Amar después de la muerte/Jornada II

Amar después de la muerte
de Pedro Calderón de la Barca
Jornada II

Jornada II

Sierra de la Alpujarra.-Cercanías de Galera.
Tocan cajas y trompetas, y salen SOLDADOS, DON JUAN DE MENDOZA y EL SEÑOR DON JUAN DE AUSTRIA.
DON JUAN:

Rebelada montaña,
cuya inculta aspereza, cuya extraña
altura, cuya fábrica eminente,
con el peso, la máquina y la frente
fatiga todo el suelo,
estrecha el aire y embaraza el cielo;
infame ladronera,
que de abortados rayos de tu esfera
das, preñados de escándalos tu senos,
aquí la voz y en África los truenos.
Hoy es, hoy es el día
fatal de tu pasada alevosía,
porque vienen conmigo
juntos hoy mi venganza y tu castigo;
si bien corridos vienen
de ver el poco aplauso que previenen
los cielos a mi fama;
que esto matar, y no vencer se llama,
porque no son blasones
a mi honor merecidos
postrar una canalla de ladrones
ni sujetar un bando de bandidos:
Y así, encargue a los tiempos mi memoria
que la llamo castigo, y no vitoria.
Saber deseo el origen deste ardiente
fiero motín.
 

MENDOZA:

Pues oye atentamente.
Ésta, austral águila heroica,
es el Alpujarra, ésta
es la rústica muralla,
es la bárbara defensa
de los moriscos, que hoy,
mal amparados en ella,
africanos montañeses,
restaurar a España intentan.
Es por su altura difícil,
fragosa por su aspereza,
por su sitio inexpugnable
e invencible por sus fuerzas.
Catorce leguas en torno
tiene, y en catorce leguas
más de cincuenta que añade
la distancia de las quiebras,
porque entre puntas y puntas
hay valles que la hermosean,
campos que la fertilizan,
jardines que la deleitan.
Toda ella está poblada
de villajes y de aldeas;
tal, que cuando el sol se pone,
a las vislumbres que deja,
parecen riscos nacidos
cóncavos entre las breñas,
que rodaron de la cumbre,
aunque a la falda no llegan.
 

MENDOZA:

De todas las tres mejores
son Berja, Gavia y Galera,
plazas de armas de los tres
que hoy a los demás gobiernan.
Es capaz de treinta mil
moriscos que están en ella,
sin las mujeres y niños,
y tienen donde apacientan
gran cantidad de ganados;
si bien los más se sustentan
más que de carnes, de frutas
ya silvestres o ya secas,
o de plantas que cultivan;
porque no sólo a la tierra,
pero a los peñascos hacen
tributarios de la yerba;
que en la agricultura tienen
del estudio, tal destreza,
que a preñeces de su azada
hacen fecundas las piedras.
La causa del rebelión,
por si tuve parte en ella,
te suplico que en silencio
la permitas a mi lengua.
Aunque mejor es decir
que fui la causa primera,
que no decir que lo fueron
las pragmáticas severas
que tanto los apretaron,
que decir esto me es fuerza
si uno ha de tener la culpa,
más vale que yo la tenga.
 

MENDOZA:

En fin, sea aquel desaire
la ocasión, señor, o sea
que a Válor al otro día
que sucedió mi pendencia,
llegó el alguacil mayor
dél, y le quitó a la puerta
del Ayuntamiento una
daga que traía encubierta;
o sea que ya oprimidos
de ver cuánto los aprietan
órdenes que cada día
aquí de la corte llegan,
los desesperó de suerte,
que amotinarse conciertan:
para cuyo efecto fueron,
sin que ninguno lo entienda,
bastimento, armas y hacienda.
Tres años tuvo en silencio
esta traición encubierta
tanto número de gentes:
cosa que admira y eleva,
que en más de treinta mil hombres
convocados para hacerla,
no hubiera uno que jamás
revelara ni dijera
secreto de tantos días.
¡Cuánto ignora, cuánto yerra
el que dice que un secreto
peligra en tres que le sepan!
Que en treinta mil no peligra,
como a todos les convenga.
 

MENDOZA:

El primer trueno que dio
este rayo que en la esfera
desos peñascos forjaban
la traición y la soberbia,
fueron hurtos, fueron muertes,
robos de muchas iglesias,
insultos y sacrilegios
y traiciones, de manera
que Granada, dando al cielo
bañada en sangre las quejas,
fue miserable teatro
de desdichas y tragedias.
Preciso acudió al remedio
la justicia; pero apenas
se vio atropellada, cuando
toda se puso en defensa:
trocó la vara en acero,
trocó el respeto en la fuerza,
y acabó en civil batalla
lo que empezó en resistencia.
Al corregidor mataron:
la ciudad, al daño atenta,
tocó al arma, convocando
la milicia de la tierra.
No bastó; que siempre estuvo
(tanto novedades precia)
de su parte la fortuna:
de suerte, que todo era
desdichas para nosotros.
¡Qué pesadas y qué necias
son, pues en cuanto porfían,
nunca ha quedado por ellas!
 

