Vida y pensamientos morales de Confucio/1



DE LA FILOSOFÍA DE LOS CHINOS.



Todos los pueblos conocidos de la tierra, separados los unos de los otros por montañas inaccesibles, por la profundidad de los rios, por el abismo de las mares; mas divididos aun por las opiniones, por el culto religioso, por la industria, por las costumbres; pero reunidos por una comun ceguedad, parece hallarse convenidos entre ellos, en conceder el mas alto grado de gloria á los que les han hecho padecer el mayor número de males. Cenizas, ruinas, huesos descarnados, y una soledad horrible, testifican á la posteridad los altos hechos de los conquistadores, y les aseguran los elogios y la veneracion de los hijos á cuyos padres degollaron.

En este universal delirio, los Chinos solamente conservando ideas justas, y el amor de su bien estar, han preferido siempre los hombres que los ilustran, á los que los destruyen. El nombre de Fo-hí es tal vez menos harmonioso que los de Hermes y Orfeo; pero tambien es respetable. Este sabio Emperador, que reynaba, á lo menos, dos mil y quinientos años antes de nuestra era vulgar, supo preferir á toda otra especie de imperio, el de la razon, y se hizo el Preceptor de sus pueblos, que aun en el dia le llaman el Padre de la Ciencia.

Pero el arte de escribir aun no se habia inventado; y así ciertos nudos servian á los mercaderes para llevar cuenta de los pormenores de su comercio. Pero ¿cómo explicar la Filosofia con los nudos? El medio que Fo-hí empleó para asegurar á sus principios alguna duracion, no era menos insuficiente que aquel: trazó lineas, de las quales dió sin duda la correspondiente explicacion, pero ésta fué olvidada bien presto.

De este modo los conocimientos apenas trazados por Fo-hí, y que quiso transmitir á sus pueblos, habrian tenido una corta influencia sobre su prosperidad, si no se hubieran elevado de tiempo en tiempo Principes dignos de ocupar el trono de este grande hombre.

Entre estos Soberanos conserva la posteridad sobre todo con reconocimiento la memoria de Yao, de Chun y de Yu. Es necesario, quando se recorren las historias, acostumbrarse á respetar unos nombres que ofenden al oído.

El primero de estos Emperadores reynaba dos mil trescientos cincuenta y siete años antes de la era vulgar. Como amigo de la humanidad hizo consistir su grandeza en el exercicio de las virtudes. Como enemigo del orgullo de los Palacios, del luxo en los vestidos, de las delicias y regalos de la mesa, habitaba una humilde casa, vivia como un particular, y vestia como ellos. ¿Necesitaba, por ventura, el Príncipe del fausto imperial, quando el hombre era tan distinguido del resto de la nacion por los respetos que merecia?

Él arregló el Calendario: estableció siete Tribunales, que subsisten todavía; y sábio, como lo era, creyó ser obligacion suya el enseñar la sabiduría á sus pueblos. Pero lo que hizo mas distinguido sobre todo su reynado, fué la eleccion de succesor. Tenia hijos, pero destituídos de talentos y virtudes; mas, nacidos de un Soberano, creían no necesitar mas para gobernar los pueblos.

El Príncipe amaba á sus vasallos: habia procurado su felicidad, y por lo mismo quería que ésta fuese durable. Oyó hablar de un jóven labrador, distinguido por la pureza de sus costumbres, por la solidéz de su entendimiento, y por el talento que poseía para conciliar y suavizar los humores agrestes y brutales de sus hermanos, y arrancándole de la carreta, le confia algunas partes de la administracion, estudia sus talentos y sus gustos, y lo eleva á empleos mas importantes, y al fin lo señala y nombra por succesor suyo.

Este labrador coronado fué Chun; y la veneracion que tienen á su memoria, se ve resaltar aun hoy dia en la profesion de la agricultura. Él correspondió con sus virtudes á las esperanzas de Yao, y así como él, cultivó y enseñó la sabiduría. Tan desgraciado en sus hijos como Yao, retiró de los trabajos del campo á Yu para hacerle su sócio en el Trono: ¡Yu, que por sus beneficios, y no por sus conquistas, lágrimas y sangre de las naciones, mereció el sobrenombre de Grande!

Yao y Chun tienen el primer lugar entre los antiguos sabios. Confucio, cuya memoria y escritos son tan religiosamente respetados, anunció que él nada decia de suyo, y que lo que hacía era renovar solo la doctrina de aquellos Príncipes, y se gloriaba de ser unicamente el Rey de armas de la antigüedad.

