Uruguayos en Bolivia y bolivianos en Uruguay

URUGUAYOS EN BOLIVIA Y BOLIVIANOS EN URUGUAY

Recopilado en "Estudios Históricos e Internacionales", de Felipe Ferreiro, Edición del Ministerio de Relaciones Exteriores, Montevideo, 1989

Origen de las parcialidades indígenas pobladoras de nuestro suelo
Posibilidades pre-hispánicas

Nosotros estamos todavía en el período de las hipótesis en lo que respecta a origen de las parcialidades indígenas pobladoras de nuestro país. Lo que actualmente prima entre los estudiosos, y es de seguro lo más cierto, es la opinión de que convergieron hacia esta punta del Continente, en períodos diversos de tiempo, tribus indígenas de distintas razas y procedencias múltiples, costa y planalto del actual Brasil, Oeste y Sur de la Argentina, Chaco… y me pregunto, enfrentado ante estas verificaciones y todavía haciendo caudal de una idea propia y bien meditada según la cual el vocablo Charrúa no es denominativo de una de nuestras parcialidades por el “hábitat” donde estaban establecidas independientemente unas de otras (por ejemplo: boca del mar), me pregunto, decía: ¿Es acaso imposible que se haya mezclado sangre de aborígenes de Bolivia y Perú en nuestro pequeño pero complejísimo mosaico de pueblos pre-hispánicos? Todo lo contrario. Estimo que hay muchos datos históricos y muchos más todavía etnográficos, filológicos, etc., para defender con ventaja una tesis con tendencias a la demostración de que indígenas del altiplano y costeños del Perú, antes o después de iniciada la Conquista, vinieron marchando hacia el Sur y hacia el Este hasta esta tierra nuestra, atraídos o empujados quién sabe por qué…

El camino, ellos pudieron haberlo encontrado subiendo el río Paraguay o bordeando el Pilcomayo y mismo aún bajando por las Provincias del Norte Argentino o Tucumán, Córdoba, Santa Fe, y luego, dando un paso atrás, por Entre Ríos. Que todo era posible ya nos lo dicen los Cronistas Coloniales al referir las noticias que recogían en un lugar de otro distante por boca de los Indios. Verídicas noticias del Paraguay en las costas de San Vicente, de Chile en Santa Fe y Buenos Aires; del Perú en Chile y Colombia, y acercándonos a lo nuestro de ahora, -¿cómo dejar de hacerlo; noticias de las “Sierras del Plata”, en el Brasil, en el Paraguay, en la Argentina, y hasta en Chile?

Posibilidad de establecimiento en nuestro suelo

Semejantes comprobaciones acusan desde luego, la existencia de un estrecho y general intercambio entre los pueblos de nuestro mundo prehistórico.

Hay otros indicios más para justificar una seria posibilidad de que hayan llegado a establecerse en nuestro suelo entre las parcialidades que, considero, se encuentran involucradas bajo el rótulo “charrúas” algún clan o tribu de la familia “Aymará”, “Quinchua”, y, más precisamente de la milenaria Uru.

Saberlo a conciencia cierta no es imposible. Todo es cuestión de que algunos de los muy buenos etnógrafos y filólogos especializados quieran aproximarse al tema, estudiando la paridad de nomenclaturas geográficas de cepa indígena, los vocabularios, las costumbres y sobre todo, las marchas de las tribus lejanas, acaso empujadas por el imperialismo incaico, por el norte y centro de la Argentina.

Algunos vocablos de la procedencia charrúa

Uno de los pocos vocablos que se tienen aquí como auténticamente de procedencia charrúa es el de Poopo (lo lleva un sitio de Entre Ríos) y el Poopo es el lago donde tienen su hábitat originario los Urus. Cololo es un nombre de nuestra toponimia con origen todavía inexplicado y Coololo es la denominación de un río de la frontera del Perú y su país. Así podría seguirse citando hasta más de una centena de ejemplos ya fichados por mí, por ejemplo, estos del Departamento de Chuquisaca:

Uruguay – Fundo rural del cantón San Juan del Piray, Provincia del Acero.

Uruguayo – Comunidad de Indios originarios perteneciente al Cantón Quilaquila, Provincia de Yamparaez.

