Viaje al interior de Tierra del Fuego/Capítulo V

CAPITULO V.


La Misión Salesiana de la Candelaria.—Rio Grande.—Río del Fuego.

El 2 de Marzo, el Elena navegaba frente á Rio Grande, esperando la creciente para aproximarse á la costa. Los que hayan visitado la parte oriental de Tierra del Fuego saben bien que esto quiere decir que el Elena se encontraba ante uno de esos puertos en que las rocas asechan el casco bajo las aguas.

Unas son veces restos de montañas arrastrados por la masa móvil desde las profundidades: otras, la roca desprendida de las barrancas y que ha bajado por la playa: otras, la arista misma de una veta que surjey siempre, constituyendo una linea avanzada, se tienden paralelas á la costa, convirtiendo en inhospitalarias aquellas playas en que la exportación de los productos constituye un problema realmente difícil. Cuando la pleamar las cubre, el navegante suele atreverse en algunos lugares á pasar por junto y á veces por sobre ellas, y llegar á la ribera, en la que el casco de su buque, en la bajante, descansa seguro sobre la arena; mas un leve error, con frecuencia, deja el barco tumbado para siempre entre las rocas.

A las 10.30 a. m. el capitán Juan Leoni se atrevió á aproximarsey pasando por sobre los risos, como dicen los marinos, fondeó frente á la Subprefectura, donde, llevado por un bote, fué desembarcando el equipaje. No había tiempo que perder. Si lo sorprendía la bajante, quedaba encerrado allí hasta el siguiente día. Estrechamos la mano de aquel hombre cuya pericia tanto habíamos admirado, y el bote, empujado por las olas, fué á varar á pocos metros.

Los marineros saltaron presentándonos la espalda para que bajaramospero, aunque la operación fué rápida, no alcanzó á librarnos de dos golpes de mar, que, uno siguiendo al otro, nos empaparon totalmente. Y así, chorreando por todos los ribetes, echamos pie á tierra en el puerto de Río Grande.

Un joven nos esperaba allí, y, al ser presentado, supe que era el comisario de la localidad: —Ernesto de Rosis— y quien debía proveerme de gendarmes, cargueros, animales de silla, armas y municiones. Así se lo decían las cartas del Gobernador y del Jefe de Policía. Encontré en él más que al empleado que obedecía, al hombre que se afanaba complaciéndose en colaborar, oficial y particularmente, en la tarea que nosotros emprendiamos.

Dispuesto nuestro alojamiento en el local de la comisaría, partimos á visitar la Misión, en cabalgata de ensayo, pues para algunos de mis compañeros parecía ser la primera vez que se encontraban en tan grave apurocomo es el de andar á horcajadas en el bruto, á la par de los viejos ginetes.

Onas reducidos de la Misión Salesiana.


Indias Onas en la Misión Salesiana.

La Misión Salesiana de la Candelaria—á cargo del Padre Juan Zenone en cuanto se refiere á lo espiritual, y del Hermano Ferrando en lo que respecta á la parte administrativa, — ubicada próxima á la costa.— y al Sudoeste del Cabo Domingo, dista sólo legua y media de la desembocadura de Rio Grande En hora y media. — largo tiempo en verdad pero debido al cuidado que nos exigían los maturrangos—estuvimos en ella.

Es por su aspecto, una pequeña pobiación tendida al pié de las barrancas que abandonó la última vez el mar. El campanario de la iglesia, la casa de las salesianas, los talleres, el cerco sobre el cual asoman algunas plantas verdeantes aún, la habitación del Padre Zenone y luego la doble calle de pequeñas casas enfiladas—construídas por los mismos indios reducidos—dan á la Misión el aspecto de un alegre pueblito.

Algunos hombres y muchachos que iban de un lado al otro, los unos ocupados en diferentes quehaceres y los otros en bullicioso montón, correteando y riendo, se detuvieron curiosos á observarnos y haciendo rueda en torno nuestro, empeñados en presenciar las primeras escenas de la llegada, escuchaban los cambios de saludo y presentaciones de estilo.

