A mademoiselle de N
Dios puso en su garganta
la misma voz que inspira
al pájaro que canta
y al aura que suspira.
El eco de su acento
remeda el son suave
del susurrar del viento
y del cantar del ave.
Si Dios privado hubiera
de claridad mis ojos
y verte al escucharte no pudiera,
los dulces ecos de tu voz creyera
de una ilusión quiméricos antojos.
¿Oís ese murmullo
que llega a nuestro oído
cual amoroso arrullo
de tórtola que llama
desde el suspenso nido
al pájaro que ama?
Pues es su dulce acento:
su voz que es más suave
que el susurrar del viento
y que el cantar del ave.
¿Oís esa armonía
que el ánimo embebece
y cuyo son parece
mejor que voz humana, melodía
de ruiseñor que en la floresta mora
y cuyo canto al despuntar la aurora
la luz bendice del naciente día?
Pues es su dulce acento,
su voz mucho más suave
que el susurrar del viento
y que el cantar del ave.
¿Oís ese sonoro
encantador susurro que semeja
al de las alas de oro
de la afanosa abeja,
que de la miel buscando
el virginal tesoro
de una en otra flor pasa volando
y ya las acaricia, ya las deja?
¿De dónde se os figura
que nace ese sonido,
ese rumor de armónica dulzura
que encanta nuestro oído?
Pues nace de su acento,
de su voz que es más suave
que el susurrar del viento
y que el cantar del ave.
FIN