Vida y pensamientos morales de Confucio/3


PENSAMIENTOS MORALES
DE CONFUCIO.


I.

El justo medio en donde reposa la virtud es siempre el blanco del sabio, y éste no se detiene hasta llegar á él; pero nunca se propone el pasar mas adelante.

Huír del mundo y los honores, no manifestarse á los hombres, no ser tampoco conocido de ellos, no experimentar no obstante algun sentimiento de tristeza de tan profunda obscuridad, no arrepentirse jamás de haberse condenado á ella; este esfuerzo, superior á la comun naturaleza, no se halla sino en las almas privilegiadas.

II.

No faltan gentes que siguiendo siempre, yo no sé qué virtudes extraordinarias y secretas, traspasan los justos límites del bien. Enamorados de una vana celebridad intentan saber lo que la inteligencia humana no puede comprehender, y no quieren hacer sino cosas prodigiosas. Yo no ambiciono tan alta sabiduría, y me contento con conocer, y hacer lo que generalmente conviene hacer y conocer.

III.

El hombre perfecto entra en el camino ordinario, y lo sigue constantemente. Estos pretendidos sabios, cuyo orgullo afecta todo lo que se aparta de los usos comunes, de las ideas ordinarias, abrazan freqüentemente con temeridad lo que es superior á sus fuerzas; ó si entran en el verdadero camino de la virtud, lo abandonan á la mitad, y se detienen vergonzosamente. Esto es lo que yo ni querria ni podria hacer, yo me esforzaré para acabar lo que he comenzado.

IV.

Hay una regla que no se aparta de la naturaleza del hombre: esta es la de la misma razon, que establece la correlacion y conveniencia que hay entre el Príncipe y el vasallo, entre el padre y el hijo, el esposo y la esposa, el viejo y el jóven, y entre el amigo y su amigo. Todos estos principios extraordinarios que los hombres se fabrican, estos ímpetus pasageros que ellos no pueden sostener, estas máxîmas extrañas y dificiles, que no se avienen con las conveniencias de ninguna clase de la sociedad; todo esto no puede mirarse como una regla, y se opone á la razon.

V.

El que sincéramente y de buena fé mide á los otros por sí mismo, obedece á esta ley de la naturaleza, impresa en su corazon, la qual le dicta el no hacer á los otros lo que no quisiera que le hicieran á él, y hacer á los otros lo que quisiera que le hiciesen á él

VI.

El Cielo mismo ha impreso en el hombre la razon natural. Pueden llamarla la regla, porque la naturaleza se conforma con ella, y la sigue. En restableciendo esta regla en la práctica, en observándola nosotros mismos, en haciendola seguir á aquellos que dependen de nosotros, obedecemos las verdaderas leyes de la virtud.

VII.

Supuesto que esta regla forma la esencia de la razon natural, el hombre no puede ni debe apartarse de ella jamás. Si se pudiera abandonar alguna vez impunemente, entonces no sería ya una regla impresa por el cielo á la naturaleza.

VIII.

Por eso el hombre perfecto está siempre atento á sí mismo: vela diligente hasta sobre las cosas que los ojos no pueden percibir, como son los mas ligeros movimientos del alma. Él experimenta una sabia timidez sobre las cosas mismas que los oídos no pueden entender, y no se aleja jamás, en ninguna accion de su vida, de la ley innata de la recta razon.

IX.

Profundamente escondidos en nuestro seno los movimientos del alma, no se hacen conocer sino á aquellos que los experimentan. Pero el hombre perfecto, siempre atento á las impresiones interiores, que él solo puede percibir, conoce los repliegues mas escondidos de su corazon; y los movimientos mas ligeros de su alma hácia el bien ó el mal no pueden escaparsele.

X.

La semilla de las pasiones es natural en el hombre, ó mas bien, ella es la naturaleza misma. Sin cesar quiere producirse en las acciones; pero el sabio pone á sus pasiones aquel freno que tambien le presenta la naturaleza, como que ella es el principio de la razon.

XI.

De este modo las pasiones del alma, como son la alegría en la prosperidad, la indignacion que inspira la desgracia, el dolor que hacen sufrir las pérdidas, el placer que causa el goce de lo que por largo tiempo se habia deseado; antes de tomar fuerzas, y manifestarse en las acciones, se hallan todavía en un justo equilibrio, y en un estado de indiferencia hácia el exceso, ó hácia la falta.

Pero luego que ellas llegan finalmente hasta el punto indicado por la recta razon, forman el felíz acuerdo de las pasiones entre ellas, y con la misma razon. En equilibrio, pues, ellas son el gran principio de todas las bellas acciones, y de concierto con la razon son la regla universal del mundo, y la primera ley del género humano.

XII.

El justo medio es el punto mas cercano de la sabiduría, y es lo mismo no tocarle, que pasar sus límites.

XIII.

El sabio conserva siempre su justo medio; y el prevaricador se separa de él, ya por excederle, o ya por no llegar á él.

XIV.

¡Ah! ¡qué cosa tan bella y sublime es el justo medio! Pero entre el vulgo de los hombres, ¡quán pocos son los que saben observarlo! Este mal no es nuevo: es la antigua dolencia de la humanidad: es un antiguo motivo de queja, y así fué en otro tiempo el género humano.

XV.

Yo sé muy bien por qué la mayor parte de los hombres se separa del verdadero camino de la virtud. Los prudentes del siglo se alejan por desprecio, persuadidos á que su inteligencia es capaz de elevarse aun mas alto, y por consiguiente le miran como indigno de ellos. Los hombres ordinarios no llegan á él porque no pueden conocerle, ó porque espantados con las dificultades, desesperan de conseguirlo. Esta es debilidad, y esta es ignorancia.

XVI.

Todas las acciones inspiradas por la naturaleza serian conformes á sus leyes, si estas mismas leyes fueran bien conocidas. Todo hombre come y bebe cada dia; ¡pero quántos son los que saben distinguir los sabores dignos de alabarse! ¡Quán pocos juzgar sanamente los platos, y los brevages emponzoñados por la funesta multitud de condimentos!

XVII.

Todo hombre dice hoy: Yo sé lo que es menester hacer, y de lo que se debe uno abstener. Los que hablan con tanto orgullo tienen bien á la vista las utilidades, las ventajas y los riesgos, y sin embargo se arrojan voluntariamente, y se enredan en mil lazos, de los quales no podrán jamás verse libres. Dices que eres bastante prudente. Bien veo que conoces en efecto el punto justo del bien, y te conformas desde luego con él; pero vencido por tu debilidad, y fatigado muy presto, apenas permaneces en él un mes entero. ¿De qué te sirve, pues, un conocimiento del qual sacas tan poco fruto?

XVIII.

Mi discípulo Hoei era hombre de gran prudencia : él sabía hacer distincion de las cosas entre ellas, y descubrir el punto de su perfeccion. Quando habia adquirido una virtud, la abrazaba estrechamente, la apretaba contra su pecho, y jamás la abandonaba.

XIX.

Se encontrarán hombres que sepan gobernar facilmente Imperios: se hallarán que tengan bastante firmeza para rehusar las riquezas y las dignidades; y se encontrarán, puede ser, que marchen impunemente sobre puntas aceradas; pero sin un trabajo contínuo, y sin contínuos combates, no podrán sostenerse en el justo medio de la virtud, aunque éste puede descubrirse al primer aspecto.

XX.

¡Quán grande era la sabiduría del Emperador Chun! Él desconfiaba de su propio juicio y de su prudencia, y se apoyaba, para gobernar el Estado, en la sabiduría, y en las ideas de sus Ministros. Gustaba de tomar consejo, hasta sobre las cosas ordinarias, y se complacia en exâminar las respuestas de sus Consejeros. Si sus dictámenes le parecian alguna vez poco conformes á la razon, no los seguia; pero disimulaba lo que hallaba de vicioso, entreteniendo así la confianza de sus Ministros, y aquel candor con el qual les comunicaba sus pensamientos. Quando sus consejos eran sabios, no se contentaba con seguirlos; afectaba elogiarlos para animar así aun mas á los que los habian dado, y excitarlos á aclarar sus pareceres. Si estos se apartaban un poco del justo medio, que siempre ha de seguirse, cogia los dos extremos, los pesaba maduramente en la balanza de la razon, y descubria el punto justo que separaba con igualdad los dos terminos opuestos. Por semejantes cuidados llegó Chun á ser tan grande Emperador.

XXI.

Reynar es dirigir. Príncipes: dad vosotros mismos el exemplo de la rectitud y de la hombría de bien, y nadie osará el dexar de imitaros.

XXII.

