Amar después de la muerteAmar después de la muertePedro Calderón de la BarcaJornada III
Jornada III
Cercanías de Galera.
DON ÁLVARO, sin ver a ALCUZCUZ, que está durmiendo en el suelo.
DON ÁLVARO:
Noche pálida y fría,
a tu silencio dignamente fía
mi esperanza su empleo,
mi amor su dicha, mi alma su trofeo;
pues en ti (aunque a pesar de tanta estrella)
dará más noble luz Maleca bella,
cuando redes y lazos
robada finja entre mis dulces brazos.
En alas del cuidado,
como a un cuarto de legua ya he llegado
de Galera. Esta parte
donde naturaleza obró sin arte
cerrados laberintos
de hojas, ni bien confusos ni distintos,
nocturno albergue sea
del caballo; y, pues, nadie hay que me vea,
quede a ese tronco atado,
más seguro a las riendas hoy fiado
un bruto, que al cuidado ayer de un hombre, (Tropieza en ALCUZCUZ.)
que... Mas no hay accidente que no asombre
un pecho enamorado.
Si bien este accidente
con justa causa mi valor le siente,
pues cuando al muro ya a acercarme empiezo,
en un cadáver mísero tropiezo.
Todo cuanto hoy he visto, todo cuanto
he hallado, es asombro, horror y espanto.
¡Ay infelice, ay triste,
oh tú, que monumento el monte hiciste!
Mas no... ¡Ay dichoso, oh tú, que con la muerte
mejoraste las ansias de tu suerte!
¡Con qué de sombras lucho!
(Despierta ALCUZCUZ.)
ALCUZCUZ:
¿Quién es que me pisar?
DON ÁLVARO:
¡Qué veo! ¡Qué escucho!
¿Quién va? ¿Quién es?
ALCUZCUZ:
Alcuzcuz,
que aquí esperar le mandaste
con el yegua, y aquí estar,
sin que me haber visto nadie.
Si haber de volver a Gavio
hoy, ¿cómo salir tan tarde?
Mas siempre haber al partirse
gran perecilia entre amantes.
DON ÁLVARO:
Alcuzcuz, ¿qué haces aquí?
ALCUZCUZ:
¿Cómo preguntar qué haces
a Alcuzcuz, si te esperar
desde que por porta entraste
del muro a ver a Maleca?
DON ÁLVARO:
¿Quién vio cosa semejante?
Pues ¿desde anoche, que fue
eso, estás aquí?
ALCUZCUZ:
¿Qué hablalde
desde anoche, si no haber
que me dormir un instante
con un mal voneno que
tomar porque me matase,
de miedo de que la yegua
ir por esos andurriales?
Mas, pues, ya es el yegua vuelta
y voneno no matarme
(que Alá mejorar el horas),
vamos, pues.
DON ÁLVARO:
¡Qué disparates!
Tú estabas borracho anoche.
ALCUZCUZ:
Si hay vonenos que emborrachen,
sí estar... y creerlo ahora
en que el boca a hierro sabe,
estar el lengua e los labios
secos como pedernales,
ser de yesca el paladar,
saberme todo a venagre.
DON ÁLVARO:
Vete de aquí; que no es bien
que ya otra vez me embaraces
la dicha, pues por ti anoche
perdí la ocasión más grande;
y no quiero que por ti
aquesta también me falte.
ALCUZCUZ:
No tener el culpa, Zara
sí, porque ella asegorarme
que era voneno, e beberle
por morirme.
(Ruido dentro.)
DON ÁLVARO:
Hacia esta parte
siento gente. Entre estas ramas
esperemos a que pasen.
(Vanse.)
GARCÉS, SOLDADOS.
GARCÉS:
Ésta de la mina es
la boca que al muro sale:
llegad, llegad con silencio,
pues no nos ha visto nadie.
Ya está dada fuego, y ya
esperamos por instantes
que reviente el monte, dando
nubes de pólvora al aire.
En volándose la mina,
ninguno un minuto aguarde,
sino ir a ocupar el puesto
que ella nos desocupare,
procurando mantenerle
hasta llegar lo restante
de la gente que emboscada
en esa espesura yace.
(Vanse.)
DON ÁLVARO, ALCUZCUZ; después, MORISCOS y DON LOPE.
DON ÁLVARO:
¿Oíste algo?
ALCUZCUZ:
Nada oír.
DON ÁLVARO:
¿Quién duda que es ronda que ande
corriendo el monte? Por eso
puse cuidado en guardarme.
¿Fuéronse?
ALCUZCUZ:
¿Ya no lo ves?
DON ÁLVARO:
Ya es bien al muro acercarme. (Disparan dentro.)
Mas ¿qué es esto?
ALCUZCUZ:
No haber boca
que más claramente hable
que la boca de una pieza,
aunque se ignora el lenguaje.
(Explosión de una mina.)
MORISCOS:
(Dentro.)
¡Valedme, cielos!
ALCUZCUZ:
¡Valedme,
Mahoma!, así Alá te guarde.
DON ÁLVARO:
Parece que se desquicia
de sus ejes inmortales
todo el orbe de cristal
todo el globo de diamante.
DON LOPE:
(Dentro.)
Ya voló la mina; todos
a la batería que hace.
(Cajas.)
DON ÁLVARO:
¿Qué Etnas, qué Mongibelos,
qué Vesubios, qué volcanes
en su vientre concibieron
los montes, que así los paren?
ALCUZCUZ:
¿Qué monjiles, qué besugos,
qué leznas ni qué alacranes?
Que todo ser humo y fuego.
DON ÁLVARO:
¿Quién vio más terrible trance?
En confusos laberintos
de armas ya la villa arde,
y para abortar horrores,
víbora de alquitrán y áspid
de pólvora, hecha pedazos,
todas las entrañas abre.
Estrago de España es éste.
Ni soy noble, pues, ni amante,
si a socorrer a mi dama
al fuego no me arrojare,
trepando al muro y rompiendo
sus almenas de diamante;
que como yo entre mis brazos
a Maleca hermosa saque,
Galera y el mundo todo
más que se queme y se abrase.
(Vase.)
ALCUZCUZ:
Ni ser amante ni noble,
si en confusión tan notable
quedar Zara. Mas ¿qué importa
no ser yo noble ni amante?
Hartos amantes y nobles
haber: y como escaparme
yo, que Zara y que Galera
más que se queme y se abrase.
(Vase.)
Ruinas de Galera.
DON JUAN DE MENDOZA, DON LOPE DE FIGUEROA, GARCÉS, SOLDADOS; después, MALEC, MORISCOS y DOÑA CLARA.
