
por raros modos de hacernos
amigos, ¿a qué oponernos
a lo que buscaron ellas?
Si nos quisieron unir
de mutuos y altos servicios
con los vínculos propicios,
no fue, no, para reñir.
Tal vez fue para enmendar
la desgracia inevitable,
de que no fui yo culpable.

D. CARLOS ¿Y me osáis recordar?
D. ÁLVARO ¿Teméis que vuestro valor

se disminuya y se asombre,
si halla en su contrario un hombre
de nobleza y pundonor?

D. CARLOS ¡Nobleza un aventurero!

¡Honor un desconocido!
¡¡¡Sin padre, sin apellido,
advenedizo, altanero!!!

D. ÁLVARO ¡Ay, que ese error a la muerte,

por más que lo evite yo,
a vuestro padre arrastró!...
No corráis la misma suerte.
Y que infundados agravios
e insultos no ofenden, muestra
el que está ociosa mi diestra
sin arrancaros los labios.
Si un secreto misterioso
romper hubiera podido.
¡Oh!... cuán diferente sido...

D. CARLOS Guardadlo, no soy curioso.

Que sólo anhelo venganza,
y sangre.

D. ÁLVARO ¿Sangre?... La habrá.
D. CARLOS Salgamos al campo ya.
D. ÁLVARO Salgamos sin más tardanza.

(Deteniéndose.)
Mas, don Carlos... ¡ah! ¿podréis
sospecharme con razón
de falta de corazón?
No, no, que me conocéis.
Si el orgullo, principal
y tan poderoso agente
en las acciones del ente
que se dice racional,
satisfecho tengo ahora,
esfuerzos no he de omitir,
hasta aplacar conseguir
ese furor que os devora.
Pues mucho repugno yo
el desnudar el acero
con el hombre que primero,
dulce amistad me inspiró.
Yo a vuestro padre no herí,
le hirió sólo su destino.
Y yo, a aquel ángel divino,
ni seduje, ni perdí.
Ambos nos están mirando:
desde el cielo: mi inocencia
ven, esa ciega demencia
que os agita, condenando.

D. CARLOS (Turbado.)

¿Pues qué?... ¿Mi hermana?... ¿Leonor?...
(Que con vos aquí no está
lo tengo aclarado ya.)
¿Mas cuándo ha muerto?... ¡Oh furor!

D. ÁLVARO Aquella noche terrible

llevándola yo a un convento,
exánime, y sin aliento,
se trabó un combate horrible
al salir del olivar
entre mis fieles criados
y los vuestros irritados,
y no la pude salvar.
Con tres heridas caí,
y un negro de puro fiel
(fidelidad bien cruel)
veloz me arrancó de allí,
falto de sangre y sentido:
tuvo en Gelves larga cura,
con accesos de locura:
y apenas restablecido
ansioso empecé a indagar
de mi único bien la suerte;
y supe ¡ay Dios! que la muerte
en el oscuro olivar

D. CARLOS (Resuelto.) Basta, imprudente impostor;

¿y os precias de caballero?...
¿Con embrollo tan grosero
queréis calmar mi furor?
Deponed tan necio engaño:
después del funesto día,
en Córdoba con su tía,
mi hermana ha vivido un año.
Dos meses ha que fui yo
a buscarla, y no la hallé.
Pero de cierto indagué
que al verme llegar huyó.
Y el perseguirla he dejado,
porque sabiendo yo allí
que vos estabais aquí,
me llamó mayor cuidado.

D. ÁLVARO (Muy conmovido.)

¡Don Carlos!... ¡Señor!... ¡Amigo!
¡Don Félix!... ¡ah!... Tolerad
que el nombre que en amistad
tan tierno os unió conmigo
use en esta situación.
¡Don Félix!... soy inocente;
bien lo podéis ver patente
en mi nueva agitación.
¡Don Félix!... ¡Don Félix!... ¡ah!...
¿Vive?... ¿Vive?... ¡Oh justo Dios!