La principal ciencia de los hombres destinados á mandar á los otros, es la de cultivar y pulir la razon que han recibido del Cielo; de suerte, que limpia de todas las manchas que la imprimen los apetitos depravados, se parezca á un cristal el mas puro, y recobre su primera claridad.

XXIII.

Ella consiste ademas en corregir al pueblo, y renovarlo en algun modo por exemplos útiles, y por sabios consejos; en fin, en perseverar firmemente en el bien soberano, que no es otra cosa que la perfecta concordancia de todas nuestras acciones, y de toda nuestra conducta con la sana razon.

XXIV.

Luego que hayas conocido bien el verdadero blanco, al qual debes dirigirte, te hallarás fuertemente determinado á no separarte jamás de él. Fixo ya constantemente en esta sábia determinacion, siempre firme en ella, y siempre tranquilo, los infortunios no te abatirán, ni las prosperidades te engreirán: y así podrás considerar sin pasion todos los objetos, formar de ellos un juicio sano, y fixar de este modo tu meditacion pesandolos en su justa balanza.

XXV.

La equidad arregla las palabras de un Príncipe sabio, y la utilidad pública sus acciones. Sus virtudes son respetadas, imitan su conducta, su persona es amada, y su bondad se hace el exemplo general. Si aconseja, se le escucha; y si manda, es obedecido.

XXVI.

El Monarca debe instruír á sus pueblos. ¿Pero irá á la casa de cada uno de ellos á darles leccion? No, sin duda; pero con su exemplo á todos habla y enseña.

XXVII.

Príncipe: tú debes ser un sabio administrador de tu Imperio: ensayate en la interior de tu familia: en ella encontrarás el modelo que debes seguir para la buena institucion de todo un pueblo.

XXVIII.

Para arreglar bien una familia es menester desde luego arreglarse uno á sí mismo: es preciso hallar en su propia persona el modelo que debe proponerse en el régimen de una familia entera.

XXIX.

Empieza, pues, por rectificar tu alma, por domar, y moderar los afectos que la apartan de su primera rectitud, y la abaten hácia el vicio.

XXX.

No puede llegar á este grado sin penetrar al entendimiento de la verdad, y despojarle de todo error, de toda falsedad, y de toda preocupacion. La voluntad entonces queda pura, y recta la intencion, y no se desea otra cosa, que lo que es justo y honesto, sin apartarse, sino de lo injusto y peligroso.

XXXI.

Pero tú no llegarás á rectificar tu voluntad, sino purificando y extendiendo tu inteligencia, y penetrandola, tanto quanto puedan y sean capaces de ello las fuerzas humanas, de la razon, y de la esencia de las cosas.

XXXII.

Quatro reglas dirigen al hombre perfecto, ¡y yo no puedo observar exâctamente ni una sola! Yo no tengo á mi padre la misma obediencia que prescribo á mis hijos: yo no sirvo al Príncipe con la misma fidelidad que exîjo de mis subditos: yo no tengo el mismo respeto á mi hermano mayor, que el que pretendo del mas chico: yo no puedo volver á mi amigo los deberes que querria suponerle de adivinar sus ideas, y manifestarle en todo mi deferencia.

Pero el hombre perfecto practíca estas virtudes, y cada dia renueva su exercicio. Es circunspecto en sus mínimas palabras: y si cae en alguna falta, y no cumple con todas las obligaciones que se ha prescrito, se hace violencia á sí mismo para conseguir su desempeño. Si le viene á la boca una demasiada afluencia de palabras, sabe contener una parte de ellas; y severo censor de sí mismo, quiere que sus discursos correspondan á sus obras, y que sus obras correspondan á sus discursos. Con semejantes virtudes, ¿cómo dexaría de ser estable y constante? Yo me esfuerzo para imitarlo, sigo sus huellas, desde lejos, es verdad; pero al fin, yo le sigo.

XXXIII.

La union de talento y virtud entre el Monarca y sus vasallos, hace pronta y facil la administracion del Estado. Del mismo modo que la virtud de una tierra acelera el acrecentamiento de las plantas. Un buen gobierno puede compararse á las cañas de los rios, que nacidas sobre las orillas de la corriente, crecen antes, y mejor que los demas vegetales.

XXXIV.

La buena administracion depende de los hombres á quienes el Príncipe la confia; y como él mismo sirve de exemplo á los otros, su eleccion se funda siempre sobre su carácter: por conseqüencia debe modelarse sobre la regla universal de la razon. Por ella sola puede el Principe discernir el bien del mal, desechar éste, escoger aquel, y dar á cada uno lo que le pertenece, sin separarse jamás de la justicia. Esta regla se perfecciona por el mas felíz sentimiento del alma, y por aquel amor virtuoso que une el hombre á todos los hombres.

XXXV.

Este amor, que llamarémos universal, no nos es una qualidad extrangera; es el mismo hombre, ó si se quiere, es una qualidad esencial del hombre, é innata en él, que le inspira amar á sus semejantes.

XXXVI.

La propiedad del hombre es amar; pero el amor de sus parientes es su primer deber, y sirve de escalon por amar á los otros.

XXXVII.

De este amor general nace la justicia distributiva, que da á cada uno lo que le es debido; pero el primer acto de esta justicia es el de preferir á todos los otros, á los sabios y á los hombres honrados, elevándolos á las dignidades, y condecorándolos con los cargos públicos.

XXXVIII.

Esta gradacion del amor que debemos á nuestros parientes mas ó menos cercanos, á los hombres mas ó menos sabios, mas ó menos honrados, nace del órden harmonioso de las obligaciones. Por esta harmonía, que conviene con la del Cielo mismo, se dirige todo lo que existe.

XXXIX.

Este amor, esta caridad pura, que yo recomiendo, es un afecto constante de nuestra alma, un movimiento conforme á la razon, que nos desprende de nuestros propios intereses, nos hace abrazar la humanidad entera, mirar todos los hombres como si solo hicieran un cuerpo con nosotros, y no tener con nuestros semejantes sino un mismo sentimiento en la desgracia y en la prosperidad.

Aquel á quien esta piedad aníma puede trabajar en su propia elevacion, y buscar el brillo de las grandezas; pero al mismo tiempo procurará con sus consejos y socorros levantar al desgraciado, á quien su flaqueza, ó la obscuridad de su nacimiento, tienen aislado en la tierra, ó que los reveses de la fortuna han trastornado.

Si es penetrante en el conocimiento de las cosas, no sufre que los otros yerren ciegamente, vencidos por los trabajos y las dificultades. Él los ayuda y sostiene, allana el camino delante de ellos, los arranca de las tinieblas de la ignorancia y del error, y los conduce al santuario de las ciencias.

Luego que esta piedad habrá establecido firmemente su imperio en todos los corazones, el universo entero no compondrá sino una sola familia; los hombres todos no serán ya sino como un solo hombre; y por el lazo felíz, y el admirable acuerdo de los grandes, de los hombres de una condicion mediana, y de aquellos de las últimas clases, la humanidad entera no parecerá ser sino una sola substancia.

XL.

Amemos, pues, á los otros como á nosotros mismos, midamos á los otros por nosotros, y estimemos sus penas y sus gozos por los nuestros. Quando comparemos con nosotros á los demas, quando les deseémos lo que deseamos para nosotros, quando temamos por ellos lo que tememos por nosotros; entonces seguirémos las leyes de la verdadera caridad.

XLI.

La abundancia de amor y de beneficencia, por la qual el sabio abraza á todos los hombres, le hace gozar de todo el universo entero. El alma baxa y despreciable del malo se encierra en sí misma: no se conduce sino por afectos particulares: hace en algun modo una usura de la amistad; y entregada continuamente al interés, no hace el bien, sino lo vende.

XLII.

Hay cinco reglas generales que rigen al mundo. Estas son: la justicia que liga al Príncipe y al vasallo: el amor entre los padres y los hijos: el vínculo que une á los esposos: la subordinacion entre los hermanos mayores y menores; y aquella dulce harmonía, y aquellos deberes mútuos que unen á los amigos.

XLIII.

Tres virtudes conducen al cumplimiento de estas reglas: la prudencia que hace discernir el bien del mal: el amor universal que une todos los hombres entre ellos; y la firmeza que nos da la fuerza de seguir el bien, y huír y detestar el mal.

XLIV.

Quando conozcas estas tres virtudes, entonces sabrás lo que debe formar tu carácter personal, y sacarás facilmente del mismo principio los medios de regir los reynos de la tierra. Porque la misma razon, la ley misma manda á todos, y á uno solo; y la perfeccion de la persona real, es la regla y fundamento de la perfeccion de los pueblos.

XLV.

