Divagaciones sentimentales: IV

Toda mi inútil gloria no vale lo que el oro
de tu risa o un rayo de tu mirar profundo.
Mujer, carne de nardos y de estrellas, tesoro
celeste que ilumina la conciencia del mundo.

Tú, que haces florecer jazmines en el lodo
y siendo fuente humana das el divino verso,
tienes por arma el llanto, la risa, el beso, todo
lo fragante y lo puro que tiene el Universo...

Mujer, Diosa o Esfinge, mi corazón quisiera
ser una roja adelfa a tu seno prendida,
¡que tu boca —rosado vampiro— me sorbiera
la nostálgica y pura fragancia de mi vida!