Alfredo: 12
3.ª
editarROBERTO, ÁNJELA, RUJERO.
-...¿No es verdad, Rujero mío?, ¿no es verdad que tú eres dichoso, muy dichoso, al lado de tu padre y de tu esposa?
RUJERO.- Sí, mi querida Ánjela. Mi cariño acia ti durará tanto como mi existencia. Tú has sido la ilusión de mi juventud: tú eres el encanto de mi vida: tú serás el consuelo de mis últimos años. A tu lado, y sólo a tu lado, es donde encuentro mi felicidad.
ÁNJELA.- ¡Ah!, yo también cifro la mía en tu cariño, y no más que en tu cariño... Y sin embargo, me falta una circunstancia para ser completamente dichosa... Tú sueles estar triste, mi querido Rujero; y eso no puede menos de entristecerme a mí también... No me digas nada..., no te disculpes... Sé muy bien el motivo: el motivo es Alfredo y su apasionada tristeza... -¡Le quieres tanto!, ¡te interesas tanto en su suerte!
RUJERO.- Sí, Ánjela; es verdad. El silencio obstinado, el intempestivo cambio de Alfredo, me alarma, y me desazona por él. Ya ves que este sentimiento es justo. Él ha sido el compañero de mi infancia, el amigo de mi juventud. Nos hemos amado entrañablemente; y durante muchos años no hemos tenido un secreto reservado, ni un placer, ni una pena que no fuese común a los dos. Juzgad si deberá sorprenderme la conducta que observa ahora. Él abandona cuanto amaba hasta aquí, y manifiesta en todas sus acciones una lijereza, una instabilidad, enteramente contrarias a su carácter antiguo. De espansivo se hace reservado: de bueno hasta la debilidad, se convierte en áspero hasta la dureza... Y yo sigo también la condición común..., y ya no me fía sus pensamientos..., ya recata de mí los pesares que le aflijen... ¿Cómo he de ser insensible a tantas novedades?
ROBERTO.- Tu esposa observaba poco ha que su mudanza ha coincidido con la llegada de la viuda de su padre. Desde entonces tuvo principio: después, ha seguido siempre en aumento.
RUJERO.- Es cierto... Yo también lo he pensado varias veces... Pero ¿qué relación pudiera haber...?
ROBERTO.- ¿Quién sabe?... Si la observación es esacta, no la debemos despreciar... ¿Quién sabe? Alfredo es joven: Berta está adornada de una brillante hermosura...
RUJERO.- Me hacéis estremecer... Pero no, no..., desechad esa idea... Yo conozco a Alfredo..., es la misma virtud... Su corazón no podría mancharse con un amor incestuoso.
ROBERTO.- ¡Es la misma virtud su corazón!... Sí..., y ve aquí por lo que yo sospecho: su virtud es la que me hace temblar... Por ella es por lo que temo que una desgraciada pasión sea el motivo de esta conducta inesplicable.
RUJERO.- Os repito que me hacéis estremecer... ¿Sería posible? -En este caso..., forzoso es hablarle.
ÁNJELA.- ¿Hablarle?, ¿tú, Rujero?... Y ¿no temes?... (Principia a oscurecer).
RUJERO.- Nada: ¿qué he de temer?..., ¿no es mi amigo?... Forzoso es cumplir con las obligaciones de ese nombre..., salvarle, aun a pesar suyo, si fuera necesario. -Voy a buscarle en el momento.
ÁNJELA.- No le encontrarás. Hace un instante que salió a cazar con Jenaro..., un momento antes que tu llegaras.
RUJERO.- (¡Otras veces no salía nunca sin mí!)
ÁNJELA.- Pero no tardará mucho... Ahora no tiene quietud ni constancia en ninguna cosa... Y por otra parte va oscureciendo..., no puede tardar. -Escucha.... me parece..., sí: ya está de vuelta... ¿No oís el ruido de los caballos?... Por la puerta del jardín... Vedle, vedle qué pálido llega...
RUJERO.- Aún no nos ha visto... Dejadme solo con él... No tengas ningún recelo, Ánjela mía... Descuidad... Si su secreto es el que pensáis (a Roberto) yo se lo arrancaré por más que lo oculte, y cuento con vuestra cooperación para libertarle del precipicio.