Cancionero (Petrarca)/¡Ay de mí, que no sé hasta dónde llegue
¡Ay de mí, que no sé hasta dónde llegue
la cuita tantas veces traicionada!
Que, si jamás será de ella escuchada,
¿de qué vale que al cielo alto la entregue?
Mas, si aún se da que el fin no se me niegue
de esta voz flaca y grave,
antes que el fin me acabe,
no enfade a mi Señor porque me plegue
decirle en tan florido mistifori:
«Drez et rayson es qu'ieu ciant e·m demori».
Es justa cosa que haya vez que cante,
pues llevo suspirando tanto tiempo
que empiezo siempre tarde y a destiempo,
si quiero darle al mal risa bastante.
Y, si pudiese hacer que aquel semblante
tomase algún contento
de este dulce lamento,
¡bendito fuera sobre todo amante!
Y más, sin falsedad cuando suspire:
«Donna mi priegha, perch'io voglio dire»
Ay pensamientos que de vado en vado
me habéis llevado a razonar tan alto,
mirad si me es su corazón basalto
que nunca con mi voz lo he penetrado.
Jamás digna prestar de mí cuidado,
si hablando me revelo,
pues no lo quiere el cielo
al cual de combatir ya estoy cansado;
y, pues me vuelve el corazón diaspro,
«così nel mio parlar voglio esser aspro».
¿Qué digo o dónde estoy? ¿Y quién me engaña,
que no sea yo o amar sobremanera?
Que aunque yo el cielo cruce esfera a esfera
no hay astro que a llorar fuerce con maña.
Si la vista un mortal velo enmaraña,
¿a qué culpar estrellas?
¿a qué las cosas bellas?
Conmigo quien conmigo está se ensaña,
después que de placer me cargó grave
«la dolce vista e 'l bel guardo soave».
Las cosas de que el mundo está adornado
buenas hizo las manos del Maestro;
mas yo, que en ver tan dentro no soy diestro,
cegado soy por luz que tengo al lado;
y, si hay vez que a su Luz soy trasportado,
no ya por ello duermo.
Así me vuelve enfermo
mi propia culpa y no aquel añorado
día en que vi aquel ángel, duro jade,
«nel dolce tempo de la prima etade».