D. CARLOS Vive; ¿y qué os importa a vos?

muy pronto no vivirá.

D. ÁLVARO Don Félix, mi amigo; sí.

Pues que vive vuestra hermana
la satisfacción es llana
que debéis tomar de mí.
A buscarla juntos vamos;
muy pronto la encontraremos,
y en santo nudo estrechemos,
la amistad que nos juramos.
¡Oh!... Yo os ofrezco, yo os juro
que no os arrepentiréis,
cuando a conocer lleguéis
mi origen excelso y puro:
Al primer grande español
no le cedo en jerarquía,
en más alta mi hidalguía
que el trono del mismo sol.

D. CARLOS ¿Estáis, don Álvaro, loco?

¿Qué es lo que pensar osáis?
¿Qué proyectos abrigáis?
¿Me tenéis a mí en tan poco?
Ruge entre los dos un mar
de sangre... ¿Yo al matador
de mi padre y de mi honor
pudiera hermano llamar?
¡Oh afrenta! Aunque fuerais rey.
Ni la infame ha de vivir.
No, tras de vos va a morir,
que es de mi venganza ley.
Si a mí vos no me matáis,
al punto la buscaré,
y la misma espada que
con vuestra sangre tiñáis,
en su corazón...

D. ÁLVARO Callad.

Callad... ¿delante de mí
osasteis?...

D. CARLOS Lo juro, sí;

lo juro...

D. ÁLVARO ¿El qué?... Continuad.
D. CARLOS La muerte de la malvada,

en cuanto acabe con vos.

D. ÁLVARO Pues no será, vive Dios,

que tengo brazo y espada.
Vamos... Libertarla anhelo
de su verdugo. Salid.

D. CARLOS A vuestra tumba venid.
D. ÁLVARO Demandad perdón al cielo.

El teatro representa la plaza principal de Veletri; a un lado y otro se ven tiendas y cafés; en medio, puestos de frutas y verduras; al fondo, la guardia del principal, y el centinela paseándose delante del armero; los oficiales en grupos a una parte y otra, y la gente del pueblo cruzando en todas direcciones. EL TENIENTE, EL SUBTENIENTE y PEDRAZA se reunirán a un lado de la escena, mientras los OFICIALES 1.º, 2.º, 3.º y 4.º hablan entre sí, después de leer un edicto que está fijado en una esquina, y que llama la atención de todos

OFICIAL 1º El rey Carlos de Nápoles no se chancea: pena de muerte nada menos.
OFICIAL 2º ¿Cómo pena de muerte?
OFICIAL 3º Hablamos de la ley que se acaba de publicar, y que allí está para que nadie la ignore, sobre desafíos.
OFICIAL 2º Ya, ciertamente es un poco dura.
OFICIAL 3º Yo no sé cómo un rey tan valiente y tan joven puede ser tan severo contra los lances de honor.
OFICIAL 1º Amigo, es que cada uno arrima el ascua a su sardina, y como siempre los desafíos suelen ser entre españoles y napolitanos, y éstos llevan lo peor, el rey que al cabo es rey de Nápoles...
OFICIAL 2º No, esas son fanfarronadas; pues hasta ahora no han llevado siempre lo peor los napolitanos; acordaos del mayor Cariciolo, que despabiló a dos oficiales.
TODOS Eso fue una casualidad.
OFICIAL 1º Lo cierto es que la ley es dura; pena de muerte por batirse, pena de muerte por ser padrino, pena de muerte por llevar cartas; qué sé yo. Pues el primero que caiga...
OFICIAL 2º No, no es tan rigurosa.
OFICIAL 1º ¿Cómo no? Vean ustedes. Leamos otra vez.

(Se acercan a leer el edicto y se adelantan en la escena los otros.)

