Cuentos de la Alhambra/Economía doméstica
Tiempo es ya de dar alguna idea del método de vida que establecí en esta singular habitacion. El palacio de la Alhambra está al cuidado de una buena vieja llamada D.ª Antonia Molina; pero mas conocida con el nombre familiar de la tia Antonia. Esta procura tener en buen estado las salas y jardines, y enseñarlos á los curiosos; y en recompensa recibe los regalos de los viageros y dispone de todo el producto de los jardines, escepto el tributo de frutas y flores que envia de cuando en cuando al gobernador. Esta buena muger y su familia, compuesta de un sobrino y una sobrina, hijos de dos hermanos suyos, habitan un ángulo del palacio. El sobrino Manuel Molina, es un jóven de carácter sólido y de una gravedad verdaderamente española. Despues de haber servido algun tiempo en España y en América, dejó la carrera militar y se puso á estudiar medicina, con la esperanza de ser un dia médico de la Alhambra, plaza que cuando menos vale tres mil reales al año. En cuanto á la sobrina es una andalucilla fresca y rolliza, de ojos negros y gesto risueño, que aunque se llama Dolores, desmiente con su alegre afabilidad la tristeza de este nombre. Esta jóven es la heredera declarada de todos los bienes de su tia, que consisten en algunas bicocas de lo interior del fuerte, cuyo alquiler produce cerca de tres mil reales. Desde los primeros dias de mi residencia en la Alhambra, ya descubrí yo que un amor discreto unia al prudente Manuel y á su vivaracha prima, los cuales solo esperaban para ver colmados sus votos la dispensa del Papa, precisa á causa del parentesco, y el título que debia dar al futuro el carácter de doctor.
Concerté con la señora Antonia todo lo relativo á mi habitacion y asistencia, y quedó convenido que la gentil Dolores cuidaria de mi aposento y me serviria á la mesa. Tenia ademas á mis órdenes un muchacho alto, rojo y tartamudo llamado Pepe, que trabajaba de ordinario en el jardin, y que me hubiera servido de criado con la mejor voluntad, á no haberle ganado por la mano Mateo Gimenez, el hijo de la Alhambra. Este despejado y oficioso personage, sin saber cómo, habia conseguido no separarse de mí desde nuestro primer encuentro; se entrometia en todos mis planes, y al fin logró ser admitido en debida forma como ayuda de cámara, Cicerone, guia y escudero-historiógrafo. Habíame sido preciso mejorar el estado de su guardaropa para que no afrentase al amo en el desempeño de sus diversas funciones; y en consecuencia, bien como la serpiente deja la piel, habia él dejado la vieja capa parda, y con no poca sorpresa de sus camaradas, se presentaba en la fortaleza con una chaqueta y un sombrero andaluz muy graciosos. El principal defecto de Mateo era un celo escesivo y un deseo inquieto de ser útil, con que llegaba á hacerse importuno. Como no dejaba de conocer que casi me habia forzado á admitirle en mi servicio, y que mis costumbres sencillas y tranquilas hacian de su empleo un beneficio simple; daba tormento á su ingenio para hallar medios de hacerse necesario á mi bien estar interior. En cierto modo era yo víctima de su solicitud, porque no podia poner el pie en el umbral del palacio para salir á dar un paseo por la fortaleza, sin verle luego á mi lado para esplicarme todo lo que se presentase, y si me resolvia recorrer las colinas inmediatas, se empeñaba en seguirme para servirme de guarda; bien que yo estoy íntimamente convencido de que en caso de algun ataque, antes hubiera apelado á la ligereza de los pies que á la fuerza de los brazos. Con todo eso el pobre mozo era algunas veces divertido: sencillo, siempre de buen humor, y parlanchin como un barbero de lugar, está al corriente de todos los chismes del pueblo; pero lo que le da mas orgullo es el tesoro de noticias locales que posee. No existe en la fortaleza una sola torre, una puerta, una bóveda de la que no sepa una historia llena de prodigios, y creida por él como artículo de fe. La mayor parte de estas consejas las ha heredado de su abuelo, un sastrecillo hablantin y novelero, que habiendo vivido cerca de cien años, solo dejó dos veces el recinto de la fortaleza. Su tienda fue por mas de un siglo el punto de reunion de un enjambre de venerables chuzonas, que pasaban allí una parte de la noche hablando de los tiempos antiguos, de los acontecimientos maravillosos y de los misterios del edificio. Toda la vida, las acciones, los pensamientos del sastrecillo historiador habian quedado encerrados en los muros de la Alhambra: aquellos muros le vieron nacer, crecer y envejecer; allí halló su existencia, allí murió y allí fue enterrado. Mas felizmente para la posteridad, sus tradiciones no murieron con él: el auténtico Mateo, cuando era mozalvete, escuchaba embelesado las narraciones de su abuelo y de las viejas que formaban su tertulia, y de este modo acumuló en su cabeza un tesoro de conocimientos verdaderamente preciosos sobre la Alhambra: conocimientos que no se hallan en ningun libro, y que en realidad son dignos de la atencion de todo viagero curioso. Tales eran los personages que contribuían á hacer cómoda y agradable mi vida doméstica de la Alhambra; y yo creo que ninguno de los soberanos cristianos ó musulmanes que me precedieron en aquel palacio, fue servido con mas fidelidad, ni gozó de un imperio mas pacífico.
