A fuerza de arrastrarse: 25


Escena VI editar

BLANCA Y PLÁCIDO. BLANCA, sentada y ocultando el rostro entre las manos.



PLÁCIDO.-¿En qué piensas, Blanca?

BLANCA.-En que forma contraste muy doloroso la dulzura con que tratas a ese criado antipático y grosero, que te odia..., ése sí que te odia..., y la dureza con que nos tratas a Javier y a mí.

PLÁCIDO.-Exigencias de mi situación... y de la comedia que represento.

BLANCA.-Ya lo sé. Ese hombre puede hacerte daño; nosotros, no.

PLÁCIDO.-Ese hombre es un muñeco ridículo, a quien trataré como merece el día en que pueda darle su merecido. Vosotros... ya os he dicho lo que sois para mí.

BLANCA.-¡Nosotros!... (Levantándose.) ¿Y yo qué soy? Quiero saberlo de una vez, y por eso me he quedado. Sobre todo, no me engañes como a los demás.

PLÁCIDO.-A ti, nunca. A ti me presento sin careta. Tú eres la única a quien no me da vergüenza mostrar las luchas dolorosas de mi alma.

BLANCA.-¿Luego luchas todavía? (Con esperanza.)

PLÁCIDO.-No; he luchado. He vencido. A otra mujer la engañaría; a ti, no, Blanca. Estoy en el centro del torbellino, de mis locuras o de mis ambiciones., como tú quieras; no sé adónde me llevará el torbellino.

BLANCA.-Yo, sí. A esos salones del marqués, como decía Tomás hace poco. ¡Niégalo!

PLÁCIDO.-No puedo negarlo, porque no puedo adivinar el porvenir.

BLANCA.-Yo, sí, te lo repito. ¡Has salvado la vida al marqués, su gratitud es inmensa! Eres simpático, tienes talento, empiezas a tener fama, todos te aplauden...; y Josefina está enamorada de ti..., ¡como ella puede enamorarse!..., pero llamémosle amor a lo que siente; y el padre agradecido, y la hija apasionada, y tú ambicioso y sin conciencia, la solución es natural y fácil. ¡Te casarás con Josefina, y serás millonario, y serás poderoso, y tendrás un título, y debajo de todo eso serás un ser villano y despreciable, un harapo que yo no recogería allá, en nuestro pueblo, de la rodada que dejan en el barro las ruedas de nuestras carretas!

PLÁCIDO.-¡Insúltame! Hay en tus. insultos no sé qué de misteriosa dulzura. ¡Prefiero tus insultos a tú llanto, Blanca!

BLANCA.-No lloro por orgullo; pero me cuesta mucho tragarme mis lágrimas. Yo tampoco te engaño.

PLÁCIDO.-¡Blanca!... ¡Blanca!... Dime algo.

BLANCA.-No sé qué decirte.

PLÁCIDO.-¿En qué piensas?

BLANCA.-En un recuerdo.

PLÁCIDO.-¿Cuál?

BLANCA.-Como ahora me dices..., porque me lo has dicho como se dicen estas cosas, que no me quieres, pensaba en la primera vez que me dijiste que me querías.

PLÁCIDO.-¿Cuando fue? ¿Cómo fue?

BLANCA.-¿No lo recuerdas?

PLÁCIDO.-No.

BLANCA.-¡Fue un día de fiesta...; era ya de noche...; veníamos por el monte de una de aquellas romerías tan alegres!... Javier y Claudio, detrás. Nosotros dos, delante y silenciosos; habíamos reído mucho; estábamos cansados de reír. De pronto, pasó junto a nosotros una pareja de enamorados; iban muy de prisa, cantando y cogidos de la mano, cuneando los dos brazos a compás de la canción. Y tú me dijiste: «¿Vamos como ésos?» Y nos dimos las manos y «fuimos como ellos».

PLÁCIDO.-(Conmovido.) ¡Blanca! (Queriendo cogerle la mano.)

BLANCA.-No; a mí, no. Dale la mano a ésa. (JOSEFINA aparece en la puerta. Aparte, y en voz baja.) ¡La careta! ¡La careta, que se te ha caído!

PLÁCIDO.-(Aparte.) ¡Pues la careta!... (Alto.) ¡Josefina!...