El Padre Zenone, en la primera y siguientes visitas que le hicimos, nos hizo conocer todas las dependencias de la Misión, así como también las de las hermanas salesianas, cuya obra humanitaria y eficaz para el desenvolvimiento de Tierra del Fuego, es bien digua de ser tenida en cuenta.

A semejanza de los fundadores del pueblo incásico, aquel Manco Capac que reunió á los salvages de las montañas peruanas para enseñarles á ser soldados, á tener obediencia y respeto — condiciones indispensables de una sociedad que se constituye,—á cazar y á trabajar la tierra para aprender á' amarla, y aquella Mama Oello que enseñaba á las mujeres los trabajos del hogar y las manipulaciones de la lana, los salesianos imprimen al indio una nueva vida, en que, sin esfuerzo, sin quebrar los moldes antiguos, despiertan su razón y su moral.

La flecha que cruza la selva, no es ya más que un juguete en las manos del indiecito, que, porque lo lleva en la sangre, encuentra placer en trabajarla y adiestrarse en los ejercicios de la puntería.

Una fuerza superior á él, la palabra del misionero, le ha hecho perder toda la del arco. Y el indio ese, hijo de los desiertos en que su almia se ha forjado en la adversidad con la fibra de las razas guerreras, convertido en el niño de escuela, á medida que se desarrolla, se convierte en labriego y en pastor.

¡Con cuánta satisfacción penetramos á los talleres de los salesianos!

En una amplia sala, veinte indias, que habían trocado el quillango y sus demás atavíos por la bata y las polleras, en cuclillas las unas junto á las otras, estaban hilando lana de la misma Misión. Eran todas adultas, algunas viejas, y aún llevaban el fleco á la usanza salvaje, con el cabello hasta los hombros. Este y las pulseras de cuentas, eran los últimos vestigios de su vida anterior. Si no hubiera sido por ellos, difícilmente, al verlas convertir rápidamente los mechones de lana en delgados hilos que se envolvían en el huso, se habría peusado que recién acababan de ser nómades en el bosque.

En la misma habitación, otra india trabajal a en el telar. Pregunté si al darle esa tarea, se ia había preferido por su inteligencia y la hermana, á cuyo cargo estaba la sala, me dijo que todas se turnaban cada dos horas, pues eran igualmente capaces.

Contigua á esta sala, vi otra más pequeña en que una iudia hacía medias, manejando con facilidad una máquina inglesa muy complicada, en la que si yo me hubiese puesto á manipular, habría confeccionado algun disparate, á buen seguro.

Otro departamento era la Escuela. Sentadas en dos filas y bajo la vigilancia de una hermana, doce indiecitas de edad variable entre los 9 y los 12 años, hilaban también.

El hilo era homogéneo tauto en su espesor como en su resistencia, y el ovillo, limpio, se presentaba igual á los que habíamos visto en manos de las adultas. Pero aquellas criaturas, no habían aprendido eso solamente: sabian leer y escribir. La hermana me mostró los cuadernos en que se desarrollaba el curso de caligrafía y en los que pude observar la transformación de los torpes palotes en clara letra de tipo inglés.

Aún la Misión, me guardaba mayores sorpresas. Pasamos á ver el trabajo de los hombres. Los salesianos prestan á ellos mayor atención, no sólo por el peligro que puede ofrecer el ona que escapa á los bosques después de haber adquirido el conocimiento de la vida civilizada, sino porque al par que aprende á cuidar majadas, á esquilar, á manejar las carretas y los arados, en fin, los trabajos del campo, constituye el personal con que cuenta la Misión para poder sostenerse.

Un hombre de raza europea, puede esquilar cien ovejas por día. Un ona, no llega más que á cincuenta, pero la economía del sueldo equilibra las ganancias.