MENDOZA:

Creció el cuidado en nosotros,
creció en ellos la soberbia
y creció en todos el daño,
porque se sabe que esperan
socorro de África, y ya
se ve si el socorro llega,
que el defenderle la entrada
es divertirnos la fuerza:
además, que si una vez
pujantes se consideran,
harán los demás moriscos
del acaso consecuencia;
pues los de la Extremadura,
los de Castilla y Valencia,
para declararse aguardan
cualquier victoria que tengan.
Y para que veáis que son
gente, aunque osada y resuelta,
de políticos estudios,
oíd cómo se gobiernan;
que esto lo habemos sabido
de algunas espías presas.
Lo primero que trataron
fue elegir una cabeza;
y aunque sobre esta elección
hubo algunas competencias
entre don Fernando Válor
y otro hombre de igual nobleza,
don Álvaro Tuzaní;
don Juan Malec los concierta
con que don Fernando reine,
casándose con la bella
doña Isabel Tuzaní,
su hermana.
 

MENDOZA:

 (Aparte.)
(¡Oh cuánto me pesa
de traer a la memoria
el Tuzaní, a quien respetan,
ya que a él no le hicieron rey,
haciendo a su hermana reina!)
Coronado, pues, el Válor,
la primer cosa que ordena,
fue, por oponerse en todo
a las pragmáticas nuestras,
o por tener por las suyas
a su gente más contenta,
que ninguno se llamara
nombre cristiano, ni hiciera
ceremonia de cristiano:
y porque su ejemplo fuera
el primero, se firmó
el nombre de Abenhumeya,
apellido de los reyes
de Córdoba, a quien hereda.
Que ninguno hablar pudiese,
sino en arábiga lengua;
vestir sino traje moro,
ni guardar sino la secta
de Mahoma: después desto,
fue repartiendo las fuerzas.
 

MENDOZA:

Galera, que es esa villa
que estás mirando primera,
cuyas murallas y fosos
labró la naturaleza,
tan singularmente docta,
que no es posible que pueda
ganarse sin mucha sangre,
la dio a Malec en tenencia;
a Malec, padre de Clara,
que ya se llama Maleca.
Al Tuzaní le dio a Gavia
la Alta, y él se quedó en Berja,
corazón que vivifica
ese gigante de piedra.
Ésa es la disposición
que desde aquí se penetra;
y ésa, señor, la Alpujarra,
cuya bárbara eminencia,
para postrarse a tus pies,
parece que se despeña.

DON JUAN:

Don Juan, vuestras prevenciones
son de Mendoza y son vuestras,
que es ser dos veces leales.
(Tocan dentro.)
Pero ¿qué cajas son éstas?

MENDOZA:

La gente que va llegando,
pasando, señor, la muestra.
 

DON JUAN:

¿Qué tropa es ésa?

MENDOZA:

Ésta es
de Granada, y cuanto riega
el Genil.

DON JUAN:

¿Y quién la trae?

MENDOZA:

Tráela el marqués de Mondéjar,
que es el conde de Tendilla,
de su Alhambra y de su tierra
perpetuo alcaide.

DON JUAN:

Su nombre
el moro en África tiembla.
(Tocan.)
¿Cuál es ésta?

MENDOZA:

La de Murcia.

DON JUAN:

¿Y quién es quien la gobierna?

MENDOZA:

El gran marqués de los Vélez.

DON JUAN:

Su fama y sus hechos sean
corónicas de su nombre.
 

(Tocan.)
MENDOZA:

Éstos son los de Baeza,
y viene por cabo suyo
un soldado, a quien debiera
hacer estatuas la fama,
como su memoria eterna
Sancho de Ávila, señor.

DON JUAN:

Por mucho que se encarezca,
será poco, si no dice
la voz que alabarle intenta,
que es discípulo del duque
de Alba, enseñado en su escuela
a vencer, no a ser vencido.
 

(Tocan.)
MENDOZA:

Aqueste que ahora llega,
el tercio viejo de Flandes
es, que ha bajado a esta empresa
desde el Mosa hasta el Genil,
trocando perlas a perlas.

DON JUAN:

¿Quién viene con él?

MENDOZA:

Un monstruo
del valor y la nobleza,
don Lope de Figueroa.

DON JUAN:

Notables cosas me cuentan
de su gran resolución
y de su poca paciencia.

MENDOZA:

Impedido de la gota,
impacientemente lleva
el no poder acudir
al servicio de la guerra.

DON JUAN:

Yo deseo conocerle.

DON LOPE DE FIGUEROA.-Dichos.
DON LOPE:

Voto a Dios, que no me lleva
en aqueso de ventaja
un átomo vuestra alteza,
porque hasta verme a sus pies,
sólo he sufrido a mis piernas.

DON JUAN:

¿Cómo llegáis?

DON LOPE:

Como quien,
señor, a serviros llega
de Flandes a Andalucía;
y no es mala diligencia,
pues vos a Flandes no vais,
que Flandes a vos se venga.

DON JUAN:

Cúmplame el cielo esa dicha.
¿Traéis buena gente?

DON LOPE:

Y tan buena,
que si fuera el Alpujarra
el infierno, y estuviera
Mahoma por alcaide suyo,
entraran, señor, en ella...
Si no es los que tienen gota,
que no trepan por las peñas,
porque vienen...
 

UN SOLDADO, GARCÉS, ALCUZCUZ.-Dichos.

 

UN SOLDADO:

(Dentro.)
Deteneos.

GARCÉS:

(Dentro.)
Tengo de llegar: afuera.

(Sale GARCÉS con ALCUZCUZ a cuestas.)
DON JUAN:

¿Qué es esto?

