ALFREDO, ROBERTO, UN PEREGRINO, RUJERO, ÁNGELA, CRIADOS, ESCLAVOS.


ROBERTO.- Entrad... Estáis en presencia del Señor de este castillo.

ALFREDO.- Acercaos, estranjero... ¿De dónde venís?

EL PEREGRINO.- De Jénova, Señor.

ALFREDO.- Y ¿quién sois?

EL PEREGRINO.- Mi traje os lo está diciendo..., un peregrino de la Tierra Santa.

ALFREDO.- ¿Cuándo habéis estado en la Palestina?

EL PEREGRINO.- Jamás. Ahora me dirijía a ella... Caminaba para Chipre, donde dicen que se reúna la nueva cruzada.

ALFREDO.- ¿De verdad, estranjero? ¿Nunca habéis estado en la Palestina?

EL PEREGRINO.- Nunca, Señor... Os lo juraré por este báculo, tocado en el sepulcro de Santiago y en el altar de San Marcos de Venecia.

ALFREDO.- ¿Qué romance es, pues, ese que acabáis de cantarnos? ¿En dónde le habéis aprendido? ¿Cuál es su significación?... Respondedme...

EL PEREGRINO.- No la sé... Yo soy provenzal: he cultivado la gaya ciencia; y más de una de mis canciones han volado por el mundo, y repetídose en soberbios castillos... Perdonad, Señor: voy a satisfaceros... He conocido en Alemania un trobador inglés que tornaba de la Palestina... De él aprendí este romance.

ALFREDO.- Pero ¿no os descifró su significado?

EL PEREGRINO.- Nunca: ese era su secreto... Al pronunciar el nombre de Ricardo, solía correr una lágrima por sus mejillas... Él enseñaba el romance a todos los trabadores que encontraba en su camino; jamás empero lo cantaba.

ALFREDO.- ¡Todo misterios!, ¡todo oscuridad!... Cuando pienso levantar el velo, descubrir la luz, me confundo más hondamente en las tinieblas!... A Dios, estranjero... Tomad. (Le entrega algún dinero). Os suplico sólo que al cantar la última estrofa de vuestro romance, pongáis en ella mi nombre, el nombre de Alfredo... Es muy fácil..., no rompe la medida... -A Dios..., vais a la Tierra Santa..., yo también..., tal vez allá volveremos a encontrarnos.