Escena IV editar

ABEN HUMEYA.


Aparece muy agitado: ya se pasea apresuradamente, ya se para de pronto; corta sus discursos, y vuelve luego a proseguirlos; muestra, en fin, de todos modos las dudas e incertidumbre con que está batallando su ánimo.


[ABEN HUMEYA.- ] ¿Qué has hecho, desdichado, qué has hecho?... ¡Me has entregado indefenso en manos de mis enemigos... Pero no lo habrás hecho impunemente, no; ¡yo arrojaré tu cabeza sangrienta a la cara de esos audaces! ¿Y por qué dudo ni un momento siquiera?... ¡Nos ha vendido; pues que muera!... ¿Cabe nada más justo?... Este ejemplar contribuirá también a impedir otras tentativas culpables, cerrará la boca a mis émulos, afirmará mi trono... Mas, ¿es seguro que lo afirme?... ¡En mi familia, en mis hogares, va a mostrarse a los pueblos indignados el primer traidor a la patria; desde el mismo cadalso llamará hijos suyos a mis propios hijos!... Tal vez es eso lo que con más afán anhelan esos pérfidos; les duele en el alma no verme ya humillado a los ojos del pueblo, para socavar con el desprecio mi autoridad reciente, mientras hallan ocasión de derribarla. Desean verme sonrojado, al pronunciar el nombre del reo, y que vuelva a mi casa, lleno de dolor y vergüenza, para hallar, en vez de consuelo, las quejas y reconvenciones de mi afligida esposa... No; ¡viva, viva!... Es preciso salvar al padre de mi mujer... y que el gozo de mis enemigos no sea tan colmado. Pero ¿de qué arbitrio valerme? Ellos se apresurarán a divulgar la traición; a la hora ésta ya se sabe la muerte de Lara y la carta que han hallado en su seno. Me estrecharán a que presente la prueba del delito... ¿Cómo los desmiento yo? La más leve contradicción, la menor demora me perdería a los ojos de un pueblo arrebatado, suspicaz, que acaba de romper sus hierros, y que sufre a duras penas aún la sombra de mando... En vez de salvarle yo, me llevaría consigo en su caída... Pues ¡perezca, perezca él solo! Mas no acierto a salir de este círculo fatal; la mancha de su castigo va a recaer sobre mi esposa, sobre mis hijos, sobre mí... Va a morir siendo el blanco de la ira del cielo, de las maldiciones de cien pueblos, de los insultos de una turba desenfrenada... ¡Y yo, su amigo, su huésped; yo, que aun hoy mismo le apellidaba padre, tendré que firmar su muerte, que presenciarla, que aplaudirla!... ¡No; no podría yo sobrevivir a humillación tan grande! Es forzoso impedirla a toda costa... ¡Un medio... un medio..., uno solo..., sea cual fuere, y le abrazo al instante! (Volviéndose hacia el aposento de MULEY CARIME.) ¡Ah! no es tu vida, miserable, no es tu vida la que detiene y embaraza mis pasos; ¡te arrastro como un cadáver, que me han atado estrechamente al cuerpo! ¿Y por qué no me desprendo de él?... Puedo y debo hacerlo; lo haré. ¡No más indecisión, no más dudas; de un solo instante puede pender mi suerte... Antes que esos malvados tengan tiempo de volver en sí; mientras deliberan y traman el plan para perderme, confundamos sus proyectos con un golpe decisivo... ¿No me pedíais ahora mismo, no me intimabais con tono imperioso la muerte del culpable?... Pues bien; aguardad un instante, voy a dejaros satisfechos...; mas llevará consigo vuestras esperanzas, y las hundirá en el sepulcro.