Compendio de Literatura Argentina: 17

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


SUS PRINCIPALES REPRESENTANTES


Dejando á parte á los gauchos cantores y á los payadores, cuyos nombres han desaparecido, y cuyas composiciones han extinguido sus ecos melodiosos en las inmensidades de la Pampa, entraremos en la poesía escrita ó de imitación, más ó menos literaria.

Aparece como remoto precursor de este género, tan original como interesante, un ex-profesor del colegio Carolino y capellán del Fijo de Buenos Aires, autor de varios Romances históricos, sobre la defensa de esta ciudad, y compuestos para «ser cantados en comunes instrumentos (guitarras) por los labradores, los artesanos en sus talleres, las señoras en sus estrados, y la gente común en las calles y plazas».

El primero que verdaderamente se apoderó del tipo del gaucho para hacerle discurrir en su propio dialecto sobre los acontecimientos populares fué el uruguayo Bartolomé Hidalgo, residente en Buenos Aires, el cual era á la vez coplista y guitarrero. Es autor de muchos Unipersonales (monólogos), que hizo representar en diversas festividades en los teatros de Buenos Aires y Montevideo. Pero nunca logró con aquellos, la reputación que justamente consiguió con los pintorescos y graciosos diálogos entre el capataz de una estancia en las islas del Tordillo, y Ramón Contreras, gaucho de la guardia del Monte, describiendo el uno lo que vió en las fiestas mayas en Buenos Aires el año 1822, y dando el otro sanos consejos políticos.

Los diálogos de Hidalgo y los de sus imitadores no tenían un fin poético, propiamente dicho, pero no puede negarse que fueron el germen de la literatura gauchesca, que libre después de la intención del momento, ha producido las obras más originales de la literatura sud-americana.

Hilario Ascasubi, Estanislao del Campo y José Hernández, como ya lo hemos indicado, son los que han logrado más nombradía entre estos ingenios del terruño, como los denomina Menéndez y Pelayo, y con su lectura descansa el ánimo de la continuada imitación de Víctor Hugo y otros autores franceses, que fué, en un tiempo, la plaga de la literatura argentina.

Estos poetas, sea cualquiera su valor intrínseco, son los únicos que nos revelan algo de lo que piensa y siente la gente de los campos. Ninguno de ellos puede ser calificado de payador, porque hay en sus obras intuición artística, apesar de persistir con intensidad la fibra popular, especialmente en el último de los citados.




El porteño Hilario Ascasubi (1807) es uno de los que llegó á más perfección en este género, narrando en estilo gauchi-poético y pintando al pueblo con rasgos originales. Sus tres obras tituladas, Santos Vega, Aniceto el Gallo y Paulino Lucero son una serie de cuadros dramáticos en que describe las costumbres de los gauchos, y relata algunos sucesos acaecidos en las orillas del Plata, durante la guerra civil en tiempo de Rosas y en la época de la Independencia. Pero es de notar que el tipo de gaucho que nos presenta, especialmente en el primer volumen es, como lo dice su autor, el que se conocía á fines del siglo pasado. Esto no importa para que sus relaciones tengan un colorido local muy poético, haciéndolas más interesantes el empleo que en ellas hace del lenguaje del gaucho, usando de sus modismos y figuras é imitando sus faltas de gramática, con tanta naturalidad y chistes tan ingeniosos que entretiene y deleita su lectura.




La obra más amena, ingeniosa y original de esta literatura singular, se debe á Estanislao del Campo, y se titula Fausto (1835).

En este estraño poema, Don Anastasio el Pollo cuenta á su manera á su aparcero Don Laguna, el argumento de aquella ópera, que vió representar en Buenos Aires.

Prescindiendo de algunas inverosimilitudes, divierte é interesa mucho esta especie de parodia del pensamiento poético de Goethe relatada por un campesino ingénuo, que cree realmente haber visto al diablo en el teatro. Poco á poco, dice Mefistófeles,

Si quiere hagamos un pato:
Usté su alma me ha de dar
Y yo en todo lo he de ayudar.
Le parece bien el trato?
Como el dotor consintió,
El diablo sacó un papel.
Y le hizo firmar en él
Cuanto la gana le dió.


Todo está dicho con suma sencillez, y nada hay que exceda la comprensión del rústico narrador.

Hay, en el poema, redondillas muy felices, por la rápida viveza con que se precipita el relato. Así cuando el capitán presenta á Mefistófeles la cruz de la espada:

Viera al diablo retorcerse
Como culobra ¡aparcero!
¡Oiganle!
Mordió el acero
Y comenzó á estremecerse.


Aumenta el encanto de la escena, el idioma propio de sus actores, que se presta admirablemente para la expresión espontánea y genuina de las ideas que despierta tanta escena maravillosa en sus cerebros deslumbrados. La acción se desenvuelve en un diálogo sabroso, en el que cruzan, como nubes coloreadas por el iris, los cuadros más brillantes de la agreste naturaleza, pintados por el artista de la pampa en su lenguaje lleno de imágenes novedosas y de gracia inagotable

Las demás poesías de del Campo, á excepción de El Gobierno Gaucho, son de muy relativo mérito.




