Don Álvaro o La fuerza del sino/Jornada quinta
Jornada quinta
La escena es en el convento de los Ángeles y sus alrededores.
El teatro representa lo interior del claustro bajo el convento de los Ángeles, que debe ser una galería mezquina alrededor de un patiecillo, con naranjos, adelfas y jazmines. A la izquierda se verá la portería, a la derecha, la escalera. Debe de ser decoración corta, para que detrás estén las otras por su orden. Aparecen el P. GUARDIÁN paseándose gravemente por el proscenio, y leyendo en su breviario, el H. MELITÓN sin manto, arremangado, y repartiendo con su cucharón, de un gran caldero, la sopa, al VIEJO, al COJO, al MANCO, a la MUJER y al grupo de pobres que estará apiñado en la portería.
H. MELITÓN | Vamos, silencio y orden, que no están en ningún figón.
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MUJER | Padre, a mí, a mí.
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VIEJO | ¿Cuántas raciones quiere, Marica?...
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COJO | Ya le han dado tres, y no es regular...
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H. MELITÓN | Callen, y sean humildes, que me duele la cabeza.
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MANCO | Marica ha tomado tres raciones.
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MUJER | Y aún voy a tomar cuatro, que tengo seis chiquillos.
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H. MELITÓN | ¿Y porqué tiene seis chiquillos?... Sea su alma.
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MUJER | Porque me los ha dado Dios.
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H. MELITÓN | Si... Dios... Dios... No los tendría si se pasara las noches como yo, rezando el rosario, o dándose disciplina.
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P. GUARDIÁN | (Con gravedad.) ¡Hermano Melitón!... ¡Hermano Melitón!... ¡Válgame Dios!
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H. MELITÓN | Padre nuestro, si estos desesperados tienen una fecundidad que asombra.
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COJO | A mí, P. Melitón, que tengo ahí fuera a mi madre baldada.
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H. MELITÓN | ¡Hola!... ¿También ha venido hoy la bruja? Pues no nos falta nada.
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P. GUARDIÁN | ¡Hermano Melitón!
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MUJER | Mis cuatro raciones.
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MANCO | A mí antes.
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VIEJO | A mí.
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TODOS | A mí, a mí...
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H. MELITÓN | Váyanse enhoramala, y tengan modo... ¿A que les doy con el cucharón?...
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P. GUARDIÁN | Caridad, hermano, caridad, que son hijos de Dios.
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H. MELITÓN | (Sofocado) Tomen, y váyanse...
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MUJER | Cuando nos daba la guiropa el P. Rafael lo hacía con más modo y con más temor de Dios.
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H. MELITÓN | Pues llamen al P. Rafael... que no los puedo aguantar ni una semana.
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VIEJO | Hermano, ¿me quiere dar otro poco de bazofia?....
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H. MELITÓN | ¡Galopo!... ¿Bazofia llama a la gracia de Dios?
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P. GUARDIÁN | Caridad y paciencia, hermano Melitón; harto trabajo tienen los pobrecitos.
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H. MELITÓN | Quisiera yo ver a V. Rma. lidiar con ellos un día, y otro, y otro.
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COJO | El P. Rafael...
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H. MELITÓN | No me jeringuen con el P. Rafael... y... tomen las arrebañaduras (Les reparte los restos del caldero, y lo echa a rodar de una patada.) |
MUJER | Si el P. Rafael quisiera bajar a decirle los Evangelios a mi niño que tiene sisiones...
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H. MELITÓN | Tráigalo mañana, cuando salga a decir misa el P. Rafael.
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COJO | Si el P. Rafael quisiera venir a la villa, a curar a mi compañero, que se ha caído.
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H. MELITÓN | Ahora no es hora de ir a hacer milagros; por la mañanita, por la mañanita con la fresca.
