Diccionario manual isleño/Nota bene (II)
N. B: Al poner este libro en manos de nuestros lectores, nos asalta un temor. Ya nos imaginamos ver a algún viajero saltar al muelle o desembarcadero de los puertos de Chiloé con el Vocabulario en la mano, esperando aprovecharlo en la primera entrevista o encuentro con el primer cargador o fletador de embarcación que se presente, y sufriendo luego un cruel desengaño al oírlos expresarse en el mismo castellano estropeado de todo el vulgo chileno.
Tentado se sentirá de tirar lejos el libro o de guardarlo por lo menos como inútil en el fondo de la maleta.
Recordamos a propósito de lo que decimos, el caso de aquel santiaguino, gran consumidor de las ostras de Ancud, que, al llegar a esa capital, saltó al muelle con el cortaplumas abierto en una mano y un limón en la otra, esperando darse un atracón de ellas ya al pisar en tierra chilota, como si no hubiera más que agacharse para tomarlas o hubiera estado ya la mesa servida por su cuenta y riesgo, acompañada además del indispensable adminículo del precioso molusco: el vino blanco.
Acude también a nuestro pensamiento el caso original y chistoso de aquel ingenuo viajero que, al bajar a San Francisco de California en aquellos años en que la sed de oro atraía a sus playas innumerables gentes de todos los países del globo, y encontrar casualmente a su paso una moneda de oro, la aventó desdeñoso con el pie diciendo: "¡hola! ya empieza esto a fastidiar", esperando hallarlas tiradas a montones por calles y plazas.
Nó, para comprobar toda la utilidad de nuestro Vocabulario, es preciso haber nacido allí o residir por lo menos un tiempo relativamente largo; más aún: recorrer las diversas islas y lugarejos de la Provncia y estar dotado de cierto espíritu de observación y de análisis.
Y esta advertencia es tanto más necesaria de hacerse, cuanto que esas voces, en su inmensa mayoría, están ya tocando retirada, y pueden considerarse como restos penosamente salvados del antiguo lenguaje vulgar isleño; que muchas de esas voces sólo se usan en determinados lugares de la Isla y que no pocas se emplean apenas en sentido festivo y familiar, como parodiando el lenguaje de los primitivos pobladores o aborígenes del Archipiélago.
Hecha esta salvedad, no tenemos ya por qué temer censuras ni críticas desfavorables.
Es verdad que, por lo que acabamos de decir, nuestra obra no tendrá una utilidad práctica ni inmediata, pues apenas se usan ya los vocablos que ella registra; pero ofrece, sí, un gran interés científico y es una fuente de estudio y de observación de mucho valor para los gramáticos y los filólogos. Así lo han reconocido los eminentes filólogos Ménéndez Pidal, Alemany y, entre nosotros, el malogrado Sr. Román y el Ilmo. y Redmo. Sr. Fr. Pedro A. Valenzuela.
En todo caso, que este breve Diccionario isleño, como el granito de mostaza, sea semilla de otros más completos y acabados.
En Chile, ni aun en Chiloé faltan quienes puedan llevar a cabo la obra con más estudio y mayores partes que nosotros. A nosotros nos basta haber dado en esta materia el primer paso, que suele ser siempre el más difícil: omne initium difficile.
Que otros hagan lo que no nos permiten ni nuestra insuficiencia ni nuestra precaria salud, y lleguen a donde nuestras pobres fuerzas no han podido llegar.
Siempre será una satisfacción para nosotros haber contribuido con nuestro pobre contingente al progreso de los estudios lingüísticos en nuestro país.