GARCÉS:

De posta estaba
a la falda desa sierra,
sentí ruido entre unas ramas,
Paréme hasta ver quién era,
Y vi este galgo que estaba
acechando detrás dellas,
que sin duda era su espía.
Maniatéle con la cuerda
del mosquete, y porque ladre
qué hay allá, le traigo a cuestas.

DON LOPE:

¡Buen soldado, vive Dios!
¿Esto hay acá?
 

GARCÉS:

¡Pues!, ¿qué piensa
vueseñoría que todo
está en Flandes?

ALCUZCUZ:

(Aparte.)
¡Malo es ésta!
Alcuzcuz, a esparto olelde
el nuez del gaznato vuestra.

DON JUAN:

Ya os conozco: no me cogen
estas hazañas de nuevas.

GARCÉS:

¡Oh, cómo premian sin costa
príncipes que honrando premian!

DON JUAN:

Venid acá.

ALCUZCUZ:

¿A mé decilde?

DON JUAN:

Sí.

ALCUZCUZ:

Ser gran favor tan cerca.
Bien estalde aquí.

DON JUAN:

¿Quién sois?
 

ALCUZCUZ:

 (Aparte.)
(Aquí importar el cautela.)
Alcuzcuz, un morisquilio,
a quien lievaron por fuerza
al Alpujarro; que mé
ser crestiano en me conciencia,
saber la trina crestiana,
el Credo, la Salve Reina,
el pan nostro, y el catorce
mandamientos de la Iglesia.
Por decir que ser crestiano,
darme otros el muerte intentan;
yo correr, e hoyendo, dalde
en manos de quien me prenda.
Si me dar el vida, yo
decilde cuanto allá piensan,
y lievaros donde entréis
sin alguna resistencia.

DON JUAN:

 (Aparte a MENDOZA.)
Como presumo que miente,
también puede ser que sea
verdad.

MENDOZA:

¿Quién duda que hay muchos
que ser cristianos profesan?
Yo sé una dama que está
retirada allá por fuerza.
 

DON JUAN:

Pues ni todo lo creamos
ni dudemos. Garcés, tenga
ese morisco por preso...

GARCÉS:

Yo, yo tendré con él cuenta.

DON JUAN:

Que en lo que luego dijere,
veremos si acierta o yerra.
Y ahora vamos, don Lope,
dando a los cuarteles vuelta,
y a consultar por qué sitio
se ha de empezar.

MENDOZA:

Vuestra alteza
lo miren bien, porque aunque
parece poca la empresa,
importa mucho; que hay cosas,
mayormente como éstas,
que no dan honor ganadas,
y perdidas dan afrenta:
y así, se debe poner
mayor atención en ellas,
no tan para ganarlas,
cuanto para no perderlas.

(Vanse DON JUAN DE AUSTRIA, DON JUAN DE MENDOZA, DON LOPE y SOLDADOS.)

 

GARCÉS, ALCUZCUZ.
GARCÉS:

Vos ¿cómo os llamáis?

ALCUZCUZ:

Arroz;
que si entre moriscos era
Alcuzcuz, entre crestianos
seré arroz, porque se entienda
que menestra mora pasa
a ser crestiana menestra.

GARCÉS:

Alcuzcuz, ya sois mi esclavo:
decid verdad.

ALCUZCUZ:

Norabuena.

GARCÉS:

Vos dijisteis al señor
don Juan de Austria...

ALCUZCUZ:

¿Que aquél era?

GARCÉS:

Que le llevaríais por donde
entrada tiene esa sierra.

ALCUZCUZ:

Sí, mi amo.
 

GARCÉS:

Aunque es verdad
que él a sujetaros venga
con el marqués de los Vélez,
con el marqués de Mondéjar,
Sancho de Ávila y don Lope
de Figueroa, quisiera.
Yo que la entrada a estos montes
sólo a mí se me debiera:
llévame allá, porque quiero
mirarla y reconocerla.

ALCUZCUZ:

(Aparte.)
(Engañifa a este crestiano
he de hacerle, e dar la vuelta
al Alpujarra.) Venilde
conmigo.

GARCÉS:

Detente, espera;
que en ese cuerpo de guardia
dejé mi comida puesta
cuando salí a hacer la posta,
y quiero volver por ella;
que en una alforja podré
(porque el tiempo no se pierda)
llevarla, para ir comiendo
por el camino.

ALCUZCUZ:

Así sea.

GARCÉS:

Vamos, pues.

ALCUZCUZ:

(Aparte.)
Santo Mahoma,
pues tú selde mi profeta,
lievarme, e a Meca iré,
aunque ande de ceca en meca.

(Vanse.)

 

Jardín en Berja.
MORISCOS y MÚSICOS; y detrás, DON FERNANDO DE VÁLOR y DOÑA ISABEL TUZANÍ.
VÁLOR:

A la falda lisonjera
dese risco coronado,
donde sin duda ha llamado
a cortes la primavera,
porque entre tantos colores
de su república hermosa
quede jurada la rosa
por la reina de las flores,
puedes, bella esposa mía,
sentarte. Cantad, a ver
si la música vencer
sabe la melancolía.
 

