Vuelta a la patria (José Zorrilla)

Poesías sueltas de José Zorrilla
Vuelta a la patria

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I. En la frontera editar

—¿Estamos ya en la frontera?
—El tiro de este relevo
es ya español. —¡Pues afuera!
—¿Qué va usté a hacer? —La primera
canción que a mi patria debo.

¡España!… ¡te vuelvo a ver!
Dios tan lejos me hizo ir,
que temí nunca volver.
Si hoy no me mata el placer
no debo nunca morir.

¡Dame tu tierra a besar;
y puesto en ella de hinojos
déjame dejar brotar
las lágrimas de mis ojos
y a Dios un momento orar!

Deja que a pleno pulmón
aspire voraz tu ambiente,
aunque en tal aspiración
dilatándose reviente
de placer mi corazón.

¡España del alma mía!
Sin orar a Dios por ti
no he pasado un solo día:
¿quién sabe si todavía
te acordarás tú de mí?

Dios me llevó mis pesares
a llorar a tierra extraña;
ya a través de tierra y mares
mis lágrimas traigo a España
convertidas en cantares.

España de mis amores,
si aún mis cantares ansías,
no quiero que por mí llores:
para ti tornaré en flores
todas las lágrimas mías.

¡Dios de España, a quien jamás
olvidé por donde fuí,
aquí es en donde tú estás:
aquí es en donde te das
a ver y adorar de mí!

¡Dios, que sabes con qué fe
diez años hora por hora
la de mi vuelta esperé,
no me abandones ahora
que pongo en España el pie!

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II. ¡Al coche! editar

¡Bien haya quien grito tal
me da en español de nuevo!
Ten mi bolsa, mayoral:
yo en mi patria sólo llevo
mis versos por capital.

III. En España editar

¡Patria… de placer venero!
Ya tu aura mi faz orea;
ya mi oído el son recrea
de tu lengua nacional.
Yo no soy aquí extranjero:
si no conocen ya al hombre,
aún fío en Dios que mi nombre
no suene al oído mal.

¡Patria!… no sé si en mi ausencia
la calumnia me ha mordido:
yo vuelvo como he partido,
hijo leal para ti.
Maestro en la gaya ciencia,
de los pueblos con asombro,
solo, y el laúd al hombro,
tu gloria a cantar me fuí.

Siempre en plazas y en palacios,
en teatros y salones,
mis primeras expresiones
me acusaron de español;
cual poeta y hombre, a espacios
en mi vida hay malo y bueno:
español, puedo sereno
enseñar mi faz al sol.

Si te dicen que amor tengo
a un pueblo antes tu enemigo,
no lo fué para conmigo
y yo le debo lealtad.
De tu sangre hidalga vengo;
no he de ser jamás ingrato
con quien fiel me dió buen trato
y franca hospitalidad.

Si te dicen que dependo
de extranjero soberano,
me tendió leal su mano,
me trató de igual a igual.
Yo me doy y no me vendo:
él lo sabe y él lo estima;
de fe en prenda, llevo encima
coronada su inicial.

Yo he nacido castellano;
mas doquiera que me he visto,
soy cristiano, y como Cristo
prediqué fraternidad.
Todo hombre nace mi hermano;
do llevo mi gaya ciencia,
la fe llevo en la conciencia
y en la lengua la verdad.

Fénix que anuncio mi muerte,
vengo en mis patrios hogares
de mis últimos cantares
el son postrero a exhalar;
vengo en un esfuerzo fuerte
de mis postrimeros bríos,
a saludar a los míos,
a hacerme ora vez al mar.

A mí, a través de las olas,
llegó el cántico vibrante
de una pléyade brillante
de nuevos poetas mil.
De las letras españolas
aún mi alma el amor abriga…
Vean a que yo te bendiga
¡oh, pléyade juvenil!

¡Con cuán íntima delicia
gozaba oyendo tu cántico,
cuando a través del Atlántico
lograba hasta mí llegar!
Ven, ven a mí, que es justicia
que los vates castellanos
den un apretón de manos
al que tuvo aquí su hogar.

Que yo os conozca; cercadme:
yo soy leal; soy un viejo
que sin pesadumbre dejo
mi puesto a la juventud.
Mas al llegar, toleradme
mi viejo laúd que empuñe,
y un mal cantar os rasguñe
en mi ya ronco laúd.

Trémula traigo la mano
y cana la cabellera:
mas aún traigo la alma entera
y brío en el corazón,
y aún puedo, buen castellano,
lanzar con mi último aliento
un ¡bravo! a vuestro talento
y un ¡viva! a nuestra nación.