ALFREDO, BERTA, EL GRIEGO, ROBERTO, RUJERO, ACOMPAÑAMIENTO.


ALFREDO.- Roberto..., ¡vos!... Pensaba que no quisieseis ser testigo...

ROBERTO.- Y no lo pienso ser... Pero desearía que me permitieseis dirijiros algunas palabras... ¡Tal vez serán las últimas!...

ALFREDO.- ¿Las últimas, has dicho?

ROBERTO.- Sí, Alfredo, las últimas..., porque mi vida, pura como estos cabellos blancos que caen sobre mi frente, no había de ir a mancillarse... Disimulad si os hablo de este modo: yo no sé disfrazar ni mentir mis sentimientos... -Bien sabéis que no he nacido vasallo de vuestros mayores: no son mi patria vuestros estados: mis ojos se abrieron a la luz en el otro lado de la montaña. Atraído por las promesas de vuestro abuelo, vino mi padre a establecerse en estos contornos: las mercedes del vuestro, las mercedes de Ricardo acabaron de fijarme en ellos. Yo los consideraba ya como una patria adoptiva, más querida aún que la verdadera; y en ella había siempre pensado que descansasen mis cenizas... ¡Ilusión, locura, el fundar proyectos en el porvenir!... Estaba determinado que a los doce lustros de mi edad había de emprender una peregrinación en busca de nueva patria, y que no había de tener en donde reclinar la cabeza... ¡No importa!... -Tomad, Señor, tomad: (Entregándole un pergamino.) ...os devuelvo cuantas mercedes he recibido de vuestros ascendientes y de vos... Adiós, Alfredo: ¡que el cielo os ilumine!

ALFREDO.- Espera, Roberto..., espera... ¿Porqué tanta precipitación?, ¿porqué quieres abandonar el castillo?, ¿porqué te formas tú mismo esa fantasma, que te asuste? -¡Si lo hubieras hecho antes...! Mas ahora..., cuando la iglesia ha aprobado ya va a bendecir esta unión....

ROBERTO.- Callad, callad, Señor..., y no añadáis el sacrilejio y la blasfemia a los demás crímenes de que estáis cargado... ¿Qué iglesia es la que aprueba esa unión escandalosa, esa unión que debe estremecer a todos los fieles?... Un sacerdote desconocido, venido, según dicen, de otras rejiones, que nos trae ese aventurero misterioso, imajen del príncipe de las tinieblas... ¿Es esta la iglesia cristiana?, ¿es esta la iglesia de Sicilia, la que presidiera al matrimonio de vuestro padre, la que os recibió al nacer, la que santificó a mi presencia vuestro nombre?... ¡La iglesia va a bendecir esta unión!, -¿cuando el Obispo de Palermo os ha conminado ya con sus cesuras, si no la rompíais en un brevísimo plazo?...

BERTA.- ¡Alfredo!

ALFREDO.- ¡Ea!, ¡basta, Roberto!... ¡Al punto, al punto has de partir del castillo!... Jactancioso de virtud y de honradez..., ¿te prescriben estas ser tan insolente con tus Señores?

ROBERTO.- Vos no lo sois ya mío.

ALFREDO.- Lo soy aún, viejo imbécil, mientras permanezcas en mi casa.

ROBERTO.- Decís bien..., en ella no tengo ya derechos..., ¡otras veces! ¡Dios mío!, no os pido por mí aunque voy a ser muy digno de compasión..., ¡sólo para él os pido misericordia!

EL GRIEGO. (A Roberto.)- Esperad. -(A Alfredo.) Podéis prevenirle que lleve consigo a su hija..., discípula suya en moderación... Preguntadle a Berta, que os informará de cuán humilde se le mostraba poco hace.

ALFREDO.- ¿Ánjela?

EL GRIEGO.- Ánjela..., ¡digna por cierto de su nombre!

ALFREDO.- ¿Sería posible?

BERTA.- Sí, Alfredo. Ánjela acababa de insultarme acerbamente.

ALFREDO.- Y ¡nada me habíais dicho!..., ¡y habíais querido sufrir en paciencia tanta humillación!... Que se presente Ánjela al instante...

RUJERO.- ¡Deteneos!

ALFREDO.- ¡Rujero!, ¿también tú te opones a mi voluntad?

RUJERO.- No me opongo, Señor; voy a cumplirla... Ánjela es mi mujer... Tomad. (Le entrega otro pergamino.) Ya no soy yo tampoco vasallo vuestro... Ánjela va a seguirme lejos de vuestro palacio...

ALFREDO.- ¿También tú me dejas, Rujero? ¿También tú te declaras en contra mía?

RUJERO.- Sí..., yo os dejo..., lo que nunca pensé... ¡A Dios, Señor!..., ¡sed feliz! (A Roberto.) ¡Vamos!