Y baste para poderse formar una idea de las utilidades que los indios pueden proporcionar, el hecho de que la Misión posee 25.000 cabezas lanares, todas cuidadas y manejadas por ellos, bajo la inteligente dirección del Hermano Ferrando.

Frente á la casa que ocupa el Padre Zenone está la escuela, donde unos veinte muchachos de 9 á 15 y 16 años de edad, aprendeu á leer y á escribir por el mismo método de las mujeres, que consiste, simplemente, en la copia repetida de los modelos que traza el profesor en el pizarrón. Era este un salesiano de alguna edad que demostraba verdadera dedicación á su tarea, harto difícil, pues los chicuelos indios, no acostumbrados á estar sujetos en el banco, inquietos y distraídos, han de ser capaces de apurar la paciencia de quien no sea como el padre aquél.

Sabían los puntos cardinales, las estaciones del año, que la luna viajaba al rededor de la tierra y que esta giraba á su vez en torno del sol. Que América estaba en este mundo, que la Argentina era un país americano, que era república y que ellos.... eran argentinos!

Tarde ya, regresamos á la comisaría de Río Grande.

Desde el local que ocupábamos, se distinguían á 16 cuadras, las casas de la 1." Argentina, propiedad del Sr. José Menéndez. Era allí donde debíamos proveernos de carne fresca y ai siguiente día me apersoné á su administrador el Sr. Alejandro Mack—Lhenann, á fin de que tuviera preparados cuatro capones, que, según la opinión de algunos, me durarían frescos 15 días.

En este punto, sobre la margen derecha del Río Grande y próximo á su desembocadura, las casas, casi todas de madera y zinc, se presentan agrupadas también. Hay un almacén bien provisto, donde el viajero puede encontrar todo lo necesario, pero muchos objetos, valen á veces el doble en moneda argentina de lo que cuestan en Punta Arenas, en moneda chilena.

Los inconvenientes del transporte...... Ah! Los fletes! El peligro!

Bueno. Hay tres corrales, hechos de madera de roble, cuyos postes duran diez años término medio—destinados al servicio de las casas en que habitan el administrador y empleados—hay oficinas, galpones para la lana, cocina, comedores.

Es suficiente echar una mirada al mapa de Tierra del Fuego, para darse cuenta de la posición ventajosa y de lo extensa que es esta propiedad. Hay 47.000 cabezas lanares, que son esquiladas desde Noviembre hasta Febrero y la lana es extraordinariamente limpia, salvo en los últimos días de Febrero, en que viene sucia con semillas, por lo que hay que apurar la esquila para evitar este mes. El vellón de los capones, pesa hasta 5 kilos.

Me quedan algunas casas de la orilla, de que aún no he hablado.

La Subprefectura del Puerto: —Un galpón y la casa del Subprefecto, hombre de larga barba roja que le da aspecto de Robinson y que vive allí con su esposa.

Es uno de los pocos matrimonios extranjeros—creo el único —que he observado en Río Grande. En general, Tierra del Fuego, es el refugio de los solteros. Alcanzan los dedos de la mano, para contar los matrimonios venidos á ella.— ¿Porqué no se casa Vd?—solía preguntar.La respuesta era lógica.— ¿Quién tiene tan poca alma para traer una mujer á pasar el invierno por aquí?

Hay que ver lo que es esto, cuando todo lo cubre la nieve. El Gobernador pensaba como Vd., que había necesidad de matrimonios y la primera pregunta que hacía á los que se le presentaban á solicitar trabajo era: ¿Es Vd. casado? Pero tuvo que desistir; aceptaban traer á la esposa, pero con la condición de probar el primer año. Economizaban los sueldos y después de unos cuantos meses, pretestando que el frío era muy fuerte, se iban.

Nada de esto, sin embargo, nos satisface y yo creo que la causa es otra. Desde la ubicación de las poblaciones y su construcción, hasta la tarea de cada uno de los habitantes, todo en Tierra del Fuego parece inestable.