DON LOPE:
No quede persona a vida:
llévese a fuego y a sangre
la villa.
GARCÉS:
A pegarla fuego
entraré.
(Vase.)
SOLDADO 1.º:
Yo a aprovecharme
del saco.
(Salen MALEC y MORISCOS.)
MALEC:
Yo basto solo,
puesto por muro delante,
a defenderla.
(Batalla.)
MENDOZA:
Señor,
éste es Ladin el alcaide.
DON LOPE:
Ríndete ya.
MALEC:
¿Qué es rendirme?
DOÑA CLARA:
(Dentro.)
¡Ladin, señor, dueño, padre!
MALEC:
(Aparte.)
Maleca es: ¡oh, quién pudiera
hoy dividirse en dos partes!
DOÑA CLARA:
(Dentro.)
Que me da un cristiano muerte.
MALEC:
Pues a mí estotros me maten
sin defenderme, y a un tiempo
tu vida y mi vida acaben.
DON LOPE:
Muere, perro, y a Mahoma
da un recado de mi parte.
(Éntranse los CRISTIANOS, retirando a los MORISCOS.)
Después de haberse concluido la batalla dentro, salen SOLDADOS, GARCÉS, DON LOPE y DON JUAN DE MENDOZA.
SOLDADO 1.º:
No se ha hecho presa tal
de joyas y de diamantes.
SOLDADO 2.º:
Rico quedo desta vez.
GARCÉS:
Ninguna vida hoy se guarde
que a mi acero, por hermosa
o por caduca se escape:
sólo me falta de hallar
aquel morisquillo infame,
para volver bien vengado.
DON LOPE:
Pues toda Galera arde,
manda retirar la gente
antes que su incendio llame
el socorro.
MENDOZA:
A retirar.
Pase la palabra.
SOLDADOS
Pase.
(Vanse.)
DON ÁLVARO; después, DOÑA CLARA.
DON ÁLVARO:
Por entre montes de llamas,
entre piélagos de sangre,
tropezando en cuerpos muertos,
quiso mi amor que llegase
a la casa de Maleca,
estrago ya miserable,
pues del acero y del fuego
pavesa dos veces yace.
¡Ay esposa!, presto yo
moriré, si llego tarde.
¿Dónde Maleca estará?
Que ya no se mira a nadie.
DOÑA CLARA:
(Dentro.)
¡Ay de mí!
DON ÁLVARO:
Esta voz que el viento
lastimosamente esparce
de mal pronunciadas quejas,
de bien repetidos ayes,
es rayo que me penetra.
¿Quién vio desdicha más grande?
A las luces que confusas
ya cebado el fuego hace,
miro una mujer que está
apagándolas con sangre...
¡Y es Maleca! ¡Oh santos cielos!
O dadla vida o matadme.
(Entra, y saca a DOÑA CLARA, suelto el cabello, sangriento el rostro, y medio vestida.)
DOÑA CLARA:
Soldado español, en quien
ni piedad ni rigor cabe:
piedad, pues, que ya me heriste,
rigor, pues, no me acabaste,
vuelve a mi pecho el acero:
mira que es rigor notable
que tus acciones no sean
ni rigores ni piedades.
DON ÁLVARO:
Deidad infeliz (que ya
hay infelices deidades,
pues de ti lo aprenden cuantas
de humanas fortunas saben),
el que en sus brazos te tiene,
no solicita matarte;
que antes quisiera su vida
dividir en dos mitades.
DOÑA CLARA:
Bien dicen esas razones
que eres africano alarbe;
y si por mujer y triste,
dos veces puedo obligarte,
una fineza te deba.
En Gavia está por alcaide
el Tuzaní, esposo mío:
pártete luego a buscarle,
y este estrecho último abrazo
le llevarás de mi parte;
y dirásle que su esposa,
bañada en su propia sangre,
a manos de un español,
de sus joyas y diamantes
más que de honor ambicioso,
hoy muerta en Galera yace.
DON ÁLVARO:
El abrazo que me das,
no, no es menester llevarle
a tu esposo; que por ser
fin de sus felicidades,
él le sale a recibir;
que no hay desdicha que tarde.
DOÑA CLARA:
Sola una voz, ¡ay bien mío!,
pudo nuevo aliento darme,
pudo hacer feliz mi muerte.
Deja, deja que te abrace.
Muera en tus brazos y muera...
(Expira.)
DON ÁLVARO:
¡Oh cuánto, oh cuánto ignorante
es quien dice que el amor
hacer de dos vidas sabe
una vida!, pues si fueran
esos milagros verdades,
ni tú murieras, ni yo
viviera; que en este instante,
muriendo yo y tú viviendo,
estuviéramos iguales.
DON ÁLVARO:
Cielos, que visteis mis penas;
montes, que miráis mis males;
vientos, que oís mis rigores;
llamas, que veis mis pesares;
¿cómo todos permitís
que la mejor luz se apague,
que la mejor flor se os muera,
que el mejor suspiro os falte?
Hombres que sabéis de amor,
advertidme en este lance,
decidme en esta desdicha,
¿qué debe hacer un amante
que viniendo a ver su dama
la noche que ha de lograrse
un amor de tantos días,
bañada la halla en su sangre,
azucena guarnecida
de más peligroso esmalte,
oro acrisolado al fuego
del más riguroso examen?
¿Qué debe aquí hacer un triste,
que el tálamo que esperarle
pudo, halla túmulo, donde
la más adorada imagen,
que iba siguiendo deidad,
vino a conseguir cadáver?
DON ÁLVARO:
Mas no, no me respondáis,
no tenéis que aconsejarme;
que si no obra por dolor
un hombre en sucesos tales,
mal obrará por consejo.
¡Oh montaña inexpugnable
de la Alpujarra, oh teatro
de la hazaña más cobarde,
de la victoria más torpe,
de la gloria más infame.
¡Oh nunca, oh nunca tus montes,
oh nunca, oh nunca tus valles
hubieran visto en su cumbre,
hubieran visto en su margen
la más infeliz belleza!
Mas ¿de qué sirve quejarme,
si las quejas, con ser quejas,
aun no son prendas del aire?
DON FERNANDO DE VÁLOR, DOÑA ISABEL TUZANÍ, MORISCOS.- DON ÁLVARO; DOÑA CLARA, muerta.
VÁLOR:
Aunque con lenguas de fuego
Galera en su ayuda llame,
tarde hemos llegado.
DOÑA ISABEL:
Y tanto,
que ya sus plazas y calles
son abrasadas cenizas,
que en llamas piramidales
se oponen a las estrellas.
