Zadig, o el Destino/Capítulo II
Un dia que volvia del paseo Azora toda inmutada, y haciendo descompuestos ademanes: ¿Qué tienes, querida? le dixo Zadig; ¿qué es lo que tan fuera de tí te ha puesto? ¡Ay! le respondió Azora, lo mismo hicieras tú, si hubieses visto la escena que acabo yo de presenciar. Habia ido á consolár á Cosrúa, la viuda jóven que ha erigido, dos dias ha, un mausoleo al difunto mancebo, marido suyo, cabe el arroyo que baña esta pradera, jurando á los Dioses, en su dolor, que no se apartaria de las inmediaciones de este sepulcro, miéntras el arroyo no mudara su corriente. Bien está, dixo Zadig; eso es señal de que es una muger de bien, que amaba de veras á su marido. Ha, replicó Azora, si tú supieras qual era su ocupacion quando entré á verla.—¿Qual era, hermosa Azora?—Dar otro cauce al arroyo. Añadió luego Azora tantas invectivas, prorumpió en tan agrias acusaciones contra la viuda moza, que disgustó mucho á Zadig virtud tan jactanciosa.
Un amigo suyo, llamado Cador, era uno de los mozos que reputaba Azora por de mayor mérito y probidad que otros; Zadig le fió su secreto, afianzando, en quanto le fué posible, su fidelidad con quantiosas dádivas. Despues de haber pasado Azora dos dias en una quinta de una amiga suya, se volvió á su casa al tercero. Los criados le anunciáron llorando que aquella misma noche se habia caido muerto de repente su marido, que no se habian atrevido á llevarle tan mala noticia, y que acababan de enterrar á Zadig en el sepulcro de sus padres al cabo del jardin. Lloraba Azora, mesábase los cabellos, y juraba que no queria vivir. Aquella noche pidió Cador licencia para hablar con ella, y lloraron ámbos. El siguiente dia lloraron ménos, y comiéron juntos. Fióle Cador que le habia dexado su amigo la mayor parte de su caudal, y le dió á entender que su mayor dicha seria poder partirle con ella. Lloró con esto la dama, enojóse, y se apaciguó luego; y como la cena fue mas larga que la comida, habláron ámbos con mas confianza. Hizo Azora el panegírico del difunto, confesando empero que adolecia de ciertos defectillos que en Cador no se hallaban.
En mitad de la cena se quejó Cador de un vehemente dolor en el bazo, y la dama inquieta y asustada mandó le traxeran todas las esencias con que se sahumaba, para probar si alguna era un remedio contra los dolores de bazo; sintiendo mucho que se hubiera ido ya de Babilonia el sapientísimo Hermes, y dignándose hasta de tocar el lado donde sentia Cador tan fuertes dolores. ¿Suele daros este dolor tan cruel? le dixo compasiva. A dos dedos de la sepultura me pone á veces, le respondió Cador, y no hay mas que un remedio para aliviarme, que es aplicarme al costado las narices de un hombre que haya muerto el dia antes. ¡Raro remedio! dixo Azora. No es mas raro, respondió Cador, que los cuernos de ciervo que ponen á los niños para preservarlos del mal de ojos. Esta última razon con el mucho mérito del mozo determináron al cabo á la Señora. Por fin, dixo, si las narices de mi marido son un poco mas cortas en la segunda vida que en la primera, no por eso le ha de impedir el paso el ángel Asrael, quando atraviese el puente Schinavar, para transitar del mundo de ayer al de mañana. Diciendo esto, cogió una navaja, llegóse al sepulcro de su esposo bañándole en llanto, y se baxó para cortarle las narices; pero Zadig que estaba tendido en el sepulcro, agarrando con una mano sus narices, y desviando la navaja con la otra, se alzó de repente exclamando: Otra vez no digas tanto mal de Cosrúa, que la idea de cortarme las narices bien se las puede apostar á la de mudar la corriente de un arroyo.