El grande espectáculo de las rovoluciones del sistema celeste ocupó de una justa admiracion á los sabios de la China. Parece que las comparaban, así como Pitágoras á la harmonía musical; y quisieron establecer sobre la tierra esta concordia de los cuerpos celestes, de los quales hicieron el modelo de su moral, y de su política interior.

Estas dos ciencias, á las quales unieron la de la historia, fueron siempre el principal objeto de sus estudios. Ellos no tenian idea alguna de aquellas sutilezas metafísicas que hicieron perder á los Griegos un tiempo precioso, y cuyas fantásticas bellezas les hicieron tan freqüentemente desconocer las de la verdad.

Admiradores reflexîvos del órden sublime de las cosas criadas, elevaron su inteligencia hasta el Trono del Criador. Daban al Ser Supremo el nombre de Khang-ti, que interpretan Dominador Supremo. Reverenciaban tambien algunas Potestades inferiores, y algunos Seres espirituales ministros de la Divinidad; pero tenian el buen juicio de no intentar el querer conocer, ni definir la naturaleza del Dios que recibia sus homenages. Sus corazones adoraban, y sus entendimientos renunciaban comprehender.

Decian á los Príncipes: Estad bien ciertos de que vuestros vasallos son vuestros hijos; y á los vasallos: Reconoced á vuestro padre en vuestro Monarca: abrazad á vuestros conciudadanos, y á la humanidad con vuestra fraternal ternura. Este era el fundamento de su moral y de su política, y este principio tan simple era para ellos fecundo en conseqüencias útiles. El desenrollo de todo esto se encuentra en sus antiguos libros llamados Clásicos, los quales son mirados en cierto modo como sagrados.

Se dividen en dos clases. La primera está compuesta de cinco libros los mas antiguos, entre los quales se comprende el Y-king, obra ininteligible de Fo-hí, formada de líneas derechas, enteras ó cortadas. Llaman á esta coleccion el U-king.

El segundo que intitulan Su-chu, se compone de quatro obras de Confucio y de sus discípulos. Como esta segunda coleccion no tiene la augusta antigüedad que hace tan venerable al U-king, es colocada en una clase inferior: porque la razon, para obtener el respeto de los hombres, necesita hallarse cubierta del moho de la antigüedad.

Los letrados no pueden elevarse á los grados sin ser exâminados sobre uno de los volúmenes del U-king, que ellos elijan, y sobre los quatro libros del Su-chu. Pero como hay un cierto arte de torcer el sentido de los autores, y hacerles decir lo que jamás pensaron, antes bien todo lo contrario de lo que ellos discurrieron; los letrados Chinos, citando, explicando, aclarando, y desenvolviendo los libros antiguos, que de acuerdo reverencian, insensiblemente se han apartado de la antigua doctrina.

En el siglo décimo de nuestra era se levantó una nueva escuela de filósofos, que comentando siempre los libros de los antiguos sabios, se aparta siempre mucho mas de su felíz sencilléz. En el siglo décimo-quinto se formó otra escuela, á la qual acusan de ateismo. Sería temeridad que nosotros pronunciaramos acerca de los pareceres de estos letrados, cuyos escritos no tenemos: y puede ser tambien que lo fuera, si los tuviesemos.

Hemos visto que en la antigüedad mas remota, los Chinos daban á Dios el nombre de Khang-ti, Dominador Supremo.

Pero los letrados modernos en vez de Khang-ti, dicen que reconocen por primer principio el Tai-kie; el gran término, la razon universal del ser; y este Tai-kie, parece ser, segun ellos, material. Les es necesaria una autoridad, porque la razon ni el error no osan sostenerse ni caminar sin apoyo: y ellos saben encontrarla en un pasage obscuro de Confucio.

Nos hallamos distantes de querer defender aquí á los letrados modernos: ellos son ateistas, puede ser; pero los antiguos no lo eran, porque reverenciaban ciertamente á un Dios en el Khang-ti, é igualmente en el Tien, aunque esta palabra no significa propiamente otra cosa que el Cielo. No juzguemos á aquellos hombres venerables sobre una palabra, sino sobre su conducta, que la explica. ¿Hacian acaso por el Cielo material, ó por el material Tai-kié sus libaciones? ¿Era á un ser sin inteligencia á quien ofrecian sus sacrificios? ¿Era en honor de la nada el macerarse con sus ayunos? Supuesto que está probado que los ayunos, las libaciones, los sacrificios ordenados, aun hoy dia, estaban en uso en la mas remota antigüedad, no lo está menos que los antiguos eran Deicolas.