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MANCO | Si el P. Rafael... |
H. MELITÓN | (Fuera de sí.) Ea, ea, fuera... al sol... ¡Cómo cunde la semilla de los perdidos! horrio... afuera. (Los va echando con el cucharón y cierra la portería, volviendo luego muy sofocado y cansado donde está el Guardián). |
H. MELITÓN | No hay paciencia que baste, Padre nuestro. |
P. GUARDIÁN | Me parece, hermano Melitón, que no os ha dotado el Señor con gran cantidad de ella. Considere que en dar de comer a los pobres de Dios desempeña un ejercicio de que se honraría un ángel. |
H. MELITÓN | Yo quisiera ver a un ángel en mi lugar siquiera tres días... puede ser que de cada guantada... |
P. GUARDIÁN | No diga disparates. |
H. MELITÓN | Pues si es verdad. Yo lo hago con mucho gusto, eso es otra cosa. Y bendito sea el Señor, que nos da bastante para que nuestras sobras sirvan de sustento a los pobres. Pero es preciso enseñarles los dientes. Viene entre ellos mucho pillo... Los que están tullidos y viejos vengan enhorabuena, y les daré hasta mi ración, el día que no tenga mucha hambre; pero jastiales, que pueden derribar a puñadas un castillo, váyanse a trabajar. Y hay algunos tan insolentes... hasta llaman bazofia a la gracia de Dios... Lo mismo que restregarme siempre por los hocicos al P. Rafael; toma si nos daba más, daca si tenía mejor modo, toma si era más caritativo, vuelta si no metía tanta prisa. Pues a fe, a fe, que el bendito P. Rafael a los ocho días se hartó de pobres y de guiropa, y se metió en su celda, y aquí quedó el H. Melitón. Y por cierto no sé por qué esta canalla dice que tengo mal genio. Pues el P. Rafael también tiene su piedra en el rollo, y sus prontos, y sus ratos de murria como cada cual. |
P. GUARDIÁN | Basta, hermano, basta. El P. Rafael no podía, teniendo que cuidar el altar, y que asistir al coro, entender en el repartimiento de la limosna: ni éste ha sido nunca encargo de un religioso antiguo, sino incumbencia del portero... ¿Me entiende?... Y H. Melitón, tenga más humildad, y no se ofenda cuando prefieran al P. Rafael, que es un siervo de Dios a quien todos debemos imitar. |
H. MELITÓN | Yo no me ofendo de que prefieran al P. Rafael. Lo que digo es que tiene su genio. Y a mí me quiere mucho, padre nuestro, y echamos nuestras manos de conversación. Pero tiene de cuando en cuando unas salidas, y se da unas palmadas en la frente.... y habla solo, y hace visajes como si viera algún espíritu. |
P. GUARDIÁN | Las penitencias, los ayunos... |
H. MELITÓN | Tiene cosas muy raras. El otro día estaba cavando en la huerta, y tan pálido y tan desemejado, que le dije en broma: Padre, parece un mulato; y me echó una mirada, y cerró el puño, y aún lo enarboló de modo que parecía que me iba a tragar. Pero se contuvo, se echó la capucha y desapareció; digo, se marchó de allí a buen paso. |
P. GUARDIÁN | Ya. |
H. MELITÓN | Pues el día que fue a Hornachuelos a auxiliar a su alcalde, cuando estaba en toda su furia aquella tormenta en que nos cayó la centella sobre el campanario, al verlo yo salir sin cuidarse del aguacero, ni de los truenos que hacían temblar estas montañas, le dije por broma que parecía entre los riscos un indio bravo: y me dio un berrido que me aturrulló... Y como vino al convento de un modo tan raro, y nadie lo viene nunca a ver, ni sabemos dónde nació... |
