Capítulos que se le olvidaron a Cervantes/Capítulo LV

Capítulos que se le olvidaron a Cervantes
Capítulo LV - Donde se da a conocer el desconocido y cuenta su lamentable aventura
de Juan Montalvo
Capítulo LV

Capítulo LV

-¿El dormir es material y vergonzoso, señor caballero? -preguntó Sancho.

-Vergonzoso, de ninguna manera -respondió el bachiller-, puesto que no traslimitemos los términos señalados por la naturaleza; material, no estoy a un paso de creerlo. El sueño es una operación mixta en la cual tienen parte el alma y el cuerpo, o por mejor decir, un acto en el cual uno y otro se despojan de sus atributos. El sueño es negación hermosa, ausencia llena de felicidad, si me comprendéis, amigo.

-¿Luego puedo dormir esta noche? -volvió Sancho a preguntar.

-Esta y las siguientes. Dormid los que no tenéis amores que os atormenten ni cavilaciones que os desvelen. ¿Podría vuesa merced decirme -añadió el bachiller dirigiéndose al huésped desconocido-quién es vuesa merced, de dónde viene, adónde va y cuáles son los sucesos principales de su vida? Holgaría yo de entretener el tiempo con una sabrosa narración, de esas con que los pasajeros amenos suelen hacer dormir a los tontos y velar a los discretos.

-Las cosas de mi vida, señor -respondió el huésped- son inenarrables; tanto hay en ella de triste y desdichado.

Don Quijote apoyó al bachiller, diciendo:

-Nárrelas vuesa merced, con todo; y aún puede ser que del contarlas aquí se derive el remedio de su cuita.

-Pues yo, señores, me llamo don Pascual Osorio, de la Castilla por mi madre.

-Antes de pasar adelante -dijo el bachiller-, dígame el señor don Pascual Osorio de la Castilla por su madre, si es o no hidalgo de devengar quinientos reales: lo debe de ser, supuesto que tiene el don.

-Cuando era pobre, señor -respondió don Pascual Osorio-, yo no era nada; y lo fuí hasta muy entrado en edad, de lo que estoy lejos de alabarme. Pero un día me vino Dios a ver, y desde entonces mi vida empezó a ser tan holgada como hasta entonces había sido estrecha. Don Pascual siempre me habían llamado mis conocidos; amigos no tiene el pobre. Han de saber vuesas mercedes que esto de la pobreza agua hasta las buenas aptitudes, por mucho que la Escritura hable bien de ella y muestre protegerla. Vuesas mercedes no sean pobres a ningún precio. Los bienes de fortuna me ennoblecieron, me rejuvenecieron, me conciliaron hasta gallardía. No solamente decían todos, sino también pensaban, que yo era hombre de altas prendas. Me casé con una niña de diez y ocho años.

-¿Y a vuesa merced cuántos le corrían hasta ese fausto acontecimiento? -preguntó el bachiller.

-Frisaba yo en los sesenta y cuatro, señor: mas fuera de la peluca y un cierto ahoguío, no daba indicios de vejez; ¡qué, si me llevaba calle y media de un tirón, y me tenía como un cernícalo sobre un caballo!

-Él sesenta y cuatro -repitió el bachiller-, ella diez y ocho; buen surtido. ¿Lo pasaron de perlas, esto se cae por su peso?

-Vivíamos, señor, tan sin género de pesadumbres, que éramos del todo felices. Activa, hacendosa, nada soberbia: ella a peinarse, ella a vestirse, ella en persona a todo.

-Mulier diligens corona est viro suo -dijo el bachiller.

Don Pascual Osorio prosiguió:

-No dejaba traslucir sino un defectillo, es a saber, tal cual apego al dinero. Sé decir a vuesas mercedes que sus socaliñas eran mi embeleso: su amor nunca más vivo; ella nunca más seductora que cuando sus intenciones iban encaminadas a beneficiarme; hubiera yo querido ser mina de oro para darle gusto.


-«Mucho fas el dinero et mucho es de amar,
Al torpe face bueno et heme de prestar»


-dijo el bachiller-. Vuesa merced no tenía qué pedirle a la fortuna.

-No me hubiera trocado con un cardenal, señor mío de mi alma. Era otra cosa el ver esas mejillas encendidas, esos ojos rasgados, negros, esa cabellera crespa y esponjada que le bañaba los hombros. Y me llamaba hermoso, ¡qué muchacha!


-«Sea un home nescio et feo hasta el orror,
Los dineros le fasen hermoso y sabidor»


-volvió a decir el bachiller-. ¿Y qué tal de pasadía?

-El mundo era para mí el bien supremo -respondió el viejo-; todo placer, todo felicidad.


-«Si tovieres dineros habrás consolación:
Do son muchos dineros es mucha bendición».


¿No hubo desabrimiento entre vuesas mercedes, amargura chica ni grande, mientras el señor de la Castilla tuvo llena la bolsa?

-Me respetaba, señor, y me quería mi mujer como si yo hubiera sido el papa.


-«Yo vi en corte de Roma done es la Sanctidat,
Que todos al dinero fascen grant homildat;
Grant honra le fascían con grant solenidat;
Todos a él se homillaban como a la Magestat»,


-respondió el bachiller-. ¿Nada de celos?

