VII



deva

VII


Deva parece un rincón
del mundo al entrar en ella;
un libro antiguo que sella
un nobiliario blasón.
Tiene la tal población,
de aspecto grave y severo,
el aire de un caballero
de la corte retirado,
a vivir de lo heredado
y de ahorros en dinero.

Tiene una alameda, un puente,
un puertecito, una ría
y un frontón; gloria y manía
de su vigorosa gente:
el mar del paseo enfrente
cuya brisa le refresca,
baños y lanchas de pesca,
y va allí la gente grave
a veranear, porque sabe
que allí hay expansión sin gresca.

Tiene escuelas bien dotadas,
vive un poco a la francesa,
mira a lo que la interesa
y a sus cuentas bien sumadas.
Las gentes acomodadas
no creen que allí las rebaje
dar en verano hospedaje
a bañistas y a viajeros,
que tienen tiempo y dineros
que derrochar en el viaje.

Pero yo voy muy a priesa
para observaciones hondas:
yo voy como entre las ondas
va un alga con mar muy gruesa:
mas no voy yo, es la condesa
quien me trae por aquí a escape,
sin que olvide ni me tape
curiosidad que ver deba;
y como al vuelo me lleva
diré lo que al vuelo atrape.

Tiene un templo, monumento
y ejemplar muy peregrino
del gótico bizantino,
de ancha base y firme asiento.

Atrio severo y macizo,
maravillosa portada;
cuya fecha está olvidada
y el nombre de quien la hizo

Su arco agrutado, labor
concéntrica de esculturas,
en su hueco y sus figuras
va de mayor a menor.

Nave triple, con capillas
de férreas verjas cerradas,
y por devotos costeadas
lámparas y lamparillas

un coro tendido al aire:
la baranda losangeada
parece que está tirada
de través y hecha al desgaire.

Bóveda huyéndose al cielo
sobre atrevidas aristas,
y altares obra de artistas
de mal arte y santo celo.

Imágenes muy devotas,
mas medianas esculturas,
a explicar cuyas figuras
menester son santas notas.

Un buen lienzo a luz oscura
hay del claustro a la salida,
cuyo patio es, por mi vida,
un joyel de arquitectura.

Cuadrilátero ojival
de estilo tal como aquél,
no le vi, ni hallé como él
en cartuja o catedral.

Sus calados están hechos
bajo de traza tan nueva,
que no he visto más que en Deva
tales arcos y antepechos:

y a no ir como voy volando,
pasara allí más de un día,
viendo a placer y admirando
templo, patio y verjería,

que son obras de admirar;
mas fuera hay otras que ver;
vámonos…, ¡cómo ha de ser!,
agua bendita… y andar.

Y por las calles echamos
y por doquier nos metimos;
y tanto en Deva anduvimos,
que al fin, de andar nos cansamos.

Y aún hemos de repechar
aquella cuesta tan alta.
—Vámonos. —Aún no; nos falta
ver la casa de Valmar.

¡Ah, cuco de Leopoldo,
y a dónde te has hecho el nido!
¡Y qué bien le has escondido
de ramaje bajo un toldo!

Con aleros prolongados
en chinesca demasía,
dan faz un poco sombría
a esta casa sus tejados.

Por dos lados muro grueso
con pocas luces; enfrente,
sobre el camino del puente,
cancel ni fuerte ni espeso

da al jardín con serre y fuente,
de árboles follaje espeso
y alta escalera de ingreso,
a la italiana y pendiente.

Adentro, sobre un rellano,
arranca un tramo de gradas
altas, amplias y flanqueadas
de ancho y recio pasamano.

¡Qué mansión tan singular!
De ella mi impresión primera
fué que habitarla pudiera
García del Castañar..

Vese bien, sin mucho examen,
que en todo y en cada pieza,
hay exceso de firmeza
y lujo de maderamen.

Carácter de casa tal
no vi: reina allí el misterio
y el lujo del monasterio
y el castillo señorial.

En aquel orden severo
de menaje y mobiliario,
se está viendo al anticuario
a través del caballero;

y por doquier que la vista
se posa, ver se cree escrito:
«Aquí estudia el erudito,
aquí trabaja el artista.»

Y cuantos se han a las manos
trastos y muebles, sillones,
mesas, lámparas, jarrones…
hermanan sin ser hermanos;

porque hay allí del taller,
del estudio y del salón,
en artístico montón,
raros primores que ver.

Y vuelvo aquí a mi manía:
que la casetonería
y envigado de los techos,
con la madera están hechos
del casteñar de García.

Y aquel pensil, de la casa
por un puente separado,
y sobre un cerro asomado
al río que a sus pies pasa,

tiene algo que atrae y asocia,
en vaga visión lejana,
los pastores de Beocia
con la Wilis alemana
y la sílfide de Escocia.

¡Gran casa la de Valmar!
¡Quiera en ella darle Dios,
con la marquesa, su par,
para dos perdices, dos,
y la paz del Castañar!

telegrama

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«Madrid, Valmar, tres, Cervantes.
Hemos tu casa asaltado,
tus cámaras registrado
y abierto hasta los estantes;
todo lo hemos admirado;
como lo tenías antes
te lo hemos dejado,
y nos vamos tan campantes.»

Y nos fuimos; pero yerro:
Carmen dijo: —Espera un poco.
—¿Pues qué falta? —Ir a aquel cerro.
—Manda una cabra o un perro:
yo estoy viejo y no estoy loco.

Y era cosa de esquivar;
frente a casa de Valmar,
hay, en un cerro empinado,
que para ser visitado
se le tiene que escalar,

un alegre caserío
que tiene el mar a la espalda,
un tajo verde por falda
y por franja de ésta el río;

y aquel caserío vasco
es, en cerro tan enhiesto,
un nido de águilas puesto
en el crestón de un peñasco.

Propiedad de la condesa,
sitio de ella predilecto,
es delicioso, en efecto;
mas treparle es ardua empresa.

Lo que de allí a ver se alcanza
su dueña gentil pretende
que en un círculo se extiende
grande como la esperanza;

cosa será muy de ver;
mas yo no quise subir,
porque me temí a pie ir
y de cabeza volver.

¡Con que otra vez a correr,
y a Motrico! Un puertecico
en tiempo atrás fuerte y rico,
donde nació el gran Churruca;
poblacioncita muy cuca,
como un país de abanico.