Cancionero (Petrarca)/Yo voy pensando y al pensar asido
Yo voy pensando y al pensar asido
me siento de piedad de mí tan fuerte,
que me hace que liberte
lágrimas como nunca antes llorara;
pues, viendo ya cuán cerca está la muerte,
a Dios mil veces alas he pedido,
que alcen a eterno nido
la mente que en mortal cárcel repara;
mas tengo al fin aquí por cosa avara
suspiro o llanto que hoy me haga pedazos;
y así conviene que a razón me traiga
que el que, pudiendo en pie, al suelo caiga,
es digno de que yazga en los ribazos.
Aquellos tiernos brazos
en que confío, abiertos veo ahora;
pero el temor me azora
de otros ejemplos, y mi estado temo,
que hay quien me aguija, y soy quizá al extremo.
Dice, conmigo hablando, un pensamiento:
«¿Qué ansías? ¿Qué consuelo es el que atiendes?
Ay mísera, ¿no entiendes
con cuánto deshonor tu tiempo vuela?
Obra con seso presto, no te arriendes;
arranca de tu pecho todo asiento
del placer, que contento
no puede darte más, y te desvela.
Si te ahíta la continua bagatela
de aquel mentido dulce fugitivo
que puede dar traidor el mundo a otro,
¿por qué esperar aún de ese quillotro,
de toda paz y de firmeza esquivo?
Mientras que el cuerpo es vivo,
al freno aún del pensamiento accedes.
Sujétalo hoy que puedes,
que incierto es demorarse, como sabes,
y, antes de empezar, puede que acabes.
Bien sabes la dulzura que le ha hecho
a tus ojos la vista de esa fiera,
la cual más nos valiera
que más por nuestra paz fuese nacida.
Bien debes acordarte cómo era
cuando llegó corriendo hasta tu pecho,
allá donde de hecho
quizás no entrara llama otra prendida.
Ella la encendió; y si fementida
tanto tiempo duró ofreciendo un día,
que en pro de nuestro bien ya nunca vino,
hoy alza tu esperanza a otro camino
que al cielo lleva y que tu alma cría,
nueva, inmortal y pía:
que pues, si de ese mal que aquí os inquieta,
vuestro deseo aquieta
un pestañeo, un razonar, un canto,
¿cuál gozo será aquel, si es este tanto?»
Por otra un dulce y agrio pensamiento
con carga fatigante y deleitosa
en el alma se posa,
del que afán y esperanza el pecho pace;
que solo por la fama alma y gloriosa
no siente si yo sol o hielo siento,
o enflaco macilento;
y si lo mato, más fuerte renace.
Y día a día en mí mayor se hace
desde la cuna y mi más tierno juego,
y temo que un sepulcro a ambos encierre;
pues, cuando el cuerpo el alma ya deshierre,
no pienso que menguar pueda su fuego.
Mas que en latín o en griego
hablen de mí ya muerto, será viento;
si, porque siempre intento
ganar lo que en un hora se malogra,
por ir tras sombra, el alma a Dios no logra.
Mas aquel otro afán, del que estoy lleno,
cuanto se yergue junto a él derruye;
y así el tiempo huye
que, escribiendo de otro, a mí me olvido;
y la luz del mirar que me destruye
süavemente a su calor sereno
me tiene con un freno
contra el que maña o fuerza en vano mido.
¿Qué importa, pues, que el casco haya bruñido
de mi barquilla, si en escollo luego
de dos rocas la veo aún encallada?
Tú que del resto que en la mar enfada,
has librado mi rumbo y mi trasiego,
¿por qué, Señor, te ruego,
no impides que en la faz venga a correrme?
Que, como aquel que duerme,
ya de la muerte la visión me alarma;
y quiero hacer defensa, y voy sin arma.
Cuanto hago, sé; y embuste disfrazado
no me engaña, que Amor antes me esfuerza,
el cual no seguir fuerza
la senda del honor a quien de él fía;
y siento poco a poco en mí con fuerza
un severo desdén antes no usado,
que todo mi cuidado,
por que ella vea, saca a la faz mía;
que amar cosa mortal con pleitesía
que sólo a Dios por deuda le es debida,
desacredita a quien con ruegos clama.
Y esto aún a voces me reclama
tras los sentidos la razón perdida,
mas, porque no sea oída,
la costumbre viciada más la empuja,
y en los ojos dibuja
la que nació por sólo darme muerte,
porque harto gustó a ambos mal tan fuerte.
Y no sé el tiempo que me diera el cielo,
cuando primera vez pisé la tierra
a sufrir la cruel guerra
que yo contra mí mismo he practicado,
ni puedo el día que la vida cierra
prever a causa del corpóreo velo;
mas veo mudar el pelo,
y cambiar dentro de mí todo cuidado.
Y, pues creo ya casi haber llegado
al tiempo de partir, que cerca inquieta,
como aquel que el perder hace discreto,
pienso en dónde dejé aquel vericueto
que guía la derrota a buena meta;
y de un lado me aprieta
vergüenza y llanto a que me dé la vuelta;
del otro no me suelta
un placer por costumbre en mí tan fuerte
que a hacer pacto se atreve con la muerte.
Heme, canción, aquí más frío el pecho
por el propio temor que helada nieve,
sintiéndome morir ya en tal barullo;
que así pensando he vuelto ya al enjullo
gran parte de esta tela mía breve;
y todo peso es leve
cargando el que sostengo en tal estado,
que con la muerte al lado
busco de mi vivir consejo nuevo,
y conozco el mejor, y el peor apruebo.