Capítulos que se le olvidaron a Cervantes/Capítulo LIV

Capítulos que se le olvidaron a Cervantes
Capítulo LIV - De lo que sucedió entre las cuatro paredes del aposento de los huéspedes
de Juan Montalvo
Capítulo LIV

Capítulo LIV

Porfió tenazmente don Quijote por írseles encima a los farsantes; pero hubo al fin de ceder a las razones del bachiller, quien le seguía diciendo:

-La cuchilla, señor caballero, empleada por Aquiles en Héctor, por Eneas en Turno, por Bernardo del Carpio en Roldán, ¿quiere vuesa merced emplear en gente cautiva y desdichada?

-Roldán era encantado -respondió don Quijote- y no podía ser herido sino por la planta del pie izquierdo; no pudo, por consiguiente, Bernardo del Carpio emplear en él su espada. Como le mató en Roncesvalles fue apretándole en sus brazos hasta hacerle echar el corazón por la boca.

-Esas son quisquillas -replicó el bachiller-: hilvanar y coser y hacer randas, todo es dar puntadas. Lo que hace a mi propósito es manifestar a vuesa merced cuán fuera de los usos caballerescos estaría el tomarse un andante de los más famosos con un pobre esguízaro que acierta a lo más a llamarse tío Peluca. La espada... ¿sabe vuesa merced lo que es la espada? Con ella enderezamos tuertos, castigamos sinrazones, levantamos caídos, remediamos desdichas, desfacemos agravios.

-Sancho tiene la culpa -repuso don Quijote-, que no está pronto a hacer suyos estos lances. La verdad de la verdad, señor caballero, es que Tizona y Colada no beben sangre de villanos.

-¿Tizona y Colada ha dicho vuesa merced? -preguntó el bachiller-; ¿en dónde paran esas famosas armas?

-Cuando Rui Díaz -respondió don Quijote- las hubo quitado a los infantes de Carrión, por el desaguisado que éstos hicieron a sus esposas, las regaló a Félix Muñoz y Martín Antolines, el burgalés de pro, sus amigos y conmilitones. Desde este punto pierdo yo de vista esas espadas: deben de hallarse ahora en la Armería Real, o en otro depósito de curiosidades antiguas.

-Yo sé de otra espada -volvió a decir el bachiller- que irá a reunirse con Tizona y Colada. Acuéstese vuesa merced y huélguese esta noche: mañana es otro día, y puede ser que conozca el arma que le digo.

Riose don Quijote, y ganó una de las tarimas que rodeaban el aposento. El bachiller Sansón no tenía sueño; don Quijote estaba lejos de dormir, y solamente Sancho Panza estaba ya soñando con las bodas de Camacho, circuido de doradas nubes. Las doradas nubes eran los quesos amontonados en columnas; las roscas de Utrera puestas allí cual gloriosas coronas; las gallinas, los pollos y capones asados y aderezados, de los cuales él podía espumar tres o cuatro a modo de advertencia preparatoria.

Estaba el buen Sancho rebulléndose y zambulléndose, como queda dicho, en esa gloria celestial, cuando un viejo a quien el ventero había también alojado en ese cuarto, empezó a estornudar con tal brío, que a Sancho Panza mismo, con ser quien era, le sacó de su sueño y sus casillas: en vez del sacramental Ave, María santísima, echó Panza una maldición y un pésete, que hicieron estremecerse al viejo estornudante, quien, recobrándose, dijo:

-¿Así saluda vuesa merced a sus hermanos, y de este modo se aprovecha de la ocasión de alabar a la Virgen?

-La Virgen no ha menester los estornudos de vuesa merced para ser alabada -respondió Sancho.

-¿Y quién le ha dicho a vuesa merced -replicó el viejo- que el estornudar es malo?