Uruguayo – Arroyo que corre en la comprensión de San Juan de Piray, Provincia del Acero.

Uruguayo – Terreno de los Indios Quichuas, comunarios en la Jurisdicción de Sapse, Provincia de Yamparaez.

Hostilidad de los Indios Minuanes

Puede agregarse a este indicio de nuestras vinculaciones pre-hispánicas, derivado de la nomenclatura geográfica y a la anterior observación sobre posibilidades de emigraciones de una tierra hasta la otra, deducida del hecho histórico cierto de que nuestros indígenas tenían noticias de su país, que sólo podían adquirirse entonces mediante viajes, esta última referencia registrada en mis apuntes.

En 1732, los indios minuanes que venían hostilizando de tiempo atrás a Montevideo, se presentaron un buen día, por medio de una delegación encabezada por el cacique Tacú, para hacer buenas paces. Ahora bien, estos indios minuanes (lo mismo da, decir charrúas), hablaban una lengua que no era la guaraní, y lo sabemos porque justamente treinta años más tarde (en 1762) con motivo de otra guerra y otras paces con nuestro Cabildo, vinieron sus delegados a la Ciudad, y para conferenciar con ellos fue llamado el Maestre Campo Manuel Domínguez “como avil en la lengua Guaraní, por entender también muy bien ésta el referido Cacique” (minuan, y jefe de la misión), “con lo que está dicho que la de su nación”, era otra, que no Guaraní.

Pascual de Chenaya

Cuando “las paces” de 1732, para tratar con la delegación minuana, el Cabildo determinó mandar llamar por chasque al “Río del Rosario” donde moraba a “Pascual de Chenaya”, porque reza el acta: “tenían (en él) mucha confianza”. ¿Quién era Chenaya? Un auténtico indio de Arica, según nos revela su partida de defunción inscripta en los libros de la Matriz con fecha 20 de diciembre de 1735.

¿No es de impresionar el dato combinado con los anteriores? Lo de la “Mucha confianza”, aclarado por el hecho de que los minuanes de treinta años después, sólo excepcionalmente hablan guaraní, supone también el de que Chenaya les hablaría en su propia lengua, en su propio idioma, o si se me permite ser radical, para ser breve, que era un minuano reducido… un minuano de Arica.

Una observación más. Chenaya (chena, en realidad) moraba, según vimos, en la región del “Río Rosario” y, por ello, es de pensar que a él le debe aquélla el nombre de Colla con que se le designa desde lejanos tiempos. Colla porque así lo apodaron a él, y por generalización a su “pago” los contemporáneos, o Colla porque él, indio quichua, o los minuanes que no hablaban Guaraní y cuya lengua él sabía, lo llamaron Callu-lengua de tierra, en quichua. De que por la región tuvieron su hábitat esos indios, no cabe duda alguna, y lo demuestra desde luego el hecho de existir allí un lugar todavía llamado “El Minuan”.

Uruguayos en Bolivia

No voy a hablar de uruguayos bolivianos de la comunidad de indios del Cantón de Quila Quila. Es de mis coterráneos, los hijos de esta tierra que con propiedad ha debido llamarse Uruguay Oriental. Han sido muchos los uruguayos orientales que llegaron hasta Bolivia, durante el coloniaje y, sobre todo, cuando la Revolución.

Tiempo ese último que el quiteño Rocafuerte añoraba en 1844, diciendo estas palabras que – avergoncémonos – todavía siguen teniendo emoción de nostalgias… “En aquella feliz época todos los americanos nos tratábamos con la mayor fraternidad, todos eran amigos, personas y aliados en la causa común de la Independencia; no existían esas diferencias de peruanos, chilenos, bolivianos, ecuatorianos, granadinos, etc., que tanto han contribuido a debilitar la fuerza de mutuas simpatías…”

La Universidad de Charcas, de fama continental y por cierto que bien ganada, atrajo durante el régimen de España a los primeros orientales que, según mi noticia, fueron hasta Bolivia. Allí, después de ampliar estudios que había realizado ya en Córdoba del Tucumán, recibió sus grados de doctor en Teología el fernandino Mariano Medrano en noviembre de 1788 y en mayo del 89 los recibió igualmente su hermano D. Pedro. Aquél fue, andando los años, Obispo de Buenos Aires, el primero de esa jerarquía, después de la Independencia. Éste, que también se las echaba de poeta, fue designado por la “Revolución” para miembro de la Audiencia de Charcas en 1810; integró después el Tribunal de Apelaciones que sustituyó a la de Buenos Aires; fue más tarde diputado al Congreso de Tucumán, miembro de la Junta de Representantes de la Provincia, Diputado en 1827, Camarista en 1831, etc.

