Amar después de la muerte/Jornada I

Amar después de la muerte
de Pedro Calderón de la Barca
Jornada I

Jornada I

La escena es en Granada y en varios puntos de la Alpujarra.


Sala en casa de CADÍ, en Granada.
MORISCOS, con casaquillas y calzoncillos, y MORISCAS con jubones blancos e instrumentos; CADÍ y ALCUZCUZ.
CADÍ:

¿Están cerradas las puertas?

ALCUZCUZ:

Ya el portas estar cerradas.

CADÍ:

No entre nadie sin la seña
y prosígase la zambra.
Celebremos nuestro día,
que es el viernes, a la usanza
de nuestra nación, sin que
pueda esta gente cristiana,
entre quien vivimos hoy
presos en miseria tanta,
calumniar ni reprender
nuestras ceremonias.

TODOS:

Vaya.

ALCUZCUZ:

Me pensar hacer astilias,
sé también entrar en danza.

UNO:

(Canta.)
Aunque en triste cautiverio,
de Alá por justo misterio,
llore el africano imperio
su mísera ley esquiva...

TODOS:

(Cantando.)
¡Su ley viva!

UNO:

Viva la memoria extraña
de aquella gloriosa hazaña
que en la libertad de España
a España tuvo cautiva.

TODOS:

Su ley viva.

ALCUZCUZ:

(Cantando.)
Viva aquel escaramuza
que hacer el jarife Muza,
cuando darle en caperuza
al españolilio antigua.

TODOS:

¡Su ley viva!

(Llaman dentro muy recio.)
CADÍ:

¿Qué es esto?

UNO:

Las puertas rompen.

CADÍ:

Sin duda cogernos tratan
en nuestras juntas; que como
el rey por edictos manda
que se veden, la justicia,
viendo entrar en esta casa
a tantos moriscos, viene
siguiéndonos.

(Llaman.)
ALCUZCUZ:

Pues ya escampa.

DON JUAN, MALEC.-Dichos.
MALEC:

(Dentro.)
¿Cómo os tardáis en abrir
a quien desta suerte llama?

ALCUZCUZ:

En vano llama a la puerta
quien no ha llamado en el alma.

UNO:

¿Qué haremos?

CADÍ:

Esconder todos
los instrumentos, y abran
diciendo que sólo a verme
vinisteis.

OTRO:

Muy bien lo trazas.

CADÍ:

Pues todos disimulemos.
Alcuzcuz, corre: ¿qué aguardas?

ALCUZCUZ:

Al abrir del porta, temo
que ha de darme con la estaca
cien palos el alguacil
en barriga, e ser desgracia
que en barriga de Alcuzcuz
el leña, y no alcuzcuz haya.

(Abre ALCUZCUZ, y sale DON JUAN MALEC.)
MALEC:

No os receléis.

CADÍ:

Pues, señor
don Juan, cuya sangre clara
de Malec os pudo hacer
veinticuatro de Granada,
aunque de africano origen,
¡vos desta suerte en mi casa!

MALEC:

Y no con poca ocasión
hoy vengo buscándôs: basta
deciros que a ella me traen
arrastrando mis desgracias.

CADÍ:

(Aparte a los MORISCOS.)
Él sin duda a reprendernos
viene.

ALCUZCUZ:

Eso no perder nada.
¿Prender no fuera peor
que reprender?

CADÍ:

¿Qué nos mandas?

MALEC:

Reportaos todos, amigos,
del susto que el verme os causa.
Hoy entrando en el cabildo,
envió desde la sala
del rey Felipe segundo
el presidente una carta,
para que la ejecución
de lo que por ella manda,
de la ciudad quede a cuenta.
Abrióse, empezó en voz alta
a leerla el secretario
del cabildo; y todas cuantas
instrucciones contenía,
todas eran ordenadas
en vuestro agravio. ¡Qué bien
pareja del tiempo llaman
a la fortuna, pues ambos
sobre una rueda y dos alas,
para el bien o para el mal
corren siempre y nunca paran!
Las condiciones, pues, eran
algunas de las pasadas
y otras nuevas que venían
escritas con más instancia,
en razón de que ninguno
de la nación africana,
que hoy es caduca ceniza
de aquella invencible llama
en que ardió España, pudiese
tener fiestas, hacer zambras,
vestir sedas, verse en baños,
ni oírse en alguna casa
hablar en su algarabía,
sino en lengua castellana.