-Ahora entro yo -dijo el bachiller Sansón-: el estornudar es bueno y muy bueno. ¿Por qué piensa el buen Sancho que invocamos el nombre de María en este caso, sino porque esa es gestión sumamente buena, que tiene olor y resabio de cosa celestial? Pues sepa, si no lo sabe, que el estornudo, según Aristóteles, indica plena salud en la cabeza, la parte más noble del cuerpo humano, y armonía en sus órganos, de suerte que el pensamiento surge en ella y se dilata en ondas sublimes. Saludar al que estornuda es como darle el parabién de tan gran favor de la Providencia, cual es el tener ideas prontas, cabales y abundantes.

-Puede el Estagirita -respondió don Quijote, apartándose de aquel dictamen- tener mucha razón; lo que hay de cierto en el caso es que los hombres debían morir la primera vez que estornudasen; ley de la naturaleza que se cumplió rigurosamente en los tiempos patriarcales. Nuestro padre Jacob, en la segunda lucha que tuvo con Dios, consiguió que ley tan dura para la especie humana fuese revocada. En memoria de este triunfo, los hombres acostumbraron a saludarse cuando estornudaban.

-Luego no hay por qué se reprenda al que estornuda -dijo el viejo desconocido-, puesto que el estornudar es cosa inocente.

-¿No sostendrá vuesa merced -respondió don Quijote- que todas las cosas inocentes pueden pasar? Casos hay en que conviene suprimir hasta la tos. Lo que es simplemente estornudar, puede vuesa merced ahora; ni hemos de ir a causarle una apoplejía, estorbándole ese descargue necesario de los vapores cerebrales. Mi escudero tendrá cuenta con ceñirse a la costumbre y responder «Ave, María», en vez del reniego con que nos ha obsequiado.

-¡Oh, señor! -exclamó el bachiller-, yo no sería capaz de desmandarme ni en presencia de un recién nacido; y sé decir a vuesas mercedes que la de un animal mismo me corta y embarga, en cierto modo, para cosas que requieren soledad absoluta. Abomino a esos hombres osados que no respetan en los demás sus propios fueros, y obran como sucios e impúdicos, cuando piensan que están obrando con loable franqueza y desparpajo. El asco es indicio de vergüenza; la timidez revela honestidad; la atildadura del cuerpo se da la mano con la pulcritud del alma. ¿Qué dicen vuesas mercedes de la matrona romana que se desvestía hasta lo vivo en presencia de su siervo, con decir que en ése la esclavitud había matado el alma? La impudicicia va aquí a un paso con el atrevimiento: esa tal merecía que su esclavo le hiciera ver cuán hombre era a despecho de la servidumbre.

-Eso se hubiera querido la pazpuerca -respondió Sancho-; ¿por qué piensa vuesa merced que lo hacía?

-Que esa dama no fue la diosa del pudor -dijo don Quijote-, ya se deja conocer; ¿mas por dónde vienes a descubrir en ella un propósito depravado? Di que ese descoco fue obra maestra de soberbia, y no columbres allí una treta de la deshonestidad. La esclavitud mata el alma, estoy con esa antigua; y encarezco el punto afirmando que la sepulta en el cieno.

-No vayan vuesas mercedes a pensar -dijo el hombre del estornudo- que soy tan libre en las otras cosas como en el estornudar: yo sé cuándo y dónde pago sus tributos a la naturaleza.

El bachiller Sansón volvió a tomar la palabra y dijo:

-Yo, señores, soy de los que vierten lágrimas en la mesa, cual otro Isidoro Alejandrino, al considerar que la parte noble del hombre, el destello divino que le anima, esta substancia impalpable e invisible, no puede existir en nosotros sino mediante las necesidades y funciones terreras de la carne. ¿Qué será respecto de los hechos que, sobre ser materiales y poco decentes, son también vergonzosos? La urbanidad es madre de la estimación: no es dable apreciar ni querer al que se vuelve repulsivo por la desenvoltura y la descortesía. Hemos de pensar, sentir y obrar con delicadeza; delicadeza, noble voz que significa sensibilidad, rubor, decencia, cosas indispensables para que merezcamos y alcancemos el aprecio y cariño de nuestros semejantes.