Lee en estos versos lo que supo merecer un ingenio, grande y virtuoso


 Vuelve, vuelve a esta parte,    
 Gerardo, y mira atento   
 con lúgubre ademán, pero sin arte,    
 al que tanto lució, ya macilento;    
 mira, mira, y harán esos despojos   
 que hable ese silencio de tus ojos.    
 

 Bien le ves decaído,    
 bien le ves tan ajado lo florido,    
 pues yo le vi que arrebolaba el prado,    
 rosa bella de grana,   
 y gastándose el jugo a la mañana    
 era a las flores general cuidado,    
 primada de la aurora;    
 y tú la ves ahora,    
 púrpura desmayada,      
 al temblor de los aires deshojada.    
 

 Ese polvo que ves, ése, Gerardo,    
 atención fue del orbe,   
 y aunque parece horror está gallardo;    
 lo que ves no te estorbe     
 ni tu engaño resista,    
 mírelo tu discurso y no tu vista;    
 que tanta erudición, tanta eminencia,    
 la ciencia, la doctrina, la elocuencia,   
 aun más en pie se está y aun más erguida,   
 que es más docta una muerte que una vida.    
 

 Llega, Gerardo, toca, que imagino    
 que no está ejecutado del destino;    
 mas, ¡ay!, que es el sosiego,    
 ya que a admirar su compostura llego,  
 del no alterarse en su postura suerte,    
 estar muy enterado de su muerte;    
 y en peligro tan justo    
 sabiendo el daño no le altera el susto,    
 que se lo dijo aquello que vivía    
 cuando escuchaba a un día y a otro día,   
 y en quien el daño se le trae temido    
 llega a hacer el dolor menos rüido,    
 que en rüinas y excesos   
 el que espera sin miedo los sucesos    
 tiene en lo porvenir jurisdicciones.    
 

 De estas transformaciones    
 no juzgas, no, lo cierto    
 si a ese cadáver lo llamares muerto;    
 que no es morir diferenciar de vida.  
 Volvió la recibida    
 que la tuvo prestada    
 por no sé cuantos días entregada,    
 que en aquestos conciertos    
 son los días contados, mas no ciertos,   
 y a vivir se pasó de lo que ha obrado.    
 ¡Oh tú felice, que en tu ingenio ha estado,    
 sin que polilla de horas te consuma,    
 saber hacerte siglos con tu pluma!    
 

 En acción tan lucida  
 más debes a tu ingenio que a tu vida,    
 porque en ella, ¡oh claros desengaños!,   
 ni una hora más viviste que tus años;    
 y en tus escritos doctos y eminentes,    
 espejos elocuentes,  
 cristal de eternidades    
 la cara te verán otras edades,    
 pues tan eterno en ellas te apercibes    
 que te hacen vivir lo que no vives.    
 

 Aquí, para que asombre,  
 vives, vive tu nombre,    
 y allí vives más vida    
 y habitas con virtud esclarecida   
 exento de querellas,    
 Adonis celestial, selvas de estrellas;  
 espumas de los cielos luminosas,    
 y en ambas vidas con quietud reposas.