Luego que me levantaba, Pepe, el jardinero tartamudo, me traía flores acabadas de coger, y la diestra mano de Dolores, que no dejaba de tener cierto orgullo mugeril en la decoracion de mi cuarto, las colocaba luego en jarros dispuestos al intento. Almorzaba y comia segun el humor que reinaba, ya en una de las salas, ya bajo los pórticos del patio de los Leones, rodeado de flores y de fuentes; y cuando deseaba correr la campiña, mi infatigable escudero me acompañaba á los parages mas pintorescos de los montes ó valles inmediatos, refiriéndome en cada uno de estos puntos alguna aventura maravillosa de que habia sido teatro. No obstante mi aficion á la soledad, solia interrumpir la uniformidad de la mia, pasando algunos ratos con la familia de Doña Antonia, que se reunia de ordinario en una antigua cámara morisca que servia de cocina y de salon. Á un estremo de la pieza estaba una chimenea groseramente construída, cuyo humo habia tiznado las paredes, y borrado casi del todo los arabescos; al otro habia un balcon que caía á la orilla del Darro, y daba libre entrada á la fresca brisa de la noche. Allí pues hacia yo mi frugal cena, compuesta de frutas y leche, entreteniéndome al mismo tiempo con la conversacion de aquellas buenas gentes. Nunca deja de hallarse entre los españoles lo que ellos llaman ingenio natural; y de ahí es que cualquiera que sea su educacion y su clase, siempre su conversacion es interesante y agradable; á lo cual debe añadirse, que merced á cierta dignidad inherente al carácter, nunca son bajos sus modales. La buena tia Antonia es una muger de no menos ingenio que juicio, aunque sin ninguna especie de cultura; y la graciosa Dolores, que en todo el discurso de su vida no habia leido cuatro volúmenes, ofrecia una reunion interesante de sencillez y agudeza, y muchas veces me dejaba admirado con sus discretas ocurrencias. Algunas noches el sobrino, con el conocido objeto de instruir y agradar á su primita, nos leía una comedia de Calderon ó Lope de Vega; mas con grande mortificacion suya, la muchacha solia quedarse dormida antes de concluirse el primer acto. De cuando en cuando recibia la tia Antonia á sus humildes amigos y dependientes las mugeres de los inválidos y los habitantes de la aldea, todos los cuales miraban con el mayor respeto á la intendenta del palacio, la hacian la córte, y la participaban las noticias de la fortaleza y las novedades que corrian por Granada, cuando llegaban por casualidad á sus oidos. En estos corrillos de viejas he aprendido yo muchas veces hechos curiosos, que me han ilustrado mucho sobro las costumbres del pueblo español, instruyéndome en ciertas particularidades muy interesantes de los usos locales. Que se me perdone pues la relacion de estas sencillas diversiones, que tal vez parecerá insignificante á los que no conocen el embeleso que las daban á mis ojos los sitios en donde pasaban. Hallábame en un suelo encantado y rodeado de recuerdos romanticos. Salido apenas de la infancia, recorrí en las riberas del Hudson una antigua historia de las guerras de Granada, y esta ciudad se hizo el objeto de mis dulces delirios. Desde aquel momento mi imaginacion me habia trasportado mil veces á los salones de la Alhambra, y al verme ahora en ellos, bastaba apenas el testimonio de mis sentidos á persuadirme que se hubiese realizado para mí un verdadero castillo en España[1]. ¿Me hallo efectivamente, decia, en el palacio de Boabdil? ¿Es aquella Granada tan célebre en los fastos de la caballería, la que distingo desde este elevado balcon? Sí, no es ilusion: recorro á mi placer estos salones orientales, oigo el murmullo de las fuentes, respiro la fragancia de las rosas, cedo á la influencia de esta atmósfera embalsamada, y casi me persuado que me hallo en el paraiso de Mahoma, y que la tierna y graciosa Dolores es una de las hurís de brillantes ojos, destinadas á hacer la felicidad de los verdaderos creyentes.
- ↑ Esto alude á la frase francesa: Faire des châteaux en Espagne, que equivale á la castellana: Hacer castillos en el aire.