Alfredo de Joaquín Francisco Pacheco


5.ª editar

BERTA.

¡Ánjela!... ¡Ánjela!... No me atiende... No sé lo que pasa por mí... ¡Vedme aquí despreciada, escarnecida por una mujer de la plebe..., a quien él había colmado de beneficios..., a quien yo los reservaba todavía mayores!... ¡Insolente!... Abusa de mi carácter, de la bondad que le he manifestado con tanta franqueza..., abusa para vilipendiarme..., para abatirme..., ¡para ajar mi orgullo, y gozarse con mi humillación...! ¡Ella me ha despreciado!..., ¡a mí!..., ¡a la sangre más pura de la Bretaña!... ¡Ella se ha creído deshonrada de estar conmigo!, ¡ella se cree superior a Berta..., a la que se dignaba desde su elevación tenderle una mano para levantarla del polvo!... No sé lo que pasa por mí... ¡Insolente!... Y ¿así ha de quedar triunfante..., así jactanciosa de haberme humillado?... No... Es necesario que un hecho notable, ejemplar..., me vengue de esa desdichada, para que yo no me avergüenze de mí misma...

-¡Más crímenes, Berta! ¿No te bastan los cometidos?..., ¿no te bastan esos fantasmas que te persiguen noche y día, en as tinieblas y en la luz, en el bullicio, en la soledad, hasta en el seno de los mismos placeres que te arrastraron a cometerlos?... ¿Quieres que se levante aún otra voz tremenda, para aumentar el número de tus acusadores?... No..., no..., yo no tengo derecho para exijir de ella una estimación que mi conducta desmerece..., ella tiene derecho para despreciarme... La esposa de un villano es más honrada que la...

-Pero ¿no voy a ser su esposa?, ¿no va a pronunciarse sobre nosotros la bendición de la iglesia?, ¿no van a lejitimarse estos lazos, a estrecharse indisolublemente con la palabra de un ministro del Señor?... Sí: dentro de pocos instantes yo seré de Alfredo, y Alfredo será mío a la faz del mundo..., un cuantioso donativo habrá lavado nuestras faltas, y apaciguado la cólera divina..., y nadie, nadie tendrá derecho de mirarme con altivez... ¡Cuánta va a ser entonces mi felicidad!... ¡Ay!, acábase el remordimiento que despedaza mi corazón..., y aunque deba morir un instante después... Acábase, fenezca esta voz que está siempre resonando en mis oídos..., que repiten las bóvedas..., que se prolonga debajo de tierra..., esta voz..., «¡incestuosa!... ¡fratricida!...»