MALEC:

Yo, que por el más antiguo,
el primero me tocaba
hablar, dije que aunque era
ley justa y prevención santa
ir haciendo poco a poco
de la costumbre africana
olvido, no era razón
que fuese con furia tanta;
y así, que se procediese
en el caso con templanza,
porque la violencia sobra
donde la costumbre falta.
Don Juan, don Juan de Mendoza,
deudo de la ilustre casa
del gran marqués de Mondéjar,
dijo entonces: «Don Juan habla
apasionado, porque
naturaleza le llama
a que mire por los suyos,
y así, remite y dilata
el castigo a los moriscos,
gente vil, humilde y baja.-
Señor don Juan de Mendoza
(dije) cuando estuvo España
en la opresión de los moros
cautiva en su propia patria,
los cristianos, que mezclados
con los árabes estaban,
que hoy mozárabes se dicen,
no se ofenden, ni se infaman
de haberlo estado, porque
más engrandece y ensalza
la fortuna al padecerla
a veces, que al dominarla.

MALEC:

Y en cuanto a que son humildes,
gente abatida y esclava,
los que fueron caballeros
moros no debieron nada
a caballeros cristianos
el día que con el agua
del bautismo recibieron
su fe católica y santa;
mayormente los que tienen,
como yo, de reyes tanta.-
Sí; pero de reyes moros,
dijo.- Como si dejara
de ser real, le respondí,
por mora, siendo cristiana
la de Valores, Cegríes,
de Venegas y Granadas».
De una palabra a otra, en fin,
como entramos sin espadas,
unos y otros se empeñaron...
¡Mal haya ocasión, mal haya,
sin espadas y con lenguas,
que son las peores armas,
pues una herida mejor
se cura que una palabra!

MALEC:

Alguna acaso le dije
que obligase a su arrogancia
a que (aquí tiemblo al decirlo)
tomándome (¡pena extraña!)
el báculo de las manos,
con él... pero hasta esto basta;
que hay cosas que cuesta más
el decirlas que el pasarlas.
Este agravio que en defensa,
esta ofensa que en demanda
vuestra a mí me ha sucedido,
a todos juntos alcanza,
pues no tengo un hijo yo
que desagravie mis canas,
sino una hija, consuelo
que aflige más que descansa.
Ea, valientes moriscos,
noble reliquia africana,
los cristianos solamente
haceros esclavos tratan;
la Alpujarra (aquesa sierra
que al sol la cerviz levanta,
y que poblada de villas,
es mar de peñas y plantas,
adonde sus poblaciones
ondas navegan de plata,
por quien nombres las pusieron
de Galera, Berja y Gavia)
toda es nuestra: retiremos
a ella bastimentos y armas.

MALEC:

Elegid una cabeza
de la antigua estirpe clara
de vuestros Abenhumeyas,
pues hay en Castilla tantas,
y haceos señores, de esclavos;
que yo, a costa de mis ansias,
iré persuadiendo a todos
que es bajeza, que es infamia
que a todos toque mi agravio,
y no a todos mi venganza.

CADÍ:

Yo para el hecho que intentas...

OTRO:

Yo para la acción que trazas...

CADÍ:

Mi vida y mi hacienda ofrezco.

OTRO:

Ofrezco mi vida y alma.

UNO:

Todos decimos lo mismo.

UNA MORISCA:

Y yo en el nombre de cuantas
moriscas Granada tiene,
ofrezco joyas y galas.

(Vanse MALEC y varios MORISCOS.)
ALCUZCUZ:

Me, que sólo tener una
tendecilia en Vevarambla
de aceite, vinagre e higos,
nueces, almendras e pasas,
cebolias, ajos, pimentos,
cintas, escobas de palma,
hilo, agujas, faldriqueras
con papel blanco e de estraza,
alcamonios, agujetas
de perro, tabaco, varas,
caniones para hacer plumas,
hostios para cerrar cartas,
ofrecer lievarla a cuestas
con todas sus zarandajas,
porque me he de ver, si llegan
a colmo mis esperanzas,
de todos los Alcuzcuzes
marqués, conde o duque.

UNO:

Calla,
que estás loco.

ALCUZCUZ:

No estar loco.

OTRO:

Si no loco, es cosa clara
que estás borracho.

ALCUZCUZ:

No estar,
que jonior Mahoma manda
en su alacran no beber
vino, y en mi vida nada
lo he bebido... por los ojos;
que si alguna vez me agrada,
por no quebrar el costumbre,
me lo bebo por la barba.

(Vanse.)