DON ÁLVARO:
No os admire, no os espante
venir tan tarde vosotros,
si yo también vine tarde.
VÁLOR:
¡Oh qué presagio tan triste!
DOÑA ISABEL:
¡Qué asombro tan miserable!
VÁLOR:
¿Qué es esto?
DON ÁLVARO:
Ésta es la mayor
pena, éste el dolor más grande,
la desdicha más cruel,
la desventura más grave;
que ver morir y morir
tan triste y tan lamentable-
mente lo que se ama, es
la cifra de los pesares,
el colmo de las desdichas
y el mayor mal de los males.
Maleca, ¡ay triste!, mi esposa,
es (¡qué pena tan notable!)
la que (¡qué dolor tan triste!)
pálida (¡qué duro trance!)
y sangrienta (¡qué cruel!)
estáis mirando delante.
Aleve mano en su pecho
hizo herida penetrante
entre el fuego. ¿A quién no admira,
a quién no asombra que apague
fuego a fuego, y que al acero
se dé a partido un diamante?
DON ÁLVARO:
Todos sois testigos, todos,
del más sacrílego ultraje,
la más fiera acción, el más
triste horror, costoso examen
del amor y la fortuna;
y así, desde aqueste instante,
todos lo habéis de ser, todos,
de la mayor, la más grande
y la más noble venganza
que en sus corónicas guarde
la eternidad de los bronces,
la duración de los jaspes;
pues a esta beldad difunta,
flor truncada, rosa fácil,
que al fin maravilla muere
como maravilla nace,
hago juramento, hago
firme amoroso homenaje
de vengar su muerte; y puesto
que Galera, a quien no en balde
dieron este nombre, ya
zozobrando sobre mares
de púrpura que la anegan,
de llamas que la combaten,
se va a pique despeñada
desde esta cumbre a ese valle;
pues ya de los españoles
apenas se escucha el parche,
y pues se van retirando,
yo iré siguiendo el alcance,
hasta que al mismo entre todos
homicida suyo halle:
vengaré, si no su muerte,
a lo menos mi coraje;
porque el fuego que lo ve,
porque el mundo que lo sabe,
porque el viento que lo escucha,
la fortuna que lo hace,
el cielo que lo permite,
hombres, fieras, peces, aves,
sol, luna, estrellas y flores,
agua, tierra, fuego, aire
sepan, conozcan, publiquen,
vean, adviertan, alcancen
que hay en un alarbe pecho,
en un corazón alarbe
amor después de la muerte,
porque aun ella no se alabe
que dividió su poder
los dos más firmes amantes. (Vase.)
VÁLOR:
Detente, espera.
DOÑA ISABEL:
Primero
harás que un rayo se pare.
VÁLOR:
Retirad esa belleza
infeliz. No os acobarde
ver que esa bárbara Troya
ese rústico homenaje
caiga en horror a la tierra,
vuele en cenizas al aire,
moriscos de la Alpujarra,
si para venganzas tales,
vuestro rey Abenhumeya
no ciñe este acero en balde. (Vase.)
DOÑA ISABEL:
(Aparte.)
¡Pluguiera al cielo sus montes,
que son soberbios Atlantes
del fuego que los consume,
del viento que los combate,
ya titubear se viesen,
ya caducar se mirasen,
porque dieran fin en ellos
tantas infelicidades! (Vanse.)
Campo inmediato a Berja. DON JUAN DE AUSTRIA, DON LOPE, DON JUAN DE MENDOZA, SOLDADOS:
DON JUAN:
Ya que rendida Galera
en rüinas se eterniza,
y que en su propria ceniza
es el fénix y la hoguera;
ya que del ardiente esfera,
entre el escándalo sumo,
un fragmento la presumo
adonde voraz y ciego
es el Minotauro el fuego
y es el laberinto el humo;
no tenemos que esperar,
sino antes que la aurora
cuaje las perlas que llora
sobre la espuma del mar,
empiece el campo a marchar
a Berja; que mi atrevido
corazón, nunca vencido,
descanso no ha de tener
hasta a Abenhumeya ver
a mis pies muerto o vencido.
DON LOPE:
Si quieres, señor, que hagamos
de Berja lo que hemos hecho
de Galera, satisfecho
estás de tus armas: vamos.
Pero si el orden miramos
del rey, no fue su intención
destruir gentes que son
sus vasallos, sino dar
escarmientos, y templar
el castigo y el perdón.
MENDOZA:
Yo lo que don Lope digo:
piadoso y cruel te crean,
y la cara al perdón vean,
pues vieron la del castigo.
Sea su perdón testigo
de tus piedades, señor:
témplese ya tu rigor,
pues más se suele mostrar
el valor en perdonar,
porque el matar no es valor.
DON JUAN:
Mi hermano (es verdad) me envía
a que esto apacigüe yo;
mas rogar sin armas, no
sabe la cólera mía.
Pero ya que de mí fía
castigo y perdón, me obligo
a que el mundo sea testigo
que uso en cualquiera ocasión
con las armas del perdón,
con los ruegos del castigo.
Don Juan...
MENDOZA:
Señor...
DON JUAN:
Vos iréis
a Berja, donde está hoy
Válor, y que a Berja voy,
de mi parte le diréis.
Público el perdón le haréis
y el castigo, y con igual
providencia al bien y al mal,
le diréis que si rendido
se quiere dar a partido,
daré perdón general
a todos los rebelados,
con que vuelvan a vivir
con nosotros y asistir
en sus oficios y estados;
que de los daños pasados
hoy mi justicia severa
más satisfacción no espera;
que se rinda al fin, porque
si no, a Berja soplaré
las cenizas de Galera.
MENDOZA:
A servirte voy. (Vase.)
DON JUAN DE AUSTRIA, DON LOPE, SOLDADOS.
DON LOPE:
No ha habido
saco jamás que haya dado
más provecho: no hay soldado
que rico no haya venido.
DON JUAN:
¿Tanto tesoro escondido
dentro de Galera había?
DON LOPE:
Dígatelo la alegría
De tus soldados.
DON JUAN:
Yo quiero,
porque presentar espero
a mi hermana y reina mía
desta guerra los trofeos,
a los soldados feriar
cuanto fuere de enviar.
DON LOPE:
Con esos mismos deseos
hice yo algunos empleos,
y esta sarta que he comprado
a un hombre que la ha ganado,
te ofrezco por la mejor
joya para dar, señor.
DON JUAN:
Buena es; y no es excusado
tomarla, por no excusar
lo que me habéis de pedir.
Enséñeos yo a recibir,
pues vos me enseñáis a dar.