DOÑA ISABEL:

Abenhumeya valiente,
a cuya altivez bizarra,
no el roble del Alpujarra.
dé corona solamente,
sino el sagrado laurel,
árbol ingrato del sol,
cuando llore el español
su cautiverio cruel:
No es desprecio de la dicha
deste amor, desta grandeza,
mi repetida tristeza,
sino pensión o desdicha
de la suerte; porque es tal
de la fortuna el desdén,
que apenas nos hace un bien,
cuando le desquita un mal.
No nace de causa alguna
esta pena
 (Aparte.)
(¡A Dios plugiera!),
sino sólo desta fiera
condición de la fortuna.
Y si ella es tan envidiosa,
¿cómo puedo yo este miedo
perder al mal, si no puedo
dejar de ser tan dichosa?
 

VÁLOR:

Si la causa de mirarte
triste tu dicha ha de ser,
pésame de no poder,
mi Lidora, consolarte;
que habrá tu melancolía
de ser cada día mayor
pues que tu imperio y mi amor
son mayores cada día.
Cantad, cantad, su belleza
celebrad, pues bien halladas,
siempre traen paces juradas
la música y la tristeza.

MÚSICA:

No es menester que digáis
cúyas sois, mis alegrías;
que bien se ve que sois mías
en lo poco que duráis.
 

MALEC, que llega a hablar a DON FERNANDO, hincada la rodilla; y a los lados, DON ÁLVARO y DOÑA CLARA, que salen en traje de moros, y se quedan a las puertas; BEATRIZ. -Dichos.
DOÑA CLARA:

(Aparte.)
«No es menester que digáis
cúyas sois, mis alegrías...».

DON ÁLVARO:

(Aparte.)
«Que bien se ve que sois mías
en lo poco que duráis».

(Siempre suenan los instrumentos, aunque se represente.)
DOÑA CLARA:

(Aparte.)
¡Cuánto siento haber oído
ahora aquesta canción!

DON ÁLVARO:

(Aparte.)
¡Qué notable confusión
la voz en mí ha introducido!

DOÑA CLARA:

(Aparte.)
Pues cuando mi casamiento
a tratar mi padre viene...

DON ÁLVARO:

(Aparte.)
Pues cuando dichas previene
amor, a mi amor atento...
 

DOÑA CLARA:

 (Aparte.)
Glorias mías, escucháis...

DON ÁLVARO:

(Aparte.)
Escucháis, mis fantasías...

(Música; y ellos, aparte Que bien se ve que sois mías en lo poco que duráis...)
MALEC:

Señor, pues entre el estruendo
de Marte el amor se ve
tan hallado, bien podré
decirte cómo pretendo
dar a Maleca marido.

VÁLOR:

Quién fue tan feliz, me di.

MALEC:

Tu cuñado Tuzaní.

VÁLOR:

Muy cuerda elección ha sido,
pues uno y otro fiel
a preceptos de su estrella,
él no viviera sin ella,
y ella muriera sin él.
¿Adónde están?
 

(Llegan DON ÁLVARO y DOÑA CLARA.)
DOÑA CLARA:

A tus pies
alegre llego.

DON ÁLVARO:

Y yo ufano,
para que nos des tu mano.

VÁLOR:

Mil brazos tomad, y pues
en nuestro docto alcorán,
ley que ya todos guardamos,
más ceremonias no usamos
que las prendas que se dan
dos, dele a Maleca divina
sus arras el Tuzaní.
 

DON ÁLVARO:

Todo es poco para ti,
a cuya luz peregrina
se rinde el mayor farol;
y así temo, porque arguyo
que es darle al sol lo que es suyo,
darle diamantes al sol.
Aqueste un Cupido es,
de sus flechas guarnecido;
que aun de diamantes Cupido,
viene a postrarse a tus pies.
Ésta una sarta de perlas,
de quien duda quien ignora
que las llorara el aurora,
si tú habías de cogerlas.
Ésta es un águila bella,
del color de mi esperanza;
que sólo un águila alcanza
ver el sol que mira ella.
Un clavo para el tocado
es este hermoso rubí,
que ya no me sirve a mí,
pues mi fortuna ha parado
estas memorias... Mas no
las tomes; que en tales glorias,
quiero que tengas memorias
tú, sin traértelas yo.
 

DOÑA CLARA:

Las arras, Tuzaní, aceto,
y a tu amor agradecida,
traerlas toda mi vida
en tu nombre te prometo.

DOÑA ISABEL:

Y yo os doy el parabién
de aqueste lazo inmortal.
(Aparte.)
(Que ha de ser para mi mal.)

MALEC:

Ea pues, las manos den
albricias al alma.

DON ÁLVARO:

Puesto
a tus pies estoy.

DOÑA CLARA:

Los brazos
conformen eternos lazos.

LOS DOS:

Yo soy feliz...

(Al darse las manos, tocan cajas dentro.)

 

TODOS:

Mas ¿qué es esto?

MALEC:

Cajas españolas son
las que atruenan estos riscos,
que no tambores moriscos.

DON ÁLVARO:

¿Quién vio mayor confusión?

VÁLOR:

Cese la boda, hasta ver
qué novedad causa ha sido...

DON ÁLVARO:

¿Ya, señor, no lo has sabido?
¿Qué más novedad que ser
dichoso yo? Pues el sol
mira apenas mi ventura,
cuando eclipsan su luz pura
las armas del español.

(Vuelven a tocar.)

 

ALCUZCUZ, con unas alforjas al hombro.-Dichos.
ALCUZCUZ:

¡Gracias a Mahoma y Alá,
que a tus pies haber llegado!

DON ÁLVARO:

Alcuzcuz, ¿dónde has estado?

ALCUZCUZ:

Ya todos estar acá.

VÁLOR:

¿Qué te ha sucedido?
 