Sala en casa de MALEC.
DOÑA CLARA, BEATRIZ.
DOÑA CLARA:

Déjame, Beatriz, llorar
en tantas penas y enojos;
débanles algo a mis ojos
mi desdicha y mi pesar.
Ya que no puedo matar
a quien llegó a deslucir
mi honor, déjame sentir
las afrentas que le heredo,
pues ya que matar no puedo,
pueda a lo menos morir.
¡Qué baja naturaleza
con nosotras se mostró,
pues cuando mucho, nos dio
un ingenio, una belleza
adonde el honor tropieza,
mas no donde pueda estar
seguro! ¿Qué más pesar,
si a padre y marido vemos
que quitar su honor podemos,
y no le podemos dar?
Si hubiera varón nacido,
Granada y el mundo viera
hoy, si con un joven era
tan soberbio y atrevido
el Mendoza, como ha sido
con un viejo... Y por hacer
estoy que llegue a entender
que no por mujer le dejo;
pues quien riñó con un viejo,
podrá con una mujer.
Pero es loca mi esperanza.
Esto es solamente hablar.
¡Oh si pudiera llegar
a mis manos mi venganza!
Y mayor pena me alcanza
verme ¡ay infelice! así,
porque en un día perdí
padre y esposo, pues ya
por mujer no me querrá
don Álvaro Tuzaní.

DON ÁLVARO, DOÑA CLARA, BEATRIZ.
DON ÁLVARO:

Por mal agüero he tenido,
cuando ya en nada repara
mi amor, haber, bella Clara,
mi nombre en tu boca oído;
porque si la voz ha sido
eco del pecho, sospecho
que él, que en lágrimas deshecho
está, sus penas dirá:
luego soy tu pena ya,
pues que me arrojas del pecho.

DOÑA CLARA:

No puedo negar que llena
de penas el alma esté,
y andas tú en ellas, porque
no eres tú mi menor pena.
De ti el cielo me enajena:
¡Mira si eres la mayor!
Porque es tan grande mi amor,
que tu mujer no he de ser,
porque no tengas mujer
tú, de un padre sin honor.

DON ÁLVARO:

Clara, no quiero acordarte
cuánto respeto he tenido
a tu amor, y cuánto ha sido
mi respeto en adorarte;
sólo quiero en esta parte
disculparme de que así
haya entrado hoy hasta aquí,
antes de haberte vengado;
porque haberlo dilatado
es lo más que hago por ti.
Que aunque en las leyes del duelo
con mujer no se ha de hablar,
y aunque puedo consolar
tu pena y tu desconsuelo
con decir a tu desvelo
que no llore y que no sienta;
porque la acción que se intenta
sin espada (mayormente
cuando hay justicia presente)
ni agravia, ofende ni afrenta;
de uno ni otro me aprovecho,
mas de otra disculpa sí,
y es decir que entrarme aquí
antes de haber satisfecho
(pasando al Mendoza el pecho)
a tu padre, acción ha sido
cuerda; porque recibido
está que no se vengó
bien del ofensor, si no
le dio muerte el ofendido,
si no es que su hijo sea
o sea su hermano menor:
y así, para que su honor
hoy imposible no vea
la venganza que desea,
una fineza he de hacer,
que es pedirte por mujer
a Don Juan y así, colijo
que en siendo una vez su hijo,
le podré satisfacer.

DON ÁLVARO:

Sólo a esto, Clara, he venido;
y si me tuvo hasta aquí
cobarde en pedirte así,
haber tan pobre nacido;
hoy que esto le ha sucedido,
sólo le pida mi labio
su agravio en dote: y es sabio
acuerdo dármele, pues
ya sabe el mundo que es
dote de un pobre un agravio.

DOÑA CLARA:

Ni yo, don Álvaro, espero
acordarte, cuando lloro,
la verdad con que te adoro
y la fe con que te quiero.
No intento decir que muero
hoy, dos veces ofendida,
no que a tu afición rendida,
no que en amorosa calma
eres vida de mi alma
y eres alma de mi vida;
que sólo dar a entender
quiero en confusión tan brava,
que quien fuera ayer tu esclava,
hoy no será tu mujer;
porque si cobarde ayer
no me pediste, y hoy sí,
no quiero yo que de ti,
murmurando el mundo, arguya
que para ser mujer tuya,
hubo que suplir en mí.
Rica y honrada pensé
yo que aún no te merecía;
mas como era dicha mía,
solamente lo dudé:
Mira cómo hoy te daré
en vez de favor castigo,
haciendo al mundo testigo
que fue menester, señor,
que me hallases sin honor
para casarte conmigo.

DON ÁLVARO:

Yo lo intento por vengarte.

DOÑA CLARA:

Yo lo excuso por temerte.

DON ÁLVARO:

Esto, Clara, ¿no es quererte?

DOÑA CLARA:

¿No es esto, Álvaro, estimarte?

DON ÁLVARO:

No has de poder excusarte...

