Don Álvaro o La fuerza del sino/Jornada quinta

Don Álvaro o La fuerza del sino
de Duque de Rivas
Jornada quinta

Jornada quinta

La escena es en el convento de los Ángeles y sus alrededores.

El teatro representa lo interior del claustro bajo el convento de los Ángeles, que debe ser una galería mezquina alrededor de un patiecillo, con naranjos, adelfas y jazmines. A la izquierda se verá la portería, a la derecha, la escalera. Debe de ser decoración corta, para que detrás estén las otras por su orden. Aparecen el P. GUARDIÁN paseándose gravemente por el proscenio, y leyendo en su breviario, el H. MELITÓN sin manto, arremangado, y repartiendo con su cucharón, de un gran caldero, la sopa, al VIEJO, al COJO, al MANCO, a la MUJER y al grupo de pobres que estará apiñado en la portería.

H. MELITÓN Vamos, silencio y orden, que no están en ningún figón.


MUJER Padre, a mí, a mí.


VIEJO ¿Cuántas raciones quiere, Marica?...


COJO Ya le han dado tres, y no es regular...


H. MELITÓN Callen, y sean humildes, que me duele la cabeza.


MANCO Marica ha tomado tres raciones.


MUJER Y aún voy a tomar cuatro, que tengo seis chiquillos.


H. MELITÓN ¿Y porqué tiene seis chiquillos?... Sea su alma.


MUJER Porque me los ha dado Dios.


H. MELITÓN Si... Dios... Dios... No los tendría si se pasara las noches como yo, rezando el rosario, o dándose disciplina.


P. GUARDIÁN (Con gravedad.) ¡Hermano Melitón!... ¡Hermano Melitón!... ¡Válgame Dios!


H. MELITÓN Padre nuestro, si estos desesperados tienen una fecundidad que asombra.


COJO A mí, P. Melitón, que tengo ahí fuera a mi madre baldada.


H. MELITÓN ¡Hola!... ¿También ha venido hoy la bruja? Pues no nos falta nada.


P. GUARDIÁN ¡Hermano Melitón!


MUJER Mis cuatro raciones.


MANCO A mí antes.


VIEJO A mí.


TODOS A mí, a mí...


H. MELITÓN Váyanse enhoramala, y tengan modo... ¿A que les doy con el cucharón?...


P. GUARDIÁN Caridad, hermano, caridad, que son hijos de Dios.


H. MELITÓN (Sofocado) Tomen, y váyanse...


MUJER Cuando nos daba la guiropa el P. Rafael lo hacía con más modo y con más temor de Dios.


H. MELITÓN Pues llamen al P. Rafael... que no los puedo aguantar ni una semana.


VIEJO Hermano, ¿me quiere dar otro poco de bazofia?....


H. MELITÓN ¡Galopo!... ¿Bazofia llama a la gracia de Dios?


P. GUARDIÁN Caridad y paciencia, hermano Melitón; harto trabajo tienen los pobrecitos.


H. MELITÓN Quisiera yo ver a V. Rma. lidiar con ellos un día, y otro, y otro.


COJO El P. Rafael...


H. MELITÓN No me jeringuen con el P. Rafael... y... tomen las arrebañaduras

(Les reparte los restos del caldero, y lo echa a rodar de una patada.)
y a comerlo al sol.

MUJER Si el P. Rafael quisiera bajar a decirle los Evangelios a mi niño que tiene sisiones...


H. MELITÓN Tráigalo mañana, cuando salga a decir misa el P. Rafael.


COJO Si el P. Rafael quisiera venir a la villa, a curar a mi compañero, que se ha caído.


H. MELITÓN Ahora no es hora de ir a hacer milagros; por la mañanita, por la mañanita con la fresca.


MANCO Si el P. Rafael...
H. MELITÓN (Fuera de sí.) Ea, ea, fuera... al sol... ¡Cómo cunde la semilla de los perdidos! horrio... afuera.

(Los va echando con el cucharón y cierra la portería, volviendo luego muy sofocado y cansado donde está el Guardián).



