Capítulos que se le olvidaron a Cervantes/Capítulo LIII

Capítulos que se le olvidaron a Cervantes
Capítulo LIII - De cómo salió el maestro Peluca en la representación de su comedia
de Juan Montalvo
Capítulo LIII

Capítulo LIII

Se había ya lavado y aderezado don Quijote, cuando el alcaide del castillo se presentó a convidarle a la representación de la comedia que iba a dar, dijo, una de las primeras compañías teatrales de España. Aceptó de mil amores don Quijote, y salió par a par del bachiller Sansón Carrasco y su escudero Sancho Panza. El teatro estaba armado, y de tales proporciones, que las tragedias de Sófocles se pudieran ofrecer allí. Corrido el telón, se vio la escena de Lanzarote del Lago y la reina Ginebra en el dichoso conflicto que perdió para siempre a la tierna Francisca de Rímini. El doctor Casimiro Extradibaús no lo pudo sufrir, y poniéndose de pies requirió al cielo que lanzase sus rayos sobre esa venta maldita, y dijo que sólo en tierra de moros podían verse cosas semejantes.

-Sentaos, buen hombre -respondió el bachiller Sansón Carrasco-, y mirad que nada tienen de malo estos amenos lances de dos enamorados. Pensad como gustéis, vosotros los hombres de las tinieblas; yo tengo placer en estas donosas y suaves ocurrencias.

Don Quijote de la Mancha se levantó a su vez y dijo:

-Lanzarote, desde luego, fue buen caballero y gentil enamorado; y la reina Ginebra, una de las más famosas señoras de la caballería; mas no echo yo de ver la necesidad de sacar a la calle sus flaquezas, en perjuicio, no solamente de su propio decoro, sino también de la honestidad pública.

-Deje vuesa merced a estos curiales -repuso el bachiller-, que se vayan a contar sus dieces, y gocemos nosotros del espectáculo que nos ofrecen estos hábiles artistas. ¿Qué hay allí, en suma, sino un suave desfloramiento de los labios, y qué tiene de reprensible el que un mancebo apasionado coja como al descuido un poco de crema de felicidad, sin daño de tercero?

-¡Para tales actores, tales espectadores! -dijo en voz alta el doctor Casimiro Extradibaús.

-Mirad donde os ponéis, amigo picapleitos -respondió el bachiller-: no estamos aquí para dejarnos reprender y jorobar por quisquis de vuestra ralea.

-¡Vamos, señores! -gritó el tío Peluca en el escenario-; ¿sigue o no adelante la representación? ¿O son vuesas mercedes quienes dan la comedia?

-En el repertorio de vuesas mercedes habrá, me parece -dijo don Quijote-, piezas que, sin perturbar a algunos espectadores, nos sirvan de entretenimiento a todos. Los trances más gratos de la vida suelen ser aquellos a los cuales el misterio comunica interés: las pasiones más dulces son las que se desenvuelven honestamente, y los placeres más delicados los que gozamos sin perder el respeto a la sociedad humana. Si es verdad que para que la inocencia nos proporcione alguna dicha ha de ser maliciosa, es asimismo cierto que la malicia sin delicadeza viene a servicio y descaro. Lanzarote pudo haber cogido la flor de los labios de la reina Ginebra, ¿mas qué necesidad tenemos de remedar a la faz del mundo lo que ese caballero hizo sin más testigos que Dios y su conciencia? La reina Ginebra, por otra parte, no perdió con ese desliz el derecho a la protección de los andantes; y aun por eso me opongo al pregón ofensivo que quieren dar estos histriones, previniéndoles que, si mi voz no es suficiente, entrará aquí mi espada.

-¡Con mil diablos! -gritó de nuevo el tío Peluca-, ¡déjese hablar a mis personajes! ¿Vuelvo a preguntar si son vuesas mercedes o nosotros quienes damos la comedia?

-Por las razones que alega vuesa merced -dijo el bachiller Sansón Carrasco a don Quijote- convengo en que se cambie la pieza; mas de ningún modo influido por los ululatos de este cabeza torcida que tiene cara de hacer mucho más de lo que le saca de madre.