¿Hacer hogar?—Ya lo creo! ¡Cuántas familias viven en la Cordillera, en lugares mucho más fríos que los de Tierra del Fuego. ¿Acaso son mejores los valles de Calchaquí y los mismos antros de los bosques chaqueños? Acaso los Gobernadores Godoy y Carrié no han tenido en Ushuaia á sus familias? Acaso Ushuaia es inejor que Rio Grande?

Pero los solteros prefieren vivir con los indias, conformándose con pensar que se........ refina la raza india y yo pienso que, degenera la blanca.

A siete cuadras de la casa de Jhon Dick, que así se llama el subprefecto, hay una pulpería bastante mal surtida y á dos. cuadras de esta, siempre sobre la costa, la comisaría en que nos alojábamos, compuesta por un solo cuerpo de edificio de madera y zinc, ocupada por el comisario y los gendarmes. A los fondos, una pequeña huerta en la que ví algunas legumbres destinadas al consumo, y una línea de carpas y pequeñas habitaciones en que viven algunas indias, mujeres de los gendarmes.

Tal es, en general, la población de Rio Grande, localidad que sigue en importancia á Ushuaia.

El comisario de Rosis, me hizo entrega allí, de los elementos que necesitaba. Doce caballos, aparejos, monturas, carabinas y cuatro ponchos patria, consagrados por la práctica, que, aunque traíamos los nuestros, nos fueron muy útiles, pues el poncho patria es, por la bayeta con que está forrado, el mejor de les abrigos que puede llevarse en las regiones frías.

Preparado nuestro equipaje, el ó de Marzo estábamos listos para partir, ' sólo había que esperar la bajaute del río, pues la caballada tenía que vadearlo.

A las II a.m. vino un gendarme á avisarnos que la marea estaba parada y que debíamos apurarnos; el equipaje fué puesto en un carro de que dispone la comisaría y pasado á la orilla derecha en una chata.

Frente á las casas, el río, próximo ya á desembocar, tiene un ancho de 750 metros y su fondo plano, de pedregullo y arena, permite pasar á caballo de un lado al otro en la baja marea, por el Paso de abajo y el Paso de arriba, que es más corto aunque más distante.

Aún en la marea baja, hay siempre una faja de agua de másde 200 metros, que atraviesan las gentes de la localidad, pero á los que no tienen completa seguridad sobre el caballo, les recomiendo pasen con los botes de las estancias.

Una vez en la orilla opuesta resolvimos no aparejar, pues más rápidamente iría todo en un carro hasta Río del Fuego, mientras, yendo al galope, haríamos campamento en él, antes de caer la tarde.

Salimos de la estancia Primera Argentina á la 1.20 p.m., entrando en dirección á la costa del mar por un potrero de tierra muy pobre, en la que el suelo se presentaba cubierto de troncos de arbustos hechos pedaZOS. A la derecha corría un cordón de lomas, altas apenas de 8 á 10metros, formada por anteriores depósitos del mar, pues en algunos derrumbes, se veía que estaban constituídas por pedregullos y arena en su mayor parte. Esta línea, es continuación de la que, completamente igual, aparece desde la comisaria de Río Grande hasta la Misión Selesiana.

Próxima á las lomas, la vegetación herbacea que crece á su abrigo, reacciona presentándose más alta y tupida, aunque con lijero matiz amarillento.

Viajábamos al galope. A los 50 minutos, dimos el primer descanso á los animales junto á una aguada dulce en que las gramillas se amontonaban, teñidas de intenso verde; 10 minutos después, en la extremidad de la loma que seguíamos y que conservaba su dirección paralela á la costa, el camino, más bien la senda, doblaba bruscamente á la derecha llevándonos á terreno más elevado, y en él que los pastos tocaban el pecho de los caballos. La impresión general, evocaba las pampas del Sur de Buenos Aires, pero muy pronto, el aspecto cambió. Una laguna, á la que calculamos legua y media de longitud, transformó el escenario, entrando el camino por un campo suavemente ondulado, en el que se notaba el paso de las aguas fluviales, unas veces hacia la laguna y otras hácia el mar. A la izquierda, aún se divisaba la costa y al pié de un pequeño cabo, de Rosis, que nos acompañaba, me hizo notar que había lobos. No muy lejos del cabo, percibimos un pingüino joven.