En 1790, establecióse en Charcas como funcionario del Rey el montevideano José Joaquín Muñoz. Allí se casó don José Joaquín; allí vivió hasta su último día y allí arraigó su apellido en una descendencia que todavía se prolonga y que, según mi noticia, ha dado a Bolivia ciudadanos muy distinguidos en el foro, en la política y en las letras.

Coincidencia apreciable. Otro Muñoz de la misma estirpe del anterior, D. Francisco Joaquín Muñoz, fue a Bolivia en 1834 como Jefe de la primer misión diplomática que el nuestro le enviara, misión que, dicho sea de pasada, ha estudiado magistralmente el historiador Pivel Devoto, en publicación de la Revista del Instituto Histórico y Geográfico.

En 1791, recibió su grado de Bachiller en la Universidad de Charcas, nuestro coterráneo Pedro Fabián Pérez, ciudadano dignísimo que aquí y en Buenos Aires ocupó después altos cargos del Estado y que en 1815 tuvo la dicha de volver a Charcas como jefe de la misión que desde la capital porteña llevó al general Rondeau el título de tercer Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata.

Mi registro de anotaciones relativas a orientales en Bolivia no ha fichado todavía ninguno, ni como estante ni como transeúnte, en el lapso abarcado por los años 1792, 1793 y 1794, pero en 1795 y en 1796 me encuentro en él con cuatro nombres, tres de compatriotas y uno de un español que sirvieron a la causa americana desde puestos eminentes.

Vaya este superávit por aquel déficit, a lo menos provisoriamente.

En mayo de 1795 recibe el grado de Bachiller en la Universidad de Charcas el montevideano Nicolás Herrera, quien después pasó a coronar su carrera de Leyes en Salamanca y fue, andando el tiempo, diputado integrante del Congreso de Bayona, periodista y Ministro en la Argentina, Oydor en los Tribunales instituidos por el Brasil en nuestro país durante su dominación, diplomático y miembro del Senado de esta República en los primeros años de su fundación.

En mayo de 1796 se otorgó el grado de doctor en la Universidad de San Francisco Xavier al coloniense Juan José de Souza, persona que por reconocimiento de altos méritos, después de una breve estada en España, fue honrado en el cargo de Oydor en Quito, y luego pasado con igual carácter a Guadalajara de México en donde ejercía funciones cuando el alzamiento de Hidalgo. De Souza, compatriota que, como tantos otros, ha sido olvidado en nuestro país a pesar de haberlo enaltecido, especialmente durante su actuación en México, donde dejó descendencia que conserva aún su apellido.

En Junio de 1796, recibióse de Bachiller en la Universidad de Charcas D. Bruno Méndez, colaborador de Artigas, de los más eficaces y prominentes cuando se puso en planteo de organización el primer gobierno civil de la “Provincia Oriental Independiente”. De ese gobierno, fue Méndez vicepresidente con ejercicio de la presidencia.

D. José Antonio Álvarez de Arenales

Y pasemos al español a que me referí anteriormente.

D. José Antonio Álvarez de Arenales era el jefe militar de las tropas de la Plata cuando el alzamiento de 1809, el general de Pasco de Nazca, el “compañero” del ilustre San Martín.

A Arenales lo reclama la Argentina como gloria nacional y, la verdad, es que también nosotros tendríamos igualmente buenas razones para contarlo entre las nuestras. Arenales se inició aquí, en efecto, en la carrera militar, luchando contra los “portugueses” y contrabandistas. Ganó aquí, Arenales, en nuestra frontera, todos sus grados hasta el de Teniente Coronel, y bueno es que se sepa que si abandonó el Uruguay a principios de 1795 fue para trasladarse a Bolivia con el cargo de Juez Real Subdelegado en el Partido de Arque, en la Provincia de Cochabamba.