P. GUARDIÁN | Hermano, no haga juicios temerarios. Nada tiene de particular eso, ni el modo con que vino a esta casa el P. Rafael es tan raro como dice. El Padre limosnero que venía de Palma, se lo encontró muy mal herido en los encinares de Escalona, junto al camino de Sevilla, víctima sin duda de los salteadores, que nunca faltan en semejante sitio; y lo trajo al convento, donde Dios sin duda le inspiró la vocación de tomar nuestro santo escapulario, como lo verificó en cuanto se vio restablecido, y pronto hará cuatro años. Esto no tiene nada de particular. |
H. MELITÓN | Ya, eso sí... Pero, la verdad, siempre que lo miro me acuerdo de aquello que V. Rma. nos ha contado muchas veces, y también se nos ha leído en el refectorio, de cuando se hizo fraile de nuestra orden el demonio, y que estuvo allá en un convento algunos meses. Y se me ocurre si el P. Rafael será alguna cosa así... pues tiene unos repentes, una fuerza, y un mirar de ojos... |
P. GUARDIÁN | Es cierto, hermano mío; así consta de nuestras crónicas, y está consignado en nuestros archivos. Pero, además de que rara vez se repiten tales milagros, entonces el Guardián de aquel convento en que ocurrió el prodigio, tuvo una revelación que le previno de todo. Y lo que es yo, hermano mío, no he tenido hasta ahora ninguna. Con que tranquilícese, y no caiga en la tentación de sospechar del P. RAFAEL. |
H. MELITÓN | Yo, nada sospecho. |
P. GUARDIÁN | Le aseguro que no he tenido revelación. |
H. MELITÓN | Ya, pues, entonces... Pero tiene muchas rarezas el P. RAFAEL. |
P. GUARDIÁN | Los desengaños del mundo, las tribulaciones... Y luego, el retiro con que vive, las continuas penitencias... (Suena la campanilla de la portería.) Vaya a ver quién llama. |
H. MELITÓN | ¿A que son otra vez los pobres? Pues ya está limpio el caldero... (Suena otra vez la campanilla.) |
P. GUARDIÁN | Abra, hermano, abra la puerta. (Vase.) (Abre el lego la portería.) |
EL H. MELITÓN y DON ALFONSO vestido de monje, que sale embozado
D. ALFONSO | (Con muy mal modo, y sin desembozarse). De esperar me he puesto cano. |
H. MELITÓN | Tonto es este caballero. (Aparte.) Pues que abrí la puerta es llano. (Alto.) |
D. ALFONSO | ¿El Padre Rafael está? Tengo que verme con él. |
H. MELITÓN | ¡Otro Padre Rafael! (Aparte.) Amostazándome va. |
D. ALFONSO | Responda pronto. |
H. MELITÓN | (Con miedo.) Al momento. Padres Rafaeles... hay dos. |
D. ALFONSO | Para mí mas que haya ciento. El Padre Rafael... (Muy enfadado.) |
H. MELITÓN | ¿El gordo? ¿El natural de Porcuna? |
D. ALFONSO | El del infierno. |
H. MELITÓN | Pues ahora caigo en quién es: el alto, adusto, moreno, |
D. ALFONSO | Llevadme a su celda, pues. |
H. MELITÓN | Daréle aviso primero, porque si está en oración, |
D. ALFONSO | Un caballero. |
H. MELITÓN | (Yéndose hacia la escalera muy lentamente, dice aparte.) ¡Caramba!... ¡Qué raro gesto! |
D. ALFONSO | (Muy irritado.) ¿Qué aguarda? Subamos presto. |
(El Hermano se asusta y sube la escalera, y detrás de él DON ALFONSO.) |
El teatro representa la celda de un franciscano. Una tarima con una estera a un lado, un vasar con una jarra y vasos, un estante con libros, estampas, disciplinas y cilicios colgados. Una especie de oratorio pobre, y en su mesa una calavera, DON ÁLVARO, vestido de fraile franciscano, aparece de rodillas en profunda oración mental
DON ÁLVARO y EL H. MELITÓN
H. MELITÓN | ¡Padre, Padre! (Dentro.) |
D. ÁLVARO | (Levantándose.) ¿Qué se ofrece? Entre, Hermano Melitón. |
H. MELITÓN | Padre, aquí os busca un matón (Entra.) que muy ternejal parece. |
D. ÁLVARO | (Receloso.) ¿Quién, hermano?... ¿A mí?... ¿Su nombre? |
H. MELITÓN | Lo ignoro; muy altanero. dice que es un caballero, |
D. ÁLVARO | Entre al momento quien sea. |
