Escena III

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ABEN HUMEYA, ZULEMA, FÁTIMA, MULEY CARIME.


MULEY CARIME.- Hijos míos, llegó el día de prueba, y es necesario desbaratar, a fuerza de prudencia, las tramas de nuestros enemigos.


ZULEMA.- ¿Qué nueva calamidad nos amenaza?


MULEY CARIME.- Ya sabréis lo que ha pasado con nuestra Elvira... El cielo mismo me condujo a Cádiar cuando acababan de publicar un nuevo edicto contra nuestra nación. Quieren borrar con el hierro hasta el rastro de nuestro origen; nos prohíben el uso de nuestra habla materna, los cantares de nuestra niñez, hasta los velos que cubren el pudor de nuestras esposas e hijas... No queda ni asomo de duda: su intención es apurar nuestra paciencia, para tener ocasión de agravar más su yugo... ¡El cielo nos libre de caer en semejante lazo!


ZULEMA.- ¡Dios de clemencia, escucha la voz de mi padre!


MULEY CARIME.- Mi presencia en aquel punto, me atrevo a decirlo, no ha dejado de ser de provecho... Advertí que se reunían grupos de gente en los contornos de la plaza... Reinaba en ella un profundo silencio..., todos se apartaban con ceño airado al acercarse los castellanos..., ni una sola ventana estaba abierta. Temí entonces que algún grito imprudente, alguna muestra de descontento y odio provocase el furor de la soldadesca y atrajese al pueblo mil desastres... ¡Al punto me aboqué con nuestros amigos; les pedí por cuanto aman en el mundo que se volviesen a sus casas, y que sobrellevasen con resignación las nuevas plagas con que Dios nos anuncia su ira!...


ZULEMA.- (A ABEN HUMEYA.) Ni siquiera dices una palabra...


ABEN HUMEYA.- (Está sentado, como pensativo, y contesta con frialdad.) Estoy escuchando.


MULEY CARIME.- ¡Cuánto me alegré de que no te hallases en medio del bullicio!... A cada instante temía encontrarte en aquel tropel, y sobre todo lo temí al ver a nuestra Elvira, que iba huyendo con otras muchachas de la tropelía de los soldados...


FÁTIMA.- (A MULEY CARIME.) ¡Qué gesto tan terrible tenían!...


MULEY CARIME.- Yo me puse de por medio, para atajar sus pasos... «No iréis más allá, sin barrer antes el suelo con mis honradas canas...» Les dije estas palabras con acento tan firme, tan resuelto, que al punto se pararon... ¡No se atrevieron a hollar a un anciano, que acudía al socorro de unas inocentes!