EL PADRE GUARDIÁN y EL HERMANO MELITÓN


H. MELITÓN No hay paciencia que baste, Padre nuestro.
P. GUARDIÁN Me parece, hermano Melitón, que no os ha dotado el Señor con gran cantidad de ella. Considere que en dar de comer a los pobres de Dios desempeña un ejercicio de que se honraría un ángel.
H. MELITÓN Yo quisiera ver a un ángel en mi lugar siquiera tres días... puede ser que de cada guantada...
P. GUARDIÁN No diga disparates.
H. MELITÓN Pues si es verdad. Yo lo hago con mucho gusto, eso es otra cosa. Y bendito sea el Señor, que nos da bastante para que nuestras sobras sirvan de sustento a los pobres. Pero es preciso enseñarles los dientes. Viene entre ellos mucho pillo... Los que están tullidos y viejos vengan enhorabuena, y les daré hasta mi ración, el día que no tenga mucha hambre; pero jastiales, que pueden derribar a puñadas un castillo, váyanse a trabajar. Y hay algunos tan insolentes... hasta llaman bazofia a la gracia de Dios... Lo mismo que restregarme siempre por los hocicos al P. Rafael; toma si nos daba más, daca si tenía mejor modo, toma si era más caritativo, vuelta si no metía tanta prisa. Pues a fe, a fe, que el bendito P. Rafael a los ocho días se hartó de pobres y de guiropa, y se metió en su celda, y aquí quedó el H. Melitón. Y por cierto no sé por qué esta canalla dice que tengo mal genio. Pues el P. Rafael también tiene su piedra en el rollo, y sus prontos, y sus ratos de murria como cada cual.
P. GUARDIÁN Basta, hermano, basta. El P. Rafael no podía, teniendo que cuidar el altar, y que asistir al coro, entender en el repartimiento de la limosna: ni éste ha sido nunca encargo de un religioso antiguo, sino incumbencia del portero... ¿Me entiende?... Y H. Melitón, tenga más humildad, y no se ofenda cuando prefieran al P. Rafael, que es un siervo de Dios a quien todos debemos imitar.
H. MELITÓN Yo no me ofendo de que prefieran al P. Rafael. Lo que digo es que tiene su genio. Y a mí me quiere mucho, padre nuestro, y echamos nuestras manos de conversación. Pero tiene de cuando en cuando unas salidas, y se da unas palmadas en la frente.... y habla solo, y hace visajes como si viera algún espíritu.
P. GUARDIÁN Las penitencias, los ayunos...
H. MELITÓN Tiene cosas muy raras. El otro día estaba cavando en la huerta, y tan pálido y tan desemejado, que le dije en broma: Padre, parece un mulato; y me echó una mirada, y cerró el puño, y aún lo enarboló de modo que parecía que me iba a tragar. Pero se contuvo, se echó la capucha y desapareció; digo, se marchó de allí a buen paso.
P. GUARDIÁN Ya.
H. MELITÓN Pues el día que fue a Hornachuelos a auxiliar a su alcalde, cuando estaba en toda su furia aquella tormenta en que nos cayó la centella sobre el campanario, al verlo yo salir sin cuidarse del aguacero, ni de los truenos que hacían temblar estas montañas, le dije por broma que parecía entre los riscos un indio bravo: y me dio un berrido que me aturrulló... Y como vino al convento de un modo tan raro, y nadie lo viene nunca a ver, ni sabemos dónde nació...
P. GUARDIÁN Hermano, no haga juicios temerarios. Nada tiene de particular eso, ni el modo con que vino a esta casa el P. Rafael es tan raro como dice. El Padre limosnero que venía de Palma, se lo encontró muy mal herido en los encinares de Escalona, junto al camino de Sevilla, víctima sin duda de los salteadores, que nunca faltan en semejante sitio; y lo trajo al convento, donde Dios sin duda le inspiró la vocación de tomar nuestro santo escapulario, como lo verificó en cuanto se vio restablecido, y pronto hará cuatro años. Esto no tiene nada de particular.
H. MELITÓN Ya, eso sí... Pero, la verdad, siempre que lo miro me acuerdo de aquello que V. Rma. nos ha contado muchas veces, y también se nos ha leído en el refectorio, de cuando se hizo fraile de nuestra orden el demonio, y que estuvo allá en un convento algunos meses. Y se me ocurre si el P. Rafael será alguna cosa así... pues tiene unos repentes, una fuerza, y un mirar de ojos...
P. GUARDIÁN Es cierto, hermano mío; así consta de nuestras crónicas, y está consignado en nuestros archivos. Pero, además de que rara vez se repiten tales milagros, entonces el Guardián de aquel convento en que ocurrió el prodigio, tuvo una revelación que le previno de todo. Y lo que es yo, hermano mío, no he tenido hasta ahora ninguna. Con que tranquilícese, y no caiga en la tentación de sospechar del P. RAFAEL.
H. MELITÓN Yo, nada sospecho.
P. GUARDIÁN Le aseguro que no he tenido revelación.
H. MELITÓN Ya, pues, entonces... Pero tiene muchas rarezas el P. RAFAEL.
P. GUARDIÁN Los desengaños del mundo, las tribulaciones... Y luego, el retiro con que vive, las continuas penitencias...