De lo que valía Arenales, y de la extensión extraordinaria de los servicios que prestó a su país, no tengo por qué hacer caudal en este índice, pero recordemos algo de ello para ilustrar una coincidencia que demuestra, entre otras cosas, que Uruguay y Bolivia no son entre sí, ni extrañas, ni alejadas.

Después de Vilcapujio, de Ayohuma y de Sipe-sipe, se recordará que Arenales se quedó operando aislado del gran ejército de las Provincias Unidas en tierras de Cochabamba. Pues bien, ¿no tenemos ahora presente el hecho de que en ese mismo tiempo, también aislado, se mantuvo hasta morir en su patria chica de Santa Cruz el coronel rioplatense José Ignacio Warnes? Como el vencedor de la Florida y Postravalle, Warnes inició aquí en nuestra tierra su carrera militar, combatiendo en nuestra frontera a contrabandistas y “portugueses” cuando lo sorprendió la revolución de 1810 y, después de ir al Paraguay con Belgrano y volver prisionero a Montevideo es que se marchó al “Alto Perú”. Véase pues que, en el momento histórico que he precisado, las dos llamas revolucionarias que siguen ardiendo en Bolivia eran alimentadas por la decisión y el esfuerzo de dos soldados forjados para la guerra y la dura vida militar en este Uruguay Oriental.

Estudiantes Uruguayos en la Universidad de Charcas

Después de 1796 la corriente de estudiantes compatriotas hacia la Universidad de Charcas no aumenta visiblemente, o por lo menos de acuerdo con el creciente despertar de vocaciones por el estudio que muestra nuestro pueblo. La explicación de ese fenómeno la encuentro – por ahora – en el hecho de que entonces comenzaba también a hacerse aquí famosa la Universidad de San Felipe de Santiago de Chile. Prueba de ello es que en Santiago de Chile recibieron, entre otros, sus grados doctorales a fines del siglo XVIII nuestros compatriotas D. Tomás y D. Pedro García de Zúñiga.

Eso no obstante, prueban mis apuntes que en Charcas se recibió de Bachiller en 1802 el montevideano Mateo Vidal, sacerdote y político de larga y, por momentos, prestigiosa actuación ulterior en el país y en la Argentina. Allí alcanzó el mismo grado en 1804 el carolino Santiago Payán, sin fama en nuestro medio porque después de 1810 se inclinó a servir contra la revolución. En San Francisco Xavier obtuvo su título en 1808 D. José Ellauri, Jurista, diplomático y miembro de los más preclaros de la Constituyente de 1829. Finalmente, en agosto de 1810 – por razones obvias – se cortó aquí la corriente de nuestro estudiantado hacia Charcas; recibe sus grados en aquella Universidad, “almácigo de Revolucionarios” que ya cuajaba en frutos, el montevideano D. Juan María Pérez, ciudadano que, como Ellauri, andando el tiempo, fue constituyente, ministro, senador, etc. Desde 1810 hasta 1816 o 1817 mis compatriotas que llegaron hasta Bolivia, llevaban propósitos muy diversos del que impulsó a los que ya alistamos en nuestro balance. No iban los de ahora por afanes de cultura, y bajo la dulce presión de ensueños de futura grandeza tranquila: una golilla de Oydor, una púrpura prelaticia… Los empujaba el deber o la aventura de la guerra.

Galones ganados heroicamente

A Bolivia, englobados en los cuerpos militares que salen sucesivamente de la esforzada capital porteña desde la época florida de la “expedición de unión de las Provincias interiores”, hasta la tremenda de los desastres irreparables de Vilcapujio, Ayohuma y Sipe-Sipe, fueron muchos uruguayos.

Algunos ingresaron a la patria silenciosamente, como habían partido de ella. Otros, trayendo galones históricamente ganados. Pero, los más, no volvieron nunca… unos habían muerto en los campos de batalla; otros pasados prisioneros de guerra al Perú, donde vieron extinguirse sus días; otros, se incorporaron después al Ejército de “Los Andes”, y otros, finalmente, colgaron sus espadas en Bolivia en plena guerra y allí se quedaron a vivir para el resto de su vida, formando sus hogares con bolivianas e incorporándose definitivamente al ambiente de ese país.

Si yo volcara aquí, ahora, en justificación de lo dicho, las listas de nombres que tengo en mis registros, tendría que llenar bastante papel.