Aunque sean débiles las disposiciones que un hombre haya traido al mundo, si desea ardientemente el instruirse, si no desdeña el estúdio de la virtud, llegará bien cerca de la prudencia. Si ocupado aun del amor de sí mismo se esfuerza sin embargo á hacer bien, no irá lejos del amor universal hácia sus semejantes. Si constantemente se avergüenza de la mas pequeña proposicion ilícita y vergonzosa, y la desecha con pudor, estará bien cerca de adquirir la verdadera fortaleza.

XLVI.

Quieren saber mi opinion acerca del valor. ¿Se trata del valor de los pueblos que habitan el mediodia, de aquellos que ocupan las regiones boreales? ó mas bien, ¿se trata del valor que os conviene á vosotros que cultivais la sabiduría?

Tratar con indulgencia á los que os están subordinados; y no corregir jamás demasiado severamente su pereza ó su lentitud; no someter ligeramente á los rebeldes á los castigos, sino soportar con paciencia sus faltas, y ofrecerles el medio de repararlas; tal es el valor de los pueblos meridionales; y así es como reprimiendo en ellos mismos la pasion de la cólera, llevan insensiblemente sus animos á la razon.

Acostarse intrepidamente sobre corazas y manojos de lanzas: ser insensibles al temor, y pasar la vida sin gemir en los trabajos y peligros: ved ahí el valor de las naciones boreales: ved ahí lo que pueden hacer hombres bravos y valientes. Pero su valor está mezclado de mucha temeridad; y no se contiene ni con el freno de la justicia; y éste no es, mis caros discípulos, el valor que yo espero de vosotros.

Atento siempre el sabio á vencerse á sí mismo, se presta y acomoda á las costumbres, y al genio de los otros; pero dueño siempre de sí mismo, no se dexa ablandar ni depravar por las costumbres y los hechos de los hombres baxos y afeminados, y no obedece en toda ocasion con indiferencia. Este valor exîge esfuerzos.

En medio de los hombres que se apartan de la rectitud, él solo siempre firme, se sostiene recto y justo, y no se inclina á ningun partido. ¡Este valor es bien estimable!

Si la virtud, si las leyes están en vigor en el Imperio; si exerce él mismo alguna magistratura; si en punto de honores, sus costumbres son siempre las mismas; y si sigue el mismo género de vida que tenia en una condicion privada, y no se dexa hinchar de un vano orgullo: ¡Oh! y quán grande es este valor!

Pero al contrario, si las virtudes son despreciadas, si las leyes no se observan, si todo está confundido, y si él, aunque obligado de la miseria, situado por el dolor, y conducido á una muerte vergonzosa, se muestra incontrastable, no sabe mudar de opinion, y queda fuertemente adicto al plan que se habia trazado; ¡véase aquí el grado mas alto del valor! Él estriba en una contínua victoria sobre sí mismo.

XLVII.

Aquel que debe gobernar los Imperios de la tierra, tenga siempre presentes en su memoria las nueve reglas siguientes: reglas comunes en efecto, pero bien necesarias de observarse.

1.º Que él mismo cultive la virtud.

2.º Que haga buena acogida á los sabios, y á los hombres de bien.

3.º Que ame y respete á sus padres.

4.º Que estime y honre á sus principales Ministros, y á los que exercen las primeras magistraturas.

5.º Que se preste á las ideas de los otros Xefes inferiores, y les considere como miembros suyos.

6.º Que ame a sus vasallos como á hijos suyos: se alegre de su contento, y se aflija de su dolor.

7.º Que llame junto á sí á los hombres, cuya industria sea útil al Estado.

8.º Que reciba con dulzura y con bondad á los extrangeros.

9.º Que trate con atencion, con consideracion, y con amistad á sus Príncipes tributarios, procurando el conciliarse su amor y su fidelidad.

XLVIII.

Si el Príncipe observa estas nueve reglas, ¡qué ventajas no procurará á todo su Imperio! En haciendo entrar las virtudes en su carácter personal, verá estas reglas y estas leyes tomar vigor por su exemplo.

Si acoge á los sabios, si los freqüenta, si toma sus consejos, no dudará en la empresa y conducta de los negocios.

Si ama, si reverencia á sus padres, no verá ni querellas, ni ódios entre los Príncipes de su sangre: la concordia y el amor conspirarán al bien de su casa.

Si manifiesta estimacion á sus principales Ministros, no se hallará incierto, irresoluto, y temblando en la administracion de su Imperio: porque en las coyunturas mismas mas dificiles, los hombres de una virtud conocida, y de un valor invencible, le ofrecerán sus socorros, prontos siempre á servirle con el consejo, y con el brazo.

Si se pone de acuerdo con los Magistrados, si los mira como miembros suyos, estos Xefes de un órden superior le servirán con mas ardor y zelo, y corresponderán á las bondades del Príncipe por su fidelidad.

Si él ama al pueblo como á sus hijos, lo excitará así á que le quieran como á un buen padre.

Si la reputacion del Príncipe atrae de todas partes á los hombres industriosos de toda especie, logrará riquezas abundantes; y todas las artes á porfia concurrirán á impedir las necesidades de sus vasallos.

Si recibe con bondad á los extrangeros, los pueblos de los Imperios adyacentes acudirán con alegría cerca de un Monarca humano y bienhechor.

En fin, si conserva los debidos miramientos con los Soberanos inferiores, se los hará adictos, se hará amar de ellos, verá aumentadas sus fuerzas con sus riquezas y poder, y se hará formidable al universo.

XLIX.

En otro tiempo los sabios Emperadores gobernaban sus Estados con la ayuda del gobierno doméstico. Recibian con amistad á los enviados de los Príncipes tributarios mas débiles. Estos Príncipes, á imitacion del Emperador, no osaban despreciar á la viuda mas pobre, al huérfano mas desamparado; y por este principio acogian correspondientemente á los hombres distinguidos por sus talentos, por sus luces, y por sus virtudes. Los Gobernadores á su vez se conformaban con el exemplo de sus Señores, y manifestaban todo miramiento al último criado de su casa, é igualmente á sus mugeres é hijos. De este modo la paz y la concordia florecian en el Imperio; y eran desconocidas las disensiones, las querellas, las sublevaciones y tumultos.

L.

El Ministro sabio debe advertir al Príncipe sus defectos, poner un freno á sus vicios, é imitar sus virtudes.

LI.

¡O tú, amigo de la sabiduría! ¿no gustarás algun dia la satisfaccion mas dulce, si has trabajado constantemente en tomar los sabios por modelos, y aplicado todos tus cuidados para imitarlos?

Luego que por vuestros trabajos y vuestra constancia habreis adquirido un nuevo tesoro de virtudes; si discípulos y amigos vienen de parages los mas retirados á escuchar vuestras lecciones, y formarse con vuestros exemplos; ¿no será entonces aun mas viva vuestra alegría? ¿Podréis acaso ocultar vuestro enagenamiento?

Pero si sucede lo contrario, si vuestros talentos y virtudes quedan sepultados en la obscuridad mas profunda, si nadie os consulta, si todo el mundo os desecha; os acercaréis á la perfeccion, pondréis á vuestras virtudes el último sello, no afligiendoos por esta indiferencia, no indignandoos contra este desprecio, y permaneciendo contentos con lo que habeis hecho, dichosos con lo que poseéis, tranquílos sobre lo que no os toca, y que depende de la opinion de los otros.

LII.

En donde los discursos están prevenidos, y las exterioridades son lisongeras, no hay que buscar la providad.

LIII.

Si el sabio tiene el exterior de un hombre ligero: si sus gestos son desordenados, sus movimientos indecentes: si gusta de correr inconsideradamente por el pueblo: si parece que solo se ocupa de bagatelas y placeres: no logrará tener ascendiente sobre los suyos: todos mirarán sus ridiculeces, y él se hará despreciable, y perderá bien presto el fruto de las ciencias, que tanto estúdio y trabajo le habrán costado.

LIV.

No contracteis alianzas con gentes que valen menos que vos, porque de ellas os resultará daño, y ningun provecho. Inclinaos á los hombres que valgan mas que vos, y haceos honor de imitarlos.

LV.

Acordaos de la flaqueza humana: es propio de nuestra naturaleza el caer, y cometer faltas. ¿Las habeis cometido? pues no temais el repararlas, ni dudeis un instante; no dexeis de emplear vuestros esfuerzos para enmendarlas, y romped generosamente los lazos, que os lo impiden y embarazan.

LVI.

El pobre que no lisongéa á nadie para salir de miseria, y el rico que no está hinchado de un vano orgullo, merecen ser elogiados; pero aun no han llegado al colmo de la sabiduría. No pueden compararse al pobre que vive dichoso en la desgracia; ni al rico que se complace en conocer todavía mas obligaciones que cumplir, que prevée los reveses sin temerlos, y que en todo se somete á la razon.

