Escena VI editar

ABEN HUMEYA, ABEN ABÓ, ABEN FARAX, EL PARTAL, y los otros caudillos.


Durante esta escena el teatro se va oscureciendo insensiblemente.


ABEN HUMEYA.- ¡Quédense los lloros para viejos y mujeres; las injurias que se hacen a hombres esforzados no se lavan sino con sangre!


PARTAL.- Al oír esas palabras, ya te reconocemos, Aben Humeya...


LOS OTROS CAUDILLOS.- Ya te reconocemos.


ABEN HUMEYA.- ¡Sí, amigos míos; no ha sido un vil temor el que me ha impedido por tan largo espacio desnudar el acero; he sufrido en silencio tantos ultrajes, he ahogado en el pecho mis quejas, por no dar esa satisfacción a nuestros tiranos; pero entre tanto el odio se arraigaba más y más en mi alma; ¡y nunca ha llegado la noche sin que haya ido a jurar sobre las tumbas de mis padres vengarme hasta la muerte!... Mas no bastaba saber que nuestros amigos y hermanos sufrían a duras penas el yugo y ansiaban sacudirle; ¡era más acertado aguardar, que no arriesgar imprudentemente la suerte de esta comarca, la existencia de tantas familias, la última esperanza de la patria!... Harto seguro estaba yo de que la opresión de nuestros tiranos agotaría nuestra paciencia; y les dejé a ellos mismos el dar la señal del levantamiento... pues ya la han dado, de cierto será oída.


PARTAL Y LOS OTROS CAUDILLOS.- Sí, lo será.



(Manifiestan temor de que los sorprendan; uno de los caudillos se asoma a la puerta, y prosiguen luego el diálogo con más precaución y recato.)


ABEN ABÓ.- ¿Y qué duda pudiera quedarnos en virtud de los avisos que acabamos de recibir?... Todos nuestros pueblos están prontos. ¡Por toda la costa, en la serranía de Ronda, en la vega de Granada, hasta en el seno de la ciudad y en medio de nuestros enemigos, nuestros hermanos aprestan ya la armas y aguzan los puñales!


AREN FARAX.- ¡Creían nuestros opresores habérnoslos arrancado de la mano... los hallarán en su corazón!


ABEN HUMEYA.- ¡Logre yo ver ese día, y muero satisfecho!... Pero no perdamos en vanas amenazas momentos tan preciosos. Corramos ahora mismo a congregar a nuestros parciales; confiémosles nuestro designio; reunámonos al punto para poner término a nuestra servidumbre... Hasta el mismo cielo parece que nos brinda con la ocasión más favorable; cabalmente esta noche celebran nuestros tiranos el nacimiento de su Dios; y mientras estén ellos arrodillados en sus templos o entregados a la embriaguez en licenciosos festines, evitaremos su vista a favor de la oscuridad; buscaremos un asilo en las concavidades de estos montes; ¡y sacaremos del seno de la tierra las armas de nuestros padres, tantos años ha consagradas a la venganza!


ABEN FARAX.- Donde debiéramos reunirnos es en lo hondo del precipicio, en la cueva del Alfaquí...


EL PARTAL.- ¡Vamos a la cueva del Alfaquí!


ABEN ABÓ.- Justo es que ese anciano venerable, pontífice de nuestra Ley y predilecto del Profeta, sea quien reciba nuestros juramentos... ¡Sólo él no ha doblado la rodilla ante nuestros tiranos; más bien ha preferido renunciar a la luz del día!


ABEN HUMEYA.- Vamos, pues, ya que la noche nos ampara, a reunirnos en esa cueva, donde nunca ha penetrado la vista de nuestros enemigos... ¿No vienen ellos a marcarnos con el hierro de esclavos? Pues reconozcan en nosotros sus antiguos señores... Antes que el relámpago brille, los habrá herido el rayo.



(Vanse todos por la puerta del foro. ABEN HUMEYA se detiene un instante, volviendo la vista hacia el aposento de su mujer, y después se va con los demás.)