El Régimen de Rondeau

Pero, no es ello necesario. Tengo otros medios a mano para llevar a los ánimos el convencimiento que aspiro.

¿No se recuerda, acaso, la buena actuación que tuvo en Viluma o Sipe-Sipe el Regimiento Nº 9 de las tropas de Rondeau?

Pues bien; se debió saber que el “grueso” de ese Cuerpo, que pasaba de setecientos hombres estaba formado por uruguayos: montevideanos, fernandinos y minuanos.

En nuestro Museo Histórico, traídas por el General Oribe desde Córdoba donde se hallaban, están hoy custodiadas las banderas del Nº 9 que en Bolivia se hicieron gloriosas.

El Regimiento virtualmente se deshizo en la jornada de Viluma. La mayoría de sus plazas y muchos de los oficiales cayeron muertos o fueron prisioneros del vencedor.

En 1817, en los calabozos del Callao, un comisionado de San Martín, el general Domingo Torres (también montevideano), encontró allí entre otros patriotas aprisionados en Sipe-Sipe a Rafael Pérez, capitán, montevideano, de 36 años; a Ramón Estomba (después fundador de Bahía Blanca, ayudante mayor, montevideano, de 27 años; a Francisco Álvarez, teniente, montevideano, de 32 años; a Juan Graña, teniente, fernandino, de 31 años; a Pedro Galau, teniente, montevideano, de 37 años; a Nicomedes Martínez, alférez, montevideano, de 23 años; a Eulogio Herrera, alférez, montevideano, de 30 años; a Tomás Muniz, alférez, fernandino, de 30 años; a Juan Salas, alférez, fernandino, de 40 años; a Francisco Gutiérrez, Ramón Cabezón, Francisco Molina, Juan Diago, Antonio Acue, Nicolás Díaz, Francisco Medina, Simón Rocamora, etc., etc.

El Uruguay y la libertad de Bolivia

Los soldados prisioneros (muchos de los cuales habían servido dentro de Montevideo de 1810 a 1814) fueron en gran parte incorporados al ejército de Lima y, en 1820, según refiere Miller, muchos de ellos que formaban parte de Regimientos en operaciones sobre la costa volvieron a pasarse a “La Patria”, ingresando a las divisiones de San Martín.

¿Cuántos más detalles podría agregar a los hasta aquí referidos? ¿Cuántos otros nombres podría citar para trasuntar la seguridad de que también nosotros contribuimos con un buen aporte de sangre y de sacrificios a la libertad de Bolivia? Eugenio Garzón, Buenaventura Alegre, Modesto Sánchez, Gregorio Sánchez, Rufino Guat, Luis Pérez, Pablo Alemán, Juan Méndez, Juan Zeballos, Nicolás Trías, etc., etc., no son soldados desconocidos de 1810 a 1825, y eran uruguayos y combatieron muchas veces en Bolivia y por Bolivia…

Después de la Independencia

Después de la Independencia, me demuestran mis apuntes que fueron pocos los uruguayos que llegaron hasta Bolivia a establecerse. En ellos, sólo encuentro referencias, en efecto, relativas al presbítero Blas Coronel, cerrolarguense, que ocupaba una alta posición eclesiástica en Cochabamba, allá por 1885 y al español Manuel Rodríguez Magariños, general y prócer de aquél país, que yo me permito considerar con mucho de uruguayo porque aquí pasó sus años de juventud y, como Álvarez de Arenales, aquí se hizo hombre de campo (manejaba las Estancias de D. Mateo Magariños, ubicadas entre los ríos Cebollatí, Olimar y Parao) y se adiestró, por consiguiente, para la dura vida de campaña que en Bolivia realizaría. Este Magariños es el fundador de un fortín de los principales del Chaco.

Transitoriamente vivieron en Bolivia, por esos mismos tiempos, los uruguayos Francisco Joaquín Muñoz, hijo del anterior, y el Coronel Eugenio Garzón.

Finalmente, y en igual condición transitoria, estuvieron en Bolivia con motivo o por causa de las guerras platenses de 1839 a 1851 el coloniense Wenceslao Paunero, quien llegaría más tarde a los más altos grados del ejército argentino.