LVII.

El sabio no se afligirá de ver que las gentes que le rodean no hacen caso de sus talentos, y no sacan fruto alguno de sus trabajos; porque todo esto depende del capricho, y de la voluntad de los otros; y se vituperará mas bien el no haber él mismo conocido bastantemente los hombres, haberse engañado en la eleccion de sus amigos, y no haber sabido quales eran aquellos que debia huír ó buscar.

LVIII.

Conducios siempre con la misma reserva que si diez ojos os estuvieran observando, y señalando diez dedos.

LIX.

Las grandes riquezas producen los grandes cuidados: el mucho número de hijos, muchas pretensiones; y la vida larga, males de larga duracion.

LX.

Exâmina bien si lo que prometes es justo, ó si puedes cumplirlo; porque la promesa que se hace, no debe revocarse.

LXI.

Rectifica tus pensamientos, y si son puros, tus acciones lo serán tambien.

LXII.

Aprende á vivir bien, y sabrás bien morir.

LXIII.

Nutrete sin abandonarte á las delicias de la mesa; alójate sin buscar las comodidades de la molicie; obra con cuidado, habla con prudencia, y no te aplaudas á tí mismo. Busca sobre todo el trato de los sabios; haz que sus consejos sean tus leyes, y cátate bien adelantado en el estudio de la sabiduría.

LXIV.

Si no discernimos á primera vista lo que es injusto y vergonzoso, ¿cómo nos precaverémos de ello en la práctica?

LXV.

Quando los vasallos no se contendrán en su deber sino por las leyes, quando aquellos que querrian infringirlas no se abstendrán de executarlo sino por el terror de los suplicios; es verdad que el pueblo se abstendrá de cometer grandes crimenes, pero esto será por un miedo servil, y tal, que un vil esclavo no osará hacer el mal; pero no lo aborrecerá, ni le causará vergüenza. No creas tampoco que persista en su deber; porque solo se contendrá por temor, y éste es siempre un preceptor malo.

LXVI.

Gobernad vuestros pueblos por la sola virtud, y haced que estos contemplen en vos su modelo; pero tened presente que las condiciones son diversas, y que las virtudes no pueden ser las mismas en todos. La vuestra es la prudencia y la humanidad. Gobernad á cada uno por los deberes que le son propios: así uniréis vuestros vasallos los unos con los otros: así los veréis no solo apartarse del crimen por un pudor ingenuo y por un temor filial, sino disputarse aun con alegría la gloria, que es el precio de la virtud.

LXVII.

Hoy se mira como un tierno hijo á aquel que alimenta á su padre. ¿Es esto todo lo que se exîge? No hay caballos ni perros que no encuentren alguno que los mantenga. Si los socorros que se prestan á los padres no son debidos al amor y al respeto, ¿qué diferencia hay entre mantener al padre y á un caballo?

LXVIII.

¿Quieres discernir el hombre bueno del malo? Esto es bien dificil. No obstante, observa á tu hombre: considera lo que hace, y lo que medita; porque los malos hacen ordinariamente cosas injustas y vergonzosas, y los buenos cosas honestas y justas.

LXIX.

Pero esto no basta. Llevad mas lejos vuestras observaciones, penetrad sus miras, y sabed el fin que se propone. Si su corazon es falso, y perversas sus intenciones, aunque haga buenas acciones, no es por eso un hombre de bien.

LXX.

No pareis aún, si creéis engañaros. ¿Quales son los gustos, las inclinaciones de este hombre que parece honrado? Si obra de buena fez; si sus intenciones son rectas, pero al mismo tiempo procede como por fuerza; si no busca sus placeres y su tranquilidad en la sola pureza de sus acciones: no puede decirse que su providad sea consumada, y debe temerse siempre que no sea de larga duracion.

LXXI.

Pero no es lícito, sin tener poderosas razones para ello, escudriñar así el corazon de los hombres. El medio de evitar el aborrecimiento es mirarse uno á sí mismo escrupulosamente, y ligeramente á los otros.

LXXII.

Repasad continuamente en vuestra memoria, y meditad lo que habeis aprendido antiguamente; sacad de ello consequencias y principios nuevos, y así adquiriréis grandes luces, y mereceréis el instruír á los otros.

LXXIII.

El sabio no es un vaso que solamente se emplea en algunos usos, porque adornado de gran número de qualidades diversas, es tambien propio para las mayores cosas.

LXXIV.

Él establece con su conducta los principios que intenta dar á los otros, y así los instruye con su exemplo. Él obra desde luego, y seguidamente enseña. El filósofo reprehende con su silencio al discípulo á quien la naturaleza ha prodigado una demasiada verbosa eloqüencia.

LXXV.

Qualquiera que obra siempre, y jamás medita, acabará por perder su trabajo; y el que siempre medita y nunca obra, se verá sujeto á errar. Exercitarse es en efecto estudiar y aprender; pero sino se medita lo que se estudia, y se hacen sobre ello freqüentes reflexîones, se conseguirá solo una erudicion tenebrosa, tan estéril como la ignorancia.

LXXVI.

El que por indolencia, ó por una orgullosa confianza de sí mismo, no consulta ni los libros ni los maestros; que sin exercitarse jamás se contenta con una desidiosa y estéril contemplacion de las cosas, no tocará nunca sino las sombras; no conocerá sino imagenes vanas y engañosas, y reposará en su ciencia engañadora, ó mas bien caerá de errores en errores.

LXXVII.

Si sabeis una cosa, anunciad altamente que la sabeis: si ignorais otra, confesad ingenuamente que la ignorais. El hombre no puede saberlo todo; pero debe aprender y conocer lo que es de su obligacion: él no debe suponer que conoce lo que le es desconocido: menos aun debe ponderar á los otros sus errores, alucinarlos con ellos, y engañarse á sí mismo. Tomaos tiempo, tomaos el trabajo de considerar maduramente las cosas, y consultad á aquellos que saben mas que vosotros.

LXXVIII.

Haced prudentemente una eleccion de todos los discursos que entendeis; callad sobre lo que os parecerá dudoso, y aun hablad con circunspeccion de lo que creais cierto, porque de este modo pecaréis rara vez de habladores.

LXXIX.

En los multiplicados negocios que se os presentarán, tened cuidado de no emprender aquellos que tengan algun peligro, ó que puedan perjudicar á los otros. Estad sobre vos mismo en aquellos que podreis manejar, dirigiéndolos con prudencia y cuidado; de este modo, rara vez tendreis que arrepentiros, ó de haber emprehendido un negocio con temeridad, ó de haberlo conducido mal.

LXXX.

Mantener el amor y la concordia en la familia, hacer reynar la virtud entre aquellos que nos están sometidos, es gobernar, en efecto, es exercer una magistratura útil y gloriosa. ¿Para qué, pues, buscar una magistratura pública? ¿Es solo por verse condecorado con el título de Magistrado?

LXXXI.

Yo no sé para qué puede ser bueno el hombre sin fé, que engaña con sus discursos, y falta á sus convenios. No puede confiarsele un empleo público, y es necesario desconfiar de él en los negocios particulares.

LXXXII.

En vez de esos numerosos servicios, de esos manjares exquisitos que os presentan con fausto, y á veces con disgusto, yo querria mas bien en la mesa la frugalidad de nuestros antepasados, y el amor, la concordia, los miramientos mutuos de los convidados. En las pompas funerales, en lugar de ese aparato suntuoso y de ese luxo fúnebre, debido solo al orgullo, quisiera mas bien, un dolor sentido en efecto, unas lágrimas sincéras, y largos sentimientos por el que ya no exîste.

LXXXIII.

El lugar mas pequeño, mas estrecho, mas desconocido, aunque no tenga mas de veinte familias, es bastante dichoso si la amistad y la buena fé reynan entre sus habitadores. ¡Imprudente será quien rehuse establecer su residencia en este asilo del amor y la inocencia!

LXXXIV.

Los hombres malos no sueden soportar largo tiempo, ni los rigores de la pobreza, ni las riquezas y los honores. Pero el prudente, sea su fortuna la que quiera, reposa siempre en su sola virtud.

LXXXV.

El hombre de bien es el que solo puede amar á los hombres con seguridad, y aborrecerlos con la misma.

LXXXVI.

Los hombres buscan los honores y las riquezas; pero si lo ordena la razon, el sabio no titubeará para desecharlas. Se huye, y se aborrece la pobreza, la humillacion y el desprecio; pero si el sabio es injustamente pobre, humillado, y despreciado, seguro está que se permita á sí mismo nada que sea vergonzoso para salir de tal estado.

