VI



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iziar

VI


Iziar. —¡Vaya un repecho!
mas compensa la subida
del camino agrio y estrecho,
su iglesia bien construída
con retablo tan bien hecho.

Talla de maestra mano,
fábrica amplia cual segura,
renacimiento italiano,
mezcla bella aunque algo impura
del arte greco-cristiano.

«Un vistazo, y la atención
no llamemos, que está en misa,
y tiene esta población
gran fe y mucha devoción…
y nosotros mucha prisa.

¡Quién tales templos creyera
que había en pueblos tan chicos!
Vaya, una oración ligera,
y quietos los abanicos,
no hagáis ruido… Visto y ¡fuera!»

Y fuera…, ¡en qué panorama
la vista se desparrama!
Monte, valle y caserío
espejándose en un río
y en el fondo el mar que brama.

¡Espléndido, original,
sorprendente, pintoresco!
El cuadro parece un chal,
cuyo bordado chinesco
no tiene ni un palmo igual.

¡Y a Deva por la ladera
de la frondosa colina,
que enfranja la carretera!,
¡y qué riqueza en madera!,
¡qué arbolado!, es una mina.

El haya, el roble, el nogal,
el abedul, el encino,
el alcornoque, el moral,
el castaño…, es el camino
de una gloria terrenal.

¡Qué prados artificiales
sembrados por valle y loma,
entre melgas naturales
de alholva, trébol y argoma,
que cual grecas desiguales
ribetean los trigales,
los huertos ricos de poma,
y los secos maizales,
¡y qué frescura y qué aroma,
y qué brisas tan vitales!

¡Dios… y qué cuesta!…, ¡que haya
quien a bajarla se atreva,
a este paso!… Ten a raya
tus caballos, Carmen.
                    —¡Vaya,
José, ya estamos en Deva!