-¿Qué pieza quieren vuesas mercedes? -preguntó el director del teatro-. Como ella sea de las mías, yo haré el gusto de todos.

El doctor Mostaza, en quien la rectitud de ideas de don Quijote y la elevación de los sentimientos de su ánimo no hacían sino infundir más y más odio, alzó la voz y dijo:

-Donde estoy yo no manda nadie: la comedia de Lanzarote se ha de representar, y no otra. Vuesa merced no quiere la de la reina Ginebra -añadió dirigiéndose a don Quijote-, yo la quiero. Anden esos señores cómicos; si no, por Dios vivo que me han de ver enojado.

-Veamos -respondió don Quijote-, ¿cómo se toma vuecelencia para que prevalezca su voluntad?.

El doctor Mostaza, haciendo de tripas corazón, con energía facticia tras la cual estaba resollando el miedo, soltó una desvergüenza de a folio. Se le fue encima don Quijote, y asiéndole por las orejas con entrambas manos, le sacudió de modo que si no acuden el ventero y el bachiller se las arranca de cuajo. Libre el pobre Mostaza de ese vestiglo, se escabulló como pudo, y restablecida la paz, el maestro Peluca dijo:

-¿Gustarían vuesas mercedes de la escena de la sin par Oriana cuando está encerrada en el castillo de Miraflores?

-¿Por qué está encerrada? -preguntó el bachiller.

-Como don Amadís de Gaula -respondió el tío Peluca- es tan llorón, un día se pone a llorar a los pies de su dama; y tantas echa, que el corazón de la señora se reblandece; y así, medio loca y medio muerta, sin saber lo que hace, hace lo que no debe. El llorón de Amadís sigue llorando, y la sin par Oriana, como queda enunciado, se encierra, porque le ha sucedido lo que la obliga a estar encerrada.

-Yo sé lo que le ha sucedido -dijo don Quijote-. Si en algo tiene el maestro Peluca la integridad de sus barbas, guárdese de tocarme a un pelo a la memoria de esa dama. Así sufriré se aluda a ese triste acontecimiento, como que se me ponga la mano en la cara. Si no hay en su repertorio sino farsas y comedias ofensivas a las señoras y los caballeros andantes, desbarátese esta máquina o teatro, y váyanse noramala los histriones menguados que no aciertan a satisfacer a ninguna persona.

-Sin agravio de nadie -volvió a decir el director-, voy a dar a vuesas mercedes tal pieza que han de quedar saboreándose con ella más de un año.

Cayó el telón, y después de un intervalo de quince minutos, alzado de nuevo, se vio a Pepe Cuajo en ademán de pasearse airado y taciturno delante de una dama que estaba allí cabizbaja.

-¡Ha venido! -dijo de repente.

-¿Quién ha de venir, señor? ¿Para qué ha de venir nadie en vuestra ausencia? Algún enemigo de vuestro sosiego y mi felicidad os perturba el ánimo con falsos avisos, con perversas insinuaciones.

-¡Ha venido! -repitió el terrible Cuajo, y volviendo a su aspecto sombrío, dijo:

-¡Dulcinea, vas a morir!

-¿Qué es eso de Dulcinea? -preguntó el bachiller Sansón Carrasco-: ¿quién es el atrevido que va a matar a Dulcinea? ¿Matar a Dulcinea en mi presencia? ¿No pasarán por la punta de mi lanza veinte, treinta y aun cuarenta de estos desalmados, antes que me toquen a la orla del vestido a esa señora?

-A nadie le incumbe ni atañe la defensa de Dulcinea -dijo a su vez don Quijote-, sino al caballero que la sirve: tanto sufriré yo que estos farsantes maten a Dulcinea, como que ningún caballero de contrabando la tome bajo su amparo y custodia.

-¡Por la Virgen Santísima! -gritó el maestro Peluca-, dejen que haga cual haga la figura que le pertenece y no me interrumpan a cada paso la representación. ¿Cuándo quieren vuesas mercedes que concluyamos, si no me dejan principiar?