ALCUZCUZ:

Yo
hoy de posta estar, e aposta
liego aquí, aunque por la posta,
quien por detrás me cogió,
lievóme con otros dos
un don Juan, que ahora es venido;
crestianilio fingido,
decirle que crêr en Dios.
No me dio muerte; cativo
ser del soldado crestiano,
que no se labará en vano:
a éste apenas le apercibo
qué senda saber por dónde
poder la Alpojarra entrar,
cuando la querer mirar.
De camaradas se esconde,
e aquesta forja me dando
donde venir su comida,
por una parte escondida
entrar los dos camenando.
Apenas sólo le ver,
cuando, sin que seguir pueda,
fui por monte, e se queda
sin cativo o sin comer;
porque aunque me seguir quiso,
una trompa que salir
de moros, le hacer huir:
e yo venir con aviso
de que ya muy cerca dejo
don Juan de Andustria en campaña,
a quien decir que acompaña
el gran marqués de Mondejo
con el marqués de Luzbel,
y el que fremáticos doma,
don Lope Figura-roma,
y Sancho Débil con él:
Todos hoy a la Alpojarra
venir contra ti.
 

VÁLOR:

No digas
más, porque a cólera obligas
mi altivez siempre bizarra.

DOÑA ISABEL:

Ya desde esa excelsa cumbre
donde tropezando el sol,
o teme ajar su arrebol
o teme apagar su lumbre,
ni bien ni mal se divisan
entre varias confusiones
los armados escuadrones
que nuestros términos pisan.

DOÑA CLARA:

Grande gente ha conducido
Granada a aquesta facción.
 

VÁLOR:

Pocos muchos mundos son,
si a vencerme a mí han venido,
aunque fuera el que sujeta
ese hermoso laberinto,
como hijo de Carlos Quinto,
hijo del quinto planeta;
porque aunque estos horizontes
cubran de marciales señas,
serán su pira estas peñas,
serán su tumba estos montes.
Y pues se viene acercando
ya la ocasión, advertidos,
no ya desapercibidos
nos hallen, sino esperando
todo su poder; y así,
su puesto ocupe cualquiera.
Malec se vaya a Galera,
vaya a Gavia Tuzaní,
que yo en Berja me estaré,
y a quien Alá deparare
la suerte, que Alá le ampare,
pues suya la causa fue.
Id a Gavia; que la gloria
que hoy es de amor interés,
celebraremos después
que quedemos con victoria.

(Vanse DON FERNANDO DE VÁLOR, DOÑA ISABEL, MALEC, MORISCOS y MÚSICOS.)

 

DON ÁLVARO, DOÑA CLARA; ALCUZCUZ y BEATRIZ, retirados.
DOÑA CLARA:

(Para sí.)
«No es menester que digáis
cúyas sois, mis alegrías...».

DON ÁLVARO:

(Para sí.)
«Que bien se ve que sois mías
en lo poco que duráis».

DOÑA CLARA:

(Para sí.)
Alegrías mal logradas,
antes muertas que nacidas...

DON ÁLVARO:

(Para sí.)
Rosas sin tiempo cogidas,
flores sin sazón cortadas...

DOÑA CLARA:

 (Para sí.)
Si rendidas, si postradas.
a un ligero soplo estáis...

DON ÁLVARO:

 (Para sí.)
No digáis que el bien gozáis...
 

DOÑA CLARA:

(Para sí.)
Pues siendo para perder,
que sintáis es menester...

DON ÁLVARO:

(Para sí.)
No es menester que digáis.

DOÑA CLARA:

(Para sí.)
Alegrías de un perdido,
aborto sois de un cuidado,
puesto que habéis espirado
primero que habéis nacido.
Si acaso, si yerro ha sido
hallarme vuestras porfías
por otra, no estéis baldías
conmigo un rato pequeño:
dejadme, y buscad el dueño
cúyas sois, mis alegrías.

DON ÁLVARO:

 (Para sí.)
Por gran maravilla os toca,
dichas: luego bien moristeis;
que si maravillas fuisteis,
fuerza fue vivir tan poco.
De contento estuve loco,
y ya de melancolías:
¡Qué bien, qué bien, alegrías,
se ve que sois de otro a quien
buscáis! Y ¡ay, penas, qué bien,
qué bien se ve que sois mías!
 

DOÑA CLARA:

 (Para sí.)
Aunque si ser pretendéis
alegrías, bien hicisteis...

DON ÁLVARO:

(Para sí.)
Pues que dos veces fuisteis,
en una que os deshacéis.

DOÑA CLARA:

(Para sí.)
Dos veces desde hoy seréis
venturosas.

LOS DOS:

(Para sí.)
Lo mostráis
en la prisa con que os vais
cuando a mi alivio acudís...

DON ÁLVARO:

(Para sí.)
En lo tarde que venís...

DOÑA CLARA:

 (Para sí.)
En lo poco que duráis.

DON ÁLVARO:

Hablando estaba conmigo
a solas, porque no sé
si en tantas penas podré
hablar, Maleca, contigo.
Cuando era mi amor testigo
desta victoriosa palma,
vuelve a suspenderse en calma
y así calla, porque es mengua
que quiera alzarse la lengua
con los afectos del alma.
 

DOÑA CLARA:

El hablar es libre acción,
pues puede un hombre callar;
el oír no, porque ha de estar
eso en ajena razón;
y es tanta mi suspensión,
que ocupada del sentir,
no oiré lo que has de decir:
¿Qué mucho en tanto pesar
que tú no estés para hablar,
si yo no estoy para oír?

