Compendio de Literatura Argentina: 18

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


CAPITULO XII. editar

DOMINGO F. SARMIENTO editar


Se destaca como una de las personalidades de más renombre en la literatura argentina de todos los tiempos, la de Domingo Faustino Sarmiento, nacido en la ciudad de San Juan, el año 1811.

Aunque dedicado en sus primeros años al comercio, empezó también en ellos la lectura de todos los libros que tuvo á su alcance, entre los que se contó la Biblia.

Su carrera literaria empieza en 1839 con la fundación de la «Zonda», periódico por él dirigido. Poco después pasó á Chile, donde publicó en «El Mercurio» de Valparaiso un notable artículo descriptivo sobre la batalla de Chacabuco y el cual le valió ser solicitado para la redacción de dicho periódico (1841).

Algunos años más tarde, asumió en Santiago la dirección de «El Nacional», hasta que en 1842 escribió, por encargo del gobierno de Chile, varias obras didácticas para la enseñanza elemental, traduciendo también otras, como La conciencia de un niño, Manual de la historia de los pueblos antiguos y modernos, Vida de Jesucristo, La física popularizada y otras varias.

Al año siguiente fundó con el título de «El Progreso», un periódico, en colaboración con Vicente F. López, publicando al mismo tiempo «El Heraldo Argentino», desde cuyas columnas combatió con energía la tiranía de Rosas.

Es de esta época su tradución de El viaje de Pio IX.

Pero recién en 1845 publicó la más célebre de sus obras Facundo ó Civilización y Barbarie, que es también uno de los libros más debatidos de la literatura argentina.

Es indudable que hay en él una originalidad indiscutible, como también son espléndidos los cuadros descriptivos que en sus páginas nos presenta, pero su interés principal lo constituye el ser una epopeya dramática de una época culminante en el desenvolvimiento de la vida nacional.

También descubre Sarmiento en esta obra, buenas dotes de historiador, entre las que se encuentran sutíl sagacidad para rastrear los hechos y percibir su hilación lógica, facultad sintética para comparados y deducir sus consecuencias necesarias, método de exposición dramático y estilo animado y pintoresco, salpicado de mucha observación y diseñado todo con marcados tintes poéticos.

Al año siguiente pasó á Europa, para estudiar los diversos sistemas de educación, y el resultado de su viaje fué la Educación Popular, que le colocó en el rango de los primeros educacionistas americanos. Pero durante su viaje no desperdició el tiempo, pues mandó al «Comercio del Plata», de Montevideo, una serie de artículos en defensa de los argentinos residentes en Chile, contrariando las difamaciones de la prensa de Rosas, al «Courrier du Brasil» de Río Janeiro, notables trabajos sobre el americanismo, y por fin á diversos periódicos franceses, muchos artículos sobre temas variados.

En Francia fué nombrado miembro del «Instituto Histórico», pronunciando en su recepción un interesante discurso sobre los motivos y consecuencias de la entrevista de Guayaquil, entre San Martín y Bolívar.

Uno de sus trabajos más laboriosos fué el periódico «La Crónica», que contienda colección más completa de documentos de estadística argentina.

En 1850 dio á luz la Argirópolis y los Recuerdos de Provincia, interesante autobiografía en la cual Sarmiento presenta, evocando recuerdos de sus primeros años, retratos notables de personajes importantes que tuvieron participación directa en la organización de la sociabilidad argentina. En esta obra, llena de color y verdad, todo es profundamente nacional, al mismo tiempo que revela, una vez más, el talento y fecundidad de su autor.

Al año siguiente publicó la Sud-América, interesante trabajo histórico, al que siguieron los recuerdos de sus Viajes por Europa, África y América, consignados en dos volúmenes y cuya primera edición se agotó en menos de dos meses.

