Alfredo de Joaquín Francisco Pacheco


5.ª editar

RICARDO.

¡Dichoso!... ¡Ah!, eso es imposible..., la felicidad no estaba guardada para mi vejez..., lo estaban sólo la tristeza y el desamparo... Sin embargo, cuando se perdona, se alijera un poco el peso del corazón... Y ¿quién no ha de perdonar, cuando todos necesitamos induljencia? -(Truenos).- ¡Cómo brama la tempestad! Parece que batallan todos los elementos, que el universo todo está conmovido como mi corazón.

ROBERTO. (Entrando). -Alfredo, Señor, aguarda vuestras órdenes.

RICARDO.- Haced que entre... (Roberto se va.)... -¡Blanca! ¡Blanca!... He aquí a tu hijo y a tu esposo... ¡Ay!, tu memoria me enternece en su favor... Ya he principiado a perdonar..., y ¿quién puede ser duro e inexorable con un hijo?