Ansia que ardiente crece
Ansia que ardiente crece,
Vertiginoso vuelo
Tras de algo que nos llama
Con murmurar incierto.
Sorpresas celestiales,
Dichas que nos asombran;
Así cuando buscamos lo escondido,
Así comienzan del amor las horas.
Inacabable angustia,
Hondo dolor del alma,
Recuerdo que no muere,
Deseo que no acaba,
Vigilia de la noche,
Torpe sueño del día
Es lo que queda del placer gustado,
Es el amargo fruto de la vida.
Aunque mi cuerpo se hiela
Me imagino que me quemo,
Y es que el hielo algunas veces
Hace la impresión del fuego.
A las rubias envidias
Porque naciste con color moreno,
Y te parecen ellas blancos ángeles
Que han bajado del cielo.
¡Ah!, pues no olvides, niña,
Y ten por cosa cierta,
Que mucho más que un ángel siempre pudo
Un demonio en la tierra.
De este mundo en la comedia
Eterna vienen y van
Bajo un mismo velo envueltas
La mentira y la verdad;
Por eso al verlas el hombre
Tras del mágico cendal
Que vela la faz de entrambas,
Nunca puede adivinar
Con certeza cuál es de ellas
La mentira o la verdad.
Triste loco de atar el que ama menos
Le llama al que ama más;
Y terco impenitente, al que no olvida
El que puede olvidar;
Del rico el pobre en su interior maldice,
Cual si él rico no fuera si pudiese,
Y aquél siente hacia el pobre lo que el blanco
Hacia las razas inferiores siente.
Justicia de los hombres, yo te busco,
Pero sólo te encuentro
En la palabra que tu nombre aplaude,
Mientras te niega tenazmente el hecho.
— ¡Y tú, dónde resides? — me pregunto
Con aflicción —, justicia de los cielos,
Cuando el pecado es obra de un instante
Y durará la expiación terrible
¡Mientras dure el infierno!