DOÑA CLARA:

Darme la muerte podré.

DON ÁLVARO:

Que yo a don Juan le diré
mi amor.

DOÑA CLARA:

Diré que es error.

DON ÁLVARO:

Y eso ¿es lealtad?

DOÑA CLARA:

Es honor.

DON ÁLVARO:

Y eso ¿es fineza?

DOÑA CLARA:

Esto es fe;
pues a los cielos les juro
de no ser de otro mujer,
como mi honor llegue a ver
de toda excepción seguro.
Sólo esto lograr procuro.

DON ÁLVARO:

¿Qué importa si...?

BEATRIZ:

Mi señor
sube por el corredor
con mucho acompañamiento.

DOÑA CLARA:

Retírate a este aposento.

DON ÁLVARO:

¡Qué desdicha!

DOÑA CLARA:

¡Qué rigor!

(Vanse DON ÁLVARO y BEATRIZ.)


DON ALONSO DE ZÚÑIGA, DON FERNANDO DE VÁLOR y DON JUAN MALEC.-DOÑA CLARA; DON ÁLVARO, oculto.
MALEC:

Clara...

DOÑA CLARA:

Señor...

MALEC:

(Aparte.)
(¡Ay de mí!
¡Con cuánta pena te encuentro!)
Éntrate, Clara, allá dentro.

DOÑA CLARA:

(Aparte a su padre.)
¿Qué es esto?

MALEC:

Oye desde ahí.

(Vase DOÑA CLARA al cuarto donde está DON ÁLVARO, quedándose tras la puerta entreabierta.)
DON ALONSO:

Don Juan de Mendoza preso
queda en el Alhambra ya;
y así preciso será,
en tanto que este suceso
se compone, que lo estéis
vos en vuestra casa.

MALEC:

Aceto
la carcelería, y prometo
guardarla.

VÁLOR:

No lo estaréis
mucho; que pues me ha dejado
el señor corregidor
(porque en el duelo de honor
nunca la justicia ha entrado)
a mí hacer las amistades,
yo las haré, procurando
el fin.

DON ALONSO:

Señor don Fernando
de Válor, con dos verdades
se sanea una malicia;
pues que no hay agravio, es ley,
ni en el palacio del rey
ni en tribunal de justicia.
Todos lo somos allí,
y allí no le puede haber.

VÁLOR:

El medio pues ha de ser
éste...

DON ÁLVARO:

(Aparte a DOÑA CLARA.)
¿Óyeslo todo?

DOÑA CLARA:

Sí.

VÁLOR:

Que en este caso no hay medio
que le sanee mejor.
Escuchadme.

MALEC:

¡Ay del honor
que se cura con remedio!

VÁLOR:

Don Juan de Mendoza es
tan bizarro caballero
como ilustre, está soltero,
y don Juan de Malec, pues,
en quien sangre ilustre dura
de los reyes de Granada,
tiene una hija celebrada
por su ingenio y su hermosura.
A nadie toca tomar,
si satisfacción desea,
la causa, sino a quien sea
su yerno. Pues con casar
a don Juan con doña Clara,
estará cierto...

DON ÁLVARO:

(Aparte.)
¡Ay de mí!

VÁLOR:

Que no pudiendo por sí
vengarse la ofensa rara,
pues habiendo a un tiempo sido
interesado en su honor,
como tercero ofensor,
y como su hijo ofendido;
en no teniendo de quien
estar ofendido pueda,
por la misma razón queda
seguro. Don Juan también,
no habiendo de darse muerte
a sí mismo en tanto abismo,
vendrá a tener en sí mismo
su mismo agravio: de suerte
que no pudiendo agraviarse
un hombre a sí, haciendo sabio
dueño a don Juan del agravio,
no tiene de quien vengarse,
y queda limpio el honor
de los dos, pues en efeto
no caben en un sujeto
ofendido y ofensor.

DON ÁLVARO:

  (Aparte a DOÑA CLARA.)
Yo responderé.

DOÑA CLARA:

Detente,
no me destruyas, por Dios.

DON ALONSO:

Eso está bien a los dos.

MALEC:

Hay mayor inconveniente,
pues toda nuestra esperanza
que Clara deshaga entiendo...

DOÑA CLARA:

(Aparte.)
El cielo me va trayendo
a las manos la venganza.

MALEC:

Que mi hija, no sabré
si hombre que aborreció ya
con tanta ocasión, querrá
por marido.