LXXXVII.

Tú quieres pasar por filósofo sin atreverte á cultivar la verdadera sabiduría: ¿con qué derecho te abrogas semejante título?

LXXXIII.

Yo no he visto todavia á nadie que amase la virtud, y tuviese horror al vicio: porque amar la virtud, es tenerla una pasion ardiente, inflamada, exclusiva, é incapaz de preferir la otra cosa alguna; y para aborrecer el vicio, es necesario temer el no ser manchado de él ni un solo instante.

LXXXIX.

El que sigue la virtud por la mañana, puede morir á la noche: no se arrepentirá de haber vivido, y se consolará con morir.

XC.

El letrado que se aplicó á la filosofía, y se avergüenza de llevar un mal vestido, y de comer mal, no merece que hables con él de filosofía.

XCI.

El sabio verdadero no se determina á obrar ú no obrar; y así, la importancia y conveniencia de las cosas, es la que le conduce y guia.

XCII.

La virtud ocupa todo el espíritu del sabio; y el interés todo el del necio.

XCIII.

El filósofo tiene habilidad para discernir aquello que es correlativo á la virtud; y el necio y malo para lo que se acuerda con sus ventajas.

XCIV.

Yo comparo al que descuida los conocimientos mas necesarios, á un hombre que estuviera con la cara apoyada contra la pared, sin poder dar ni un paso, ni ver cosa alguna al rededor de él.

XCV.

¿Qué puede hacerse con un hombre que jamás pregunta el principio y la razon de las cosas?

XCVI.

El sabio es lento en sus discursos, y pronto en sus obras.

XCVII.

¿De qué sirve la grande facilidad de hablar? Agobiar á los otros con la eloqüencia propia, es hacerse enemigos.

XCVIII.

Quando yo oía hablar á los hombres, en los primeros años de mi vida, creía que obraban del mismo modo; pero he conocido despues, que me engañaba. Yo escucho aun; pero exâmino si las acciones corresponden á las palabras.

XCIX.

Un Magistrado que no ha tenido jamás tacha en su conducta, obtiene, aun despues de su muerte, un título honorable. Esto, porque amaba el estúdio, se complacia en instruírse: no despreciaba á los Magistrados inferiores; y en fin, porque no desdeñaba el consultar con las gentes del pueblo. Tanta modestia le adquirió unos honores, que aun le acompañan en el sepulcro.

C.

Con los amigos antiguos es menester tener los mismos miramientos que con una amistad que empieza.

CI.

Reflexîonad desde luego lo que intentais emprehender, pesad maduramente las cosas, y exâminarlas mas de una vez. Despues de esto, no os detengais ya. ¿Por qué habeis de perder el tiempo en deliberar, quando se trata de executar? Vos vais á pecar, por un exceso de prudencia, contra la prudencia misma.

CII.

En los malos aborreced el crimen. Pero si vuelven á la virtud, recibidlos en vuestro seno como si jamás hubieran tenido defectos.

CIII.

¿Hay candór en pretender abrogarse el reconocimiento del bien que otros han hecho? Un hombre pide prestado á un amigo un poco de vinagre: este amigo no le tiene; pero en lugar de confesarlo ingenuamente, corre á pedirselo al vecino, y se lo da. ¿Es éste por ventura un hombre recto y sincéro?

CIV.

Avergonzaos de aquellas palabras estudiadas con las quales se encanta el oído, de aquel sonreír gracioso y engañador, con el qual se lisonjea al que se quiere engañar, de aquellas civilidades excesivas con las quales se intenta captar la benevolencia; porque este es el arte de los hombres ligeros y pérfidos, que dicen todo lo que quieren, y nada dicen de verdadero.

CV.

La sociedad no exîge mas, que candor y buena fé: es cosa vergonzosa el acariciar á los que se desprecian y aborrecen.

CVI.

Que los ancianos tengan reposo: que se cuiden con respeto sus últimos años: que la cordialidad reyne entre los amigos é iguales: que se trate con dulzura y condescendencia la tierna juventud, que no ha adquirido aun todas sus fuerzas: este es el voto del género humano, y tambien el mio.

CVII.

¡O vergüenza de este siglo! ¿En dónde hallarémos un hombre que sea censor severo de sí mismo, testigo, acusador y juez: que reconozca su culpa: se llame á sí mismo al tribunal de su conciencia: se confiese culpable, y se castigue?

CVIII.

El hombre justo y prudente da al necesitado, y nada añade á la fortuna del rico.

CIX.

No rehuses las liberalidades del Príncipe. Si son inútiles á tu familia, recibelas, y distribuyelas á los desgraciados.

CX.

La sabiduría y la providad del padre, no pueden cubrir la imprudencia y la maldad del hijo. La locura y la mala conducta del padre, no pueden obscurecer justamente las virtudes del hijo, ni alejarle de los honores.

CXI.

¡Qué sabio es mi discípulo Hoei! Un poco de arróz cocido es su alimento: una taza de agua apaga su sed; y un rincon de la plaza es su posada. Hombre vulgar: su vida te parece miserable; pero ella no le hace perder nada de su buen humor.

CXII.

Aquel á quien las fuerzas le faltan, se pára en medio del camino; pero es menester no considerarse floxamente en el término antes de empezar á andar.

CXIII.

Quando se quiere penetrar en una casa, se entra en ella por la puerta. ¿Por qué no hacemos lo mismo en quanto emprehendemos? ¿Por qué no observamos las conveniencias, y no seguimos por el verdadero camino, al término que nos hemos propuesto?

CXIV.

El natural abandonado á él mismo, y que no ha recibido nada del arte, tiene alguna cosa de bruto y de rústico: el arte demasiado recargado, y que sobresale al natural, le presta algo de afectacion. Pero si el adorno y la cultura exterior se unen con una sábia economía al candor de la naturaleza; si, sin exceso, sin defecto, ellos se equilibran con una agradable variedad, de aquí resulta la perfeccion del hombre lucido. Así como se ve que la hermosura en el cuerpo no es otra cosa que la bella y justa proporcion de las formas unida á la amable viveza del colorido.

CXV.

Los que conocen la virtud, y saben quanto merece ser amada, no son comparables á los que la aman, la buscan y siguen. Pero estos amantes de la virtud, no igualan todavía á los que ya gozan de este objeto, tan justamente amado.

CXVI.

¿Podremos nosotros llamar quadrada á una figura que no esté acabada por quatro ángulos iguales? Así del mismo modo, el Rey que no tendrá las qualidades de un Rey, el hombre que no tendrá las qualidades de un hombre, ¿merecerán, el uno el nombre de Rey, y el otro el nombre de hombre?

CXVII.

Entre aquellos que son llamados á los grandes empleos, ¡quán pocos son capaces de ocuparse sin dilacion, sin negligencia, y sin frialdad del cuidado del Estado: de despojarse sin queja y sin pesadumbre de sus dignidades, y de volver con alegría á su casa, para entrar de nuevo en las obscuras funciones de la vida privada!

CXVIII.

Yo me alimento de manjares los mas comunes: mi codo doblado sobre mi cabeza me sirve de almohada quando el sueño me rinde; y puedo asegurar, que en esta vida tan dura, el filósofo sabe hallar placeres, porque la virtud tiene sus delicias en medio de los sufrimientos.

CXIX.

Hay tres cosas de las quales hablo rara vez, y siempre en pocas palabras: de los negocios públicos: de los prodigios; y de los espíritus celestes, cuya naturaleza y atributos, son de tal modo superiores á nuestra inteligencia, que somos incapaces de hablar de ellos dignamente.

CXX.

Aunque dos hombres solamente estén conmigo, yo sabré muy bien encontrar entre ellos un maestro, y puede ser que los dos me den lecciones. Si el uno es bueno y el otro malo, seguiré las virtudes del primero: observaré callando los vicios del segundo, si me hallo infestado de alguno de ellos, me corregiré.

CXXI.

Tres cosas debe reverenciar el sabio; las leyes de la naturaleza, los grandes hombres, y las palabras de las gentes honradas.

CXXII.

Si, privado de luces, y vacío de virtudes, se quiere afectar ciencia y sabiduría: si en una fortuna mediana se quiere desplegar magnificencia: se engañará algun tiempo; pero será necesario mucho trabajo para sostener la impostura, y el fraude no tardará en manifestarse.

CXXIII.

¿Está lejos de nosotros la virtud? Si la busco, ella misma viene á mí. No hay que buscarla fuera; ella nace con nosotros.

CXXIV.