SUBTENIENTE ¡Hermoso día!
TENIENTE Hermosísimo. Pero pica mucho el sol.
PEDRAZA Buen tiempo para hacer la guerra.
TENIENTE Mejor es para los heridos convalecientes. Yo me siento hoy enteramente bueno de mi brazo.
SUBTENIENTE También parece que el valiente capitán de granaderos del rey está enteramente restablecido. ¡Bien pronto se ha curado!
PEDRAZA ¿Se ha dado ya de alta?
TENIENTE Sí, esta mañana. Está como si tal cosa. Un poco pálido pero fuerte. Hace un rato que lo encontré; iba como hacia la Alameda a dar un paseo con su amigote el ayudante don Félix de Avendaña.
SUBTENIENTE Bien puede estarle agradecido; pues además de haberlo sacado del campo de batalla, le ha salvado la vida con su prolija y esmerada asistencia.
TENIENTE También puede dar gracias a la habilidad del doctor Pérez, que se ha acreditado de ser el mejor cirujano del ejército.
SUBTENIENTE Y no lo perderá; pues según dicen, el ayudante, que es muy rico y generoso, le va a hacer un gran regalo.
PEDRAZA Bien puede; pues según me ha dicho un sargento de mi compañía, andaluz, el tal don Félix está aquí con nombre supuesto, y es un marqués riquísimo de Sevilla.
TODOS ¿De veras? (Se oye ruido; se arremolinan todos mirando hacia el mismo lado)
TENIENTE ¡Hola! ¿Qué alboroto es aquél?
SUBTENIENTE Veamos... Sin duda algún preso. Pero, ¡Dios mío! ¿Qué veo?
PEDRAZA ¿Qué es aquello?
TENIENTE ¿Estoy soñando?... ¿No es el capitán de granaderos del rey el que traen preso?
TODOS No hay duda, es el valiente don Fadrique. (Se agrupan todos sobre el primer bastidor de la derecha, por donde sale el capitán preboste y cuatro granaderos, y en medio de ellos preso sin espada ni sombrero don Álvaro; y atravesando la escena, seguidos por la multitud, entran en el cuerpo de guardia que está al fondo; mientras tanto, se desembaraza el teatro.

(Todos vuelven a la escena, menos Pedraza, que entra en el cuerpo de guardia).

TENIENTE Pero, señor, ¿qué será esto? ¿Preso el militar más valiente, más exacto que tiene el ejército?
SUBTENIENTE Ciertamente es cosa muy rara.
TENIENTE Vamos a averiguar...
SUBTENIENTE Ya viene aquí Pedraza, que sale del cuerpo de guardia, y sabrá algo. Hola, Pedraza, ¿qué ha sido?
PEDRAZA (Señalando al edicto, y se reúne más gente a los cuatro oficiales.)

Muy mala causa tiene. Desafío... El primero que quebranta la ley: desafío y muerte.

TODOS ¡Cómo! ¿Y con quién?
PEDRAZA ¡Caso extrañísimo! El desafío ha sido con el teniente coronel Avendaña.
TODOS ¡Imposible!... ¡Con su amigo!
PEDRAZA Muerto le deja de una estocada detrás del cuartel.
TODOS ¡Muerto!
PEDRAZA Muerto.
OFICIAL 1º Me alegro, que era un botarate.
OFICIAL 2º Un insultante.
TENIENTE ¡Pues señores, la ha hecho buena! Mucho me temo que va a estrenar aquella ley.
TODOS ¡Qué horror!
SUBTENIENTE Será una atrocidad. Debe haber alguna excepción a favor de oficial tan valiente y benemérito.
PEDRAZA Sí, ya está fresco.
TENIENTE El capitán Herreros es con razón el ídolo del ejército. Y yo creo, que el general y el coronel, y los jefes todos, tanto españoles como napolitanos, hablarán al rey... y tal vez...
SUBTENIENTE El rey Carlos es tan testarudo... y como este es el primer caso que ocurre, el mismo día que se ha publicado la ley... No hay esperanza; ¡esta noche misma se juntará el consejo de guerra, y antes de tres días le arcabucean!... Pero, ¿sobre qué habrá sido el lance?
PEDRAZA Yo no sé, nada me han dicho. Lo que es el capitán tiene malas pulgas, y su amigote era un poco caliente de lengua.
OFICIALES 1ºy4º Era un charlatán, un fanfarrón.
SUBTENIENTE En el café han entrado algunos oficiales del regimiento del rey, sabrán sin duda todo el lance; vamos a hablar con ellos.
TODOS Sí, vamos.

