Escena II

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PROCLO y EUMORFO, a quien MARINO acompaña, yéndose luego.


EUMORFO.- Abismo del saber, lucero de la filosofía, archivo de todas las noticias divinas y humanas...


PROCLO.- Amable mancebo, déjate de lisonjas y di lo que pretendes.


EUMORFO.- Pretendo que me ilustres un poco.


PROCLO.- (Con cierto desdén.) ¿Y para qué?


EUMORFO.- No me desdeñes así. Confieso que no tengo por las ciencias la vocación más decidida. A ti, que todo lo penetras, ¿cómo he de intentar engañarte? Pero, francamente, mis chistes y agudezas, mis habilidades, mis talentos de sociedad, todo queda deslucido sin algo de filosofía. La filosofía se ha puesto en moda entre las señoras de los círculos aristocráticos, a quienes sirvo, pretendo y tal vez enamoro. Me falta este charol; dámele, y seré irresistible.


PROCLO.- Aunque es vulgar, mezquino y un tanto cuanto pecaminoso el fundamento de tu deseo, tu deseo es bueno en sí, y me decido a satisfacerle; pero la empresa es ardua. Por más que no quieras tomar sino una ligerísima tintura, necesitas varias lecciones: necesitas asimismo consagrar a mi servicio y asistencia un par de horas diarias, a fin de que vayas recogiendo sentencias de las que se escapan de mis labios muy a menudo.


EUMORFO.- Consagraré a tu servicio y asistencia ese par de horas diarias que dices.