(Sale DOÑA CLARA.)
DOÑA CLARA:

Sí querré;
que importa menos, señor,
si aquí tu opinión estriba,
que yo sin contento viva,
que vivir tú sin honor.
Porque si fuera tu hijo,
la ira me estaba llamando,
bien muriendo o bien matando;
y siendo tu hija, colijo
que en el modo que pudiere
te debo satisfacer,
y así, seré su mujer:
de cuyo efecto se infiere
que estoy tu honor defendiendo,
que estoy tu fama buscando.
(Aparte.)
(Y pues no puedo matando,
quiero vengarte muriendo.)

DON ALONSO:

Vuestro ingenio sólo pudo
en un concepto cifrar
conclusión tan singular.

VÁLOR:

Y ya el efecto no dudo.
Escríbase en un papel
esto que aquí se trató,
para que le lleve yo.

DON ALONSO:

Ambos iremos con él.

MALEC:

(Aparte.)
Quiero usar de aqueste medio,
mientras empieza el motín.

VÁLOR:

Todo esto tendrá buen fin,
pues estoy yo de por medio.

(Vanse los tres.)
DOÑA CLARA:

Ahora que a un aposento
se han retirado a escribir,
podrás, Álvaro, salir.

DON ÁLVARO.-DOÑA CLARA.
DON ÁLVARO:

Sí haré, sí haré, y con intento
de no volver a ver más
alma tan mudable en pecho
tan noble; y el no haber hecho,
cuando la muerte me das,
un notable extremo aquí,
no fue respeto, no fue
temor, gusto sí, porque
mujer tan baja...

DOÑA CLARA:

¡Ay de mí!

DON ÁLVARO:

Que a un tiempo, con vil intento,
fe injusta, estilo liviano,
ofrece a un hombre la mano
y a otro tiene en su aposento,
no me está bien que se diga
que nunca la quise bien.

DOÑA CLARA:

La voz, Álvaro, detén,
a que un engaño te obliga;
que yo te satisfaré
con el tiempo.

DON ÁLVARO:

Éstas no son
cosas de satisfacción.

DOÑA CLARA:

Podrán serlo.

DON ÁLVARO:

¿No escuché
yo que la mano darías
hoy al de Mendoza?

DOÑA CLARA:

Sí;
pero no sabes de mí
el fin de las ansias mías.

DON ÁLVARO:

¿Qué fin? Darme muerte. Advierte
si hay disculpa que te cuadre,
pues él agravió a tu padre
y a mí me ha dado la muerte.

DOÑA CLARA:

El tiempo, Álvaro, podrá
desengañarte algún día
que es constante la fe mía,
y que esta mudanza está
tan de tu parte...

DON ÁLVARO:

¿Quién vio
tan sutil engaño? Dí,
¿no le das la mano?

DOÑA CLARA:

Sí.

DON ÁLVARO:

¿No has de ser su mujer?

DOÑA CLARA:

No.

DON ÁLVARO:

Pues ¿qué medio puede haber...

DOÑA CLARA:

No me preguntes en vano.

DON ÁLVARO:

Clara, entre darle la mano
y entre no ser su mujer?

DOÑA CLARA:

Darle la mano, quizá
será traerle a mis brazos,
con que le he de hacer pedazos.
¿Estás satisfecho ya?

DON ÁLVARO:

No; que si él muere en tus lazos,
dejará ¡ay Dios! al morir
muy desvalido el vivir,
porque son, Clara, tus brazos
para verdugos muy bellos.
Pero antes que (ya que sea
ése tu intento) él se vea
ni aun para morir en ellos,
curaré de mis desvelos
yo con su muerte el rigor.

DOÑA CLARA:

Eso ¿es amor?

DON ÁLVARO:

Es honor.

DOÑA CLARA:

Esa ¿es fineza?

DON ÁLVARO:

Son celos.

DOÑA CLARA:

Mira, mi padre escribió.
¡Quién detenerte pudiera!

DON ÁLVARO:

¡Qué poco menester fuera
para detenerme yo!

(Vanse.)


Sala en la Alhambra.
DON JUAN DE MENDOZA, GARCÉS.
MENDOZA:

Nunca en razón la cólera consiste.

GARCÉS:

No te disculpes. ¡Qué! Muy bien hiciste
en ponerle la mano;
que no por viejo el que es nuevo cristiano
piense que inmunidad el serlo goza
de atreverse a un González de Mendoza.

MENDOZA:

Hay mil hombres que en fe de sus estados
son soberbios, altivos y arrojados.

GARCÉS:

Para aquestos traía el condestable
don Íñigo (el acuerdo era admirable)
en la cinta una espada,
y otra que le servía de cayada.
Preguntándole un día,
que dos espadas a qué fin traía,
dijo: «La de la cinta se prefiere
para aquel que en la cinta la trajere;
estotra, que de palo me ha servido,
para quien no la trae y es atrevido».