El hombre honrado está siempre pacífico, igual y tranquilo; pero el malo vive siempre en la turbacion é inquietud; y dolores secretos devoran su corazon.

CXXV.

Si el Magistrado cumple hácia sus padres con las obligaciones que la naturaleza le impone; los subditos, á su exemplo, se disputarán entre sí la preferencia en la observancia de la virtud. Si acoge á los hombres, cuya edad y mérito hacen respetables; el pueblo respetará á los sabios, y á los ancianos.

CXXVI.

Sabio Magistrado, prefiere las funciones de conciliador á las de juez. Yo puedo, como otro, oír, y juzgar á los litigantes; esto no es dificil. Pero acordar á los hombres entre ellos, y evitar los procesos y rencores; ve ahí lo que es dificil y glorioso.

CXXVII.

El páxaro, próxîmo á morir, no tiene sino una voz lúgubre y lamentable; pero en la hora de la muerte es en donde hace oír el hombre la voz de la verdad.

CXXVIII.

Encomendad al pueblo la observancia de las leyes, y no el estudio de las ciencias.

CXXIX.

El hombre confiado y robusto que aborrece la pobreza, turbará facilmente la tranquilidad pública.

CXXX.

El malo es digno de aborrecimiento; y si conoce que es aborrecido, es aun mas temible.

CXXXI.

Teneis grandes qualidades, y talentos raros; pero buscais el alucinarnos con vuestro fausto, é insultarnos con vuestro orgullo: teneis envidia de la gloria de los otros, y todo vuestro mérito no es digno de que un solo instante fixemos en él nuestra atencion y nuestras miradas.

CXXXII.

Si la virtud reyna en el Imperio: si las leyes se observan en él, el sabio se descubre y manifiesta; pero si ve la virtud despreciada y desconocida, se esconde en su retiro.

CXXXIII.

Quando la virtud es respetada, quando las leyes estan en su vigor, es vergonzoso adormecerse en el reposo de la vida privada, y huir de los honores y de la fortuna; quando huye la virtud, y las leyes callan, es un oprobrio el conformarse con los tiempos, y buscar grandezas y riquezas.

CXXXIV.

¿Qué ha de hacerse con aquel que ama la gloria, que se ama á sí mismo, y que no tiene rectitud? de aquel que sin inteligencia, es ligero y emprendedor? y de aquel que aproposito para los negocios, no conoce la sinceridad?

CXXXV.

Aprended como si aun supierais poco, y temed el perder lo que habeis aprendido.

CXXXVI.

¿Qué puede reprehenderse al Emperador Yu? Económico, sobrio y frugal en sus comidas, pero al mismo tiempo liberal y magnífico, vivia en su particular estrechamente, y hacía vivir al pobre. Simple y modesto en sus vestidos ordinarios, desplegaba una pompa magestuosa, quando en las ceremonias sagradas se revestia de las ropas Sacerdotales. Su Palacio era humilde, y sin fausto; pero no economizaba los tesoros ni los trabajos en la útil construccion de Canales, de Algibes y Aqüeductos.

CXXXVII.

En otro tiempo llevaban sombreros texidos del mas fino cañamo; hoy los gastan de seda. Yo abandono voluntariamente, en cosas indiferentes, la respetable antigüedad, y me conformo al uso.

CXXXVIII.

Nacido en una condicion obscura, y criado en la humillacion, he tenido por maestro á la desgracia, y ésta me ha enseñado mucho.

CXXXIX.

Á nadie he visto tan lisongeado de la belleza de la virtud, como de las gracias y elegancia de un hermoso cuerpo.

CXL.

La constancia puede adelantar lentamente; pero ella no interrumpe jamás la obra que ha comenzado, y al fin produce grandes cosas. Llevad cada dia una espuerta de tierra, y al fin haréis una montaña.

CXLI.

Freqüentemente se ve nacer de la tierra una yerba tierna que jamás dará flores; y tambien se ve frequentemente brillar flores que jamás darán fruto.

CXLII.

Los niños y los jóvenes merecen una cierta especie de veneracion de muestra parte: ¿sabemos, por ventura, lo que serán despues, y si valdrán algun dia mas que nosotros? Pero el hombre de quarenta á cinqüenta años que nada ha hecho aun por la gloria, no merece, sea quien fuere, la veneracion de nadie. Su suerte se decidió.

CXLIII.

Todo hombre puede escuchar si no con alegria, á lo menos con tranquilidad, reprehensiones un poco severas; pero el gran punto está en sacar provecho de ellas, y corregirse. Todo hombre recibe con placer los consejos apropósito, y dados con dulzura; pero es necesario todavía conservarlos en la memoria, pesar su importancia, y seguirlos.

CXLIV.

Complacerse en recibir consejos, y descuidarlos, es no alimentarse de manjares cuyo sabor se quiere.

CXLV.

¿Cómo he de portarme con el hombre que respetuosamente escucha mis exhortaciones, y no arregla á ellas su conducta? Yo lo abondono; porque yo no haría con él mas que perder mi tiempo, y hacerle á él perder el suyo.

CXLVI.

Bien pueden sorprehender, y hacer prisionero á un General valientemente defendido por un exército entero; pero no se puede quitar al mas débil de los hombres su opinion.

CXLVII.

Estar vestido con una ropa grosera y hecha pedazos, y no avergonzarse de ello delante del amigo cubierto de las estofas mas ricas, es un valor bien raro.

CXLVIII.

¿Para qué no será apropósito aquel que no conoce ni la envidia ni la codicia?

CXLIX.

En la mala estacion es quando se conoce que los Pinos y los Cipreses no pierden sus hojas.

CL.

¡Cómo el páxaro silvestre y bravo que veo sobre la cumbre de la montaña, conoce bien el momento de levantar el vuelo, y el en que debe reposar! Es que él no tiene otro maestro que la naturaleza.

CLI.

Los que nacen con un corazon honrado, pueden no arrastrarse trabajosamente por los pasos de los hombres virtuosos, y contentarse con sus nativas riquezas; pero las disposiciones naturales no irán á parar solas al santuario de la sabiduría.

CLII.

Si oís á un hombre discurrir y disertar acerca de la virtud: si apoya sus discursos con razonamientos los mas sólidos: si sus oyentes encantados creen que este hombre es como lo indican sus discursos; no os apresureis todavía en pronunciar que este hombre nutre en su corazon una sólida virtud.

CLIII.

El que posee la virtud hablará siempre bien de ella para recomendarla á los otros; pero aquel que habla bien de la virtud, no la posee siempre.

CLIV.

El que quiera vencerse á sí mismo, no mire nada que sea contrario á la razon, no escuche cosa alguna que choque con ella, no pronuncie palabra que la lastíme, y no se entregue á movimiento alguno del cuerpo, que la ofenda.

CLV.

El obrar bien es dificil: ¿y será facil hablar bien de priesa, y sin reflexîon?

CLVI.

Para que un Imperio florezca es necesario que los viveres se hallen en él con abundancia; que las tropas sean numerosas para defenderlo, y que la fidelidad de los subditos corresponda á los beneficios del Monarca.

¿Pero se hace preciso absolutamente el renunciar á una de estas ventajas? Yo doy su licencia á los Soldados. La fidelidad sabrá armar bien á los vasallos en favor de su Príncipe; y la concordia que los une, y el amor que los ata entre sí, sabrán hacerlos invencibles.

CLVII.

El sabio perfecciona, ó mas bien, cria las virtudes de los otros. Él sostiene la debilidad, aníma la timidez, modera á aquellos que se arrebatan en su carrera, y apresura á los que marchan con demasiada lentitud. Príncipes, escoged sabios Ministros.

CLVIII.

Magistrado, ¡tú te quejas del latrocinio del pueblo! Sé tú mismo enemigo de la codicia; quando tú excites al pueblo á la rapiña por la esperanza de las recompensas, verás como éste rehusa entregarse á ella.

La sola codicia conduce el pueblo al crimen; pero aquella no se excita en él sino por la avaricia de los xefes. Que sean estos incorruptibles, y entonces bastará la vergüenza para contener á los subditos.

CLIX.

Hacer hablar de sí á la fama, es ser célebre; pero no ilustre. El hombre sólido, recto y sincéro, que mide sus discursos y los de los otros, que ama sus deberes, y jamás se aparta de la equidad, que observa el rostro y los ojos de aquellos que le hablan, y no adopta sus pareceres sin reflexîon; éste es el hombre que yo llamo ilustre si está á la cabeza de los negocios, y á quien llamo todavia ilustre, si se encierra en los simples deberes de su familia.

CLX.

Acumulad siempre en vos nuevas virtudes, no os contenteis nunca con las que ya habeis adquirido, y en esta trabajosa pesquisa, no penseis en las ventajas que podais sacar de ella.