DON LOPE:
El precio es más singular
que os sirváis della y de mí.
DON ÁLVARO, ALCUZCUZ.-Dichos.
DON ÁLVARO:
(Sin ver a DON JUAN.)
Hoy, Alcuzcuz, sólo a ti
quiero en la empresa que sigo
por compañero y amigo.
ALCUZCUZ:
Muy bien te fiar de mí;
aunque tu esfuerzo, no sé
qué ser lo que acá procura.
(Aparte a DON ÁLVARO. Más quedo; que éste es su altura.)
DON ÁLVARO:
¿Aqueste es don Juan?
ALCUZCUZ:
Sí a fe.
DON ÁLVARO:
Con atención le veré,
por su fama y su opinión.
DON JUAN:
¡Qué iguales las perlas son!
DON ÁLVARO:
(Aparte.)
Y ya, aunque yo no quisiera
con atención verle, fuera
precisa en mí la atención.
Aquella sarta ¡ay de mí!
que en su mano ¡ay alma! ves,
bien la he conocido, es
la que yo a Maleca dí.
DON JUAN:
Vamos, don Lope, de aquí.
¡Qué admirado este soldado
de mirarme se ha quedado!
DON LOPE:
Pues ¿quién, señor, no se admira,
cada vez que el rostro os mira? (Vanse DON JUAN, DON LOPE y SOLDADOS.)
DON ÁLVARO, ALCUZCUZ.
DON ÁLVARO:
Suspenso y mudo he quedado.
ALCUZCUZ:
Ya, señor, que solo estás,
¿porqué has bajado, decir,
de la Alpujarra, y venir
aquí?
DON ÁLVARO:
Presto lo sabrás.
ALCUZCUZ:
Me no querer saber más
de que hasta aquí haber venido,
para ser arrepentido
de seguirte.
DON ÁLVARO:
Pues ¿por qué?
ALCUZCUZ:
Escuchar, e lo diré.
Me, sonior, cativo he sido
de un cristianilio soldado,
que si en el campo me ver,
matar.
DON ÁLVARO:
¿Cómo puede ser,
si vienes tan disfrazado,
conocerte? Y pues mudado
el traje los dos traemos,
pasar entre ellos podemos,
sin sospecha averiguada,
por cristianos, pues en nada
ya moriscos parecemos.
ALCUZCUZ:
Tú, que bien el lengua hablar,
tú, que cativo no ser,
tú, que español parecer,
seguro poder pasar;
me, que no sé pronunciar,
me, que preso haber estado,
me, que este traje no he usado,
¿cómo excusar el castigo?
DON ÁLVARO:
Hablando sólo conmigo,
pues en fin, en un criado
ninguno reparará.
ALCUZCUZ:
¿E si alguien quiere saber
de mé algo?
DON ÁLVARO:
No responder.
ALCUZCUZ:
¿Quién no responder podrá?
DON ÁLVARO:
Quien mire cuánto le va.
ALCUZCUZ:
Mahoma solamente pudo
hacerme por fuerza mudo,
siendo tan grande hablador.
DON ÁLVARO:
Necios extremos de amor,
no dudo ¡ay de mí! no dudo
que acuséis mi atrevimiento,
pues idólatra gentil
de un sol puesto, en treinta mil
un soldado hallar intento
a quien sigo por el viento,
pues ni señas ni razón
traigo dél; más confusión
por admiración me das:
¿Qué importa un prodigio más,
adonde tantos lo son?
Bien sé, bien, que no es posible
hallar mi venganza, no;
mas ¿qué hiciera yo, si yo
no intentara lo imposible?
DON ÁLVARO:
Pero aunque bien infalible
vi la primer seña, en vano
la creo, porque está llano
que es quien es, y es cosa clara
que un noble no ensangrentara
en una mujer la mano;
porque valor no asegura,
porque no arguye nobleza,
quien no admira una belleza,
quien no adora una hermosura
que en sí misma está segura:
luego no es suyo el rigor.
Mienten sus señas, amor
tus indicios han mentido;
que otro ha sido, que otro ha sido
el vil, el fiero, el traidor.
ALCUZCUZ:
¿Ser eso a que haber venido?
DON ÁLVARO:
Sí.
ALCUZCUZ:
Pues presto nos volver,
porque ¿cómo puede ser,
sin haberle conocido,
hallarle?
DON ÁLVARO:
Cuando el efeto
no alcance, me lo prometo.
ALCUZCUZ:
Ésas el cartas serán
de «En la corte a mi hijo Juan,
que andar vestido de prieto».
DON ÁLVARO:
A ti no te toca más...
ALCUZCUZ:
Ya saber, que hablar por señas
en alguien viniendo.
DON ÁLVARO:
Sí.
ALCUZCUZ:
Ponga Alá tiento en mi lengua.
SOLDADOS.-Dichos.
SOLDADO 1.º:
La ganancia está partida
bien así, pues el que juega,
aunque vaya por dos, siempre
algo de ribete lleva.
SOLDADO 2.º:
¿Por qué no ha de ser igual
la ganancia, si lo fuera
la pérdida?
SOLDADO 3.º:
Eso sí que es justo.
SOLDADO 1.º:
Mirad; yo nunca quisiera
tener con mis camaradas
por intereses pendencias:
haya solamente un hombre
que diga que es razón ésa,
y yo no hablaré palabra.
SOLDADO 2.º:
¿Mas que lo dice cualquiera?
¡Ah soldado!...
ALCUZCUZ:
(Aparte.)
¡A mé decir,
e no responder! ¡Paciencia!
SOLDADO 2.º:
¿No respondéis?
ALCUZCUZ:
Ha, ha, ha.
SOLDADO 3.º:
Mudo es.
ALCUZCUZ:
(Aparte.)
¡Si bien lo supieran!
DON ÁLVARO:
(Aparte.)
(Éste ha de echarme a perder,
si yo no salgo a la enmienda.
Divertirlo importa.) Hidalgos
perdonad por vida vuestra,
si no entiende ese criado
lo que le mandáis, pues muestra
bien que es mudo.
ALCUZCUZ:
(Aparte.)
No ser mudo;
mas ser en casión como esta
pique, repique y capote,
pues que no tiene respuesta.
SOLDADO 2.º:
Lo que decirle quería,
ha sido suerte que pueda
mejorarse en vos, que es duda.
DON ÁLVARO:
Yo holgara satisfacerla.
SOLDADO 1.º:
Yo he ganado por los dos
entre el dinero una prenda,
que es este Cupido...
DON ÁLVARO:
(Aparte.)
¡Ay triste!
SOLDADO 1.º:
De diamantes.