(Suena la campanilla de la portería.) Vaya a ver quién llama.

H. MELITÓN ¿A que son otra vez los pobres? Pues ya está limpio el caldero...

(Suena otra vez la campanilla.)
No hay más limosna; se acabó por hoy, se acabó.
(Suena otra vez la campanilla.)

P. GUARDIÁN Abra, hermano, abra la puerta.

(Vase.) (Abre el lego la portería.)

EL H. MELITÓN y DON ALFONSO vestido de monje, que sale embozado


D. ALFONSO (Con muy mal modo, y sin desembozarse).

De esperar me he puesto cano.
¿Sois vos por dicha el portero?

H. MELITÓN Tonto es este caballero. (Aparte.)

Pues que abrí la puerta es llano. (Alto.)
Y aunque de portero estoy,
no me busque las cosquillas,
que padre de campanillas
con olor de santo soy.

D. ALFONSO ¿El Padre Rafael está?

Tengo que verme con él.

H. MELITÓN ¡Otro Padre Rafael! (Aparte.)

Amostazándome va.

D. ALFONSO Responda pronto.
H. MELITÓN (Con miedo.) Al momento.

Padres Rafaeles... hay dos.
¿Con cuál queréis hablar vos?

D. ALFONSO Para mí mas que haya ciento.

El Padre Rafael... (Muy enfadado.)

H. MELITÓN ¿El gordo?

¿El natural de Porcuna?
No os oirá cosa ninguna,
que es como una tapia sordo.
Y desde el pasado invierno
en la cama está tullido;
noventa años ha cumplido.
El otro es...

D. ALFONSO El del infierno.
H. MELITÓN Pues ahora caigo en quién es:

el alto, adusto, moreno,
ojos vivos, rostro lleno...

D. ALFONSO Llevadme a su celda, pues.
H. MELITÓN Daréle aviso primero,

porque si está en oración,
disturbarle no es razón...
¿Y quién diré?

D. ALFONSO Un caballero.
H. MELITÓN (Yéndose hacia la escalera muy lentamente, dice aparte.)

¡Caramba!... ¡Qué raro gesto!
Me da malísima espina,
y me huele a chamusquina

D. ALFONSO (Muy irritado.)

¿Qué aguarda? Subamos presto.

(El Hermano se asusta y sube la escalera,
y detrás de él DON ALFONSO.)

El teatro representa la celda de un franciscano. Una tarima con una estera a un lado, un vasar con una jarra y vasos, un estante con libros, estampas, disciplinas y cilicios colgados. Una especie de oratorio pobre, y en su mesa una calavera, DON ÁLVARO, vestido de fraile franciscano, aparece de rodillas en profunda oración mental

DON ÁLVARO y EL H. MELITÓN


H. MELITÓN ¡Padre, Padre! (Dentro.)
D. ÁLVARO (Levantándose.) ¿Qué se ofrece?

Entre, Hermano Melitón.

H. MELITÓN Padre, aquí os busca un matón (Entra.)

que muy ternejal parece.

D. ÁLVARO (Receloso.)

¿Quién, hermano?... ¿A mí?... ¿Su nombre?

H. MELITÓN Lo ignoro; muy altanero.

dice que es un caballero,
y me parece un mal hombre.
Él muy bien portado viene,
y en un andaluz rocín;
pero un genio muy ruin,
y un tono muy duro tiene.