El teatro representa el cuarto de un oficial de guardia; se verá a un lado el tabladillo y el colchón, y en medio habrá una mesa y sillas de paja. Entran en la escena

DON ÁLVARO y EL CAPITÁN

CAPITÁN Como la mayor desgracia

juzgo, amigo y compañero,
el estar hoy de servicio
para ser alcaide vuestro.
Resignación, don Fadrique,
tomad una silla os ruego.
(Se sienta don Álvaro.)
Y mientras yo esté de guardia
no miréis este aposento
como prisión... Mas es fuerza,
pues orden precisa tengo,
que dos centinelas ponga
de vista...

D. ÁLVARO Yo os agradezco,

señor, tal cortesanía.
Cumplid, cumplid al momento
con lo que os tienen mandado,
y los centinelas luego
poned... Aunque más seguro
que de hombres y armas en medio,
está el oficial de honor
bajo su palabra... ¡Oh cielos!
(Coloca el capitán dos centinelas:
un soldado entra luces,
y se sientan EL CAPITÁN y
DON ÁLVARO junto a la mesa.)

¿Y en Veletri, qué se dice?
¿Mil necedades diversas
se esparcirán, procurando
explicar mi suerte adversa?

CAPITÁN En Veletri ciertamente

no se habla de otra materia.
Y aunque de aquí separarme
no puedo, como está llena
toda la plaza de gente,
que gran interés demuestra
por vos, a algunos he hablado...

D. ÁLVARO Y bien, ¿qué dicen, qué piensan?
CAPITÁN La amistad íntima todos,

que os enlazaba, recuerdan,
con don Félix... Y las causas
que la hicieron tan estrecha,
y todos dicen...

D. ÁLVARO Entiendo.

Que soy un monstruo, una fiera.
Que a la obligación más santa
he faltado. Que mi ciega
furia ha dado muerte a un hombre,
a cuyo arrojo y nobleza
debí la vida en el campo;
y a cuya nimia asistencia
y esmero debí mi cura,
dentro de su casa mesma.
Al que como tierno hermano...
¡Como hermano!... ¡Suerte horrenda!
¿Cómo hermano?... ¡Debió serlo!
Yace convertido en tierra
por no serlo... ¡Y yo respiro!
¿Y aún el suelo me sustenta?
¡Ay! ¡ay de mí!
(Se da una palmada en la frente,
y queda en la mayor agitación.)

CAPITÁN Perdonadme

si con mis noticias necias...

D. ÁLVARO Yo lo amaba... ¡Ah cuál me aprieta

el corazón una mano
de hierro ardiente! La fuerza
me falta... ¡Oh Dios! ¡Qué bizarro,
con qué noble gentileza
entre un diluvio de balas
se arrojó, viéndome en tierra,
a salvarme de la muerte!
¡Con cuánto afán y terneza
pasó las noches y días
sentado a mi cabecera! (Pausa.)

CAPITÁN Anuló sin duda tales

servicios con un agravio.
Diz que era un poco altanero,
picajoso, temerario;
y un hombre cual vos...