DON ÁLVARO:
(Aparte.)
¡Ay Maleca!
Las joyas son de tus bodas
despojos de tus exequias.
¿Cómo he de vengarla, cómo,
si van tomando las señas
los extremos, pues alcanza
desde un soldado a una alteza?
SOLDADO l.º:
Al partir pues la ganancia,
le doy el Cupido en cuenta
en lo que yo le gané;
dice él que no quiere prendas:
Mirad si habiendo ganado
yo, no es justo que prefiera
en la partición.
DON ÁLVARO:
Yo quiero
componer la diferencia,
ya que he llegado a ocasión,
dando el dinero por ella
en que estuviere jugada;
pero con una advertencia,
que he de saber yo primero
quién la trajo, porque sea
segura.
SOLDADO 2.º:
Seguras son
todas cuantas hoy se juegan;
porque todo se ha ganado
en el saco de Galera
a esos perros.
DON ÁLVARO:
(Aparte.)
¡Que yo, cielos,
tal escuche y tal consienta!
ALCUZCUZ:
(Aparte.)
¡Qué mé, ya que no matar,
no poderle hablar siquiera!
SOLDADO 1.º:
Yo os pondré con quien la trajo;
que él me contó aquí, por señas,
que entre sus joyas quitado
la había a una morisca bella,
a quien dio muerte.
DON ÁLVARO:
(Aparte.)
¡Ay de mí!
SOLDADO 1.º:
Venid: de su boca mesma
lo oiréis.
DON ÁLVARO:
(Aparte.)
(No oiré; que primero,
como una vez quién es sepa,
le mataré a puñaladas.)
Vamos. (Vanse.)
Vista exterior de un cuerpo de guardia. SOLDADOS; y luego, GARCÉS, DON ÁLVARO y ALCUZCUZ.
SOLDADOS:
(Dentro.)
Deténganse.
OTROS:
(Dentro.)
Afuera. (Riñen dentro.)
UN SOLDADO:
(Dentro.)
Tengo de darle la muerte,
aunque el mundo lo defienda.
OTRO SOLDADO:
Con nuestro enemigo es.
OTRO:
Pues, amigo, muera, muera.
GARCÉS:
(Dentro.)
Si yo estoy solo, ¿qué importa
que todos contra mí sean?
(Salen riñendo GARCÉS y SOLDADOS, y deteniéndolos DON ÁLVARO; detrás ALCUZCUZ.)
DON ÁLVARO:
Tantos a uno, soldados,
es infamia y es bajeza.
Deténganse, o haré yo,
vive Dios, que se detengan.
ALCUZCUZ:
(Aparte.)
¡A bonas cosas venir,
a no hablar, e a ver pendencias!
UN SOLDADO:
Muerto soy. (Cae dentro.)
DON LOPE, SOLDADOS.-Dichos.
DON LOPE:
¿Qué es esto?
UN SOLDADO:
Muerto
está: huyamos, no nos prendan. (Huyen todos los que reñían.)
GARCÉS:
(A DON ÁLVARO.)
La vida os debo, soldado:
yo, yo os pagaré la deuda. (Vase.)
DON LOPE:
Deteneos.
DON ÁLVARO:
Ya lo estoy.
DON LOPE:
De los dos las armas vengan:
Quitadle la espada.
DON ÁLVARO:
(Aparte.)
(¡Ay cielo!)
Mire usiría y advierta
que a poner la paz la saqué,
sin ser mía la pendencia.
DON LOPE:
Yo sólo sé que en el cuerpo
de guardia os hallo, con ella
desnuda y un hombre muerto.
DON ÁLVARO:
(Aparte.)
Imposible es mi defensa.
¿A quién habrá sucedido
que a matar a un hombre venga,
y por darle vida a otro,
en tal peligro se vea?
DON LOPE:
Y vos, ¿no dais esa espada?
¡Bueno!, ¿hablador sois de señas?
Pues yo os he visto otra vez
hablar, si bien se me acuerda.
En ese cuerpo de guardia
presos aquestos dos tengan,
mientras sigo a los demás.
ALCUZCUZ:
(Aparte.)
Dos cosas me daban pena,
pendencia, e caliar; ya ser
tres, si bien hacer el cuenta.
Una, dos, tres: sí, tres ser,
prisión, caliar e pendencia. (Llévanlos.)
DON JUAN DE AUSTRIA.-DON LOPE; después, DON JUAN DE MENDOZA.
DON JUAN:
¿Qué ha sido aquesto, don Lope?
DON LOPE:
Fue, señor, una pendencia
en que un hombre muerto ha habido.
DON JUAN:
Pues si cosas como ésas
no se castigan, habrá
cada día mil tragedias;
mas usarse ha con templanza
de la justicia. (Sale DON JUAN DE MENDOZA.)
MENDOZA:
Tu alteza
me dé sus pies.
DON JUAN:
¿Qué hay, Mendoza?
¿Qué responde Abenhumeya?
MENDOZA:
Sorda trompeta de paz
toqué a la vista de Berja,
y muda bandera blanca
me respondió a la trompeta.
Entré con seguro dentro,
llegué al dosel o a la esfera
de Abenhumeya... Bien dije,
si estaba con él la bella
doña Isabel Tuzaní,
que hoy es Lidora, y su reina.
A la usanza de su ley
en una almohada me sienta,
gozando de embajador
en todo la prêminencia, (Aparte.)
(¡Ay, amor, qué neciamente
dormidos gustos despiertas!)
y él de rey la autoridad.
Di tu embajada; y apenas
se divulgó que hoy a todos
dabas perdón, cuando empiezan
por las plazas y las calles
a hacer alegrías y fiestas.
MENDOZA:
Pero Abenhumeya, hijo
del valor y la soberbia,
encendido en saña, viendo
cuánto alborota y altera
a sus gentes el perdón,
esto me dio por respuesta:
«Yo soy rey de la Alpujarra;
y aunque es provincia pequeña,
a mi valor, presto España
se verá a mis plantas puesta.
Si no quieres ver su muerte,
dile a don Juan que se vuelva,
y si algún baharí morisco
gozar dese indulto piensa,
llevátele tú contigo
a que sirva en esa guerra
a Felipe, porque así
haya ése más a quien venza».
Con esto me despidió,
dejando ya en arma puesta
la Alpujarra, porque toda,
ya civiles bandos hecha,
unos «España» apellidan,
otros «África» vocean;
de suerte que su mayor
ruina, que su mayor guerra
hoy, parciales y divisos,
tienen dentro de sus puertas.