H. MELITÓN | No es un pecador contrito. Se quedará tamañito (Aparte.) |
D. ÁLVARO | ¿Quién podrá ser?... No lo acierto. Nadie, en estos cuatro años, |
DON ÁLVARO y DON ALFONSO que entra sin desembozarse,
reconoce en un momento la celda, y luego cierra la puerta por dentro, y echa el pestillo
D. ALFONSO | ¿Me conocéis? |
D. ÁLVARO | No, señor. |
D. ALFONSO | ¿No veis en mis ademanes rasgo alguno que os recuerde |
D. ÁLVARO | ¡O Dios!... ¡Qué veo! ¡Dios mío! ¿Pueden mis ojos burlarme? |
D. ALFONSO | Basta, que ya está dicho todo. De mi hermano y de mi padre |
D. ÁLVARO | (Con gran calma, pero sin orgullo.) Entiendo, joven, entiendo, |
D. ALFONSO | ¿Dejaros?... ¿quién?... ¿Yo dejaros sin ver vuestra sangre impura |
D. ÁLVARO | ¿Qué decís?... ¡ Ah!... (Furioso.) (Reportándose). ¡No, Dios mío!... |
D. ALFONSO | ¿Qué nombre osáis pronunciar? |
D. ÁLVARO | ¡Ah!... |
D. ALFONSO | Una sola hermana me dejasteis, |
D. ÁLVARO | ¡Mi Leonor! ¡Ah! No sin honra, un religioso os lo jura. |
D. ALFONSO | (Resuelto.) De estas dos espadas, una tomad, don Álvaro, luego, |
D. ÁLVARO | (Retirándose.) No, que aún fortaleza para resistir la lucha |
D. ALFONSO | (Con desprecio.) Un caballero no hace tal infamia nunca. |
D. ÁLVARO | (Levantándose con furor.) ¿Mancha?... y ¿cuál?... ¿cuál? |
D. ALFONSO | ¿Os asusta? |
D. ÁLVARO | Mi escudo es como el sol limpio, como el sol. |
D. ALFONSO | ¿Y no lo anubla ningún cuartel de mulato |
D. ÁLVARO | (Fuera de sí.) ¡Vos mentís, mentís, infame! |
D. ALFONSO | Vamos. |
D. ÁLVARO | (Reportándose.) No... no triunfa tampoco con esta industria |
D. ALFONSO | (Furioso.) ¿Te burlas de mí, inicuo? Pues cobarde |
D. ÁLVARO | ¿Qué hiciste? ¡¡¡insensato!!! ya tu sentencia es segura: |
El teatro representa el mismo claustro bajo que en las primeras escenas de esta jornada.
EL H. MELITÓN saldrá por un lado, y como bajando la escalera:
DON ÁLVARO y DON ALFONSO, embozado en su capa con gran precipitación
H. MELITÓN | (Saliéndole al paso.) ¿Adónde bueno? |
DON ÁLVARO | (Con voz terrible.) Abra la puerta. |
H. MELITÓN | La tarde está tempestuosa, va a llover a mares. |
DON ÁLVARO | Abra la puerta. |
H. MELITÓN | (Yendo hacia la puerta.) ¡Jesús!... Hoy estarnos de marea alta... |
DON ÁLVARO | La puerta pronto. |
H. MELITÓN | (Abriendo la puerta.) ¿Va el padre a Hornachuelos? |
DON ÁLVARO | (Saliendo con don Alfonso.) Voy al infierno. |
(Queda el H. MELITÓN asustado.)
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H. MELITÓN | ¡Al infierno!... ¡buen viaje! También que era del infierno |
El teatro representa un valle rodeado de riscos inaccesibles y de malezas, atravesado por un arroyuelo.
Sobre un peñasco accesible con dificultad, y colocado al fondo, habrá una medio gruta, medio ermita con puerta practicable,
y una campana que pueda sonar y tocarse desde dentro; el cielo representará el ponerse el sol de un día borrascoso,
se irá oscureciendo lentamente la escena y aumentándose los truenos y relámpagos,
DON ÁLVARO y DON ALFONSO salen por un lado
D. ALFONSO | De aquí no hemos de pasar. |
D. ÁLVARO | No, que tras de estos tapiales, bien sin ser vistos, podemos |
D. ALFONSO | Pues no perdamos más tiempo, y que las espadas hablen. |
D. ÁLVARO | Vamos: mas antes es fuerza que un gran secreto os declare, |
D. ALFONSO | Vuestro secreto no ignoro. Y era el mejor de mis planes |
D. ÁLVARO | Hombre, fantasma o demonio, que ha tomado humana carne |
D. ALFONSO | Corrí el nuevo mundo... ¿tiemblas? vengo de Lima... esto baste. |
D. ÁLVARO | No basta, que es imposible que saber quién soy lograses. |