D. ÁLVARO Entre al momento quien sea.
H. MELITÓN No es un pecador contrito.

Se quedará tamañito (Aparte.)
al instante que lo vea. (Vase.)

D. ÁLVARO ¿Quién podrá ser?... No lo acierto.

Nadie, en estos cuatro años,
que huyendo de los engaños
del mundo, habito el desierto,
con este sayal cubierto,
ha mi quietud disturbado.
¿Y hoy un caballero osado
a mi celda se aproxima?
¿Me traerá nuevas de Lima?
¡Santo Dios!... ¡Qué he recordado!

DON ÁLVARO y DON ALFONSO que entra sin desembozarse,
reconoce en un momento la celda, y luego cierra la puerta por dentro, y echa el pestillo

D. ALFONSO ¿Me conocéis?
D. ÁLVARO No, señor.
D. ALFONSO ¿No veis en mis ademanes

rasgo alguno que os recuerde
de otro tiempo y de otros males?
¿No palpita vuestro pecho,
no se hiela vuestra sangre,
no se anonada y confunde
vuestro corazón cobarde
con mi presencia?... O por dicha,
¿es tan sincero, es tan grande,
tal vuestro arrepentimiento,
que ya no se acuerda el Padre
Rafael, de aquel indiano
don Álvaro, del constante
azote de una familia
que tanto en el mundo vale?
¿Tembláis y bajáis los ojos?
Alzadlos, pues, y miradme.
(Descubriéndose el rostro y mostrándoselo.)

D. ÁLVARO ¡O Dios!... ¡Qué veo! ¡Dios mío!

¿Pueden mis ojos burlarme?
¡Del marqués de Calatrava
viendo estoy la viva imagen!

D. ALFONSO Basta, que ya está dicho todo.

De mi hermano y de mi padre
me está pidiendo venganza
en altas voces la sangre.
Cinco años ha que recorro
con dilatados viajes
el mundo, para buscaros;
y aunque ha sido todo en balde,
el cielo (que nunca impunes
deja las atrocidades
de un monstruo, de un asesino
de un seductor, de un infame),
por un imprevisto acaso
quiso por fin indicarme
el asilo donde está a salvo
de mi furor os juzgaste.
Fuera el mataros inerme
indigno de mi linaje.
Fuiste valiente, robusto
aún estáis para un combate:
Armas no tenéis, lo veo,
yo dos espadas iguales
traigo conmigo, son éstas;
(Se desemboza y saca dos espadas)
elegid la que os agrade.

D. ÁLVARO (Con gran calma, pero sin orgullo.)

Entiendo, joven, entiendo,
sin que escucharos me pasme,
porque he vivido en el mundo
y apurado sus afanes.
De los vanos pensamientos
que en este punto en vos arden,
también el juguete he sido;
quiera el Señor perdonarme.
Víctima de mis pasiones,
conozco todo el alcance
de su influjo, y compadezco
al mortal a quien combaten.
Mas ya sus borrascas miro
como el náufrago, que sale
por un milagro a la orilla,
y jamás torna a embarcarse.
Este sayal que me viste,
esta celda miserable,
este yermo, adonde acaso
Dios por vuestro bien os trae,
desengaños os presentan
para calmaros bastantes;
y mas os responden mudos
que pueden labios mortales.
Aquí de mis muchas culpas,
que son ¡ay de mí! harto grandes,
pido a Dios misericordia:
que la consiga dejadme.

D. ALFONSO ¿Dejaros?... ¿quién?... ¿Yo dejaros

sin ver vuestra sangre impura
vertida por esta espada
que arde en mis manos desnuda?
Pues esta celda, el desierto,
ese sayo, esa capucha,
ni a un vil hipócrita guardan,
ni a un cobarde infame escudan.

D. ÁLVARO ¿Qué decís?... ¡ Ah!... (Furioso.)

(Reportándose). ¡No, Dios mío!...
En la garganta se anuda
mi lengua... ¡Señor!... esfuerzo
me dé vuestra santa ayuda.
Los insultos y amenazas (Repuesto.)
que vuestros labios pronuncian
no tienen para conmigo
poder ni fuerza ninguna.
Antes como caballero
supe vengar las injurias-
hoy humilde religioso
darles perdón y disculpa.
Pues veis cuál es ya mi estado,
y, si sois sagaz, la lucha
que conmigo estoy sufriendo,
templad vuestra saña injusta.
Respetad este vestido,
compadeced mis angustias,
y perdonad generoso
ofensas que están en duda.
(Con gran conmoción.)
¡Sí, hermano, hermano!