DON JUAN:
Nunca tiene más asiento,
más duración ni más fuerza
un rey tirano, porque
los primeros que le alientan
al principio, son al fin
los primeros que le dejan,
quizá bañado en su sangre.
Y pues hoy desa manera
la Alpujarra está, antes que ellos
víboras humanas sean
que se den muerte a sí mismos,
marche el campo todo a Berja,
y venzámoslos nosotros
primero que ellos se venzan:
no hagamos suya la hazaña,
si hacerla podemos nuestra. (Vanse.)
ALCUZCUZ y DON ÁLVARO, con las manos atadas. Prisión en el cuerpo de guardia.
ALCUZCUZ:
El rato que estar aquí
solos los dos e poder
hablar, quijera saber,
sonior Tozaní, de ti,
ya que Alpojarra dejar
e a aquesta terra venir,
si fue a matar, o a morir.
DON ÁLVARO:
A morir, y no a matar.
ALCUZCUZ:
Quien poner en paz pendencia,
el peor parte ha lievado.
DON ÁLVARO:
Como yo no era culpado,
no me puse en resistencia;
que este corazón gentil
puesto en defensa, mil presto
me dejaran.
ALCUZCUZ:
Con todo esto,
yo me atener a los mil.
DON ÁLVARO:
En fin, ¿yo dejé de ver
al que infame se alabó
de que las joyas quitó,
dando muerte a una mujer?
ALCUZCUZ:
No ser eso lo peor,
si no estar mandados ya
confesar. Mas ¿qué será
ver venir al confesor,
creyendo crestianos ser?
DON ÁLVARO:
Ya que todo lo he perdido,
me he de vender bien vendido.
ALCUZCUZ:
Pues ¿qué pensar ahora hacer?
DON ÁLVARO:
Con un puñal que escondido
en la cinta me quedó,
que siempre debajo yo
de la casaca he traído,
dar a esa posta la muerte.
ALCUZCUZ:
¿Con qué manos?
DON ÁLVARO:
¿No podrás
con los dientes por detrás
romper ese lazo fuerte?
ALCUZCUZ:
Por detrás... y dientes... no
estar muy limpia la traza.
DON ÁLVARO:
Llega, rompe o desenlaza
el cordel...
ALCUZCUZ:
Sí haré.
DON ÁLVARO:
Que yo
veré si te ven.
ALCUZCUZ:
(Desátale.)
Ya estar:
romper tú el mío.
DON ÁLVARO:
No puedo;
que entra gente.
ALCUZCUZ:
Así me quedo
con cordel y sin hablar. (Retíranse.)
UN SOLDADO, que hace la posta; GARCÉS, con prisiones.-Dichos.
SOLDADO:
(A GARCÉS.)
Aquel vuestro camarada
y un criado suyo mudo,
que animoso sacar pudo
a vuestro lado la espada,
son los que veis.
GARCÉS:
Aunque es fuerza
sentir que me hayan prendido
tantos como me han seguido,
en una parte me esfuerza
no sentirlo el librar
a quien la vida me dio,
pues en su descargo yo
me tengo de declarar.
Vos a don Juan mi señor
de Mendoza le decí
cómo preso quedo aquí:
que merced me haga y favor
de verme, para que pida
mi vida al señor don Juan,
pues mis servicios serán
los méritos de mi vida.
SOLDADO:
Yo le diré que aquí os vea,
en acabando de hacer
la posta.
DON ÁLVARO:
(Aparte a ALCUZCUZ.)
Tú puedes ver,
como al descuido, quién sea
el que con la posta ha entrado
en la prisión.
ALCUZCUZ:
Sí veré.-
¡Ay de mí! (Repara en GARCÉS.)
DON ÁLVARO:
¿Qué tienes?
ALCUZCUZ:
¿Qué?
El haber aquí llegado...
DON ÁLVARO:
Prosigue.
ALCUZCUZ:
Estar de horror lleno.
DON ÁLVARO:
Habla.
ALCUZCUZ:
De temor no vivo.
DON ÁLVARO:
Di.
ALCUZCUZ:
Ser de quien fui cautivo,
ser a quien corrí el voneno.
Sin duda saber que aquí
estar... Mas por sí o por no,
el cara guardaré yo,
para que no me vea, así. (Échase como que quiere dormir.)
GARCÉS:
(A DON ÁLVARO.)
Puesto que sin conoceros
ni haberos servido en nada,
me dio vida vuestra espada,
bien crêréis que siento el veros
desa suerte. Si pudiera
tener mi prisión consuelo,
el libraros, vive el cielo,
sólo mi consuelo fuera.
DON ÁLVARO:
Guárdeos Dios.
ALCUZCUZ:
(Aparte.)
¿Preso venir,
y el de la pendencia ser?
Sí; que entonces no le ver
con la prisa del reñir.
GARCÉS:
En fin, hidalgo, no os dé
cuidado vuestra prisión;
que yo, por la obligación
en que entonces os quedé,
la vida pondré, primero
que vos, siendo mía, paguéis
la culpa que no tenéis.
DON ÁLVARO:
De vuestro valor lo espero;
si bien mi prisión no ha sido
lo que más siento, por Dios,
sino que perdí por vos
la ocasión que me ha traído
a esta tierra.
SOLDADO:
No tenéis
que temer los dos morir,
pues siempre he oído decir,
y aun vosotros lo sabéis,
que si de una muerte son
dos los cómplices, no habiendo
más de una herida, y no siendo
caso pensado o traición,
uno muera solamente,
y que éste que muere sea
el de la cara más fea.
ALCUZCUZ:
(Aparte.)
El que tal decir revente.
SOLDADO:
Y así, el tal mudo este día,
de todos tres, morirá. (Vase.)
DON ÁLVARO, GARCÉS, ALCUZCUZ.
ALCUZCUZ:
(Aparte.)
Claro estar, porque no habrá
cara peor que la mía
en el mundo.
GARCÉS:
De vos creo
que aquesta merced me haréis,
ya que obligado me habéis.
ALCUZCUZ:
(Aparte.)
¡Ley ser morir el más feo!
GARCÉS:
Quizá yo os podré decir
dél. ¿Cómo se llama?
DON ÁLVARO:
No
lo sé.
GARCÉS:
¿En qué tercio llegó
a esta ocasión a servir?
DON ÁLVARO:
No lo sé.
GARCÉS:
¿Qué señas tiene?
DON ÁLVARO:
No sé.
GARCÉS:
Pues bien le hallaréis,
si su nombre no sabéis,
ni señas, ni con quién viene.
DON ÁLVARO:
Pues sin saberle las señas,
nombre, ni con quién está,
le he tenido hallado ya.
