Buenos Aires desde setenta años atrás/Capítulo XX

El limosnero. -Limosneros a caballo. -Escritores ingleses, sobre este punto. -Limosneros negociantes. -Limosneros propietarios. -Asilo de mendigos; su inauguración. -Mendicidad en el día.

I

El limosnero era otro tipo especial en aquella época. Había algunos, y entre ellos muchas mujeres, viejas por lo general, que tenían sus días señalados en que concurrían a determinadas casas, cuyos dueños acostumbraban darles dinero, ropa, o alguna otra cosa; pero los más andaban diariamente por las calles y de puerta en puerta (entonces no había asilo de mendigos), y era una mortificación el inmenso número de limosneros que, uno tras otro, iban llegando a la puerta de calle o al zaguán y aun hasta el patio, desde donde con voz lastimera, pedían una limosna, por amor de Dios, para su pobre ciego, manco, o lo que fuese; y sólo se retiraban cuando se les daba o se les contestaba perdone, por amor de Dios; frase que había generalmente que repetir muchas veces, porque ellos seguían importunando, y no querían darse por notificados.

Casi inútil parece agregar que había entre ellos un buen número de pseudo-cojos, ciegos, etc.; de lo que no hay duda es, que todos eran sordos... cuando se les decía perdone, pues como hemos dicho, había que repetirlo hasta el fastidio.

Ha llamado mucho la atención de Parish, Robertson, Hutchinson y otros que han escrito sobre este país, el ver pordioseros a caballo. En efecto, muchos se veían cruzar, cabalgando, nuestras calles. Estos vivían en los suburbios y hacían sus incursiones diarias.

A la generalidad de los pordioseros rara vez se les daba dinero; recolectaban tanto en las casas de negocio como en las particulares, pan, velas, a veces hierba y azúcar, ropa de deshecho, etc. En el mercado, a ciertas horas, sobrantes de carne, verdura y fruta. No hay duda que lo que no consumían lo convertían en dinero; se hablaba, entre otros, de un negro viejo que vivía en un ranchito inmediato a la Recoleta, cuya mujer tenía allí una especie de puestito o boliche, y vendía el pan y demás que recolectaba su esposo.

Algunos habían podido reunir lo suficiente para comprar una o más casitas, y, sin embargo, continuaban en su productiva profesión. Por lo que se ve, la mendicidad de oficio ha existido en todos tiempos.


II

El Asilo de Mendigos que, según la opinión de algunos, que creemos tienen razón, debiera más bien llamarse Asilo de Pobreza, o cosa parecida, puesto que sus moradores no van ya a mendigar, ha venido a remediar, en parte, el mal.

Este útil establecimiento, creado en el Convento de Recoletos, fue solemnemente inaugurado el 17 de octubre de 1858; mucha parte tuvieron en su buen resultado los esfuerzos de las sociedades filantrópicas, y el 31 de diciembre del mismo año, existían ya albergados 79 mendigos.

El Asilo, decíamos, ha remediado, en parte, el mal; sin embargo, no puede librar a la sociedad de ser víctima de engaños y embustes.

Todos sabemos que pocos años atrás, entre los inmigrantes venían personas que no tenían más oficio, y que, después de mendigar (a veces familias enteras), por más o menos tiempo, se volvían a su país a gozar el fruto de su lucrativa ocupación.

Estos han desaparecido casi completamente, gracias a la persecución tenaz que les ha hecho la policía; pero en cambio, ha aumentado la mendicidad a domicilio, en diversas formas; formas apenas conocidas en las épocas a que este escrito se refiere. Había uno que otro pobre vergonzante, y también uno que otro petardista, pero los casos eran excepcionales.

Hoy tenemos al que viene provisto de mayor o menor número de certificados, que prueban su lamentable situación.

Otro, que presenta una lista de suscripción para remediar, en parte, alguna enorme desgracia, muchas veces, con nombres de contribuyentes que nadie conoce.

El de más allá, tiene a la mujer y Dios sabe cuántos hijos, enfermos, y carece de todo recurso.

También hay mujeres que se ocupan de lo mismo, desempeñando varios roles, tendentes todos a despertar sentimientos de caridad y de conmiseración.

No hay duda que la situación especial en que se encuentra el país ha engendrado esta clase, especial también, de mendigantes, y que el tipo de limosnero de esos tiempos ha desaparecido casi por completo. -Aquello era mortificante; esto va haciéndose insoportable.