MENDOZA:

Muy bien mostró deber los caballeros
traer para dos acciones dos aceros.
Ya que el triunfo ha salido
de espadas, dame aquesa que has traído,
porque a cualquier suceso
no me halle sin espada, aunque esté preso.

GARCÉS:

Yo me agradezco haber la vuelta dado
hoy a tu casa en tiempo que a tu lado
puedo servirte, si enemigos tienes.

MENDOZA:

Y ¿cómo de Lepanto, Garcés, vienes?

GARCÉS:

Como quien ha tenido
fortuna de haber sido
en ocasión soldado,
que haya en facción tan grande militado
debajo de la mano y disciplina
del hijo de aquel águila divina,
que en vuelo infatigable y sin segundo
debajo de sus alas tuvo al mundo.

MENDOZA:

¿Cómo el señor don Juan llegó?

GARCÉS:

Contento
de la empresa.

MENDOZA:

¿Fue grande?

GARCÉS:

Escucha atento.
Con la liga...

MENDOZA:

Detente, porque ha entrado
tapada una mujer.

GARCÉS:

Soy dedichado,
pues a quínola puesto de romance,
me entra figura con que pierdo el lance.

DOÑA ISABEL TUZANÍ, tapada.-Dichos.
DOÑA ISABEL:

Señor don Juan de Mendoza,
¿podrá una mujer que viene
a veros en la prisión,
saber de vos solamente
cómo en la prisión os va?

MENDOZA:

Pues ¿por qué no? -Garcés, vete.

GARCÉS:

Mira, señor, que no sea...

MENDOZA:

En vano dudas y temes;
que ya el habla he conocido.

GARCÉS:

Por eso me voy.

MENDOZA:

Bien puedes.

(Vase GARCÉS.)


DOÑA ISABEL, DON JUAN DE MENDOZA.
MENDOZA:

En igual duda los ojos
y los oídos me tienen,
porque de los dos no sé
cuál dijo verdad o miente:
porque si a los ojos creo,
no pareces tú lo que eres;
y si creo a los oídos,
no eres tú lo que pareces.
Merezca pues ver corrida
la sutil nube aparente
del negro cendal, porque
si una vez la luz la vence,
digan mis ojos y oídos
que hoy amaneció dos veces.

DOÑA ISABEL:

Por no obligaros, don Juan,
a que dudéis más quién puede
ser quien os busca, es razón
descubrirme; que no quieren
mis celos que adivinéis
a quién la fineza deben.
Yo soy...

MENDOZA:

¡Isabel, señora!
Pues ¡tú en mi cas, y tú en este
traje, fuera de la tuya!
¡Tú a buscarme desta suerte!
¿Cómo era posible, cómo
que vanas dichas creyese?
Luego fue fuerza dudarlas.

DOÑA ISABEL:

Apenas cuanto sucede
supe, y que aquí estabas preso,
cuando mi amor no consiente
más dilación en buscarte;
y antes que a casa volviese
don Álvaro Tuzaní
mi hermano, he venido a verte
con una criada sola
(mira ya lo que me debes)
que a la puerta dejo.

MENDOZA:

Pueden
hoy con aquesta fineza,
Isabel, desvanecerse
las desdichas, pues por ellas...

INÉS, con manto, asustada.-Dichos.
INÉS:

¡Ay, señora!

DOÑA ISABEL:

Inés, ¿qué tienes?

INÉS:

Don Álvaro mi señor
viene aquí.

DOÑA ISABEL:

¿Si conocerme
pudo, aunque tan disfrazada
vine?

MENDOZA:

¡Qué lance tan fuerte!

DOÑA ISABEL:

Si me siguió, yo soy muerta.

MENDOZA:

Si estás conmigo, ¿qué temes?
Éntrate en aquesa sala
y cierra; que aunque él intente
hallarte, no te hallará,
si antes no me da la muerte.

DOÑA ISABEL:

En grande peligro estoy.
¡Valedme, cielos, valedme!

(Escóndense las dos.)


DON ÁLVARO.-DON JUAN DE MENDOZA; DOÑA ISABEL, escondida.
DON ÁLVARO:

Señor don Juan de Mendoza,
hablar con vos me conviene
a solas.

MENDOZA:

Pues solo estoy.

DOÑA ISABEL:

(Aparte al paño.)
¡Qué descolorido viene!

DON ÁLVARO:

(Aparte.)
Pues cerraré aquesa puerta.

MENDOZA:

Cerradla.
(Aparte.)
(¡Buen lance es éste!)