D. ALFONSO ¿Qué nombre

osáis pronunciar?

D. ÁLVARO ¡Ah!...
D. ALFONSO Una

sola hermana me dejasteis,
perdida, y sin honra... ¡Oh furia!

D. ÁLVARO ¡Mi Leonor! ¡Ah! No sin honra,

un religioso os lo jura.
Leonor... ¡Ay! La que absorbía
toda mi existencia junta! (En delirio)
La que en mi pecho, por siempre...
por siempre, sí, sí... que aún dura...
una pasión... ¿Y qué, vive?
¿Sabéis vos noticias suyas?...
Decid que me ama, y matadme,
decidme... ¡Oh Dios!... ¿me rehúsa
(Aterrado.)
vuestra gracia sus auxilios?
¿De nuevo el triunfo asegura
el infierno, y se desploma
mi alma en su sima profunda?
¡Misericordia!... Y vos, hombre
o ilusión, ¿sois por ventura
un tentador que renueva
mis criminales angustias
para perderme?... ¡Dios mío!

D. ALFONSO (Resuelto.) De estas dos espadas, una

tomad, don Álvaro, luego,
tomad: que en vano procura
vuestra infame cobardía
darle treguas a mi furia.
Tomad...

D. ÁLVARO (Retirándose.) No, que aún fortaleza

para resistir la lucha
de las mundanas pasiones
me da Dios con bondad suma.
¡Ah! si mis remordimientos,
mis lágrimas, mis confusas
palabras, no son bastante
para aplacaros; si escucha
mi arrepentimiento humilde
sin caridad vuestra furia,
(Arrodíllase.)
prosternado a vuestras plantas
vedme, cual persona alguna
jamás me vio...

D. ALFONSO (Con desprecio.) Un caballero

no hace tal infamia nunca.
Quien sois bien claro publica
vuestra actitud, y la inmunda
mancha que hay en vuestro escudo.

D. ÁLVARO (Levantándose con furor.)

¿Mancha?... y ¿cuál?... ¿cuál?

D. ALFONSO ¿Os asusta?
D. ÁLVARO Mi escudo es como el sol limpio,

como el sol.

D. ALFONSO ¿Y no lo anubla

ningún cuartel de mulato
¿De sangre mezclada, impura...?

D. ÁLVARO (Fuera de sí.)

¡Vos mentís, mentís, infame!
Venga el acero: mi furia
(Toca el pomo de una de las espadas)
os arrancará la lengua,
que mi clara estirpe insulta.
Vamos.

D. ALFONSO Vamos.
D. ÁLVARO (Reportándose.) No... no triunfa

tampoco con esta industria
de mi constancia el infierno.
Retiraos, señor:

D. ALFONSO (Furioso.) ¿Te burlas

de mí, inicuo? Pues cobarde
combatir conmigo excusas,
no excusarás mi venganza.
Me basta la afrenta tuya:
toma. (Le da una bofetada.)
(Furioso y recobrando toda su energía)

D. ÁLVARO ¿Qué hiciste? ¡¡¡insensato!!!

ya tu sentencia es segura:
hora es de muerte, de muerte.
El infierno me confunda.

(Salen ambos precipitados)

El teatro representa el mismo claustro bajo que en las primeras escenas de esta jornada.
EL H. MELITÓN saldrá por un lado, y como bajando la escalera:
DON ÁLVARO y DON ALFONSO, embozado en su capa con gran precipitación



H. MELITÓN (Saliéndole al paso.) ¿Adónde bueno?
DON ÁLVARO (Con voz terrible.) Abra la puerta.
H. MELITÓN La tarde está tempestuosa, va a llover a mares.
DON ÁLVARO Abra la puerta.
H. MELITÓN (Yendo hacia la puerta.) ¡Jesús!...

Hoy estarnos de marea alta...
ya voy...
¿quiere que le acompañe?...
¿hay algún enfermo de peligro en el cortijo?...