El materialismo de los letrados, si acaso exîste, ha nacido del abuso de la razon: diversas supersticiones recibidas en la China debieron su origen á la impostura. Tal es la de Lao-kium, que Confucio tuvo el sentimiento de ver elevarse en su patria. Este Lao-kium vivia en tiempo de este filósofo, y tenia mas edad él. Sus discípulos cuentan que su madre estuvo en cinta de él ochenta y un años, y que salió al mundo abriendo á aquella el lado izquierdo, con lo que la quitó la vida. Pero un Matricidio no anunciaba por cierto la venida de un Dios favorable.

Él dexó escritos que se crée haber sido falsificados por sus Sectarios. En ellos se hallan sanas máxîmas de moral: un Sectario que predicaba una moral impura y peligrosa, en vez de hacerse partidarios, excitaba un horror general.

Lao-kium es mirado como el autor de la Mágia. Lo cierto es, quando menos, que sus discípulos sedugeron tambien á varios Monarcas lisonjeandoles las dos grandes debilidades de la naturaleza humana, que son el querer sondar lo impenetrable de lo futuro, y sustraerse de la muerte. El Emperador Vu-ti, entregado mas que otro á su impostura, recibió de sus manos el brevage de la inmortalidad, y no conoció que aun era mortal hasta los últimos instantes de su vida.

La supersticion de Lao-kium nació en el seno mismo de la China: y fueron á buscar bien lejos la de Foë. Segun una tradicion generalmente recibida, Confucio habia repetido con freqüencia, que el verdadero sabio se hallaba en el Occidente. Siempre es un consuelo para el orgullo humano el creér que la sabiduría se halla en alguna parte; pero si por sabiduría se entiende la perfeccion, ésta se negó á la tierra.

Mas de cinco siglos despues de la muerte del Filósofo, y á los sesenta y cinco años de nuestra era, el Emperador Ming-ti, movido vivamente de la idea del sabio occidental, le veía á su parecer durante el sueño, y creía que estos sueños eran visiones enviadas del mismo Cielo. Hizo partir á dos de sus principales mandarines con órden de no volver hasta haber hallado el sabio que Tien le habia hecho conocer.

La comision era embarazosa; pero ellos encontraron en un Canton de la India el ídolo de Foë, se hicieron instruír por sus Sacerdotes, y creyendo haber encontrado lo que buscaban, traxeron á su Señor el pretendido Dios, y su doctrina.

La supersticion de Foë era ya antigua en las Indias. Véase aquí lo que cuentan del nacimiento de este supuesto Dios.

Un Rey Indiano, llamado Id-fang-vang, tuvo de Mo-yé su esposa un hijo nombrado Ché, ó Ché-kias, del qual los Japones han hecho á Chaka. Este hijo es el que debia con el tiempo ser un Dios. Cuentan que nació en el año de 1026, antes de nuestra era.

Su madre vió en sueños un Elefante blanco que se le entró en la boca, y se le colocó en su seno. Este milagroso Elefante pasó por el padre de Foë.

Lao-kium vino al mundo por el lado izquierdo de su madre: el divino Foë lo verificó por el derecho, y como aquel, dió tambien la muerte á la que le dió la vida.

A la edad de diez y siete años casó con tres mugeres, y no tuvo de ellas mas que un hijo. Bien pronto abandonó el hijo y las mugeres, se retiró á una soledad, y se puso báxo la conducta de quatro gimnosophistas ó filósofos.

Hasta entonces Ché-kia, que aun conservaba este nombre, nada tenia de divino; pero contemplando al sol, con exâctitud á los treinta años, fué penetrado de sus rayos, y se hizo Dios. Entonces fué quando tomó el nombre de Foë, y se hizo dar honores divinos. Sus discípulos no faltaban á atribuírle un gran número de milagros; y ligada su religion al antiguo dogma de la metempsicosis, se ha extendido en la mayor parte del Oriente. Este tal Dios no pudo dispensarse de pagar el último tributo á la naturaleza. Y no teniendo ya interés en sostener su impostura, declaró en su muerte á sus discípulos que le rodeaban, que los habia engañado por espacio de quarenta años; que todas las esperanzas de los hombres eran vanas, y que su principio no era otro que la nada.

De este modo se establecieron dos doctrinas de los discípulos de Foë: la una, que era pública, favorecia las supersticiones del pueblo, y lo que nosotros llamamos idolatría; y la otra, secreta, que puede creérse un puro ateismo, es mas bien un Quietismo de una especie muy singular, que tiene por objeto el acercar ó semejar al hombre á una roca insensible. Ha tenido partidarios esta opinion junto, y hasta en el mismo Trono. Los que quedan mas largo tiempo en una perfecta inmobilidad, en una enagenacion total de las funciones del cuerpo y del espíritu, son los que se acercan mas á la perfeccion.