CLXI.

Declararse una guerra obstinada, combatir los defectos propios noche y dia, no olvidarse uno á sí mismo por buscar ociosa y temerariamente las faltas de los otros; ved ahí lo que yo llamo vivir consigo mismo, y corregirse.

CLXII.

Amar los hombres, encerrarlos todos, en cierto modo, en su pecho, es la verdadera piedad; y conocerlos, la verdadera prudencia.

CLXIII.

Pero si es necesario amar á todos los hombres, me preguntarán, ¿qué sirve conocerlos, y distinguir los buenos de los malos? Amad á todos los hombres, ó Vos que los mandais; pero no eleveis sino los buenos á los honores, y acoged á ellos solos; no hagais caso de los malos, y presto los veréis virtuosos.

CLXIV.

El sabio se hace amigos por su sabiduría. Estos amigos le ayudan á su vez á hacerle mas facil el camino de la perfeccion.

CLXV.

Advertid con dulzura á vuestro amigo que se extravía, volvedle á entrar en el camino honesto que ha perdido, y del que se ha apartado. Pero si vuestros cuidados son inútiles, y él se obstina en querer perderse, abandonadle, y no os hagais ridículo por vuestra vana importunidad.

CLXVI.

Perdonad, ó mas bien disimulad, las pequeñas faltas: elevad á los honores públicos, y á los grandes empleos á los hombres de una sabiduría experimentada. ¿No conoceis sino uno solo de esta clase? elevad á éste; bien presto os hará conocer otros.

CLXVII.

Si un hombre se ha deshecho por estudios obstinados, y sin embargo de ello no es apropósito para los negocios, no ha hecho otra cosa que consumirse en un trabajo superfluo é infructuoso.

CLXVIII.

Los antiguos dixeron: que un Príncipe virtuoso gobierna por sí mismo: que sus succesores le imiten, y podrán en menos de un siglo atraer los malos á la virtud, suavizar los hombres crueles, contener los subditos con el amor, y hacer el rigor inútil. ¡Quan sensata es esta máxîma de los antiguos!

CLXIX.

¿A un Soberano que él mismo cultive la virtud, le costará trabajo el escoger Magistrados virtuosos? Pero si abandona la virtud, ¿cómo podrá hacer que los demás la practiquen?

CLXX.

Un Príncipe bien persuadido de lo dificil que es el reynar, no se dormirá sobre el Trono, y aplicará todos sus cuidados para merecer y conservar el amor de sus vasallos. En estas pocas palabras está encerrada la obligacion de un Rey.

CLXXI.

Yo no deseo reynar, dice el proverbio; pero si yo fuera Rey, quisiera que se observáran las leyes. Este proverbio está lleno de juicio. Si las leyes son buenas, si concuerdan con la equidad, y nadie osa el infringirlas, ¿no será dichosa la nacion? Pero si son viciosas, si repugnan á la razon y á la justicia, si son contrarias á las ventajas de los vasallos, y nadie se opone á ello, porque nadie osa instruir al Soberano; veréis al Estado inclinarse hácia su ruina. No oponerse al mal, es la pérdida de los Imperios; y no oponerse al bien, su apoyo.

CLXXIL.

Gobernad de manera que los que están junto á vos vivan felices, y que los que están lejos vengan á someterse á vuestras leyes.

CLXXIII.

Evita dos cosas si quieres gobernar bien: estas son: que no te apresures imprudentemente, y que no prestes demasiada atencion á ventajas de poca importancia. En apresurándote demasiado verás mal los inconvenientes, que solo el tiempo hace conocer; y en inclinándote á pequeñas ventajas, no podrás ya prestar atencion á las cosas grandes.

CLXXIV.

Yo coloco en las primeras clases de la sociedad á los hombres que en los grandes empleos, correspondiendo á la esperanza de la nacion, y á la confianza del Soberano, se horrorizan hasta de la apariencia, de la baxeza y de la iniquidad.

Pongo en segundo lugar á aquellos que merecen la estimacion de sus allegados y de sus iguales.

Y doy al fin el tercer lugar á aquellos hombres de bien, que contentos en su obscuridad, se entregan unicamente á las ocupaciones que les son propias, y aplican todos sus cuidados para desempeñarse bien. Su entendimiento es limitado, ya lo veo: sus disposiciones ordinarias, consiento en ello; pero no ofenden á nadie, y entregados enteramente á lo que les conviene, no son indignos de elogios.

CLXXV.

No te apresures en aprobar al hombre amado del pueblo, ni condenes al aborrecido de él: yo miraré siempre como un sabio al que es amado de los buenos, y aborrecido de los malos.

CLXXVI.

Al sabio le es facil servir bien, y le es menos facil agradar. Él se muestra despegado, y condena abiertamente los placeres que no concuerdan con la razon y la honestidad. El hombre sin mérito sirve mal, pero sabe agradar.

CLXXVII.

El sabio goza la paz mas profunda; pero no conoce los vanos placeres del orgullo. El insensato se aplaude á sí mismo; pero no conoce la paz del alma, porque no conoce la virtud.

CLXXVIII.

Si las leyes están en vigor báxo la autoridad de un Príncipe justo, habla con confianza y valor, y obra con valor y confianza. Si las leyes son desmayadas, y desconocida la autoridad del Príncipe, obra con la misma confianza y el mismo valor; pero sé mas contenido en tus discursos, porque de lo contrario exâsperarías el mal en vez de remediarlo.

CLXXIX.

El que posee la verdadera integridad, no puede carecer de fortaleza de ánimo; pero puede tenerse ésta, y no tener integridad.

CLXXX.

El sabio puede faltar alguna vez á las leyes de la perfecta virtud; pero ellas son superiores á las fuerzas del malo.

CLXXXI.

No engañes al Príncipe; atrevete á desengañarlo quando él mismo se engaña.

CLXXXII.

¿El que ama, puede disimular faltas graves al objeto amado? ¿Y el Ministro fiel puede dexar de advertir á su amo sus deberes?

CLXXXIII.

Quando el Príncipe olvida sus obligaciones, el Estado puede sobstenerse todavia, si el Ministro es capaz y virtuoso.

CLXXXIV.

Se halla freqüentemente unida á la mas brillante riqueza de palabras, una grande pobreza de acciones.

CLXXXV.

Los antiguos estudiaban para ellos mismos: cultivaban las ciencias para adquirir la sabiduría; pero hoy se estudia para brillar á los ojos de los otros, y merecer honores, riquezas, y vanos aplausos.

CLXXXVI.

El sabio se avergüenza de sus palabras, quando exceden á sus acciones.

CLXXXVII.

Yo no tengo tiempo suficiente para las cosas que me interesan; ¿y tendré el suficiente para escudriñar la vida de los otros?

CLXXXVIII.

Me echan en cara que voy de reyno en reyno, que predico por todas partes mi doctrina, que busco y canto los aplausos de la multitud, y mendigo, puede ser, las dignidades. No, yo no hago comercio de palabras vanas; pero condeno, y detesto al que no amando otra cosa que á sí mismo, se oculta en las calamidades públicas, y ni aun se atreve á pensar en hacer revivir las leyes, reanimar las costumbres, y sacar á los hombres de la depravacion.

CLXXXIX.

Es propio de una alma grande el rechazar las injurias con los beneficios.

CXC.

Puede encontrarse un hombre que merezca el que le dirijais la palabra, y que se hallará perdido si no le hablais. Hay gentes que no merecen que las hableis, y si conversais con ellas, vuestras palabras son perdídas. El hombre prudente tiene buen cuidado de no perder á un hombre, y sabe no perder sus discursos.

CXCI.

El hombre de un alma grande, y solidamente virtuoso no intenta vivir con detrimento de su virtud: él prodiga hasta su vida por poner el último sello á su virtud.

CXCII.

El que no medita las cosas de lejos, hallará bien cerca de sí el dolor.

CXCIII.

El filósofo se aflige de su insuficiencia, y no de su obscuridad. Se aflige de acabar su vida, y de no haber hecho aun nada que merezca ser aplaudido.

CXCIV.

El sabio se pregunta á sí mismo la causa de sus defectos: el insensato lo pregunta á los otros.

CXCV.

El filósofo observa la gravedad; pero ni es duro, ni intratable: ama la sociedad; pero no se dexa arrastrar del torbellino.

CXCVI.

El sabio no realza á un hombre sobre la fe de sus palabras; pero no descuida las palabras de quien quiera que sea.

CXCVII.

Las palabras artificiosas turban la virtud: y la mas pequeña impaciencia turba las mas grandes deliberaciones.

CXCVIII.