Son numerosas las biografías debidas á su pluma, entre las que sobresalen la Vida del Presbítero Balmaceda, del Coronel Pereyra, del Senador Gandarillas, la Vida y escritos del Coronel Don Francisco J. Muñiz y sobre todas ellas la del General San Martín. Otra de las obras más importantes de Sarmiento, es la relación de la Campaña del Ejército Grande, publicada en 1852.

Es un panfleto político contra la actitud del general Urquiza. Su lectura nos introduce de golpe en el pasado lejano, y nos hace sentir los ardores de la lucha y los estallidos del furor guerrero.

En esta época fué elegido diputado por su provincia, al Congreso Constituyente, publicando al mismo tiempo dos interesantes folletos, San Juan, sus hombres y sus actos en la regeneración argentina, y la Convención de San Nicolás de los Arroyos, á los que siguieron poco tiempo después los Comentarios de la Constitución de la Confederación Argentina.

En 1860, su preparación política lo llevó á ocupar el ministerio de gobierno, puesto que desempeñó poco tiempo por haber aceptado luego una comisión oficial á las provincias de Cuyo, de donde más tarde pasó á Chile, Perú y Estados Unidos, con el cargo de ministro diplomático. La composición de un magnífico libro, fué el resultado de su misión en el último de estos países, cuyos datos respecto á su progreso, y cuya exhuberancia intelectual y material consignó en las interesantes páginas de Las Escuelas, (1866).

Pero no fué este trabajo el único resultado de su visita á la república del Norte, su imaginación infatigable, encontró tiempo en medio de los deberes de su cargo, para escribir otro libro no menos interesante; nos referimos á la Vida de Abraham Lincoln.

A su regreso á Buenos Aires, asumió la dirección de «La Nación», con lo que de nuevo se incorporó á la política, en cuya difícil carrera supo por su inteligencia ascender hasta Presidente de la República.

Sarmiento también fué orador, y tiene como tal espléndidos discursos, entre los que sobresalen, el elogio fúnebre de Rivadavia, el de la apertura del «Ateneo Argentino», y la apología de Belgrano llamada también «discurso de la Bandera», pronunciado en la plaza de Mayo el 24 de Septiembre de 1873, al inaugurar como presidente de la República, la estatua de aquel procer, y del cual trancribimos estos magníficos párrafos:

«En nombre del pueblo argentino, abandono á la contemplación de los presentes la estatua del general Belgrano, y lego á las generaciones futuras en el dicho bronce de que está formada, el recuerdo de su imagen y sus virtudes.
Que la bandera que sostiene su brazo flamée por siempre sobre nuestras murallas y fortalezas, á lo alto de los mástiles de nuestras naves y á la cabeza de nuestras legiones; que el honor sea su aliento, la gloria su aureola, la justicia su empresa!....
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Esa bandera cumplió ya la promesa que el signo ideográfico de nuestras armas expresan. Las naciones, hijas de la guerra, levantaron por insignias, para anunciarse á los otros pueblos, lobos y águilas carniceras, leones, grifos y leopardos. Pero en las de nuestro escudo ni hipógrifos fabulosos, ni unicornios, ni aves de dos cabezas, ni leones alados pretenden amedrentar al extranjero. El sol de la civilización que alboreaba para fecundar la vida nueva; la libertad con el gorro frigio sostenido por manos fraternales como objeto y fin de nuestra vida; he aquí cuanto ofrecieron nuestros padres, y lo que hemos venido cumpliendo nosotros como república, y harán extensivo á todas esas regiones como nación, nuestros hijos».


Es Domingo F. Sarmiento, de quien sólo hemos trazado los más señalados rasgos de su vida intelectual, uno de los publicistas más originales á la par que fecundos de Sud-América, el campeón incansable de la causa pública, cuya preocupación constante fué la de toda su vida, y cuya inteligencia poderosa, consagrada durante sesenta años al engrandecimiento de su patria y á la regeneración de América, no tuvo más impulso que las luces del saber, ni otro aliciente que la virtud sacrosanta del derecho.