-¿Celos, señor? Me adoraba la chiquilla.


-«Si le dio bebedizo o algún adamar,
Mucho aína lo supo de su seso sacar».


¿Nada de hijos?

-Este es el punto de mi desventura, señor. El cielo oyó mis ruegos: ¡qué decir, cuando una noche me anuncia ella que se siente madre!

-Vuesa merced quiere darme a entender que estaba preñada -dijo el bachiller.

-Y ahora digo a vuesa merced -repuso don Pascual- que llegó el día del alumbramiento y me nació un muchacho como un ángel.

-Si no me equivoco, parió la señora -replicó el bachiller-. Ahora bien, señor don Pascual Osorio de la Castilla por su madre, ¿qué hay en esto de triste ni desventurado?

-Todo cuanto hay es triste y desventurado -dijo don Pascual-. Quince días hubieron apenas transcurrido, cuando la madre verdadera de aquel bellaquín cargó con él, interviniendo la justicia. El embarazo, fingido; el parto, simulado; el niño, supuesto: ¡qué golpe, señor!

-Bonita era la niña -dijo Sansón-. ¿Ella sola había urdido la maraña?

-Obra fue de una dueña -respondió don Pascual-. Este mismo demonio de vieja había traído poco antes a casa ciertas joyas de grandísimo precio, que yo no quise ni ver; mas la muchacha porfió que yo las había de ver, aun cuando no las compráramos, y esa mera curiosidad me costó un ojo de la cara.


-«Señora, dis, compradme aquestos almajares:
Dijo la dueña: Plazme, desque me los mostrares»,


-tornó a decir el socarrón del bachiller-. Se acomodaba de prendas para caso necesario.

Don Quijote se había dejado estar callado, con las orejas tan largas, durante esta relación: echando de ver a la luz de un candil una olla en un andamio, le pasó por la cabeza una extraña locura, y levantándose en camisa, tomó a cuatro dedos su contenido y se embarró cara, pescuezo, pecho, arcas y aun la parte posterior de las orejas.

-Esto más tiene de bueno el ungüento de Hipermea -dijo-, que preserva de todo insulto y no da paso al acero, donde el bálsamo de Fierabrás no sirve sino para cerrar las heridas. Ahora estoy cierto de no recibir ninguna, por esforzado y mañero que sea el enemigo con quien me combata.

Diciendo esto, se volvió a su cama, en la que se tiró con gran crujir de tablas y huesos. El bachiller Sansón y don Pascual Osorio estaban asombrados, y aunque el primero conociese bien a don Quijote, se admiró mucho de este extremo de locura. Vio, oyó y calló; y después de algún silencio, dijo al señor de la Castilla:

-Su madre verdadera cargó con aquel jabato; ¿de la muy leal esposa de vuesa merced, qué fue?

-Aún no se había desenredado la trama -respondió don Pascual- cuando ya no había quien diese noticia de ella. Uno de esos descomulgados que tienen echada el alma atrás... Vuesa merced me comprende.


-«Darte han dados plomados, perderás tus dineros;
Al tomar vienen prestos, a la lid tardineros»,


-respondió el bachiller-. Juro por la Santa Biblia y los setenta traductores, haceros vengado, siguiendo, persiguiendo, matando, volviendo a matar y escarmentando al malandrín que tal sinrazón ha hecho a tan honradas barbas cual muestra ser el señor de la Castilla. Sabed que soy don Quijote de la Mancha, cuyo asunto es acorrer a los necesitados, castigar a los desaforados, enderezar los tuertos y poner en orden el mundo. Para autenticar, en cierto modo, mi juramento, llamo y pongo de testigo a mi dulce amiga la sin par Dulcinea del Toboso.

Admirado estaba don Pascual Osorio oyendo las resonantes cláusulas del falso don Quijote, promesas de más ruido que solidez, cuando el verdadero alzó la voz y dijo:

-Miente por la mitad de la barba el hideputa que dice ser don Quijote de la Mancha.

-¿Luego es vuesa merced -respondió el bachiller- el atrevido que anda por esos mundos llamándose don Quijote de la Mancha, en menoscabo de mi fortuna y para mengua de mi fama? Ya sé que ese cobarde caballero huyó de unos leoncitos y tuvo miedo a unos batancitos: ¡y esto llamándose don Quijote! Pues el juramento que hice en pro del señor don Pascual de la Castilla por su madre, lo convierto en mi propio beneficio y en contra del atrevido que osa tomar mi nombre y sustentarme barba a barba que él es el verdadero don Quijote de la Mancha.

¡Oh, santo cielo y cómo le crujieron los huesos a nuestro buen don Quijote y le temblaron los músculos, de pura indignación y coraje! Llamó de felón, follón y mal nacido al usurpador de su personalidad, y le retó a singular batalla. Concertáronse los dos aventureros en combatirse al día siguiente en uno de los patios del castillo, pusieron por condición de la batalla que el vencedor sería el verdadero don Quijote, y el vencido, despojado de ese famoso nombre, iría a meterse fraile.