Pero la obra maestra de la literatura gauchesca, es, sin disputa, el poema de José Hernández titulado Martín Fierro, obra cuya popularidad abarca desde las ciudades hasta los aislados ranchos, y de la que se vendieron en diez años más de cincuenta mil ejemplares.

El tema esbozado en La cautiva de Echevarría, lo vemos realizado con virilidad y rudeza criolla en la inspirada composición de Hernández. El soplo de la pampa argentina, corre fácil por sus desgreñados, bravios y pujantes versos, en que estallan todas las energías de la pasión indómita y primitiva, en lucha con el mecanismo social ante el cual se revelan los ímpetus del protagonista, que acaban por lanzarlo á la vida libre del desierto, sintiendo, no obstante, en medio de ella, la nostalgia del mundo civilizado, de cuyo seno se vé alejado.

Martín Fierro es la personificación verdadera del gaucho de la pampa, condenado al servicio forzoso de las armas, desheredado de todos sus derechos de ciudadano, perseguido por la autoridad civil, oprimido por la autoridad militar, explotado por los negociantes aventureros, afligido por el hambre y la desnudez en los campamentos de la frontera.

Martín Fierro se diferencia de otros gauchos creados por este género literario, en que no es un personaje puramente ideal ó un tipo esencialmente cómico, sino un héroe dramático en el que aparecen las manifestaciones del ingenio nativo y las realidades de su vida propia, mezcladas con imágenes y comparaciones originales llenas de naturalidad é inspiración, de las cuales surge el hijo legítimo de las llanuras, nacido sobre el caballo, criado á la intemperie, revelando todas las cualidades y todos los instintos del hombre de la naturaleza.

Martín Fierro nos cuenta en sus versos con un candor y una verdad admirables, el origen y el desarrollo de sus desdichas y sus penas.

Tenía su rancho y su hacienda, su mujer y sus hijos y era feliz.

La autoridad lo arranca de su hogar, lo arrebata á sus afecciones, lo lleva á la frontera, al desierto, al hambre, al frío, á los tormentos y á los peligros, para que con su valor y su sangre defienda la sociedad amenazada por los indios.

Lo llevan prometiéndole alimentos, ropa, paga y pro fin la libertad después de seis meses de servicio: pero en lugar de alimento, encuentra hambre; en lugar de ropa, desnudez y frío; en vez de su paga, recibe palos y estaqueadas; y en vez de seis meses de sacrificios se pasan tres años sin que piensen devolverlo á su hogar.

Desesperado de su esclavitud y su miseria huye de una tiranía insoportable y de un servicio que había ultrapasado los límites del deber y de la justicia y vuela á su rancho, á los brazos de su mujer y de sus hijos.

Pero allí

No halló ni rastro del rancho,
Solo estaba la tapora!
Por Cristo, si aquello era
Pa enlutar el corazón.


Le dejamos la palabra á Martín Fierro:

Yo juré en esa ocasión
Ser más malo que una fiera!
Los pobrecitos muchachos
Entre tantas afliciones
Se conchabaron de piones.
¡Mas que iban á trabajar,
Si eran como los pichones
Sin acabar de emplumar.
Los pobrecitos tal vez,
No tengan ande abrigarse.
Ni ramada ande ganarse.
Ni rincón ande meterse.
Ni camisa que ponerse.
Ni poncho con que taparse.


¡Cuánto sentimiento, cuánto dolor, cuánta poesía!

Por fin, sin familia, sin bienes, sin hogar y perseguido como vago, halla refugio en la pulpería y el pajonal; nace en él el matrero, nómade y camorrista, y pelea y mata porque destruidos los lazos que le unían á la sociedad, su miseria, la persecución que se le hace y el peligro contínuo en que se encuentra, han borrado de su espíritu toda idea de respeto, despertando en él los instintos del desierto, de la soledad y de la independencia de todo convencionalismo, coronando la pendiente fatal de sus instintos el desprecio de las vidas agenas y aun de la propia. De este modo el gaucho, perseguido por la leva y ahuyentado por la civilización, se convierte en temible matrero que gasta su vida en continuas peregrinaciones á través de las agrestes selvas, huyendo de la justicia y retrocediendo en sus instintos á los luctuosos días de la barbarie.

Considerado bajo este aspecto, Martín Fierro no es solamente un poema, sino también un capítulo de interesante sociología nacional, inspirado al calor de los hechos producidos en la época caótica de nuestras instituciones.

Hernández, gracias á su profunda observación de lo que veía y sentía ha legado en su Martín Fierro datos preciosos para quien quiera seguir el desarrollo y evolución del gaucho, tipo casi por completo desaparecido ya, pero cuyo papel é importancia es digna de tenerse en cuenta como factor indispensable en el estudio de determinados momentos de la historia y de la literatura argentinas.