Buenos Aires desde setenta años atrás/Capítulo XXIX

Los hombres de entonces. -Proyecto de telégrafo antes del año 20. -Primer paquete en 1824. -Primeras tiendas extranjeras de ropa hecha. -Relojerías. -Ferreterías, etc. -Varangot. -Un polaco. -Sala de Comercio; quienes podían ser socios; su biblioteca; modificación de su reglamento. -Cordialidad entro nativos y extranjeros. -Efecto de las cuestiones políticas. -Testimonio de gratitud de escritores extranjeros.

I

Por aquellos años ya se llamaba la atención hacia algunos de los portentos que más tarde se transportaron a nuestro suelo, y cuyos beneficios y utilidad gozamos hoy: lo que nos prueba que los hombres de aquella época pensaban ya en adelantos, que circunstancias adversas hacían, por entonces, irrealizables.

Por ejemplo: en 1823, El Centinela, en uno de sus números, decía: «Las máquinas telegráficas establecidas en el Almirantazgo de Londres, y el Arsenal de Portsmouth, que dista 24 leguas, comunica un oficio corto y su respuesta en un minuto de tiempo. ¡Cuánto servicio hará el establecimiento de estas máquinas entre esta capital y sus fronteras, y entre la rada exterior y la Ensenada!»

Esto se escribía en 1823, y dos años antes (1821), don Santiago Wilde, nuestro padre, en su Memoria, presentada a la Comisión de Hacienda, de la que él era vocal, había indicado entre otras mejoras: «Establecer telégrafos desde la capital hasta todas las guardias fronterizas, Ensenada, etcétera, etc., como también uno a bordo de dicho casco (se refería al pontón), según el plan de fácil y económica ejecución que presentó años hace, el autor de esta Memoria, y debe hallarse en Secretaria. Por este medio tendría el Gobierno noticias desde la frontera más distante, en pocos minutos, y no sería tan factible, entonces, que invadiesen los bárbaros la provincia, impunemente.»


II

El establecimiento de paquetes de ultramar, siendo el primero el Countess of Chechester, que llegó a este puerto el 16 de abril de 1824, fue un verdadero acontecimiento. Traía la correspondencia de Chile y Perú, abriendo una comunicación directa y expeditiva con regiones, que hasta esa; época, los españoles habían excluido de toda relación.

Los viajes eran largos entonces, haciéndose en buques de vela.

En ese mismo año se celebró el tratado con la Gran Bretaña.


III

Mister Niblett fue el primer inglés que estableció en Buenos Aires una tienda de ropa hecha; en los primeros tiempos, muchos ingleses hacían traer sus trajes hechos de Inglaterra, que con los derechos, etc., salían tan caros o más que los hechos aquí.

Entre los primeros sastres que abrieron tienda de alguna consideración en el ramo de sastrería, que nosotros recordamos, fueron Coyle, inglés, y luego Mayer, alemán, Moine y Hardois, franceses.

Una de las primeras relojerías de algún valor fue la de don Diego Helsby, inmediato al café Catalanes.

Las sillas de montar se importaban en gran cantidad y sólo después de muchos años empezaron a construirse en el país llegando a hacerse tan buenas como las inglesas.

Mr. Pudicomb tuvo también en esa época, en la esquina San Martín y Piedad, donde hoy se encuentra la armería, una tienda de ropa hecha, confeccionada en Inglaterra, y recibía gran cantidad de sombreros ingleses.

Don Diego Hargreaves creemos que fue, sino el primero, de los primeros en establecer una ferretería en todos sus ramos, incluyendo armas de fuego: puede decirse que todas las ferreterías antes, y por mucho tiempo después de esa época, eran de españoles.

Monsieur Varangot, francés, víctima más tarde de Rosas, fue, si no nos equivocarnos, el primero que planteó un establecimiento de sombrerería en alta escala; antes de eso era insignificante la fabricación en el país, y lo que se hacía era de clase muy inferior. Se introducían del extranjero, siendo más caros los ingleses, pero de mejor calidad. Los sombreros de Varangot se vendían por siete u ocho pesos; los ingleses, de buena clase, no valían menos de 10 o 12.

Hubo otro fabricante, creemos que también de origen francés, un señor Cornet, que tenía su fábrica inmediata al molino de viento.

Un polaco, cuyo nombre ignoramos, alto, delgado, derecho como un huso, hombre de pocas palabras, tuvo por muchos años un cuarto al lado del Teatro Argentino, en la calle Cangallo con calzado extranjero, sombreros, guantes, medias, corbatas, etc., una cierta especialidad en aquellos tiempos. Poco a poco, esta clase de establecimientos, y otros en diversos ramos, fueron cundiendo, hasta alcanzar el número, el lujo y esplendor que todos conocemos.


IV

Los ingleses tenían su «Sala de Comercio», que se estableció, creemos que en 1810. Según su reglamento, sólo ellos podían ser suscriptores; esta institución era sumamente importante; por medio de buenos telescopios, estaban a cabo de todas las entradas y salidas de los buques. Tenían, también, allí, una biblioteca, y en su sala de lectura, se encontraban los periódicos de varias naciones y todos los del país. Estaba situada en la calle del Fuerte, hoy 25 de Mayo, donde aun existe.

La biblioteca llegó a tener, en 1820 o 21, más de 600 volúmenes, y en esa época ya podían ser, y eran, en efecto, socios los hijos del país, y de cualquier otra nación.

Esta medida, justa y conciliadora, nacía, sin duda, de la armonía que reinaba entre nativos y extranjeros; parece que todos concurrían a un mismo fin. Había, además, por aquellos tiempos, muchas familias distinguidas que formaban la alta sociedad, y aunque sus jefes o cabezas eran españoles de origen, por educación, costumbres e inclinaciones, tenían el buen sentido y el gusto de estrechar amistad con los que participaban y eran adictos al nuevo orden de cosas.

La cordialidad y buena inteligencia que existía en nuestra sociedad, en la que prevalecía un sentimiento puramente nacional, un amor entrañable a la patria; sentimiento del que no sólo participaban los hijos del país, sino también la generalidad de los extranjeros, llegó a descollar en las convulsiones políticas que vinieron, por nuestra desventura, ¡a engendrar los partidos con sus inevitables odios y rencillas!

Los ingleses, tan ligados hasta entonces con las familias del país en todas sus diversiones, en todas sus alegrías y regocijos patrios, empezaron, a su vez, a retirarse y a asociarse casi exclusivamente entre sí; pero debemos agregar, con satisfacción, que ese extrañamiento no fue sino temporal.

Robertson recuerda, con gusto y gratitud, la afabilidad con que eran tratados los extranjeros en aquella época; esos lazos, como todos saben, no se han relajado; al contrario, parecen haberse estrechado más y más; y en prueba de que esa cordialidad, por nuestra parte no ha cesado, y antes bien ha aumentado, citaremos las palabras a este respecto de un escritor alemán más moderno.

El señor Napp dice: «El argentino siempre es benévolo y afable con el extranjero; en esta República no se conoce el nativismo brusco; antes al contrario, los extranjeros ocupan aquí una posición distinguida, pudiendo llenar casi todos los empleos públicos. El extranjero bien educado tiene acceso a todos los círculos, a todas las familias, y el obrero es acogido con mucha benevolencia.»