A fuerza de arrastrarse: 14


Escena VII editar

PLÁCIDO; después, JOSEFINA.


PLÁCIDO.-Como yo pueda, ya me pagarás tu grosería. ¡Tú no sabes, imbécil, que la baba del que se arrastra alguna vez es veneno! Hay que apresurar la subida, ¡porque la sangre me va subiendo también muy aprisa! (Cambiando de tono y con dulzura.) ¡Josefina!

JOSEFINA.-Dice Tomás que deseaba usted hablarme.

PLÁCIDO.-Es cierto. Pero no sé cómo empezar.

JOSEFINA.-Pues entre tanto dígame usted algo agradable.

PLÁCIDO.-¡Qué más quisiera yo que decir cosas agradables a Josefina! Ayúdeme usted.

JOSEFINA.-¿Cómo me encuentra usted hoy?

PLÁCIDO.-¿Lo digo?. ¿No se enfadará usted?

JOSEFINA.-No me enfadaré.

PLÁCIDO.-Encantadora. (Aparte.) Está más fea que de costumbre.

JOSEFINA.-(Con coquetería mimosa.) Atrevido.

PLÁCIDO.-Usted dijo...

JOSEFINA.-Yo quería decir que cómo me encontraba usted de salud. Qué aspecto tenía... Blanca asegura que estoy muy pálida.

PLÁCIDO.-La palidez de la azucena.

JOSEFINA.-Gracias. ¿De modo que Blanca no tiene razón al afirmar que mi color es enfermizo?

PLÁCIDO.-¿Qué entiende Blanca de estas cosas?

JOSEFINA.-Y Blanca, ¿no es muy bonita?

PLÁCIDO.-Belleza lugareña.

JOSEFINA.-¿Y yo?

PLÁCIDO.-Belleza refinada y artística.

JOSEFINA.-¡Qué le voy a creer!

PLÁCIDO.-Haría usted mal en no creerme, porque yo hablo siempre con el corazón.

JOSEFINA.-Pero el corazón de usted no le pertenece.

PLÁCIDO.-Acaso acierta usted.

JOSEFINA.-Es de Blanca.

PLÁCIDO.-No..., la quiero... como a una hermana.

JOSEFINA.-Otro gallo le cantara a usted si en vez de haberse enamorado de Blanca hubiera usted puesto sus amores en persona más digna de usted.

PLÁCIDO.-¿Y si yo no fuera digno de esa persona?

JOSEFINA.-¡Qué modesto!

PLÁCIDO.-¡Qué cruel!

JOSEFINA.-(Riendo.) ¿Por qué?

PLÁCIDO.-Si se ríe usted de ese modo, no puedo decirlo.

JOSEFINA.-¿No sabe usted de qué me río?

PLÁCIDO.-No lo sé.

JOSEFINA.-Pues me río pensando en la cara que pondría Tomás si nos oyese.

PLÁCIDO.-(Muy serio.) Es verdad; todavía no he dicho lo que tenía que decir.

JOSEFINA.-¿Es cosa grave?

PLÁCIDO.-¡Muy grave! En breves palabras, porque pueden interrumpir esta conferencia. Su padre quiere batirse.

JOSEFINA.-¿Mi padre?

PLÁCIDO.-Sí, Josefina; con un hombre peligrosísimo.

JOSEFINA.-¡Ay Dios mío! ¿Y pueden matarle?

PLÁCIDO.-Es casi seguro.

JOSEFINA.-No..., eso no...; ¡qué pena y qué trastorno en la casa!

PLÁCIDO.-Pues no diga usted que yo le he dado el aviso; pero evítelo usted a todo trance.

JOSEFINA.-¿Pero cómo?

PLÁCIDO.-No sé..., angustiándose, rogando..., y luego, las lágrimas...; un desmayo..., en fin, como usted pueda.

JOSEFINA.-Sí que lloraré... ¡Ay Dios mío!... ¡Dios mío!... ¡Qué pena tan grande me ha dado. usted! (BLANCA ha salido; se detiene en la puerta y se oye las últimas palabras de JOSEFINA. Se adelanta con ímpetu.)