Aben-Humeya: 08
Escena V
editarABEN HUMEYA, ZULEMA, FÁTIMA, MULEY CARIME, ABEN FARAX, ABEN ABÓ, EL PARTAL y otros caudillos.
ABEN ABÓ.- (Al entrar.) Hijo de Aben Humeya, ¿sabes ya tu afrenta?
ABEN HUMEYA.- Acabo de saberla.
ABEN ABÓ.- ¿Y todavía estás indeciso?
ABEN HUMEYA.- Aun no es tarde...
ABEN ABÓ.- ¡Aun no es tarde!... Si hubiéramos levantado el brazo de venganza antes de recibir las postreras injurias; si no hubiésemos contenido, por una culpable flaqueza, el alzamiento de cien tribus, prontas a sacudir el yugo de nuestros tiranos, ¿hubieran éstos llevado a tal extremo su opresión y sus demasías?... ¡No por cierto; antes bien hubieran disfrazado su miedo con capa de benignidad; no habrían sacrificado tantas víctimas, ni osado sepultar en un calabozo al descendiente de nuestros reyes!
ABEN HUMEYA.- ¿Qué dices?
ABEN ABÓ.- Pues ¿ignoras la desgracia de tu padre?
ABEN HUMEYA.- ¡De mi padre!
ABEN ABÓ.- Sí, Aben Humeya, sí; ya está cargado de cadenas, y no aguarda sino la muerte.
ABEN HUMEYA.- (En un arranque de cólera.) Se acabó. ¡Sangre, amigos, sangre!... Estoy de ella sediento.
ZULEMA.- ¡Esposo mío!
MULEY CARIME.- ¡Fernando!...
ABEN HUMEYA.- Dejadme... dejadme todos...
ZULEMA.- Mira a tu hija, cómo se echa a los pies de su padre...
ABEN HUMEYA.- ¡De su padre!... También tengo yo el mío... también le tengo, y voy a vengarle.
MULEY CARIME.- Pero deja que a lo menos sepamos de cierto...
ABEN ABÓ.- ¡Ah! demasiado cierto que es... El valiente Alí Gomel acaba de llegar de Granada, de donde destierran del modo más cruel un gran número de nuestras familias; las arrojan, so pena de muerte, de sus pobres hogares; las entregan a la miseria, las impelen a la desesperación y a los delitos, para tener pretextos de castigarlas... Tres días ha que ha salido de la ciudad el marqués de Mondéjar al frente de sus tropas; y va a penetrar en estas sierras, para asegurar el cumplimiento de esos decretos bárbaros... Le prescriben esta sola respuesta: «Los moriscos están a nuestros pies... o ya no existen.»
ABEN FARAX.- ¿Qué aguardamos, pues, qué aguardamos para dar a nuestros hermanos la señal, que ha tantos años nos demandan?... (Clavando los ojos en ABEN HUMEYA.) ¿Habremos menester, para que nuestro valor se reanime, que la sangre de nuestros padres haya teñido ya el cadalso?
ABEN HUMEYA.- ¡No, amigos, no; el día de la venganza nos está ya alumbrando!
ZULEMA.- ¡Desdichada Leonor, todo se acabó para ti!
MULEY CARIME.- ¡Hija!...
ZULEMA.- ¡Ven, Elvira, ven... ya no le queda a tu madre más consuelo que tú!
MULEY CARIME.- Apenas puedes mantenerte en pie... tranquilízate, mi querida Leonor... ¡El brazo de Dios nos servirá de escudo!
(ZULEMA se encamina a su aposento, descaecida de ánimo y de fuerzas, sosteniéndola su padre y su hija.)