DON ÁLVARO La puerta pronto.
H. MELITÓN (Abriendo la puerta.) ¿Va el padre a Hornachuelos?
DON ÁLVARO (Saliendo con don Alfonso.) Voy al infierno.
(Queda el H. MELITÓN asustado.)


H. MELITÓN ¡Al infierno!... ¡buen viaje!

También que era del infierno
dijo, para mi gobierno,
aquel nuevo personaje.
¡Jesús, y qué caras tan!...
Me temo que mis sospechas
han de quedar satisfechas.
Voy a ver por dónde van.
(Se acerca a la portería y dice como admirado:)
¡Mi gran Padre San Francisco
me valga!... Van por la sierra,
sin tocar con el pie en tierra,
saltando de risco en risco.
Y el jaco los sigue en pos
como un perrillo faldero.
Calla... hacia el despeñadero
de la ermita van los dos.
(Asomándose a la puerta con gran afán: a voces).
¡Hola!... ¡Hermanos!... ¡Hola!... ¡Digo!...
No lleguen al paredón,
miren que hay excomunión.
Que Dios les va a dar castigo.
(Vuelve a la escena).
No me oyen, vano es gritar.
Demonios son, es patente.
Con el santo penitente
sin duda van a cargar.
¡El Padre, el Padre Rafael!...
Si quien piensa mal, acierta.
Atrancaré bien la puerta...
pues tengo un miedo cruel.
(Cierra la puerta.)
Un olorcillo han dejado
de azufre... Voy a tocar
las campanas.
(Vase por un lado, y luego vuelve por otro como con gran miedo).
Avisar
será mejor al prelado.
Sepa que en esta ocasión,
aunque refunfuñe luego,
no el Padre Guardián, el lego
tuvo revelación. (Vase.)

El teatro representa un valle rodeado de riscos inaccesibles y de malezas, atravesado por un arroyuelo.
Sobre un peñasco accesible con dificultad, y colocado al fondo, habrá una medio gruta, medio ermita con puerta practicable,
y una campana que pueda sonar y tocarse desde dentro; el cielo representará el ponerse el sol de un día borrascoso,
se irá oscureciendo lentamente la escena y aumentándose los truenos y relámpagos,
DON ÁLVARO y DON ALFONSO salen por un lado



D. ALFONSO De aquí no hemos de pasar.
D. ÁLVARO No, que tras de estos tapiales,

bien sin ser vistos, podemos
terminar nuestro combate.
Y aunque en hollar este sitio
cometo un crimen muy grande,
hoy es de crímenes día,
y todos han de apurarse.
De uno de los dos la tumba
se está abriendo en este instante.

D. ALFONSO Pues no perdamos más tiempo,

y que las espadas hablen.

D. ÁLVARO Vamos: mas antes es fuerza

que un gran secreto os declare,
pues que de uno de nosotros
es la muerte irrevocable:
y si yo caigo es forzoso
que sepáis en este trance
a quién habéis dado muerte,
que puede ser importante.

D. ALFONSO Vuestro secreto no ignoro.

Y era el mejor de mis planes
(para la sed de venganza
saciar que en mis venas arde)
después de heriros de muerte
daros noticias tan grandes,
tan impensadas y alegres,
de tan feliz desenlace,
que al despecho de saberlas,
de la tumba en los umbrales,
cuando no hubiese remedio,
cuando todo fuera en balde,
el fin espantoso os diera,
digno de vuestras maldades.

D. ÁLVARO Hombre, fantasma o demonio,

que ha tomado humana carne
para hundirme en los infiernos,
para perderme... ¿qué sabes?...

D. ALFONSO Corrí el nuevo mundo... ¿tiemblas?

vengo de Lima... esto baste.

D. ÁLVARO No basta, que es imposible

que saber quién soy lograses.

