Alfredo de Joaquín Francisco Pacheco


4.ª editar

RICARDO, BERTA.


ROBERTO. (Llegando).- Vuestra esposa, Señor.

RICARDO.- Bien, Roberto. (Roberto se va).

BERTA. (Corriendo a los pies de Ricardo).- ¡Misericordia, Señor!, ¡misericordia!

RICARDO.- ¡Levantad, levantad, Berta!

BERTA.- No, no me levantaré de vuestros pies hasta que me hayáis perdonado.

RICARDO.- Levantad..., ¿puedo yo perdonaros por ventura?... Vuestro perdón..., ¡imploradlo del cielo!

BERTA.- Del cielo..., sí..., yo lo imploraré..., mi vida toda será un sacrificio de espiación por mis crímenes... Pero perdonadme vos también..., así me será más fácil desarmar la cólera divina.

RICARDO.- Bien lo habéis menester, Berta..., vuestras faltas han sido muy grandes.

BERTA.- ¡Atroces! Ricardo..., ¡atroces!... Lo conozco... Yo os he perdido..., he perdido a mi hermano..., he perdido a vuestro hijo..., he manchado vuestro tálamo..., he hecho correr mi propia sangre..., he derramado el deshonor sobre vuestro nombre..., he sido el oprobio de mi país, el escándalo de Sicilia, la execración del mundo todo... ¡Atroces!, ¡atroces han sido mis crímenes!..., ¡mi existencia ha sido un azote para la humanidad!... Pero apiadaos de mí, Ricardo..., no me desechéis de vuestra vista con indignación..., tened, tened piedad de esta infeliz... ¡Decid que no podéis perdonarme! ¡Ah! Dios perdona siempre, cuando es verdad nuestro arrepentimiento.

RICARDO.- ¡Bien... Berta!... Yo tampoco soy inexorable... Yo os perdonaré..., porque Dios nos perdone... Levantad.

BERTA.- ¡Me perdonáis!... ¡Oh!, ¡no me levantaré de vuestras plantas!... Dejad que las riegue con mi llanto, con el llanto de la gratitud y del consuelo... Vos me salváis, para abrirme las puertas de mi salvación... ¡Ah! Puesto que vos me perdonáis..., puesto que estas lágrimas que corren por mi pecho han podido enternecer vuestro corazón..., ¡haced, Dios mío, que también consiga misericordia en presencia de mi hermano!... Haced que también me conceda su perdón..., que se borre mi crimen..., ¡que se estinga esa voz horrorosa que me ha perseguido desde su muerte!...

RICARDO.- (¡Desdichada!... Seguramente era digna de más felicidad!)

BERTA.- ¡Conque me habéis perdonado!..., ¡oh gozo!... Ya puedo levantarme del suelo... (Levántase), ya tengo derecho... ¡Ay!, no... ¡Bello es el arrepentimiento..., pero no es puro y cándido como la inocencia!... -Me habéis perdonado ..., derramáis un bálsamo sobre mi pecho; mas nadie borrará la mancha que llevo estampada sobre mi frente.

RICARDO.- Berta..., yo he pronunciado vuestro perdón, porque he visto correr vuestras lágrimas, y porque mi corazón también necesita encontrar misericordia. Cuando yo era joven..., estuve unido a un ánjel, cuyo mérito no conocí durante su vida; mas a quien, por lo menos, no hubiera debido olvidar después de su muerte... La olvidé un momento..., vos me hicisteis olvidarla..., ¡ojalá no hubieseis escuchado nunca una palabra mía!... Desde entonces se acabó mi tranquilidad, y no he conocido más que desgracias. -Perdonada estáis, Berta; pero ni vos ni yo debemos querer una vida común..., ni el mundo pudiera tampoco permitirla... Vos conoceréis que no obro por resentimiento..., os aseguro que no os conservaré ningún rencor; mas las heridas duelen, aunque sean hechas por una mano amiga. -¡Berta!, mañana partiréis para el monasterio que elijieseis... No debéis alucinaros: ¡necesitáis implorar largamente la misericordia del Señor!

BERTA.- Precisamente iba a solicitar de vos esa gracia. Hay situaciones en que no nos queda otra esperanza que la de una penitencia perdurable. Yo debo hacerla, Ricardo... Yo la haré. -Ni tengo derecho para ser considerada como esposa vuestra; ni soy ya tan poco cuidadosa de vuestra opinión y vuestro nombre, que quiera haceros participar de mi ignominia... No: yo he comitido el crimen; yo sola debo llevar el castigo y la vergüenza... Disponed mi marcha..., disponed mi destino... Sola, en una perpetua reclusión, yo justificaré vuestra conducta, y haré conocer a vos propio y al mundo entero que soy digna del perdón que me habéis otorgado.

RICARDO.- En buen hora, Berta..., yo lo celebraré..., pro ya veis que entre nosotros no puede haber más relaciones. -Adiós... Roberto cuidará de vuestro destino.

BERTA.- Adiós, Señor... Adiós... En fin me habéis perdonado..., el cielo os haga tan dichoso como yo deseo.