Todo el báxo pueblo de la China está abandonado á las vanas supersticiones de Foë, y la mayor parte de los letrados se atienen mas ó menos á la una ú otra de estas doctrinas.

Pero antes que los sistémas de las nuevas escuelas, y las supersticiones de la idolatría hubieran degradado á los letrados, ha podido creérse por algun tiempo, que las letras ellas mismas iban á destruírse con los libros que sirven de cimiento á la doctrina.

Cerca de dos siglos antes de nuestra era reynó el Emperador Chi-hoang-ti. Este se hizo construír magníficos Palacios: los caminos que freqüentaba ensanchados á costa de la agricultura, fueron ceñidos de Cedros siempre verdes; y las Campiñas, antes cubiertas de ricas cosechas, se convirtieron en deliciosos jardines. Se hizo construír tambien un sepulcro, cuya magnificencia y riquezas sobrepujaban á las de los Templos. Por órden suya se fundieron, é hicieron de bronce las estátuas colosales de doce héroes, y cada una pesaba ciento veinte mil libras. Hizo asímismo construír contra los Tártaros aquella famosa muralla que ya se eleva sobre las montañas, y ya se abate hasta la profundidad de los precipicios. El Labrador agoviado báxo el peso de los impuestos, se vió arrancar de los trabajos campestres, y sometido a las mas duras cargas. En fin, Chi-hoang-tí reunió báxo su dominacion la China entera, haciendo morir á los Príncipes tributarios, y causando tantos males, que se hizo indigno de merecer un lugar entre aquellos Soberanos, que la desgracia de los pueblos ha hecho colocar en el número de los hombres grandes.

Este Monarca tan fiero se entregaba, no obstante, como un niño á las imposturas de los Sectarios de Lao-kium. Envió sus flotas hasta Bengala para que allí buscasen el brevage de la soñada inmortalidad: tan pequeño era este mortal soberbio, que abrumaba á sus vasallos á los ojos del sabio.

Él no debió aborrecer las letras: un sabio fué el encargado de su educacion, y otro tal era su Ministro. Pero los letrados indignados de su tiranía, citaban sin cesar contra él máxîmas y exemplos sacados de los libros clásicos, y parecia que la idea de apoyarse sobre estas autoridades, era la de excitar al pueblo á un levantamiento.

Este Príncipe habia mirado con desprecio la fuerza de un pueblo entero: algunos libros escritos desde varios siglos, y que censuraban indirectamente su conducta, le parecieron temibles, y en conseqüencia los condenó todos al fuego. Los de Confucio fueron buscados con mas severidad y diligencia que los otros; sea que su moral mas austéra ofendiese demasiado á este Príncipe corrompido, ó sea que la autoridad del escritor se los hacía mas odiosos. Los libros que trataban de medicina, de agricultura, de astrología judiciaria, fueron los solos respetados.

Las letras parecian proscritas para siempre; pero el Emperador murió; su hijo fué asesinado despues de un reynado bien corto, y con él se extinguió la dinastía de los Tienes. Los Soberanos de la siguiente dinastía hicieron juntar todos los libros que pudieron recogerse. Se hizo una coleccion de ellos: se recogieron con el mayor cuidado varios fragmentos medio quemados; se registraron los huecos de las paredes y los sepulcros, y se sacaron de ellos los escritos que recelaban, y que los sabios habian ocultado allí con peligro de su vida.

En fin, todos los retazos informes de la antigua literatura se juntaron religiosamente. Quedaron vacios irreparables, faltas que toda la inteligencia de los restauradores no pudo corregir, intercalaciones dificiles de descubrir, y sospechas acerca de los textos conservados, puede ser en toda su pureza. Todos estos escombros, por decirlo así, fueron consagrados por un respeto supersticioso; y se prohibió por una ley, añadir, quitar ó cambiar un solo carácter á los que se habian hallado y contado con el mayor esmero.

Tales son los primeros monumentos de las ciencias de la China. Quando los Misioneros de Europa quisieron tomar conocimiento de ellas, experimentaron dificultades que debieron parecerles insuperables. La lengua de los Chinos, por su forma, no se parece á ninguna de las nuestras. No tiene mas de trescientas palabras, y todas son monosílabos; pero cada uno de ellos puede recibir acentos diferentes, puede pronunciarse mas ó menos lentamente, puede aspirarse con mas ó menos fuerza, y cada una de estas ligeras diferencias en la pronunciacion, le da una significacion nueva.