D. ALFONSO De aquel virrey fementido

que (pensando aprovecharse
de los trastornos y guerras,
de los disturbios y males
que la sucesión al trono
trajo a España) formó planes
de tomar su virreinato
en imperio, y coronarse,
casando con la heredera
última de aquel linaje
de los Incas (que en lo antiguo,
del mar del Sur a los Andes
fueron los emperadores)
eres hijo. -De tu padre,
las traiciones descubiertas,
aún a tiempo de evitarse,
con su esposa, en cuyo seno
eras tú ya peso grave,
huyó a los montes, alzando
entre los indios salvajes
de traición y rebeldía
al sacrílego estandarte.
No los ayudó la fortuna,
pues los condujo a la cárcel
de Lima, do tú naciste...
(Hace extremos de indignación y sorpresa DON ÁLVARO.)
Oye espera hasta que acabe.
El triunfo del rey Felipe
y su clemencia notable,
suspendieron la cuchilla
que ya amagaba a tus padres;
y en una prisión perpetua
convirtió el suplicio infame.
Tú entre los indios creciste,
como fiera te educaste,
y viniste ya mancebo
con oro y con favor grande,
a buscar completo indulto
para tus traidores padres.
Mas no, que viniste sólo
para asesinar cobarde,
para seducir inicuo,
y para que yo te mate.

D. ÁLVARO Vamos a probarlo al punto. (Despechado).
D. ALFONSO Ahora tienes que escucharme.

Que has de apurar, vive el cielo,
hasta las heces el cáliz.
Y si, por ser mi destino,
consiguieses el matarme,
quiero allá en tu aleve pecho
todo un infierno dejarte.
El rey benéfico acaba
de perdonar a tus padres.
Ya están libres y repuestos
en honras y dignidades.
La gracia alcanzó tu tío,
que goza favor notable,
y andan todos tus parientes
afanados por buscarte
para que tenga heredero...

D. ÁLVARO (Muy turbado y fuera de sí.)

Ya me habéis dicho bastante...
No sé dónde estoy, ¡o cielos!...
Si es cierto, si son verdades
las noticias que dijisteis...
(Enternecido y confuso.)
¡Todo puede repararse!
Si Leonor existe, todo:
¿veis lo ilustre de mi sangre?
¿Veis...

D. ALFONSO Con sumo gozo veo

que estáis ciego y delirante.
¿Qué es reparación?... Del mundo
amor, gloria, dignidades
no son para vos... Los votos
religiosos e inmutables
que os ligan a este desierto,
esa capucha, ese traje,
capucha y traje que encubren
a un desertor, que al infame
suplicio escapó en Italia,
de todo incapaz os hacen.
Oye cual truena indignado (Truena.)
contra ti el cielo... Esta tarde
completísimo es mi triunfo.
Un sol hermoso y radiante
te he descubierto, y de un soplo
luego he sabido apagarle.

D. ÁLVARO (Volviendo al furor).

¿Eres monstruo del infierno,
prodigio de atrocidades?

D. ALFONSO Soy un hombre rencoroso

que tomar venganza sabe.
Y porque sea más completa,
te digo que no te jactes
de noble... eres un mestizo
fruto de traiciones.

D. ÁLVARO (En el extremo de la desesperación.) Baste.

¡Muerte y exterminio! ¡Muerte
para los dos! Yo matarme
sabré, en teniendo el consuelo
de beber tu inicua sangre.
(Toma la espada, combaten y cae herido DON ALFONSO.)

DON ALFONSO Ya lo conseguiste...

¡Dios mío! ¡Confesión!
Soy cristiano... Perdonadme... Salva mi alma...

DON ÁLVARO (Suelta la espada y queda como petrificado.)

¡Cielos!... ¡Dios mío!...
¡Santa Madre de los Ángeles!...
¡Mis manos tintas en sangre...
en sangre de Vargas!...

DON ALFONSO ¡Confesión! ¡Confesión!...

Conozco mi crimen y me arrepiento...
Salvad mi alma, vos que sois ministro del Señor...

DON ÁLVARO (Aterrado.)

¡No, yo no soy más que un réprobo,
presa infeliz del demonio!
Mis palabras sacrílegas aumentarían vuestra condenación.
Estoy manchado de sangre, estoy irregular...
Pedid a Dios misericordia...
Y... esperad... cerca vive un santo penitente...
podrá absolveros...
Pero está prohibido acercarse a su mansión...
¿Qué importa?: yo que he roto todos los vínculos,
que he hollado todas las obligaciones...

DON ALFONSO ¡Ah! por caridad, por caridad...
DON ÁLVARO Sí; voy a llamarlo... al punto...
DON ALFONSO Apresuraos, Padre... ¡Dios mío!