DON ÁLVARO:

Ya pues que cerrada está,
escuchadme atentamente.
En una conversación
supe ahora cómo vienen
a buscaros...

MENDOZA:

Es verdad.

DON ÁLVARO:

A esta prisión...

MENDOZA:

Y no os mienten.

DON ÁLVARO:

Quien con el alma y la vida
en aquesta acción me ofende.

DOÑA ISABEL:

(Aparte al paño.)
¿Qué más se ha de declarar?

MENDOZA:

(Aparte.)
¡Cielos!, ya no hay quien espere.

DON ÁLVARO:

Y así, he querido llegar
(antes que los otros lleguen,
queriendo efectuar con esto
amistades indecentes)
en defensa de mi honor.

MENDOZA:

Eso mi ingenio no entiende.

DON ÁLVARO:

Pues yo me declararé.

DOÑA ISABEL:

 (Aparte al paño.)
Otra vez mi pecho aliente;
que no soy yo la que busca.

DON ÁLVARO:

El corregidor pretende,
con don Fernando de Válor,
de don Juan Malec pariente,
hacer estas amistades,
y a mí sólo me compete
estorbarlas. La razón,
aunque muchas darse pueden,
yo dárosla a vos no quiero;
y en fin, sea lo que fuere,
yo vengo a saber de vos,
por capricho solamente,
si es valiente con un joven
quien con un viejo es valiente.
Y en efecto, vengo sólo
a darme con vos la muerte.

MENDOZA:

Merced me hubiérades hecho
en decirme brevemente
lo que pretendéis, porque
juzgué, confuso mil veces,
que era otra la ocasión
de más cuidado, porque ese
no es cuidado para mí.
Y puesto que no se debe
rehusar reñir con cualquiera
que reñir conmigo quiere;
antes que esas amistades
que decís que tratan, lleguen,
y que os importa estorbarlas
por la ocasión que quisiereis,
sacad la espada.

DON ÁLVARO:

A eso vengo;
que me importa daros muerte
más presto que vos pensáis.

MENDOZA:

Pues campo bien solo es éste.

(Riñen.)
DOÑA ISABEL:

(Aparte al paño.)
De una confusión en otra,
más desdichas me suceden.
¿Quién a su amante y su hermano
vio reñir, sin que pudiese
estorbarlo?

MENDOZA:

(Aparte.)
¡Qué valor!

DON ÁLVARO:

(Aparte.)
¡Qué destreza!

DOÑA ISABEL:

 (Aparte al paño.)
¿Qué he de hacerme?
Que veo jugar a dos,
Y deseo entrambas suertes,
porque van ambos por mí,
si me ganan o me pierden...

(Tropezando en una silla, cae DON ÁLVARO; sale DOÑA ISABEL tapada y detiene a DON JUAN.)
DON ÁLVARO:

Tropezando en esta silla,
he caído.

DOÑA ISABEL:

¡Don Juan, tente!
(Aparte.)
(Pero ¿qué hago? El afecto
me arrebató desta suerte.)

(Retírase.)
DON ÁLVARO:

Mal hicisteis en callarme
que estaba aquí dentro gente.

MENDOZA:

Si a daros la vida estaba,
no os quejéis; que más parece
que estar conmigo, reñir
con dos, si a ampararos viene.
Aunque hizo mal, porque yo
de caballero las leyes
sé también; que habiendo visto
que el caer es accidente,
os dejara levantar.

DON ÁLVARO:

Ya tengo que agradecerle
dos cosas a aquesa dama:
que a darme la vida llegue,
y llegue antes que de vos
la reciba, porque quede,
sin aquesta obligación,
capaz mi enojo valiente
para volver a reñir.

MENDOZA:

¿Quién, don Álvaro, os detiene?

(Riñen.)
DOÑA ISABEL:

(Aparte al paño.)
¡Oh, quién pudiera dar voces!

(Llaman dentro a la puerta.)
DON ÁLVARO:

A la puerta llama gente.

MENDOZA:

¿Qué haremos?

DON ÁLVARO:

Que muera el uno
y abra luego el que viviere.

MENDOZA:

Decís bien.

DOÑA ISABEL:

 (Saliendo.)
Primero yo
abriré, porque ellos entren.

DON ÁLVARO:

No abráis.

MENDOZA:

No abráis.

(Abre DOÑA ISABEL.)


DON FERNANDO DE VÁLOR, DON ALONSO; después, INÉS.-DOÑA ISABEL, tapada; DON ÁLVARO, DON JUAN DE MENDOZA.
DOÑA ISABEL:

Caballeros,
los dos que miráis presentes
se quieren matar.