Mi cartera de notas relativas a bolivianos en el Uruguay es poco abultada. En lo que respecta a nuestro período colonial (menos de una centuria, en realidad) mis averiguaciones no han tenido hasta hoy, resultados positivos. No sé de ningún boliviano que haya venido a establecerse entre nosotros, pero advierto, sin embargo, que tengo seguridad de que más de uno vino, o entre los funcionarios destacados por el virrey o entre tropas procedentes de Buenos Aires, o mismo aún por impulso individual de lucro o de pura aventura.

De todos modos, - y eso sí, ya es evidente – por entonces no llegó hasta nuestro país ningún boliviano de relieves elevados, ni con condiciones para alcanzar aquí, después, nombradía.

Un boliviano de destacada actuación

Recién en 1808 es que damos en nuestro ambiente con un hijo de Bolivia que poco antes, sin dudas, había llegado al país. Me refiero al doctor José Eugenio de Elías, quien aún en 1807 estaba en Charcas. Elías aparece en 1808 como Asesor del Gobernador que recibió la plaza de los ingleses. En tal carácter, Elías actúa naturalmente en las tramitaciones que dieron lugar a la formación de la Junta de Gobierno de Setiembre que lo nombró su Consejero al igual que al doctor Lucas Obes (porteño, graduado en Charcas).

Nuestra Junta de Setiembre tuvo un valor de ejemplo muy grande en los movimientos de La Plata y La Paz de 1809 y no sería difícil que se cursaran por intermedio de Elías y sus vinculaciones allí, la mayor parte de los antecedentes que ilustraron a paceños y chuquisequeños de nuestras actitudes y propósitos. Que no hay duda que nuestro movimiento entusiasmó a aquéllos, especialmente a los de Charcas que por momentos vieron en Elías y Montevideo la “luz de América”, nos lo demuestra, desde luego, la documentación fichada en el Archivo de Indias por don Pedro Torres Lanza sobre estos particulares.

Son de ello lo que fuera, lo cierto es que Elías, después de la disolución de nuestra Junta, siguió por poco tiempo en Montevideo. En Buenos Aires lo encontramos actuando en 1811 y desde allí para adelante siempre figura en la Revolución Argentina.

Si hemos de creer al general Miller, amigo y camarada del general Santa Cruz, también este prócer (acerca del cual escribía el cónsul británico Wilson al general O´Connor: “Le aseguro que me acerco a este indio, con más respeto que al Rey de Inglaterra”.), estuvo en Montevideo nada menos que sirviendo a su defensa cuando los “sitios” patriotas de 1811 a 1814. En mis pesquisas no he encontrado ningún dato que confirme esta versión de Miller, no tomada en cuenta hasta ahora por los historiadores de su país. Pero no me parece que pueda desecharse sin más trámite, primero, porque es cierto y sabido que Santa Cruz combatió a favor del realismo y la unión a España durante la primera década de la Revolución; segundo, porque también es cierto y sabido que estuvo en el depósito de prisioneros de Las Bruscas, donde pasaron todos los de Montevideo y, finalmente, porque no cabe duda que Miller ha podido recibir esta versión de que se hace eco de labios del propio Santa Cruz ya que, como expresamos al principio, ambos fueron desde 1810, camaradas y amigos.

A principios de 1814, vino al Uruguay en carácter de Auditor de Guerra del Ejército patriota que sitiaba a Montevideo el orureño doctor Esteban Agustín Gazcón, y él mismo, después de la caída de la plaza en poder de Alvear, ocupó en ella el cargo de Asesor de los Intendentes Rodríguez Peña y Soler, y formó parte de nuestro Cabildo, teniendo a su cargo la organización y sostenimiento de los hospitales. Gascón tuvo más tarde destacada y larga figuración en el escenario político argentino.

Desde 1815 hasta 1820, no sé si llegó hasta nuestra tierra algún boliviano y, desde luego, me inclino por la opinión negativa, dado que concuerda la carencia de datos y el hecho de que durante ese quinquenio la guerra aislaba a Bolivia del Río de la Plata.