(DON ÁLVARO corre a la ermita y golpea la puerta).

DOÑA LEONOR (Dentro.) ¿Quién se atreve a llamar a esta puerta?

Respetad este asilo.

DON ÁLVARO Hermano, es necesario salvar un alma, socorrer a un moribundo:

venid a darle el auxilio espiritual.

DOÑA LEONOR (Dentro.) Imposible, no puedo, retiraos.
DON ÁLVARO Hermano, por el amor de Dios.
DOÑA LEONOR (Dentro.) No, no, retiraos.
DON ÁLVARO Es indispensable, vamos. (Golpea fuertemente la puerta)
DOÑA LEONOR (Dentro, tocando la campanilla).

¡Socorro! ¡Socorro!

Los MISMOS y DOÑA LEONOR, vestida con un saco, y esparcidos los cabellos,
pálida y desfigurada, aparece a la puerta de la gruta, y se oye repicar a lo lejos las campanas del convento



DOÑA LEONOR Huid, temerario; temed la ira del cielo.
DON ÁLVARO (Retrocediendo horrorizado por la montaña abajo.)

¡Una mujer!... ¡Cielos!... ¡Qué acento!... ¡Es un espectro!...
Imagen adorada... ¡Leonor ¡Leonor!

DON ALFONSO (Como queriéndose incorporar.)

¡Leonor!... ¿Qué escucho? ¡Mi hermana!

DOÑA LEONOR (Corriendo detrás de don Álvaro.)

¡Dios mío! ¿Es don Álvaro?... Conozco su voz... Él es... ¡Don Álvaro!

DON ALFONSO ¡O furia! Ella es... ¡Estaba aquí con su seductor!...

¡Hipócritas!... ¡Leonor!!!

DOÑA LEONOR ¡Cielos!... ¡Otra voz conocida!... ¿Mas qué veo?...

(Se precipita hacia donde ve a DON ALFONSO.)

DON ALFONSO ¡Ves al último de tu infeliz familia!
DOÑA LEONOR (Precipitándose en los brazos de su hermano.)

¡Hermano mío!... ¡Alfonso!

DON ALFONSO (Hace un esfuerzo, saca un puñal, y hiere de muerte a Leonor.)

Toma, causa de tantos desastres, recibe el premio de tu deshonra...
Muero vengado. (Muere.)

DON ÁLVARO ¡Desdichado!... ¿Qué hiciste?... ¡Leonor! ¿Eras tú?...

¿Tan cerca de mí estabas?... ¡Ay!
(Sin osar acercarse a los cadáveres.)
Aún respira... aún palpita aquel corazón todo mío...
Ángel de mi vida... vive, vive... yo te adoro...
¡Te hallé, por fin... sí, te hallé... muerta! (Queda inmóvil.)

Hay un rato de silencio; los truenos resuenan más fuertes que nunca,
crecen los relámpagos, y se oye cantar a lo lejos el Miserere a la comunidad, que se acerca lentamente


VOZ DENTRO Aquí, aquí; ¡qué horror!

(DON ÁLVARO vuelve en sí, y luego huye hacia la montaña.
-Sale el P. GUARDIÁN con la comunidad, que queda asombrada.)

P. GUARDIÁN ¡Dios mío!...

¡Sangre derramada! ¡Cadáveres!...
¡La mujer penitente!

TODOS LOS FRAILES Una mujer!... ¡Cielos!


P. GUARDIÁN ¡Padre Rafael!
DON ÁLVARO (Desde un risco, con sonrisa diabólica, todo convulso, dice:)

Busca, imbécil, al P. Rafael...
Yo soy un enviado del infierno,
soy el demonio exterminador...
Huid, miserables.

TODOS ¡Jesús, Jesús!
DON ÁLVARO Infierno, abre tu boca y trágame.

Húndase el cielo, perezca la raza humana;
exterminio, destrucción...
(Sube a lo más alto del monte y se precipita.)

P. GUARDIÁN Y LOS FRAILES (Aterrados y en actitudes diversas.)

¡Misericordia,
Señor! ¡Misericordia!

Madrid, año de 1835



FIN DEL DRAMA