DON ALONSO:

Teneos,
porque hallándôs desta suerte
riñendo a ellos y aquí a vos,
se dice bien claramente
que sois la causa.

DOÑA ISABEL:

(Aparte.)
¡Ay de mí!,
que me he entregado a perderme,
por donde entendí librarme.

DON ÁLVARO:

Porque en ningún tiempo llegue
a peligrar una dama
a quien mi vida le debe
el ser, diré la verdad
y la causa que me mueve
a este duelo. No es de amor,
sino que como pariente
de don Juan Malec, así
pretendí satisfacerle.

MENDOZA:

Y es verdad, porque esa dama
acaso ha venido a verme.

DON ALONSO:

Pues que con las amistades
que ya concertadas tienen,
todo cesa, mejor es
que todo acabado quede
sin sangre, pues vence más
aquel que sin sangre vence.
(Sale INÉS.)
Idos, señoras, con Dios.

DOÑA ISABEL:

(Aparte.)
Sólo esto bien me sucede.

(Vanse las dos.)


DON ALONSO, DON ÁLVARO, DON JUAN DE MENDOZA, DON FERNANDO DE VÁLOR.
VÁLOR:

Señor don Juan de Mendoza,
a vuestros deudos parece
y a los nuestros, que este caso
dentro de puertas se quede
(como dicen en Castilla),
y que con deudo se suelde,
pues dando la mano vos
a doña Clara, la fénix
de Granada, como parte
entonces...

MENDOZA:

La lengua cese,
señor don Fernando Válor;
que hay muchos inconvenientes.
Si es el fénix doña Clara,
estarse en Arabia puede;
que en montañas de Castilla
no hemos menester al fénix,
y los hombres como yo
no es bien que deudos concierten
por soldar ajenas honras,
ni sé que fuera decente
mezclar Mendozas con sangre
de Malec, pues no convienen
ni hacen buena consonancia
los Mendozas y Maleques.

VÁLOR:

Don Juan de Malec es hombre...

MENDOZA:

Como vos.

VÁLOR:

Sí, pues desciende
de los reyes de Granada;
que todos sus ascendientes
y los míos reyes fueron.

MENDOZA:

Pues los míos, sin ser reyes,
fueron más que reyes moros,
porque fueron montañeses.

DON ÁLVARO:

Cuanto el señor don Fernando
en esta parte dijere,
defenderé yo en campaña.

DON ALONSO:

Aquí de ministro cese
el cargo; que caballero
sabré ser cuando conviene;
que soy Zúñiga en Castilla
antes que justicia fuese.
Y así, arrimando esta vara,
adónde y cómo quisiereis,
al lado de don Juan, yo
haré...

UN CRIADO.-Dichos.
CRIADO:

En casa se entra gente.

DON ALONSO:

Pues todos disimulad;
que al cargo mi valor vuelve.
Vos, don Juan, aquí os quedad
preso.

MENDOZA:

A todo os obedece
mi valor.

DON ALONSO:

Los dos os id.

MENDOZA:

Y si desto os pareciere
satisfaceros...

DON ALONSO:

A mí
y a don Juan, donde eligiereis...

MENDOZA:

Nos hallaréis con la espada...

DON ALONSO:

Y la capa solamente.

(Vase DON ALONSO, y DON JUAN DE MENDOZA va acompañándole.)


VÁLOR:

¡Esto consiente mi honor!

DON ÁLVARO:

¡Esto mi valor consiente!

VÁLOR:

Porque me volví cristiano,
¿este baldón me sucede?

DON ÁLVARO:

Porque su ley recibí,
¿ya no hay quien de mí se acuerde?

VÁLOR:

¡Vive Dios, que es cobardía
que mi venganza no intente!

DON ÁLVARO:

¡Vive el cielo, que es infamia
que yo de vengarme deje!

VÁLOR:

¡El cielo me dé ocasión...

DON ÁLVARO:

¡Ocasión me dé la suerte...

VÁLOR:

Que si me la dan los cielos...

DON ÁLVARO:

Si el hado me la concede...

VÁLOR:

Yo haré que veáis muy presto...

DON ÁLVARO:

Llorar a España mil veces...

VÁLOR:

El valor...

DON ÁLVARO:

El ardimiento
deste brazo altivo y fuerte...

VÁLOR:

¡De los Válores altivos!

DON ÁLVARO:

¡De los Tuzanís valientes!

VÁLOR:

¿Habéisme escuchado?

DON ÁLVARO:

Sí.

VÁLOR:

Pues de hablar la lengua cese
y empiecen a hablar las manos.

DON ÁLVARO:

Pues ¿quién dice que no empiecen?