GARCÉS:
No son enigmas pequeñas
las vuestras; pero no os dé
cuidado, pues en sabiendo
su alteza este caso, entiendo
que me dé vida, porque
me tiene a mí obligación
tan grande, que si no fuera
por mí, no entrara en Galera;
y esa perdida ocasión
hallar podremos los dos;
que de quien sois obligado,
he de estar a vuestro lado
al bien y al mal, vive Dios.
DON ÁLVARO:
En efecto, ¿que vos fuisteis
el que entrasteis en Galera?
GARCÉS:
¡Pluguiera a Dios no lo fuera!
DON ÁLVARO:
¿Por qué, si esa hazaña hicisteis?
GARCÉS:
Porque desde que yo en ella
el primero puse el pie,
no sé qué influjo, no sé
qué hado, qué rigor, qué estrella
me persigue, que no ha habido
cosa que a la suerte mía,
desde aquel infausto día
mal no me haya sucedido.
DON ÁLVARO:
¿De qué os nace ese recelo?
GARCÉS:
No sé, sino es de que allí
muerte a una morisca di,
y se ofendió todo el cielo,
porque su hermosura era
su traslado.
DON ÁLVARO:
¿Tan hermosa
era?
GARCÉS:
Sí.
DON ÁLVARO:
(Aparte.)
(¡Ay perdida esposa!)
¿Cómo fue?
GARCÉS:
Desta manera.
Estando de posta un día,
entre unas espesas ramas,
que a los lutos de la noche
iban pisando las faldas,
prendí a un morisco. No quiero
(que éstas son cosas muy largas)
deciros que me engañó,
llevándome entre unas altas
peñas, adonde sus voces
convocaron la Alpujarra;
que huyendo dél, me escondí
en una gruta; pues basta
decir que ésta fue la mina,
que en una peña cavada,
monstruo fue que concibió
tanto fuego en sus entrañas.
Yo fui quien noticia della
traje al señor don Juan de Austria,
y yo fui quien al ingenio
la noche estuve de guardia,
yo quien de la batería
mantuve siempre la entrada
a la otra gente, y yo en fin
quien por medio de las llamas
penetré la villa, siendo
su racional salamandra,
hasta que llegué, pasando
globos de fuego, a una casa
fuerte, que sin duda era
de la gente plaza de armas,
pues por allí se avanzó toda.-
Pero parece que os cansa
mi relación, y que no
tenéis gusto en escucharla.
DON ÁLVARO:
No es sino que divertido
acá en mis penas estaba.
Proseguid.
GARCÉS:
Llegué, en efecto,
lleno de cólera y rabia,
a la casa de Malec
(que era en fin toda mi ansia
el palacio o casa fuerte),
al tiempo que ya su alcázar
don Lope de Figueroa,
lustre y honor de su patria,
rendido tenía y sitiado
del fuego por partes varias,
y muerto al alcaide. Yo
que entre el aplauso buscaba
el provecho, aunque mal juntos
provecho y honor se hallan,
ambiciosamente osado
discurrí todas las salas,
penetré todas las piezas,
hasta que llegué a una cuadra
pequeña, último retrete
de la más bella africana
que vieron jamás mis ojos.
¡Ah!, ¡quién supiera pintarla!,
mas no es tiempo de pinturas.
Confusa, al fin, y turbada
de verme, como si fueran
las cortinas de una cama
de una muralla cortinas,
detrás se esconde y ampara.-
Pero con llanto en los ojos,
y sin color en la cara
os habéis quedado.
DON ÁLVARO:
Son
memorias de mis desgracias,
muy parecidas a ésas.
GARCÉS:
Tened, tened confianza,
si es por la ocasión perdida:
quien no la busca, la halla.
DON ÁLVARO:
Decís verdad. Proseguid.
GARCÉS:
Entré tras ella, y estaba
tan alhajada de joyas,
tan guarnecida de galas,
que más parecía que amante
prevenía y esperaba
bodas que exequias. Yo viendo
tal belleza, quise darla
la vida, como al rescate
saliese fiadora el alma.
Apenas, pues, me atreví
a asirla una mano blanca,
cuando me dijo: «Cristiano,
si es más ambición que fama
mi muerte, pues con la sangre
de una mujer más se mancha
que se acicala el acero,
estas joyas satisfagan
tu hidrópica sed, y deja
limpio el lecho, la fe intacta
de un pecho, donde se encierran
misterios que aún él no alcanza».
-Llegué a los brazos...
DON ÁLVARO:
Espera:
escucha, detente, aguarda,
no llegues a ellos. -¿Qué digo?
Mis discursos me arrebatan
la voz. Proseguid; que a mí
eso no me importa nada. (Aparte.)
(¡Pluguiera a amor, pues más siento
ya el quererla que el matarla!)
GARCÉS:
Dio voces en la defensa
de su vida y de su fama:
Yo, viendo que ya acudía
otra gente, y que ya estaba
perdida la una vitoria,
no quise perderlas ambas,
ni que los otros soldados
conmigo a la parte entraran;
y así, trocando el amor
entonces en la venganza
(qué fácilmente el afecto
de un extremo al otro pasa),
arrebatado no sé
de qué furia, de qué saña
que me movió el brazo entonces
(aun repetido es infamia),
o por quitarla una joya
de diamantes y una sarta
de perlas, dejando todo
un cielo de nieve y grana,
la atravesé el pecho.
DON ÁLVARO:
¿Fue
como ésta la puñalada? (Saca un puñal y hiérele.)
¡Ay de mí!
ALCUZCUZ:
Aquesto estar hecho.
DON ÁLVARO:
Muere, traidor.
GARCÉS:
¿Tú me matas?
DON ÁLVARO:
Sí, porque esa beldad muerta,
esa rosa deshojada,
el alma fue de mi vida,
y hoy es vida de mi alma.
Tú eres el que busco, tú
tras quien me trae mi esperanza
a vengar a su hermosura.
GARCÉS:
¡Ah, que me coges sin armas
y con traición!
DON ÁLVARO:
Nunca consta
de términos la venganza.
Don Álvaro Tuzaní,
su esposo, es el que te mata.
ALCUZCUZ:
Y yo ser perro cristiano,
Alcuzcuz, que en la pasada
ocasión lievar alforja.
GARCÉS:
¿Para qué vida me dabas
si me habías de dar muerte?-
¡Ah posta, posta de guardia! (Muere.)
DON JUAN DE MENDOZA, SOLDADOS.-DON ÁLVARO, ALCUZCUZ; GARCÉS, muerto.
MENDOZA:
(Dentro.)