Zudáñez, el constitucionalista

Después de 1820, el cuadro varía. Nos encontramos, en efecto, con que entre los personajes desplazados de Buenos Aires por la “Anarquía Argentina”, vinieron a Montevideo varios que eran nativos de Bolivia. Así, el doctor José Severo Malavia que fue nuestro huésped por breve tiempo; el doctor Pedro Ignacio de Rivera, que repite el caso anterior; el doctor Jaime Zudáñez que, como se sabe, se estableció definitivamente en Montevideo y aquí muere en 1832, rodeado de la estima y consideración que sus propios y grandes méritos lo granjearon en nuestro medio.

Al doctor Zudáñez, lo tenemos nosotros por uno de los nuestros, sin desconocer por eso a los bolivianos el derecho que tienen a su gloria.

Él se dio por entero, generosamente, a la obra de nuestra organización nacional. Fue de los grandes – sino el mayor – entre los autores de nuestra Constitución de 1829. Presidió la Comisión redactora del Proyecto con el doble derecho que para ello le otorgaba su reconocido talento y la experiencia adquirida en labores semejantes en Chile y Argentina. Presidió nuestro primer Tribunal de Apelaciones que, dicho sea de paso, estaba integrado por tres graduados en la Universidad de Charcas: Zudáñez, Álvarez y Ruiz de Villegas (los dos últimos, argentinos).

Por la personalidad de Zudáñez tengo yo especial y explicable predilección. Mis primeras investigaciones en el campo de la Historia se dirigieron precisamente al fin de “descubrirlo”, pues nadie entonces le conocía y se ignoraba aquí generalmente su destacada actuación anterior en su país, en Chile y en la Argentina. Puedo agregar que en ese tiempo – ya un poco lejano – en Bolivia tampoco se sabía nada de la actuación de ese hijo ilustre, ni en Chile y en Uruguay, y apenas se conocía en parte la que desarrolló en la Argentina. Puede comprobarse en parte la verdad de lo dicho en las líneas que se transcriben enseguida, de un informe del doctor Juan Segundo Alvarado que se publicó en el Boletín de la Sociedad Geográfica de Sucre, correspondiente al cuarto trimestre del año 1919.

“Ignorábamos – dice – la actuación en Chile del doctor Zudáñez y debemos al profesor señor Ferreiro los interesantes datos de su inteligente participación en la Constituyente de 1828, la confección del Código Político Uruguayo y de haber fallecido en 1832 cuando ejercía la presidencia del Tribunal Supremo de Justicia”.

Este informe se expidió con motivo de una solicitud de datos interpuesta ante la Sociedad con la intermediación generosa y cordial de su eminente antecesor doctor Ricardo Mujía, y no puede resistirse a la tentación de agregar – para que se observe cuán necesario es cultivar en nuestra América los estudios de correlación histórica – que en el mismo informe se hace caudal de una publicación anterior de D. Valentín Abecia – autor por muchos conceptos notables – según la cual a raíz de la caída de Sucre, Zudáñez – en abril de 1828 – fue designado Presidente Provisorio de la República y ejerció el mando en Bolivia durante cuatro días.

Otro boliviano ilustre por sus talentos, pero no, a mi juicio, por su moral política, que estuvo en Montevideo bien que de pasada en 1823, fue el doctor José Casimiro de Olañeta, quien en esos días estaba por dar el gran salto desde el absolutismo a la independencia…

En 1825, nos encontramos aquí también con el doctor Crispín Diez de Medina que, por designación de Lecor, entra a desempeñar la Asesoría del Cabildo, precisamente en sustitución de Zudáñez que había sido exonerado de ese cargo por colaborador en el fracasado movimiento patriota de 1823 – 1824. Ignoro si Diez de Medina demoró todavía por mucho tiempo en nuestro país, pero es seguro que volvió a Bolivia antes de nuestra independencia, pues en 1828 ya lo vemos figurar allí como Prefecto del Departamento de La Paz.

Dos nombres quedan por agregar a nuestro índice de Bolivianos en el Uruguay: Juan Ramón Muñoz Cabrera, periodista y escritor que en los principios de nuestra Guerra Grande y aún un poco antes sirvió en Montevideo al partido de “la Defensa”, y Ángel Elías, con quien ocurre lo propio. Muñoz Cabrera es bien conocido en Bolivia. Ángel Elías perteneció a la “Asamblea de Notables” instituida como legislatura por el Gobierno de hecho de la ciudad.



Publicado en El Pueblo días 16 – 17 – 20/8/1935