Alfredo: 07
6.ª
editarALFREDO, RUJERO, ÁNJELA, CRIADOS, ESCLAVOS.
ALFREDO.- ¿Estabas tú aquí, Rujero? No había reparado en ti..., ni en Ánjela tampoco... Perdonadme, amigos míos: ¡el Peregrino y su romance habían arrebatado toda mi atención!
RUJERO.- Pero acabo de escuchar una noticia que me ha sorprendido; y al considerar esa cruz en vuestro pecho... ¡Marcháis, Señor, y no habéis contado con Rujero!
ALFREDO.- Rujero..., en esto sólo quiero ser obedecido de ti. Acabas de formar unos lazos que no es lícito desatar por ninguna consideración humana. Ángela te ha entregado su corazón, y tú debes hacer su felicidad.
RUJERO.- (¡Me engañasteis!)
ALFREDO.- Sí: tú harás la felicidad de Ánjela. Ella es pura como su nombre, y merece el amor que le profesas. Yo he visto nacer ese amor, y he debido asegurarlo... -Escuchad todos. Al nuevo sol voy a partir para la Tierra Santa...
RUJERO.- ¡Tan pronto!
ALFREDO.- ... a donde me llaman mi obligación y una solemne promesa. De vosotros, sólo Jenaro me acompañará. Durante mi ausencia, Rujero mandará, como si fuese yo propio, en mi castillo y en mis estados. Le encargo.... le suplico que se aconseje de la esperiencia de Roberto. Quedan libres desde ahora todos mis esclavos sarracenos. (Los esclavos se arrojan a sus pies). Sí, infelices, levantaos..., podéis volver al África, a llevar el consuelo a vuestras familias... ¡Tal vez tenéis hijos, que lloran la pérdida o la esclavitud de su padres!... Eximo a mis vasallos de la mitad del canon de sus tierras: sepan que Alfredo, al separarse de ellos, les ha dispensado este beneficio... Mis restantes disposiciones las encontraréis en esta carta. (Toma el pergamino en que escribía al principio, y lo entrega a Rujero). Os pido que roguéis a Dios por el buen éxito de mi empresa: acordaos todos de mí, como yo me acordaré de vosotros.