Grupo de pengüines.

Aún no había cambiado del todo la pluma. Nos aproximamos á él al paso y como no intentara escapar, uno de mis compañeros le echó un lazo. Entonces lo vimos indignarse. Arremetió á picotazos contra las botas de su cazador, le rompió los pautalanes y comenzó á aletear, pero fué en vano, estaba bien asegurado.

Nos encontrábamos próximos á las playa de la extensa bahía que forma el Cabo Peñas y al fondo, en el otro extremo, veíamos los primeros montes. El terreno se presentaba sumamente variado y á veces nuestros caballos galopaban por grandes trechos en que los matorrales de pasto crecían entre el pedregullo. Era esta la parte Sur de la propiedad del Sr. Menéndez ó sean los potreros de reserva para el invierno, pues como la nieve—y emplearé el término local—no carga tanto en las proximidades de la costa, se destinan los campos del interior al pastoreo, la mayor parte del año, trayendo las haciendas á aquellos, cuando estos están ya totalmente cubiertos por ella.

Algunas lagunitas ó aguadas que encontrábamos al paso, estaban ocupadas por grandes bandadas de patos que alli se amontonaban sin tomarse la molestia de escapar.

¡Qué haber de patos en Tierra del Fuego! Creo que nunca pasé más de media hora sin sentir su presencia. En la playa del mar se amontonan y se tienden buscando alimento entre las algas, en comunidad con las gaviotas y las abutardas. ¿Calcularlos? ¡Imposible! Son enjambres cuando están en la playa y nubes cuando vuelan.

A las 4.10 p. m. vadeamos el Río del Fuego con la bajante de la tarde. Próximo á la desembocadura, es angosto de 8 y 10 metros, con las orillas completamente á pique y el fondo pedregoso. El agua, nos daba apenas arriba de los estribos. Veinte minutos después, echábamos pie á tierra en el Destacamento de Río del Fuego, habiendo galopado ocho leguas en tres horas y media. ¡Buena jornada había tocado á los maturrangos!

Lejos de los pueblos en que nacieron, sin más bullicio que el rumor de las olas que revientan en la playa, sin más alegrías que el grito de los chiquillos, sin más amor que el de sus compañeras indias, llevados allí unos por el vicio y otros por la miseria—viven los gendarmes á cuyo cargo está el cuidado del territorio contra los avances de los hainbrientos onas.

Su jefe inmediato, es el sargento Fermin Quinto, un joven correntinorígido y disciplinado, bien capaz de sujetar á los nenes que tiene á sus órdenes.

Y podrá, quien esto lea, figurarse de qué clase son aquellos, —vencidos que la vida arrojó á tan apartado lugar, bebedores y jugadores que ya nadie soportaba y que encuentran en Río del Fuego, económico sanatorio.

Cuando nosotros llegamos, había allí nueve individuos de los que, cuatro tenían sus esposas, ó sca matrimonios á la fueguina, sin partida en el Registro Civil y sin bendición religiosa, lo que hace un total de trece personas adultas á las que hay que agregar cuatro criaturas.

Aun tengo algo más que censar en Río del Fuego: los perros, muy dignos de ser tenidos en cuenta por su gran utilidad.

La clase que encontré allí, á parte de algunos guardianes, es la llamada guanaquero, una variedad de galgo de color leonado, alta, de 0.75 centímetros hasta la cruz y que se emplea para la caza del guanaco, á lo que debe su nombre. A mi juicio. estos perros debieron ser traídos de Europa por el Sr. Bridges ó algún otro misionero inglés. En las localidades que distan de las estancias, el guanaquero es un colaborador indispensable para el que las habita, pues siendo como es, tan rápido el guanaco en la carrera, no alejándose sino en muy raros casos de los bosques que tanto abundan y refugiándose en ellos al primer peligro, como que bien conoce que en el bosque es imposible su persecución y por lo demás, siendo tan difícil por todo esto su caza á bala, el habitante de Tierra del Fuego, se vería con frecuencia obligado á largas jornadas, en busca de carne.