D. ÁLVARO No, amigo;

cuanto de él se diga es falso.
Era un digno caballero
de pensamientos muy altos.
Retóme con razón harta,
y yo también le he matado
con razón. Sí, si aún viviera
fuéramos de nuevo al campo;
él a procurar mi muerte,
yo a esforzarme por matarlo.
O él o yo solo en el mundo.
Pero imposible en él ambos.

CAPITÁN Calmaos, señor don Fadrique:

aún no estáis del todo bueno
de vuestras nobles heridas,
y que os pongáis malo temo.

D. ÁLVARO ¿Por qué no quedé en el campo

de batallla como bueno?
Con honra acabado hubiera.
Y ahora ¡Oh Dios!... la muerte anhelo,
y la tendré... ¿pero cómo?
en un patíbulo horrendo,
por infractor de las leyes,
de horror o de burla objeto.

CAPITÁN ¿Qué decís?... No hemos llegado,

señor, a tan duro extremo;
aún puede haber circunstancias
que justifiquen el duelo,
y entonces...

D. ÁLVARO No, no hay ninguna.

Soy homicida, soy reo.

CAPITÁN Mas según tengo entendido

(ahora de mi regimiento
me lo ha dicho el ayudante),
los generales de acuerdo
con todos los coroneles
han ido sin perder tiempo
a echarse a los pies del rey,
que es benigno, aunque severo,
para pedirle...

D. ÁLVARO (Conmovido.) ¿De veras?

Con el alma lo agradezco,
y el interés de los jefes
me honra y me confunde a un tiempo.
¿Pero por qué han de empeñarse
militares tan excelsos,
en que una excepción se haga
a mi favor, de un decreto
sabio, de una ley tan justa,
a que yo falté el primero?
Sirva mi pronto castigo
para saludable ejemplo.
Muerte, es mi destino, muerte.
Porque la muerte merezco,
porque es para mí la vida
aborrecible tormento.
Mas ¡ay de mí sin ventura!
¿Cuál es la muerte que espero?
La del criminal, sin honra,
¡¡¡en un patíbulo!!!... ¡Cielos!
(Se oye un redoble).

LOS MISMOS y EL SARGENTO

SARGENTO Mi capitán...
CAPITÁN ¿Qué se ofrece?
SARGENTO El mayor...
CAPITÁN Voy al momento. (Vase.)




D. ÁLVARO ¡Leonor! ¡Leonor! Si existes, desdichada,

¡oh qué golpe te espera,
cuando la nueva fiera
te llegue adonde vives retirada,
de que la misma mano,
la mano ¡ay triste! mía,
que te privó de tu padre y de alegría
¡acaba de privarte de un hermano!
No; te ha librado, sí, de un enemigo,
de un verdugo feroz, que por castigo
de que diste en tu pecho
acogida a mi amor, verlo deshecho,
y roto, y palpitante
preparaba anhelante,
y con su brazo mismo
de su venganza hundirte en el abismo.
Respira, sí, respira,
que libre estás de su tremenda ira.
(Pausa.)
¡Ay de mí! Tú vivías,
y yo lejos de ti, muerte buscaba;
y sin remedio las desgracias mías
despechado juzgaba:
mas tú vives, mi cielo,
y aún aguardo un instante de consuelo.
¿Y qué espero? ¡infeliz! de sangre un río
que yo no derramé, serpenteaba
entre los dos; mas ahora el brazo mío
en mar inmenso de tomarlo acaba.
¡Hora de maldición, aciaga hora
fue aquella en que te vi la vez primera
en el soberbio templo de Sevilla,
como un ángel bajado de la esfera,
en donde el trono del Eterno brilla!
¡Qué porvenir dichoso
vio mi imaginación por un momento,
que huyó tan presuroso
como al soplar de repentino viento
las torres de oro, y montes argentinos,
y colosos, y fulgidos follajes
que forman los celajes
en otoño a los rayos matutinos! (Pausa.)
¡Mas en qué espacio vago, en qué regiones
fantásticas! ¿Qué espero?
¡Dentro de breves horas,
lejos de mundanas afecciones
vanas y engañadoras,
iré de Dios al tribunal severo! (Pausa.)
¿Y mis padres?... Mis padres desdichados
aún yacen encerrados
en la prisión horrenda de un castillo
cuando con mis hazañas y proezas
pensaba restaurar su nombre y brillo,
y rescatar sus míseras cabezas.
No me espera más suerte
que como criminal, infame muerte.
(Queda sumergido en el despecho.)