La verdadera falta, es cometer faltas, y no corregirse.

CXCIX.

Aunque yo pase los dias enteros sin comer, y las noches enteras sin dormir por entregarme á la meditacion, no produciré quasi fruto alguno. ¿No vale mas, en vez de estudiar continuamente, poner en execucion lo que se ha aprendido?

CC.

Observa á un grande en las cosas pequeñas; y aun no podrás saber lo que hará en las grandes. Observa en las cosas pequeñas á un hombre ordinario, y verás que de nada grande es capaz.

CCI.

No cedas, ni á tu maestro, en el exercicio y práctica de la virtud.

CCII.

Hay amigos útiles: tambien los hay que son bien perniciosos. En el amigo recto y sincéro, en el amigo fiel, y en el que escucha con gusto y buena voluntad, se hallan grandes recursos; pero nada hay mas peligroso que el amigo que engaña con un exterior compuesto, el amigo cobarde y adulador, y el amigo hablador.

CCIII.

Tres alegrias son útiles, y tres perniciosas. Es útil alegrarse de la práctica de los deberes propios, de la relacion de las acciones buenas, y de la amistad de un gran número de sabios. Y es pernicioso alegrarse del orgullo, de la vanidad, de la vida ociosa y licenciosa, y de los festines y deleytes.

CCIV.

El sabio es constante, y no porfiado y tenaz.

CCV.

Un hombre tenaz está cerca del precipicio, y no lo advierte, porque todos saben que recibe con impaciencia las advertencias. Cae, y nadie le contiene, porque se sabe que él mismo ha querido caer.

CCVI.

Un tigre se escapa de su encierro, y causa grandes desastres: ¿á quién acusaréis? ¿No será al que debia guardarle?

CCCVII.

Un Soberano sabio no se aflige de tener pocos vasallos: se aflige si la justicia no se distribuye bien á todos. No se aflige de la pobreza de sus Estados; pero se aflige si no ve reynar en ellos la concordia y la paz. Suprimid los gastos inútiles, el luxo inmoderado: dad á cada uno lo que prescribe la justicia; y entonces, si las riquezas no están bien divididas, á lo menos no se verá miseria.

CCVIII.

En los Imperios en donde las leyes están en vigor, los Ministros no exercen un poder absoluto. El Monarca mismo no lo disfruta tampoco supuesto que él se somete á las leyes.

CCIX.

Si las leyes son justas, y religiosamente observadas, el pueblo no pensará ni aun en mezclarse en los negocios públicos; porque los subditos se someten por sí mismos al gobierno, quando ven que está fundado sobre la razon.

CCX.

Cortesano, tú puedes caer en tres faltas diferentes: si el Soberano habla sin dirigirte la palabra, y tú le respondes, es precipitacion: si él te dirige la palabra, y tú no le respondes, es necia taciturnidad: si tú le hablas sin mirarle al semblante, es una ciega imprudencia.

CCXI.

No sabe uno cómo portarse con las mugercillas y muchachuelos: jamás podrás contentarlos. Si eres indulgente con ellos, se familiarizan y propasan. Si conservas un cierto ayre de autoridad, se quejan, y dicen, que eres altanero, imperioso é inhumano.

CCXII.

Contempla lo que tienen de bueno los otros, como si tú no hubieras llegado todavia á aquel punto; y contempla lo malo que hay en los demás, como si tocáras con el dedo el aceyte hirviendo.

CCXIII.

Prepárate en la vida privada para las dignidades públicas; y en llegando á ellas, pon en práctica lo que hayas bien meditado antes.

CCXIV.

Nueve cosas es necesario observar para seguir la sabiduría:

1.º Considera báxo todos los aspectos, y observa y busca el conocer bien lo que se ofrece á tu vista.

2.º Penetra bien el sentido de lo que oyes.

3.º Conserva un rostro sereno y tranquilo, y nada te conciliará mas poderosamente los corazones y voluntades.

4.º Manifiesta en tu modo justos miramientos á aquellos con quienes te halles.

5.º Quando obres aplica todos tus cuidados á lo que haces.

6.º Quando hables sé sincéro y verdadero, y que tu lengua sea el intérprete fiel de tu corazon.

7.º En las coyunturas embarazosas exâmina bien con quien consultas.

8.º En la cólera representate fuertemente las conseqüencias funestas de la venganza.

9.º En los medios de enriquecerte, piensa siempre en la justicia.

CCXV.

El amigo de la justicia debe guardarse de tres cosas: del amor en la juventud, quando la sangre y los espíritus tienen toda su fuerza é impetuosidad: de querellas en la edad madura, quando el cuerpo ha recibido todas sus fuerzas; y de la codicia en la vejez, quando las fuerzas se enervan, y los espíritus están lánguidos.

CCXVI.

Quando el hombre de bien ve un hombre virtuoso, procura él conformarse á este modélo; y tambien sabe aprovecharse del expectáculo del malo, exâminando si acaso tiene con él alguna semejanza.

CCXVII.

Aquellas gentes que tienen la exterioridad de virtud, sin llevarla en sus corazones, se parecen á aquellos malhechores que roban de noche, y parecen de dia hombres honrados.

CCXVIII.

Hay ciertos temperamentos que guardar hasta con la virtud. El que quiere amar á todos los hombres, y que no conoce los límites que es menester poner á este amor, se dexará llevar á una ciega impetuosidad de beneficencia, y derramará beneficios sin discernimiento y sin medida. El que se pica de prudente, y descuida el consultarse, fluctuará en una eterna incertidumbre. El amigo de la buena fé, y de la sinceridad que no querrá circunscribir esta virtud en justos límites, y que no tendrá miramientos por las circunstancias, ofenderá sin necesidad, y se perjudicará á menudo á sí mismo y á los otros.

Con el candór y el aborrecimiento mas disimulados, se puede, no estando ilustrado, arrojar, por su propia simpleza, ó por artificios extraños, en mil embarazos de los quales saldrá bien dificilmente. El valor ciego conduce á la insolencia, al embrollo y á la rebelion. La entereza, si no se modera sabiamente, degenera en una loca obstinacion.

CCXIX.

El Príncipe King-kung tenia mil tiros de á quatro caballos: murió, y el pueblo no ha hallado en él ni una sola virtud.

CCXX.

Escuchar corriendo los preceptos de la virtud, hablar á su vez de ellos corriendo, recibirlos por los oidos, y echarlos por la boca, cuidar poco de aplicarselos, ó penetrar á los otros; es hacer ver el mas culpable desprecio de la virtud.

CCXXI.

La justicia y el valor merecen el primer lugar.

CCXXII.

¿Hombres despreciables y viles podrán, aun con talentos, servir al Príncipe y á la Patria? No, sin duda. Mientras no son elevados á los empleos, solo piensan en obtenerlos; y quando los tienen solo tratan de no perderlos. Nada hay de que no sean capaces para conseguirlos, ó para conservarlos: y así ni temerán la vergüenza, ni el crimen.

CCXXIII.

El sabio quiere exîgir la estimacion de todos los hombres; y sin embargo no es inaccesible al aborrecimiento. Él aborrece á aquellos que divulgan los defectos de los otros. Aborrece á los hombres viles, que en su baxeza se atreven á juzgar descaradamente á los xefes de la nacion, condenarlos, y murmurar de ellos. Aborrece á aquellos valentones que fieros con su valor no conocen freno. Aborrece aquella especie de hombres que se complacen neciamente á sí mismos, aferrados á su propia opinion, obstinados, tercos, y que jamás consultan á la razon.

CXXIV.

Un padre es para sus hijos lo que el Cielo mismo para las cosas criadas.

CCXXV.

La perfeccion del amor filial estriva en seguir la virtud para no hacer avergonzar á su padre, y hacer famoso su nombre para que brillen y sobresalgan en aquel algunos rayos de su propia gloria.

CCXXVI.

Yo aborrezco la boca peligrosamente eloqüente, y habil en el arte de fingir y adular. Ella mancha los palacios de los Reyes, y pervierte las mas ilustres familias.

CCXXVII.

Sean tus discursos inteligibles, y esto te baste.

CCXXVIII.

¿Cómo habla el Cielo? ¿qué voz toma para instruirnos? Las Estaciones acaban su curso; todo nace, todo se renueva. Por este eloqüente silencio ellas nos anuncian este principio secreto por el qual todo se muda.

CCXXIX.

¿Estás solo? observa modestia: ¿freqüentas los hombres? conserva bien el candor.

CCXXX.

Si se ofrece á tu vista alguna cosa indecente, no la mires: si hiere tus oidos, no la escuches: si te se viene á la boca, no la digas.

FIN DEL TOMO PRIMERO.