Escena VII editar

El ALFAQUÍ.


Se muda la decoración. El teatro representa una vasta caverna, cuya bóveda está sostenida por informes peñascos, de los cuales penden grupos de estalactitas. Todo el ámbito del teatro, casi hasta el proscenio, está lleno de rocas apiñadas. En el segundo término, a mano izquierda, se ve una concavidad en la roca, la cual sirve de aposento al ALFAQUÍ. Una lámpara de hierro alumbra escasamente esa especie de gruta, mientras lo restante del teatro aparece sombrío. El ALFAQUÍ está sentado, con un libro delante.


ALFAQUÍ.- «El poderío del infiel está cimentado en arena; y su denominación pasará más rápida que el torbellino en el desierto... Día vendrá en que los hijos de la tribu escogida sentirán entibiarse su celo, y la coyunda de la servidumbre pesará sobre su cerviz...; pero al verse en tan amargo trance, ¡volverán los ojos al Oriente, y el rocío de consolación bajará del séptimo cielo!...» (Al cabo de unos instantes de meditación sale fuera de la gruta.) ¡Lo sé, gran Dios, lo sé! ¡Tus promesas no pueden fallar; tienen un apoyo más firme que los cimientos de la tierra!... ¡Pero yo, pobre viejo, cuya vida, va a apagarse al menor soplo, quizá antes que esa luz..., yo bajaré a la huesa sin haber presenciado tu triunfo!... Y, sin embargo, ésa era la única esperanza que me hacía sobrellevar la vida... ¡Ni un solo día ha transcurrido, durante tantos años, sin que haya esperado ver el rescate de tu pueblo; y cada día veo acrecentarse su envilecimiento y sus desdichas!... Quizá no habré yo comprendido bien tu revelación misteriosa; y no era suficiente renunciar al trato de los hombres, por no abandonar tu ley santa... Hubiera debido proclamarla en alta voz, en medio de los verdugos, y reanimar con mi ejemplo la fe de estos pueblos, próxima ya a extinguirse... Así es como el alfaquí de Vélez... me parece que le estoy viendo... y aun era yo muchacho... no hacía sino repetir el nombre de Alá, al subir con pie firme a lo alto de la hoguera; y aun volvía los ojos al templo edificado por el hijo de Abraham, cuando las llamas de los idólatras envolvían ya su cuerpo.



(Antes de concluirse esta escena se ve al PASTORCILLO que baja a la cueva.)