¿Qué voces son éstas? Abre
la puerta; que Garcés llama,
a quien yo vengo a buscar. (Salen DON JUAN DE MENDOZA y SOLDADOS.)
¿Qué es esto? (Quita DON ÁLVARO la espada a un SOLDADO.)
DON ÁLVARO:
Suelta esa espada.
Señor don Juan de Mendoza,
yo soy, si el verme os espanta,
Tuzaní, a quien apellidan
el rayo de la Alpujarra.
A vengar vine la muerte
de una beldad soberana;
que no ama quien no venga
injurias de lo que ama.
Yo en otra prisión a vos
os busqué, donde las armas
iguales los dos medimos,
cuerpo a cuerpo y cara a cara.
Si en esta prisión venís
a buscarme vos, bastaba
venir solo, pues que sois
quien sois; que esto sólo basta.
Pero si es que habéis venido
acaso, nobles desgracias
defiendan los hombres nobles:
hacedme esa puerta franca.
MENDOZA:
Yo me holgara, Tuzaní,
que en ocasión tan extraña
con reputación pudiera
guardaros yo las espaldas;
mas ya veis que hacer no puedo
al servicio del rey falta,
y es su servicio mataros
cuando en su ejército os hallan:
y así, he de ser el primero
que os mate.
DON ÁLVARO:
No importa nada
que la puerta me cerréis,
que yo la haré a cuchilladas... (Acuchíllanse.)
UN SOLDADO:
Muerto soy. (Huye, y cae dentro.)
OTRO:
De los abismos
es furia que se desata.
DON ÁLVARO:
Ahora veréis que soy
el Tuzaní, a quien la fama
apellidará en sus triunfos
el vengador de su dama. (Huyen los SOLDADOS.)
MENDOZA:
Primero verás tu muerte.
ALCUZCUZ:
Pregunto: el de mala cara,
¿es ley morir?
DON JUAN DE AUSTRIA, DON LOPE, y SOLDADOS.-DON ÁLVARO, DON JUAN DE MENDOZA, ALCUZCUZ; GARCÉS, muerto.
DON LOPE:
¿Qué es aquesto?
¿Quién este alboroto causa?
DON JUAN:
Don Juan, ¿qué es esto?
MENDOZA:
Es, señor,
una cosa bien extraña.
Es un morisco que viene
solo desde la Alpujarra
a matar un hombre, que
dice que mató a su dama
en el saco de Galera,
y le ha muerto a puñaladas.
DON LOPE:
¿Tu dama había muerto?
DON ÁLVARO:
Sí.
DON LOPE:
Bien hiciste.-Señor, manda
dejarle; que este delito
más es digno de alabanza
que de castigo; que tú
mataras a quien matara
a tu dama, vive Dios,
o no fueras don Juan de Austria.
MENDOZA:
Mira que es el Tuzaní,
y que será de importancia
prenderle.
DON JUAN:
Date a prisión.
DON ÁLVARO:
Aunque tu valor lo manda,
no estoy dese parecer;
y por tu respeto basta
que la defensa que intento
sea volverte la espalda. (Vase.)
DON JUAN:
Seguidle todos, seguidle. (Éntranse todos siguiendo a DON ÁLVARO.)
Vista exterior de los muros de Berja. DOÑA ISABEL y SOLDADOS MORISCOS en el muro; después, DON ÁLVARO, DON JUAN DE AUSTRIA y SOLDADOS.
DOÑA ISABEL:
Haz con esa seña blanca
llamada al campo cristiano. (Sale DON ÁLVARO.)
DON ÁLVARO:
Entre picas y alabardas
he rompido, hasta llegar
a los pies desta montaña.
UN SOLDADO:
(Dentro.)
Antes que entre en la espesura,
un mosquete le dispara.
DON ÁLVARO:
Todos sois pocos: cercadme.
UN MORISCO:
A Berja subid.
DOÑA ISABEL:
Aguarda.
¡Tuzaní, señor!
DON ÁLVARO:
Lidora,
toda esa gente, esas armas
tras mí vienen.
DOÑA ISABEL:
Pues no temas. (Vanse del muro ella y los MORISCOS.)
DON JUAN:
(Dentro.)
Tronco a tronco y rama a rama
talad el campo hasta hallarle. (Salen DON JUAN DE AUSTRIA y SOLDADOS, y por otro lado DOÑA ISABEL y MORISCOS.)
DOÑA ISABEL:
Generoso don Juan de Austria,
hijo del águila hermosa
que al sol mira cara a cara,
todo ese monte que ves
rebelde a tus esperanzas,
una mujer, si la escuchas,
viene a ponerle a tus plantas.
DOÑA ISABEL:
Doña Isabel Tuzaní
soy, que aquí tiranizada,
viví morisca en la voz
y católica en el alma.
Mujer soy de Abenhumeya,
cuya muerte desdichada
ensangrentó su corona
con su sangre y con sus armas;
porque viendo los moriscos
que general perdón dabas,
trataron rendirse: tal
es de un vulgo la inconstancia,
que los designios de hoy
intentan borrar mañana.
Y viendo que Abenhumeya
con valor les afeaba
su cobardía, al entrar
la compañía de guardia,
su capitán le tomó
las puertas, y hasta la sala
del dosel, entró diciendo:
«Date por el rey de España.
-¿Prenderme a mí?», dijo entonces,
y al ir a empuñar la espada,
diciendo a voces la gente:
«¡Viva el sacro nombre de Austria!».
Un soldado en la cabeza
empleó la partesana;
que como de la corona
juzgó vivir adornada,
fue capaz sujeto a un tiempo
de la dicha y la desgracia.
DOÑA ISABEL:
Cayó en la tierra, y cayeron
con él tantas esperanzas
como suspenso tenían
el mundo con sus hazañas;
que al amago antes que al golpe,
pudo titubear España.
Si el venir, señor, adonde,
puesta a tus heroicas plantas
del valiente Abenhumeya
la corona ensangrentada,
te merecen un perdón, puesto
que hoy a los demás alcanza;
goce de su indulto el noble
Tuzaní; que yo postrada
a tus pies, más que el ser reina
estimara ser tu esclava.
DON JUAN:
Poco has pedido en albricias:
hermosa Isabel, levanta.
Viva el Tuzaní, quedando
la más amorosa hazaña
del mundo escrita en los bronces
del olvido y de la fama.
DON ÁLVARO:
Dame tus pies.
ALCUZCUZ:
Y mé ¿estar
perdonado?
DON JUAN:
Sí.
DON ÁLVARO:
Aquí acaba
Amar después de la muerte
y el sitio de la Alpujarra.