DON ÁLVARO:

El rey a Gavia me envía,
tú a Galera vas, y amor,
luchando con el honor,
se rinde a su tiranía:
Quédate ahí, esposa mía,
y piadoso el cielo quiera
que el cerco que nos espera,
que el poder que nos agravia,
me vaya a buscar a Gavia,
porque te deje en Galera.

DOÑA CLARA:

¿De suerte, que no podré
verte, hasta ver acabada
esta guerra de Granada?
 

DON ÁLVARO:

Sí podrás; que yo vendré
todas las noches, porque
dos leguas que hay en rigor
de allí a Gavia, será error
no volarlas mi deseo.

DOÑA CLARA:

Mayores distancias creo
que sabe medir amor.
Yo en el postigo estaré
esperándote del muro.

DON ÁLVARO:

Y yo, dese amor seguro,
cada noche al muro iré.
Dame los brazos, en fe.

(Cajas.)
DOÑA CLARA:

Cajas vuelven a tocar.

DON ÁLVARO:

¡Qué desdicha!
 

DOÑA CLARA:

¡Qué pesar!

DON ÁLVARO:

¡Qué padecer!

DOÑA CLARA:

¡Qué sentir!
¿Esto es amar?

DON ÁLVARO:

Es morir.

DOÑA CLARA:

Pues ¿qué más morir que amar?

(Vanse los dos.)

 

BEATRIZ, ALCUZCUZ.
BEATRIZ:

Alcuzcuz, llégate aquí,
pues solos hemos quedado.

ALCUZCUZ:

Zarilia, aquese recado
¿ser al alforja, o a mí?

BEATRIZ:

¡Que siempre has de estar de gorja,
aunque todo sea tristeza!
Escúchame.

ALCUZCUZ:

Esa fineza
¿ser a mí, o ser al alforja?

BEATRIZ:

A ti es; pero ya que así
ella mi amor atropella,
tengo de ver qué hay en ella.

ALCUZCUZ:

Luego ser a elia, e no a mí.

BEATRIZ:

Esto es tocino... y condeno
(Va sacando lo que dicen los versos.)
traerlo tú deste modo.
Este es vino. ¡ay de mí! Todo
cuanto traes aquí es veneno.
Yo no lo quiero tocar
ni ver, Alcuzcuz advierte
que puede darte la muerte
si lo llegas a probar.
 (Vase.)
 

ALCUZCUZ:

¿Todos de voneno llenos
estar? Sí: ya lo creer,
pues Zara decir, que ser
sierpe e saber de vonenos.
Y aún otra razón más clara
es de que el voneno vio
Zara, que no le probó,
con ser tan golosa Zara.
El crestianilio sin duda
matar a Alcuzcuz quería.
¡Ay tan gran beliaquería!
Mahoma librarme pudo,
porque a Meca le ofrecer
ir a ver el zancarrón.
(Cajas.)
Más cerca escochar el son,
y ya de divisos ver
en trompas el monte lieno.
Seguir quiero al Tozaní.
¿Haber alguien por ahí
que querer deste voneno?
 (Vase.)
 
Cercanías de Galera.
DON JUAN DE AUSTRIA, DON LOPE DE FIGUEROA, DON JUAN DE MENDOZA, SOLDADOS.

MENDOZA:

Desde aquí se dejan ver
mejor las señas, al tiempo
que ya declinando el sol,
está pendiente del cielo.
Aquella villa que a mano
derecha, sobre el cimiento
de una dura roca ha tantos
siglos que se está cayendo,
es Gavia la alta; y aquélla
que tiene a su lado izquierdo,
de quien las torres y riscos
están siempre compitiendo,
es Berja; y Galera es ésta,
a quien este nombre dieron
o porque su fundación
es así, o ya porque vemos
que a piélagos de peñascos
ondas de flores batiendo,
sujeta al viento, parece
que se mueve con el viento.

DON JUAN:

Destas dos fuerzas la una
se ha de sitiar.
 

DON LOPE:

Pues miremos
cuál tiene disposición
más al propósito nuestro,
y manos a la labor;
que pies no están para eso.

DON JUAN:

Aquel morisco rendido
me traed, y dél sabremos
si trata verdad o no
en lo que fuere diciendo.
¿Dónde está Garcés, a quien
se le di por prisionero?

MENDOZA:

No le he visto desde entonces.
 
GARCÉS.-Dichos.

GARCÉS:

(Dentro.)
¡Ay de mí!

DON JUAN:

Mirad qué es eso.
(Sale GARCÉS herido, cayendo.)

GARCÉS:

Yo soy; que a tus plantas no
llegara menos que muerto.

MENDOZA:

Garcés es.

DON JUAN:

¿Qué ha sucedido?

GARCÉS:

Tu alteza perdone un yerro
por un aviso.

DON JUAN:

Decid.
 

GARCÉS:

Aquel morisco, aquel preso
que me entregaste, te dijo
que venía con intento
de entregarte el Alpujarra:
Yo, señor, con el deseo
de saber el paso, y ser
el que la entrase el primero
(que aun la ambición del honor
no es ambición de provecho),
dije que me la enseñara.
Seguíle a solas por esos
laberintos donde el sol
aun se pierde por momentos,
con andarlos cada día.
Apenas entre dos cerros
él se vio conmigo, cuando
por los peñascos subiendo,
dio voces, y ya a sus voces
o a las que le hurtaba el eco,
respondieron unas tropas
de moros, que descendiendo,
a la presa se avanzaban
como quien son, como perros.
 