Pero el guanaquero husmea el rastro. Sigue la senda del guanaco,
Destacamento de Río del Fuego.
lo encuentra, corre, lo alcanza y saltándole al pescuezo ó lo sujeta hasta que llegue su amo, ó lo desgarra y mata.

Cuando el perro es jóven y el perseguido un ejemplar fuerte, se limita á sujetarlo por los garrones, pero cuando ya es diestro, no hay guanaco que escape de sus colmillos. Los indios y los blancos lo estiman, como que saben que cuando falta carne, es suficiente una excursión corta, acompañados por uno de estos perros, seguros de que al volver, traerán en las ancas del caballo cuantos guanacos hallen en el camino.

De este tan importante compañero del hombre, los gendarmes poseían una media docena.

La localidad, por falta de puerto, aún para embarcaciones menores —no tiene porvenir alguno. Es simplemente un campamento á 600 ómetros del mar, para el que solo se han tenido en cuenta los buenos pastos de las vegas y el abrigo que ofrecen los bosques de robles, que por la costa dan principio allí hasta los términos del territorio por el Sur.

El moute, aquí, no tiene hermosura alguna. Los árboles son pequeños, pero en cambio, el suelo es muy rico en especies, casi todas en flor.

Del lado Sudeste y Sudoeste, el suelo, al irse elevando suavemente á medida que la vega desaparece, perfila hajos cordones de lomas en las que el monte—todo roble y arbustos de calafate—se presenta algo mejor.

Estas lomas, de las que ya me he ocupado, pertenecen á la serie de antiguas bahías del mar y cierran la vega, larga de veinte cuadras por seis de ancho por un lado, mientras que por el otro, se tienden las elevaciones de la costa actual, de manera que las aguas, no encontrando salida, se detienen formando pantanosa llanura.

Como aún tenía que hacer los últimos preparativos, demoramos dos días en Río del Fuego.

Cuando el país que se visita, es de continuo recorrido, el arreglo de una expedición, no presenta mayores inconvenientes. El mapa está hecho; se sabe que se van á encontrar montañas ó ríos en los puntos A ó B; se lleva un guía, un individuo nacido allí, que va previniendo la duración de las marchas y enseñando que el C, es aquel y el D, aquel otro, con lo cual el viajero va llevado y en todos los momentos, sin recurrir á mayores investigaciones, sabe el lugar en que se encuentra, pero cuando se tiene por delante un inapa aún casi en blanco y no existe una sola persona que haya hecho las marchas proyectadas; cuando no sabe si aquella tierra incognita está toda invadida por bosques, por lagos, ríos ó pantanos, su situación es de las más difíciles. En tal caso, debe ir preparado á todo.

En la mañana del 9 de Marzo, estaba todo listo y desde aquel momento debían acompañarme: El Dr. eu medicina y filosofía, Roberto Lehmann Nitsche, distinguido antropólogo alemán—Director de la Sección Antropológica y Etnográfica del Museo de La Plata, que venia con el objeto de estudiar los indios onas sobre el terreno; el Ingeniero Agrónomo Cressenso Calcagnini, encargado de hacer las observaciones meteorológicas, el herbario y observaciones agrícolas; el ingeniero italiano Francisco Rossi, encargado del relevamiento topográfico de la región que ibamos á recorrer, trazando á la vez el itinerario detallado de la marcha, y los gendarmes Pedro Covasovich — intérprete ona y vaqueano; Mesquita y Quinteros, encargados de los cargueros, comida, etc.

Todo preparado, abandonamos el Destacamento á medio día, con dirección al Sudoeste.

Pedro Covasovich. Ona guía.