DON ÁLVARO, EL CAPITÁN

CAPITÁN Hola, amigo y compañero...
D. ÁLVARO ¿Vais a darme alguna nueva?

¿Para cuándo convocado
está el consejo de guerra?

CAPITÁN Dicen que esta noche misma

debe reunirse a gran prisa...
De hierro, de hierro tiene
el rey Carlos la cabeza.

D. ÁLVARO Es un valiente soldado,

es un gran rey.

CAPITÁN Mas pudiera

no ser tan tenaz y duro.
Pues nadie, nadie lo apea
en diciendo no.

D. ÁLVARO En los reyes

la debilidad es mengua.

CAPITÁN Los jefes y generales

que hoy en Veletri se encuentran
han estado en cuerpo a verle,
y a rogarle suspendiera
la ley en favor de un hombre
que tantos méritos cuenta
Y todo sin fruto. Carlos,
aun más duro que una peña,
ha dicho que no, resuelto,
y que la ley se obedezca:
mandando que en esta noche
falle el consejo de guerra:
Mas aún quedan esperanzas,
puede ser que el fallo sea

D. ÁLVARO Según la ley. No hay remedio,

injusta otra cosa fuera.

CAPITÁN ¡Pero qué pena tan dura,

tan extraña, tan violenta!...

D. ÁLVARO La muerte. Como cristiano

la sufriré: no me aterra.
Dármela Dios no ha querido
con honra y con fama eterna
en el campo de batalla;
y me la da con afrenta
en un patíbulo infame...
Humilde la aguardo... venga.

CAPITÁN No será acaso... aún veremos...

puede que se arme una gresca
El ejército os adora...
Su agitación es extrema,
y tal vez un alboroto...

D. ÁLVARO Basta ¿qué decís? ¿Tal piensa

quien de militar blasona?
¿El ejército pudiera
faltar a la disciplina,
Ni yo deber mi cabeza
a una rebelión?... No, nunca,
que jamás, jamás suceda
tal desorden por mi causa.

CAPITÁN La ley es atroz, horrenda.
D. ÁLVARO Yo la tengo por muy justa;

forzoso remediar era
un abuso... (Se oye un tambor y dos tiros).

CAPITÁN ¿Qué?
D. ÁLVARO ¿Escuchasteis?
CAPITÁN El desorden ya comienza.

(Se oye gran ruido; tiros, confusión y
cañonazos, que van en aumento hasta el fin del acto.)

LOS MISMOS y EL SARGENTO, que entra muy presuroso

SARGENTO ¡Los alemanes! Los enemigos están en Veletri. ¡Estamos sorprendidos!
VOCES DENTRO ¡A las armas! ¡A las armas!

(Sale el oficial un instante, se aumenta el ruido, y vuelve con la espada desnuda).

CAPITÁN Don Fadrique, escapad: no puedo guardar más vuestra persona; andan los nuestros y los imperiales mezclados por las calles; arde el palacio del rey; hay una confusión espantosa; tomad vuestro partido. Vamos, hijos, a abrirnos paso como valientes, o a morir como españoles.
(Vanse el capitán, los centinelas y el sargento.)
D. ÁLVARO Denme una espada, volaré a la muerte:

y si es vivir mi suerte,
y no la logro en tanto desconcierto,
yo os hago, eterno Dios, voto profundo
de renunciar al mundo,
y de acabar mi vida en un desierto.



FIN DE LA JORNADA CUARTA