D. ALFONSO | De aquel virrey fementido que (pensando aprovecharse |
D. ÁLVARO | Vamos a probarlo al punto. (Despechado). |
D. ALFONSO | Ahora tienes que escucharme. Que has de apurar, vive el cielo, |
D. ÁLVARO | (Muy turbado y fuera de sí.) Ya me habéis dicho bastante... |
D. ALFONSO | Con sumo gozo veo que estáis ciego y delirante. |
D. ÁLVARO | (Volviendo al furor). ¿Eres monstruo del infierno, |
D. ALFONSO | Soy un hombre rencoroso que tomar venganza sabe. |
D. ÁLVARO | (En el extremo de la desesperación.) Baste. ¡Muerte y exterminio! ¡Muerte |
DON ALFONSO | Ya lo conseguiste... ¡Dios mío! ¡Confesión! |
DON ÁLVARO | (Suelta la espada y queda como petrificado.) ¡Cielos!... ¡Dios mío!... |
DON ALFONSO | ¡Confesión! ¡Confesión!... Conozco mi crimen y me arrepiento... |
DON ÁLVARO | (Aterrado.) ¡No, yo no soy más que un réprobo, |
DON ALFONSO | ¡Ah! por caridad, por caridad... |
DON ÁLVARO | Sí; voy a llamarlo... al punto... |
DON ALFONSO | Apresuraos, Padre... ¡Dios mío! (DON ÁLVARO corre a la ermita y golpea la puerta). |
DOÑA LEONOR | (Dentro.) ¿Quién se atreve a llamar a esta puerta? Respetad este asilo. |
DON ÁLVARO | Hermano, es necesario salvar un alma, socorrer a un moribundo: venid a darle el auxilio espiritual. |
DOÑA LEONOR | (Dentro.) Imposible, no puedo, retiraos. |
DON ÁLVARO | Hermano, por el amor de Dios. |
DOÑA LEONOR | (Dentro.) No, no, retiraos. |
DON ÁLVARO | Es indispensable, vamos. (Golpea fuertemente la puerta) |
DOÑA LEONOR | (Dentro, tocando la campanilla). ¡Socorro! ¡Socorro! |
Los MISMOS y DOÑA LEONOR, vestida con un saco, y esparcidos los cabellos,
pálida y desfigurada, aparece a la puerta de la gruta, y se oye repicar a lo lejos las campanas del convento
DOÑA LEONOR | Huid, temerario; temed la ira del cielo. |
DON ÁLVARO | (Retrocediendo horrorizado por la montaña abajo.) ¡Una mujer!... ¡Cielos!... ¡Qué acento!... ¡Es un espectro!... |
DON ALFONSO | (Como queriéndose incorporar.) ¡Leonor!... ¿Qué escucho? ¡Mi hermana! |
DOÑA LEONOR | (Corriendo detrás de don Álvaro.) ¡Dios mío! ¿Es don Álvaro?... Conozco su voz... Él es... ¡Don Álvaro! |
DON ALFONSO | ¡O furia! Ella es... ¡Estaba aquí con su seductor!... ¡Hipócritas!... ¡Leonor!!! |
DOÑA LEONOR | ¡Cielos!... ¡Otra voz conocida!... ¿Mas qué veo?... (Se precipita hacia donde ve a DON ALFONSO.) |
DON ALFONSO | ¡Ves al último de tu infeliz familia! |
DOÑA LEONOR | (Precipitándose en los brazos de su hermano.) ¡Hermano mío!... ¡Alfonso! |
DON ALFONSO | (Hace un esfuerzo, saca un puñal, y hiere de muerte a Leonor.) Toma, causa de tantos desastres, recibe el premio de tu deshonra... |
DON ÁLVARO | ¡Desdichado!... ¿Qué hiciste?... ¡Leonor! ¿Eras tú?... ¿Tan cerca de mí estabas?... ¡Ay! |
Hay un rato de silencio; los truenos resuenan más fuertes que nunca,
crecen los relámpagos, y se oye cantar a lo lejos el Miserere a la comunidad, que se acerca lentamente
VOZ DENTRO | Aquí, aquí; ¡qué horror! (DON ÁLVARO vuelve en sí, y luego huye hacia la montaña. |
P. GUARDIÁN | ¡Dios mío!... ¡Sangre derramada! ¡Cadáveres!... |
TODOS LOS FRAILES | Una mujer!... ¡Cielos!
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P. GUARDIÁN | ¡Padre Rafael! |
DON ÁLVARO | (Desde un risco, con sonrisa diabólica, todo convulso, dice:) Busca, imbécil, al P. Rafael... |
TODOS | ¡Jesús, Jesús! |
DON ÁLVARO | Infierno, abre tu boca y trágame. Húndase el cielo, perezca la raza humana; |
P. GUARDIÁN Y LOS FRAILES | (Aterrados y en actitudes diversas.) ¡Misericordia, Madrid, año de 1835
FIN DEL DRAMA |