Por exemplo, un monosílabo que recibe por las variedades de la pronunciacion once significaciones diferentes, cambia todavía de sentidos por la adicion de palabras con las quales puede componerse.

Los nombres no se declinan ni tienen artículos: los verbos no tienen sino la forma del infinitivo; nada designa los tiempos ni las personas. Los Chinos casi carecen de partículas; y en fin, la misma palabra con el mismo acento puede ser verbo, nombre sustántivo, adjetivo ó adverbio. Esto da á la lengua una concision sentenciosa, y la hace al mismo tiempo muy obscura. Sin embargo, estos Chinos que tienen tan pequeño número de palabras, tienen una cantidad innumerable de caractéres. Como carecen de acentos, les son indispensables diferentes caractéres para explicar las significaciones diversas del mismo monosílabo distintamente pronunciado. Tambien los tienen para explicar las palabras compuestas, y los tienen en gran número para expresar frases enteras.

Puede tambien decirse que los caractéres Chinos no pintan ni letras, ni sílabas, ni palabras, sino ideas. Pueden compararse á nuestras cifras, que cada nacion explica con diferentes palabras. La lengua de los Cochin-Chinos, y la de los Japones no se parecen á la de los Chinos; pero los unos y los otros emplean los mismos caractéres, y entienden mutuamente lo que escriben, aunque no se entenderían si se hablasen.

En la China, chicos de seis años se aplican á la lectura, continúan el mismo estúdio toda la vida, y envejecen, y mueren sin haber conocido todos los caractéres de su lengua. Se cuentan á lo menos, ochenta mil, dice el Padre Duhalde, y han hecho de ellos un Diccionario de noventa y cinco mil, al qual han aumentado despues quatro volúmenes de suplemento.

¿Es de admirar que los Chinos, que desde tanto tiempo cultivan las ciencias, hayan hecho en ellas menos progreso que los Européos? Ellos emplean en el estúdio de sus caractéres el tiempo que empleamos nosotros en el estúdio de las cosas. El arte de leer no ocupa sino los primeros años de nuestra infancia, y consume en ellos todo el tiempo de su vida. Agréguese á esto el gran trabajo que emplean en pintar perfectamente todos estos signos multiplicados, mientras que un sabio no es menos estimado entre nosotros, por no saber formar bien las veinte y quatro letras de nuestro alfabeto.

Pocos Doctores de la China llegan á conocer quarenta mil caractéres, y los letrados ordinarios apenas saben de quince á veinte mil. Pero siempre es cierto que entre los Chinos es la lectura una ciencia de inmensa extension, y que sus sabios, los mas estudiosos mueren muy viejos sin haber recorrido la mitad.

Sin embargo, algunos Misioneros que han llegado á la China en una edad bastante avanzada, se han dado al estúdio de los caractéres Chinos, y han dexado atrás rápidamente á los nacionales que se habian dedicado á él con tesón desde su primera infancia: nueva prueba de la superioridad de los Européos sobre los pueblos del Asia.

Solo nos resta el hablar de nuestro trabajo, y este artículo debe ser bien corto. Hemos extraído de los libros escritos por el Padre Cuplet y por sus cooperantes [1] las máxîmas que pertenecen á Confucio, las quales estan mezcladas en el original con los pensamientos de sus comentadores. Tambien hemos sacado algunas máximas de la obra del mismo autor sobre el amor filial, publicada por el Padre Noël.[2] No hemos excusado siempre el adoptar los pensamientos de sus discípulos quando nos han parecido necesarios para aclarar y desenvolver los del maestro.

Por no privar al lector de algunos bellos pensamientos que estaban en narracion, los habemos reducido á máxîmas.

Otra licencia nos hemos tomado. Sabiendo que la lengua China no tiene correspondencia alguna con las nuestras para que las traducciones latinas sean literalmente fieles; instruídos por otra parte de que los intérpretes habian parafraseado freqüentemente el texto, hemos estrechado nuestro estilo, quando hemos hallado el suyo floxo y difuso. Muchas veces hemos sido infieles á la palabra, y aun á la misma frase. No se trataba de presentar una version literal, sino de dar la moral de Confucio, y hacerla leer.

Puede ser que no hayamos acertado. "Pero, ó discípulo de la sabiduría, no descuides las raíces por aplicarte á las hojas" dice Tsuhia, discípulo de Confucio.


  1. Confucius, sive scientia sinensis. (Paris. Hortemels, 1687).
  2. Sinensis Imperii libri classici sex. (Pragæ, 1711).