GARCÉS:

Inútil fue la defensa,
y en fin, en mi sangre envuelto,
discurrí el monte a ampararme
de las hojas, cuando veo
debajo de las murallas
de Galera, donde llego,
abierta una boca, un
melancólico bostezo
del peñasco sobre quien
estriba, que con el peso
del edificio, sin duda
gimió, y por quedar gimiendo
siempre, no volvió a cerrarle,
y se le dejó entreabierto.
Aquí pues me eché, y aquí,
o bien porque no me vieron,
o porque ya sepultado
me dejaron como muerto,
de aquesta manera estuve
el sitio reconociendo;
y en fin, Galera minada
de los ardides del tiempo
(que para sitios de peñas
es el mejor ingeniero)
está; y como tú sobre ella
te pongas, podrás con fuego
volarla, como esta boca,
que es muy posible, ganemos
sin esperar lo prolijo
de sitiarla; y yo te ofrezco
hoy por una vida, cuantas
Galera contiene dentro;
sin que pueda con mi rabia,
sin que valgan con mi acero,
ni en los niños la piedad,
ni la clemencia en los viejos,
ni el respeto en las mujeres,
que con esto lo encarezco.
 

DON JUAN:

Retirad ese soldado.
 (Llévanle.)
Ya tomo por buen agüero,
don Lope de Figueroa,
saber de Galera esto;
que desde que oí que había
en el Alpujarra pueblo
que Galera se llamaba,
la quise poner el cerco,
por ver si, como en el mar,
dicha en las galeras tengo
en la tierra.

DON LOPE:

Pues ¿qué aguardas?
Vamos a ocupar los puestos;
que ésta es la hora mejor,
pues de noche, sin estruendo
podremos llegarnos más.-
A Galera marche el tercio.

UN SOLDADO:

Pase la palabra.

OTRO:

Pase.
 

SOLDADOS:

A Galera.

DON JUAN:

Dadme, cielos,
fortuna, como en el agua,
en la tierra, porque opuestos
aquella naval batalla
y este cerco campal, luego
pueda decir que en la tierra
y en la mar, tuve en un tiempo
dos victorias, que confusas,
aun no distinga yo mesmo
de un cerco y una naval,
cuál fue la naval o el cerco.
(Vanse.)
 
Muros de Galera.
DON ÁLVARO, ALCUZCUZ; después, DOÑA CLARA.

DON ÁLVARO:

Vida y honor, Alcuzcuz,
hoy a tu cuidado dejo;
pues ya ves que si se sabe
que falto de Gavia y vengo
a Galera, honor y vida
en solo un instante pierdo.
Con esa yegua te queda,
mientras yo en el jardín entro;
que luego salgo, y es fuerza
que hemos de volvernos luego
a entrar en Gavia antes que
en Gavia nos echen menos.

ALCUZCUZ:

Sempre a te servir me obligo;
y aunque con tal prisa vengo
que aún no me diste lugar
de dejalde en mi aposento
este alforja, sin menear
aquí haliar en este puesto.

DON ÁLVARO:

Si de aquí faltas, la vida
te he de quitar, vive el cielo.
(Sale DOÑA CLARA por un postigo.)

DOÑA CLARA:

¿Eres tú?

DON ÁLVARO:

Pues ¿quién pudiera
ser tan fiel?

DOÑA CLARA:

Entra presto;
no acierten a conocerte,
si en el muro te detengo.
(Vanse.)
 
ALCUZCUZ; después, SOLDADOS.

ALCUZCUZ:

¡Vive Alá, que me dormir!
pesado estar, sonior suenio.
No haber oficio tan malo
como el de ser alcahuetos,
porque todos los oficios
trabajar para si mesmos,
e alcahueto para el otros.-
Jó, yegua. -A mi cuento vuelvo;
que vencer el suenio así.
Tal vez se hacer zapatero
zapatos, tal vez se hacer
el sastre el vestido nuevo,
el cocinero probar
si estar el guisado bueno,
hacer el pastel hechizo
e comerle el pastelero:
En fin, alcahueto sólo
no es para sí de provecho,
pues ni calzar lo que cose
ni probar lo que está haciendo.
 

ALCUZCUZ:

Jó...-¡Que se tomó, ¡ay de mé!,
el yegua, e se me ir corriendo!
 (Éntrase corriendo, y dice dentro.)
Jó, yegua, detente e hacer
esto que te estar pidiendo;
que yo hacer por ti otra cosa
que me pedir tú. No puedo
alcanzar...-¡Ay, Alcuzcuz!
 (Sale.)
¡Muy buena hacienda haber hecho!
¿En qué volverse mi amo?
Que él me ha de matar, ser cierto,
pues ser forzoso que a Gavia
no poder liegar a tiempo.
He aquí que sale e decir:
«Dar el yegua. -No le tengo.
¿Qué le hacer?-Fuéseme el yegua.-
¿Por dónde?-Por esos cerros.-
Mataréte». ¡Zas!... e dame
con el daga por el pecho.
Pues si habemos de morer,
Alcuzcuz, con el acero,
y hay mortes en que escoger,
murámonos de voneno;
que es morte más dolce. Vaya,
pus que ya el vida aborrezco.
 

