1892-1893
1892-1893
editar¿Y aún… por costumbre acaso, tal vez por cortesía,
para Año Nuevo versos me pide El Liberal?
Si aún hay en estos años quien lee mi poesía,
¿qué poesía dejan en la cabeza mía
por dentro ni por fuera las huellas del actual?
Enfermedad ridícula, nativa, hereditaria,
no menos dolorosa ridícula por ser,
condéname ha tres años a vida solitaria:
tal vez a vivir muchos aislado como un paria,
del mundo a no ver nada, y a no dejarme ver.
Yo ¿qué sé ya del mundo, puesto que en él no vivo?
Ni al Año Viejo que huye, ¿qué versos voy a hacer?…
¡Ni al Nuevo, pues del Nuevo no aguardo lenitivo,
y apenas los rumores del en que estoy percibo
ni ya distingo apenas lo de hoy de lo ayer!
Yo ya ni veo ni oigo lo que en el mundo pasa:
los que con un estigma marcados cual yo están,
en sociedad no viven, y gozan de su casa
lo que gozar les deja, o su ambición escasa
o su feliz carácter por todo sin afán.
Y este soy yo: de este año de fiestas y motines
sentí no más pasando zumbar en mi balcón
los ecos más discordes, con pretensión de afines
al parecer, pues juntos y a un tiempo oí clarines,
campanas, tiros, órganos y salvas de cañón:
aplausos, mueras, silbas, los salmos del entierro,
el Réquiem y el Hossanna, los pitos y el fagot:
murgas, orfeones, bandas, el arpa y el cencerro,
chillidos de dos monos y hasta el ladrar de un perro…;
todo el confuso estrépito que, huyendo de su encierro,
harían las cuarenta legiones de Astaroth.
En los flotantes pliegues ingrávidos del viento
y en su perdidas ráfagas sin fuerza y dirección,
de incógnitos pasantes en el coloquio lento,
y de otros en las frases de insulto violento,
de anuncios y programas e impresos en un ciento,
de allá cogiendo una hoja y de acullá un jirón,
oía y recogía, ¡caótica amalgama
de incomprensibles hechos, de absurdos en montón!
los nombres, los retratos, los fastos, las historias,
los vicios, las virtudes, los actos de valor,
los crímenes, los triunfos, lo absurdo, lo monstruoso,
lo ruin, lo más excelso, la gloria y el baldón
de cuantos en España y en este Centenario
bulleron y pasaron en el noventa y dos.
Y en este torbellino de nombres y de ideas
surgían como imágenes de un sueño mareador,
revueltos en un caos los muertos y los vivos,
y en larga, interminable y extraña procesión,
obispos, reinas, chulos, civiles, monjas, cómicos,
ladrones, misioneros, dinamiteros, clowns,
poetas, jueces, músicos y pelotaris y héroes,
en fin, cuantos ha hecho este año algún rumor,
hundiéndose o alzándose, muriendo o imponiéndose,
en cátedra, congreso, motín o institución;
el sacro Monescillo, de dignidad modelo;
Emilio, el Grande, el sumo y espléndido orador;
el diestro Lagartijo, llamado por telégrafo;
Sagasta, que de triunfos este año se atracó;
cuantos con fe o fachenda de América vinieron
a ver o hacer, su mano poniendo en la labor
del Centenario: Cánovas, el presidente nato
de cuanto presidible se instala en la nación;
Moguel, Narciso y toda la grey ateneísta;
Menéndez y Pelayo, que es uno y suma dos;
el sabio padre Fita, don Juan de Dios Delgado
(con Rada o sin la Rada, como le esté mejor),
la Palma de una Angélica, mi homónimo uruguayo,
Chapí, Rubén Darío, Sepúlveda, Bretón,
el muerto Miguel Álarez y el inmortal Arrieta,
Marqués, Curros Enríquez, Echegaray, Galdós,
Benlliure el atrevido, Vidart el polemista,
el buen marqués de Cubas, el cisne Campoamor,
la inevitable Emilia, Valbuena el implacable,
Balart, Matoses, Camba, y Kasabal y Pons;
Clarín, Gaspar, Manolo, Vital y Núñez de Arce,
Silvela, el Papa negro, Sellés, Alberto Bosch…
y ciento y otros cientos que a hacer contribuyeron
un Carnaval de este año, que concluyó en ciclón;
y tal concurso, inmenso, de faz y ser tan vario,
me deja pro recuerdos del ido Centenario
el de una cabalgata de lujo extraordinario
y el de un motín que hicimos (el gremio literario)
de versos y mordiscos tirados a Colón.
Quédame, a más, un dejo amargo, lo que nunca
en nuestra alegre tierra del —¿qué más da?—faltó:
las fechas y las horas equivocadas siempre,
el deshacer lo hecho sin plan ni previsión;
lo desatalentado de cada nueva idea;
lo descompaginado de cada instalación:
el discurrir eterno y el siempre llegar tarde
y echarlo todo a broma y encomendarlo a Dios.
Queda aún la nota cómica del año: el gran cometa
que iba a partir la tierra y a desnucar el sol:
le vieron, le estudiaron muy bien los sabios todos:
y —«¡ahí está ya! ¡Nos parte!», dijeron a una voz;
pero la misma noche en que a partirnos iba,
partió del firmamento y… o filfa, o les partió.
Me queda un recuerdo último, el de una doble plancha
que no me cabe en juicio; fué pública opinión
que una extranjera Reina corrió pidiendo toros
de vuelta recogiendo pelotas de un frontón,
y osó desflorar alguien de un triunfo las primicias
que fiel para sus Reyes un pueblo preparó.
Monstruoso… a ser verídico; pues ya no hay quien ignore
que mientras rija a España la actual Constitución,
y mientras represente la patria el real escudo,
aún en le simbolismo del nacional blasón
la cruz y la corona son, como Dios, inmunes,
y el Rey es el castillo y el pueblo es el león
He aquí lo que recuerdo del año a quien ya puso
en la agonía el tiempo; y como asaz difuso
soy ya, de estos dos años a El Liberal diré:
pues sé de aquél tan poco, tan turbio y tan confuso,
¿qué es de éste que despunta lo que decir podré?
Hoy nace el Nuevo y guarda lo que nos trae cerrado:
del porvenir Dios sólo romper puede el candado
y abrirlo sólo el tiempo de quien lo fía Dios,
y en cuanto al año que entra… pues hay de fuerza o grado
al paso que él camine, que caminar en pos.
Y no sé más: del que entra decir tan sólo puedo
que si en setenta y cinco no me faltó la fe,
tal como el año venga le aguardaré sin miedo,
sumiso, resignado, con el semblante ledo,
y mientras tenga fuerzas le aguardaré de pie.
Ni lo que fué me angustia, ni el porvenir me espanta:
no sé más que hacer versos; y porque más no sé,
mientras que en pie me tenga con voz en la garganta,
mis verso a mi Patria y a Dios consagraré.
Cuando me falte tierra donde fijar mi planta,
cuando me falte cielo donde tomar la luz,
tras tanta gloria efímera, tras experiencia tanta,
ni en la alma ha de faltarme de Cristo la fe santa,
ni fosa en que me entierren a sombra de una Cruz.
¡Lánzate, pues,
enmascarado noventa y tres!
y ¡anda con Dios,
arlequinesco noventa y dos!