Discurso sobre la educación: Conclusión

Discurso sobre la educación popular sobre los artesanos y su fomento
de Pedro Rodríguez de Campomanes
Conclusión


Conclusión

editar

He terminado el discurso, con el mejor deseo, de ser útil a una clase tan numerosa, e importante como los artesanos.

Ea pues, honrados artistas, procurad por medio de costumbres templadas, y modales decentes, evitar los castigos, y las penas, que atrae una vida licenciosa, o desarreglada: dedicándoos a procurar a vuestras familias la comodidad, y las ventajas, que quepan en vuestro estado; para acrecentar vuestras conveniencias y haberes; llevando por norte la sobriedad, y la aplicación a el trabajo: fecundo manantial de las conveniencias.

El juez, que determine los pleitos civiles, da la hacienda a quien le pertenece, en virtud de sus títulos y derechos; y sólo su verdadero dueño tiene acción, para reclamarla.

Si delinquís contra las leyes, o faltáis a vuestras obligaciones, en el oficio que profesáis, cualquiera os puede acusar delante del juez, y ejercitar éste el rigor de las leyes, y ordenanzas contra vuestros desarreglos y ociosidad. Sólo una vida ocupada, e irreprensible, es la que os podrá mantener en sosiego, y en el aprecio común de las gentes.

Yo os he procurado poner delante los medios, que en lo humano pueden contribuir a vuestro bien. Leedlos; y siguiendo los principios honrados de la nación, cuidad de no mancillar vuestra opinión, ni la del arte, con acciones impropias, o ajenas de un hombre de bien. Cuidad de vuestros hijos y mujeres, y de los discípulos que tuviereis, con aquella discreción y ternura, que dicta la obligación de cada uno, y la naturaleza misma.

Por estos caminos llegareis, amados compatriotas, a reponeros en la honra, que merecen vuestros oficios: ellos darán ocupaciones, lucrosas a vuestros intereses; luego que les hubiereis aprendido con toda la extensión, que requieren; y tendréis en la nación aquel buen nombre, que merece un artífice diestro; un marido honrado; un padre de familia diligente y laborioso; y un vecino sosegado, que respeta las leyes: es fiel a sus amigos: ama al prójimo; y vive de su trabajo; sin gravar a los demás por desidia propia.

Poco importará, que el público tenga consideración a los oficios, si vosotros por envidia, o fines particulares, no respetáis a aquellos sobresalientes artífices, que por su habilidad y aplicación, han adquirido fama; o si los más acreditados despreciáis las obras dignas, de los que aun no han logrado tanto renombre.

Producid con modestia, si sois excelentes, vuestras obras; y considerad con atención y cuidado las ajenas, dándolas el aprecio que merecen; siguiendo el consejo de Quinto Scevola. Pues sólo deben mirarse, como sabios en cada profesión, los que sin llevarse del amor propio, aplauden el mérito, donde le encuentran, y aprenden lo que ignoraban, con diligencia y sin rubor.

Las ciencias, la milicia, las artes, la navegación, son necesarias por su utilidad a la república. En cualquiera de estas profesiones, se puede adquirir gloria y fama; pero en todas ellas, como dice un sabio antiguo, se ha de respetar al que se aventaja más; aprovechando sin emulación, su doctrina y talentos.

En esto soléis cometer muchas faltas, y es una de las graves causas de vuestra decadencia. Prestáis sin vale, y sin llevar intereses, vuestro dinero, y no os atrevéis a alabar a otro artista sobresaliente: en lo cual no haríais más que lo que debéis.

Es necesario depongáis esta envidia ruin, que ocultamente os posee, por falta en la educación primera: conviene que a vuestros hijos o discípulos desarraiguéis un resabio, que tanto se opone a la moral cristiana, y al progreso de las artes en España.

Ojalá fueseis vosotros los únicos, a quienes comprende esta censura. Emendáosla vosotros, y los demás se avergonzarán de caer en iguales faltas.

La cosa es necesaria. Yo os ruego hagáis justicia al mérito ajeno: de ello sacaréis provecho grande, y cumpliréis con lo que dicta la caridad con el prójimo; y vosotros recibiréis la recompensa, de que no se desprecien vuestros descubrimientos por aquellos, a quienes hayáis dado la justa alabanza.

Nadie debe llevarse del amor propio tanto, que crea haber sacado una obra acabada, y sin descuido alguno. Es un error muy perjudicial, defender los defectos de las propias obras, igualmente que las perfecciones; sólo por no escuchar atentamente las críticas, que proponen los prácticos, para excusarlas, si es posible; corrigiendo la misma obra; o evitándolas en las sucesivas.