ROBERTO, ÁNJELA, ALFREDO.


ALFREDO.- ¿Habéis visto a Jenaro?

ROBERTO.- No...

ÁNJELA.- No le hemos visto.

ROBERTO.- ¿Deseáis que le busque?

ALFREDO.- ¡Y le dije que me aguardara en este sitio!... No hay barón en Sicilia peor obedecido que yo... ¡Es abusar ya demasiado de mis condescendencia!

ROBERTO.- Voy a buscarle, y le diré...

ALFREDO.- No es necesario. -(Pausa. ALFREDO se pasea). Perderemos el mejor tiempo para la cacería... (ROBERTO se va).

ÁNJELA.- ¿Salís a cazar?, ¡tan tarde...!

ALFREDO.- ¡Tarde!... No, no es tarde...

ÁNJELA.- Se está ya poniendo el sol... Me parecía que era tarde para cazar...

ALFREDO. (Con viveza y expresión).- ¡Ánjela! ¡Ánjela! Nunca es tarde para quien...

ÁNJELA.- ¡Qué palabras!... No os comprendo...

ALFREDO.- (¡Insensato!..., ¿qué iba yo a decir?)

ROBERTO.- (Entrando). Jenaro, señor, os aguardaba en esta puerta...

ALFREDO.- No era ahí donde yo le había mandado... ¡Todos se creen con derecho para hacer su voluntad! (Vase).

ÁNJELA.- ¡Cuánto siento que nos hubieseis interrumpido! Si tardáis un poco, me parece que Alfredo iba a confiarme alguna pena oculta. ¡Si le vieseis qué conmovido estaba!

ROBERTO.- ¡Conmovido!, sí..., eso es muy común..., pero no es tan fácil arrancarle su secreto. -En fin, ya estás viendo qué maneras...

ÁNJELA.- Bajo de esas maneras, sin embargo..., no lo dudéis, padre mío..., se esconde siempre un bello corazón. ¡Pues qué!, ¿puede renunciarse en un momento a las ideas y a los hábitos de toda la vida?... Mas he aquí Rujero que llega..., ¡cuán diferente del que acaba de dejarnos!-