-Es cabalmente lo que quiero -respondió el bachiller- que no se principie a matar a Dulcinea, y menos que se acabe de matarla. Pero ¿quién será el que principie semejante desaguisado y cuándo se acabará tal superchería en las barbas del caballero que la sirve?

-¡A Dulcinea no le sirve sino un caballero, y ése soy yo! -dijo don Quijote-. Por un mismo camino se habrán de ir los que quieren matarla como los que tratan de defenderla por derecho propio.

Aquí intervino el ventero y dijo:

-Señores, éstas no son cosas de veras, sino ficciones agradables y embustes curiosos con que esta gente se ha propuesto divertirnos. La vida de esa señora está en salvo; y así, vuelvan vuesas mercedes a la tranquilidad del espíritu y el silencio que ha menester la representación.

-Si no son cosas de veras, peor aún -respondió don Quijote-: el bellaco que ha hecho a Dulcinea un cargo sin fundamento, pagará su avilantez y alevosía.

El pobre tío Peluca estaba ya fuera de sí. Por concluir cuanto antes su comedia, le dio un corte más allá de la mitad; y asomándose a la orilla de las tablas uno de los personajes, dijo:


«¡Miefé, señor caballero!,
Ella diga quien le agrada;
Y de aquel sea adamada
Aunque yo la amé primero».


-Esta Dulcinea no debe de ser la mía -dijo a su vez el bachiller Sansón Carrasco-, supuesto que anda en tales pasos.

-Ni la mía tampoco -respondió don Quijote-; pero basta que se llame Dulcinea para que yo castigue rigurosamente el menor agravio irrogado a su persona. En cuanto a lo demás, para que sepamos a cuál ha de pertenecer la dama, conviene averigüemos cuál es el de su preferencia, el grande o el chico; ni permitiré yo que sea entregada contra su voluntad al que no es de su gusto, y menos que pase a manos de nadie sino por la puerta de la Iglesia.

-Vuesa merced hace bien -dijo Sancho, rompiendo un silencio que no podía ya sobrellevar-; si se unen, que sea como católicos; y no vengamos con que el galán se fue, y conque la niña se quedó, y no así como quiera, sino encerrada, porque le ha sucedido lo que la obliga a estar encerrada, como dijo el otro. Obispo por obispo, séalo Domingo; y hacientes y consentientes pena por igual. A mí tan feo me parece el grande como el chico; y todavía, en caso de no poder más, primero ese bestión desmedido que ese chisgarabís. Cásense, cásense; ellos se mueren por ella, ella los quiere bien: pues manos a la obra.

-¡Que no te hayas muerto ahora ha cuarenta años, demonio! -exclamó don Quijote.

Y como siguiese tronando y relampagueando con grandísimo enojo:

-Vamos -dijo tío Peluca-, con este loco no hemos de hacer nada. Desbarátese este tablado, y a dormir, para que podamos madrugar.

-No es loco, sino tonto, -respondió don Quijote-; pero no tiene mal corazón. Prosigan vuesas mercedes, que la pieza no puede ser más interesante.

El bachiller Sansón, a quien más divertía esta comedia que la del teatro, se puso de pies y dijo:

-Dígame el tuáutem o director de la farándula, ¿cuál es el loco a quien ha querido aludir? ¿Loco, en presencia de caballeros andantes que pueden castigar su demasía? Filipo, Antígono, Sertorio, Aníbal fueron tuertos como vos, don bellaco probado; pero esto no os ha de librar de la furia de mi ánimo y la fuerza de mi brazo.

Tío Peluca era de suyo amigo de la paz y concordia; pero cuando le andaban por las barbas daba pruebas clásicas de atrevimiento. Soltó, pues, una carretilla de desvergüenzas tales, que tanto el verdadero como el falso don Quijote se le iban encima cuando el mal hablado farsante puso pies en polvorosa, y el ventero intervino diciendo que, como alcaide de la fortaleza, a él le correspondía la represión de esos atrevidos y él sabría poner las cosas en orden.