ALCUZCUZ:

 (Saca una bota de la alforja, y bebe.)
Mejor ser morer así,
pues no morer por el menos
bañado un hombre en su sangre.
¿Cómo estar? Bueno me siento.
No ser el voneno fuerte;
e si es que morer pretendo,
más voneno es menester.
 (Bebe.)
No ser frío, a lo que bebo,
el voneno, ser caliente:
sí, pues arder acá dentro.
Más voneno es menester.
 (Bebe.)
que muy poco a poco muero.
Ya parece que se enoja,
pues que ya va haciendo efecto;
que los ojos se me turbian
e se me traba el cerebro,
el lengua ponerse gorda
e saber el boca a herro.
Ya que muero, no dejar
 (Bebe.)
para otro matar voneno,
será piedad. ¿Dónde estar
me boca, que no la encuentro?
(Cajas dentro.)

SOLDADOS:

(Dentro.)
Centinelas de Galera,
al arma.

ALCUZCUZ:

¿Qué ser aquesto?
Mas si relámpagos hay,
¿quién duda que ha de haber truenos?
 
DON ÁLVARO y DOÑA CLARA, asustados.-ALCUZCUZ.

DOÑA CLARA:

Las centinelas, señor,
hacen de las torres fuego.

DON ÁLVARO:

Sin duda el campo cristiano
en el nocturno silencio
amparado de las sombras,
sobre Galera se ha puesto.

DOÑA CLARA:

Vete, señor; que ya ves
todo el castillo revuelto.

DON ÁLVARO:

¿Y será gloriosa acción
que digan de mí que dejo
sitiada a mi dama...

DOÑA CLARA:

¡Ay triste!

DON ÁLVARO:

Y que las espaldas vuelvo?
 

DOÑA CLARA:

Sí; que en defender a Gavia
está tu honor de por medio,
y quizá han ido sobre ella:
también es de advertir esto.

DON ÁLVARO:

¿Quién vio mayor confusión
que yo en un punto padezco?
Mi honor y mi amor están
dándome voces a un tiempo.

DOÑA CLARA:

Responde a las de tu honor.

DON ÁLVARO:

Antes responder pretendo
a las dos.

DOÑA CLARA:

¿De qué manera?

DON ÁLVARO:

En llevarte me resuelvo
conmigo; que si en dejarte
y en no dejarte me pierdo,
corra mi honor y mi amor
una fortuna y un riesgo.
Vente conmigo: una yegua,
veloz injuria del viento,
nos llevará.
 

DOÑA CLARA:

Con mi esposo
voy: nada aventuro en esto.
Tuya soy.

DON ÁLVARO:

¡Hola, Alcuzcuz!

ALCUZCUZ:

¿Quién llama?

DON ÁLVARO:

Yo soy, trae presto
la yegua.

ALCUZCUZ:

¿El yegua?

DON ÁLVARO:

¿Qué aguardas?

ALCUZCUZ:

Aguardo el yegua, que luego
me decir que volvería.

DON ÁLVARO:

Pues ¿dónde está?

ALCUZCUZ:

Fuese huyendo;
mas yegua es de su palabra,
e volver luego al momento.
 

DON ÁLVARO:

¡Viven los cielos, traidor!...

ALCUZCUZ:

No tocar a mé, teneros,
porque estar avonenado,
e matar con el aliento.

DON ÁLVARO:

Que tengo de darte muerte.

DOÑA CLARA:

Detente. ¡Ay de mí!
(Va a detenerle, y se hiere la mano.)

DON ÁLVARO:

¿Qué es eso?

DOÑA CLARA:

Por detenerte, la mano
me corté con el acero.

DON ÁLVARO:

Cueste esa sangre una vida.

DOÑA CLARA:

Pues por la mía te ruego
que no le mates.

DON ÁLVARO:

¿Qué en mí
no podrá ese juramento?
¿Es mucha la sangre?

DOÑA CLARA:

No.
 

DON ÁLVARO:

Apriétate a ella ese lienzo.

DOÑA CLARA:

Y pues ves que no es posible
seguirte ya, vete presto:
que no siéndolo en un día
ganar la villa, yo ofrezco
irme mañana contigo,
pues nos queda el paso abierto
siempre por aquesta parte.

DON ÁLVARO:

Con esa esperanza acepto
el partido.

DOÑA CLARA:

Alá te guarde.

DON ÁLVARO:

¿Para qué, si yo aborrezco
vivir ya?

ALCUZCUZ:

Pues aquí haber
para la perder remedio:
que a mí me sobrar un poco
de dolcísimo voneno.

DOÑA CLARA:

Vete, pues.

DON ÁLVARO:

¡Qué triste voy!
 

DOÑA CLARA:

Y yo ¡qué afligida quedo!

DON ÁLVARO:

Por saber qué opuesta estrella...

DOÑA CLARA:

Por saber qué hado severo...

DON ÁLVARO:

Es éste que entre mi amor...

DOÑA CLARA:

Es el que entre mis deseos...

DON ÁLVARO:

Siempre se pone...

DOÑA CLARA:

Está siempre...

DON ÁLVARO:

A mis desdichas atento.

DOÑA CLARA:

Puesto que un arma cristiana
nos estorba por momentos.

ALCUZCUZ:

¿Esto es dormer o morer?
Mas todo diz que es el mesmo,
y ser verdad, pues no sé
si me muero o si me duermo.